El nuevo experimento documental de Theo Montoya termina corriendo los límites de su propia ficción inicial, cuando se ve atravesado por la tragedia de la muerte. En clave cuir, este registro vivo de sus amigos muertos, es una apuesta de manifiesto sobre una generación que intenta sobrevivir en una de las ciudades más conservadoras de Colombia.
¿Qué es una película trans? ¿Qué cara tiene un documental trans?
‘Anhell69’, el nuevo documental colombo argentino y rumano del director emergente Theo Montoya, explora esta pregunta desde su estética, su narrativa y la Medellín disidente en la cual se desarrolla. Sobre todo desde sus personajes que, abriendo sus vidas a la cámara, nos muestran lo que es ser cuir en una de las ciudades más conservadoras del país.
Sin embargo, quizá lo más trans de Anhell69 es el timonazo obligado que debe hacer en su historia debido al asomo de la muerte. Así, el documental detiene de un frenazo el salto que había dado para ser una película de ficción: la de una Medellín distópica sumida en la espectrofilia, o sea el sexo entre fantasmas y seres humanos, para volverse un documental y contar la historia de cómo esa ficción que pudo haber sido Anhell69, se vio detenida por la muerte de su amigo. Camilo Najar, medio traga de Theo y posible protagonista de la historia original de Anhell69, murió con apenas 23 años, por allá en 2017.
Desde ese momento, este largometraje se convierte en un documento vivo y contradictorio de la muerte de sus amigos. La de Camilo, la de Sergio, la de Sharllot, la de tantos otres que abrieron su relato y sus vidas para, sin planearlo, ser inmortalizados por esta producción que solo existe en el presente de sus personajes, nada más viene después. “En ese momento fui a más velorios que cumpleaños”, dice Theo en Anhell69. “Mis redes sociales empezaron a convertirse en un cementerio”, y su película-no película en un registro visual sobre la muerte de una generación que él llama ‘aniquilada’.
Una generación nacida y criada en Medellín, donde “no se puede ver el horizonte”. Una ciudad conservadora que al mismo tiempo, en la contratapa de lugares mal iluminados y húmedos, exuda mariconeo y ‘cuirismo’. “Medellín es la meca de la homosexualidad…somos la diferencia, la otra cosa” dice uno de los amigos de Theo. Y al mismo tiempo un territorio troquelado por la violencia, con un magnetismo del cual estos personajes no pueden escapar.
Sin referentes paternos, criades por mujeres, con la violencia extrema y la muerte como amiga cercana desde los primeros años, Theo retrata a los personajes de Anhell69, sus amigues más entrañables, sin separarlos de sus vidas verdaderas. Son representantes de una generación que se ha tenido que anclar al presente como el único código para navegar su realidad, porque el pasado quizá duele mucho, y el futuro se ve como una promesa rota que les arrebataron hace un par de generaciones. Son el relato de los famosos ‘ni ni’: ni estudio, ni trabajo. Pero este relato ni ni se entrecruza con lo identitario para sumar un tercer ‘ni’: el del odio que su ciudad le profesa a todo lo que es diferente.
Sin embargo, Medellín y todo lo que ocurre allí es la base fundacional de la obra de Theo. El plano de une de sus amigues con su frente contra la ventana, emulando una escena memorable de Rodrigo D, y la misma presencia de Victor Gaviria como creador ‘de un cine de los no creyentes, de los marginados’ en el documental experimental, muestra esa relación creativa y tirante entre el director y el territorio que habita junto a su manada.
El documental colombiano está superando la ficción
El nihilismo sin límites y la muerte compañera. Los excesos, vicios, el amor y el sexo. Retratos que han estado presentes en el cine colombiano desde la época de Rodrigo D. No Futuro y que ponen en escena a las generaciones jóvenes, marginales, que cargan en su historia la huella directa o lejana de la guerra y el narcotráfico en Colombia.
Todo esto lo trae devuelta Theo Montoya en Anhell69. Sin embargo, actualiza este retrato poniendo de manifiesto los discursos, el performance, las identidades diversas y el nihilismo ante el futuro en este país. Todos estos rasgos muy propios de quienes se construyen por fuera de la norma sexogenérica, que apelan a la presencia pública y a la transgresión estética, y que muchas veces viven, en represalia, distintas formas de violencia.
La película, como un guiño cuir y centennial a Rodrigo D., nos habla de las líneas que empiezan a cruzar les realizadores en Colombia, de los filtros y recursos narrativos que superan la ficción. En el caso de Anhell69, su guión inicial era la metáfora de una Medellín arrasada por la violencia, que no se dio el tiempo de hacer memoria y se volcó a vender una marca: la de la eterna primavera y ciudad pujante. Esto, mientras se la devoraban la gentrificación, el turismo salvaje y la desesperanza de una generación. Una marca donde los ‘sin horizonte’, los que se rebuscan la vida solo para pagar lo que cuesta el placer, no tienen cabida, ni nombre, ni rostro.
Sin embargo, tras la muerte de Camilo, Theo se decantó por otra metáfora: la de un ‘cine imposible’. Y este nuevo camino está construido con la difuminación de los límites entre el testimonio y fábula. Así como lo vimos recientemente en ‘Alis’, de Clare Weiskopf y Nicolás van Hemelryck, el documental colombiano está aprendiendo a no simplemente posar la mirada, sino a detonar las historias. En el caso de ‘Alis’, a través de un dispositivo narrativo nuevo: la creación de un personaje ficticio llamado ‘Alis’, que les permite a las niñas de un internado en Bogotá, quienes vivieron en las calles de esa ciudad, narrarse en tercera persona, contar sus experiencias como si fueran las de su compañera imaginaria.
La muerte de Camilo Najar, por otro lado, le revela a Theo Montoya que la historia que debe escribir es la de sus amigues ausentes, y la de aquellos que siguen conformando ese rincón recóndito de tejido, cuidado y afecto en el que él mismo se mueve. Y es que no es lo mismo narrar a dejar que aparezcan los relatos que cