Este año celebro ocho años de relación con mi novio. A su lado he vivido los momentos más significativos de mi vida adulta: alegrías, tristezas, duelos, aprendizajes y logros. Todos los días le agradezco al universo por esta relación, pero no siempre fue así. Al mirar atrás y reflexionar sobre mis afectos y las formas en las que me he relacionado con los hombres, hoy, que sé que soy autista, me doy cuenta de por qué siempre hubo tanta confusión y ‘mala fortuna’ en ese tema. Siempre he sido autista, pero crecí sin saberlo.
Tras un año y medio de mi diagnóstico he aprendido cosas sobre mí. También sobre cómo los rasgos autistas pudieron haber afectado mi forma de relacionarme con los hombres.
Por ejemplo, ahora sé que las personas en el espectro autista tenemos hiperfijación, el acto de concentrarse profundamente en un tema u objeto por un largo periodo de tiempo. También que podemos hiperfijarnos en personas. Esto me hizo preguntarme si, antes de conocer a mi pareja, realmente había sentido amor o si tal vez solo me había hiperfijado en los hombres que me gustaban y me brindaban un mínimo de atención.
Y eso era precisamente lo que recibía, una mínima atención. Aunque hiciera todo lo posible por gustarles y buscar que me ‘tomaran en serio’, eso nunca ocurría y creo que se debía a que parecía demasiado intensa y ‘rara’. Esto quizá por algo más que aprendí sobre mi autismo: no puedo entender las señales sociales ni el lenguaje no literal. Si me dicen algo, lo tomo tal cual, sin considerar el lenguaje corporal o los gestos. Si me decían que estaban «interesados», entonces lo estaban, a pesar de las desapariciones repentinas y los mensajes ignorados.
Y aunque hoy no me afecte la confusión o los errores cometidos en mis relaciones pasadas con los hombres, habría sido más amable para mí haber crecido distinguiendo cuándo era amor, hiperfijación, o cuándo estaban jugando conmigo y no estaban realmente interesados. Una de las tantas afectaciones que tenemos las mujeres autistas que crecemos sin saberlo es que por nuestras hiperfijaciones, desregulación emocional, literalidad en el lenguaje, y otros aspectos, podemos tener una forma diferente de relacionarnos, y no entender cuando no estamos siendo respetadas. Algunas, estudios lo comprueban, se ven envueltas en situaciones de abuso sin saberlo.
Relacionarme con hombres sin saber que era autista
Escribiendo esto y volviendo a mi pasado me he sentido un poco pick me girl, como si quiera mostrarme única y diferente ante los hombres para obtener su atención. Crecí a finales de los 90 y principios de los 2000, la escala de valores era muy diferente a la actual. El ideal de lo femenino era precisamente lo que empezamos a derribar recientemente. Antes del feminismo que vivimos actualmente, mi educación social se vio guiada por el concepto del girl power: esa idea de que las mujeres podíamos ser poderosas y exitosas pero siempre femeninas, en el sentido de que debíamos seguir ‘puestas en nuestro lugar’.
Para mí, quienes cumplían con esa idea en la época eran las chicas con novios, quienes eran ‘valoradas’ por los hombres. Y para lograr la meta, debían seguir un conjunto de normas sociales impuestas por el patriarcado, Normas en las cuales no cabemos las mujeres autistas: ser prudentes, no hablar de más, y tener intereses que obedecieran los roles de género. Incluso sabiendo imitar las normas sociales, algo que las mujeres autistas hacemos mucho para «adaptarnos» y pasar desapercibidas, creo que nunca quise imitar a otra mujer y quería ser yo misma. El problema es que ser yo misma no era agradable para otros.
Por ejemplo, recuerdo que de niña, cuando me gustaba alguien, no podía dejar de pensar en esa persona. Siempre buscaba la forma de interactuar, ya fuera personal o digitalmente (en ese entonces, por medio del MSN Messenger, MySpace o Facebook). Al principio lo conseguía, y me hablaban, pero después de un tiempo era ignorada. Yo insistía mucho, pues si alguien me gustaba, quería demostrarle lo que sentía. En mi cabeza la ecuación era simple y tenía todo el sentido. Pero creo que pasaba por intensa ante tanta insistencia. Y de esto me venía a enterar por terceros, jamás me lo dijeron en mi cara.
Otro factor que pudo haber contribuido a mi confusión, y a la percepción que tenían los hombres sobre mí y mi intensidad, es la desregulación emocional, que debido a mi autismo no me permite entender mis emociones. Y a esto hay que sumarle la Alexitimia, la incapacidad de reconocer y gestionar emociones y de expresarlas verbalmente. Antes del diagnóstico y del proceso terapéutico en el que todavía estoy, no entendía más allá de las emociones primarias e incluso las confundía. Mi gestión emocional ha sido bastante mala: no soy capaz de reconocer no solo mis emociones sino también las demás. Por ejemplo, cuando dos personas conversan pueden reconocer molestia o incomodidad en los gestos faciales del otro. Para mí identificar esto es muy difícil. Si digo algo que incomoda a mi interlocutor puedo seguir hablando de esto sin darme cuenta que causé molestia. Hoy entiendo que las emociones tienen una expresión máxima y una mínima, y yo siempre me voy a la máxima.
Todo lo anterior ha contribuido a que sienta de una forma mucho más intensa que otras personas. Y he confundido gusto e interés con amor, algo que, sabemos puede ahuyentar a un hombre nacido en el siglo XX rápidamente. Ya me imagino a los hombres que me gustaban en esa época diciendo «es que es muy intensa», porque seguramente me mostraba muy emocionada cuando no tenía por qué estarlo.
Hay unas emociones que siento más que otras, y una de esas es vergüenza. De hecho, mientras escribo esta columna la siento, y no debería. No debo sentir vergüenza al recordar que, cuando estaba saliendo con un hombre, sentía una especie de euforia, una emoción desbordada que confundía con amor.
Relacionarme con hombres siempre fue bastante confuso, frustrante y desgastante para mí. Nada salía bien porque no podía encajar en la norma social y ser la “mujer ideal” que no era intensa, que no mostraba mucho interés, que tenía filtro y sabía modular su tono de voz.
El amor en el espectro
Creo que durante mi adolescencia me hiperfijé en ser amada. No importaba por quien. Incluso llegué a tener mi atención en más de dos o tres individuos con los que había algo más que una atracción. Esa hiperfijación de ser amada se fue desvaneciendo con el tiempo.
Según la terapeuta familiar Lauren Disner, en la adolescencia la hiperfijación es normal porque sentimos una emoción fuerte hacia un individuo. La cuestión es que puede haber reacciones positivas o negativas frente a esta hiperfijación. Y si es difícil manejarlo cuando los padres y especialistas tratantes conocen del diagnóstico, cuando se crece sin saberlo, como en mi caso, puede generar malos entendidos, rechazos y abusos.
Luego conocí a mi novio. Y aunque no quisiera entrar en detalles, diré que cuando lo conocí tenía 23 años. A esa edad pensaba que el amor no era para mí, y que jamás iba a encontrar a alguien que me aceptara cómo era (sin saber que era autista ya entendía que yo no era como las demás).
Fue la primera vez que no sentí vergüenza por quién era. Todo se dio tan naturalmente que no sentí que estaba en ese juego lleno de normas sociales. Y aunque me ha aceptado tal cómo soy, y supongo que cada una de mis rarezas lo ha enamorado, tampoco ha sido muy fácil para los dos mi forma de ser. Soy súper inflexible, me molesta que no se hagan las cosas como yo quiero. Esto en cualquier relación de pareja puede ser muy difícil para ambas partes.
Antes de la terapia, la relación con mi novio me llevó a flexibilizarme en muchas cosas. Contrario a mi obstinación sobre cómo deben ser las cosas, él es un poco más relajado y tranquilo. Ahora yo, por ejemplo, empecé a desprenderme de la rigidez de mis rutinas, que son necesarias para mi funcionamiento, pero ya se que si las cosas cambian no se acaba el mundo.
También, durante los primeros años de la relación, me di cuenta de que algunas situaciones relacionales pasadas en las que me había metido no eran sanas y, aunque no fueron tan graves como en el caso de mujeres que sufrieron abusos físicos, emocionales y sexuales, hubiera sido más fácil evitarlas si supiera desde antes cómo funciona mi cerebro y mi emocionalidad. Antes la confusión, la verguenza y a veces la rabia me hacían actuar buscando venganza e infligir dolor, y eso también se convertía en una hiperfijación.
Hoy en día puedo decir que me han gustado hombres, quise a algunos y me hiperfijé en otros. Pero puedo asegurar que solo me he enamorado una vez en mi vida, precisamente de la persona que me aceptó como soy, con todo lo que implica una neurodivergencia como el autismo, sin saberlo y quedándose conmigo incluso en un momento tan crítico, como es recibir un diagnóstico y revivir toda mi vida pasada.
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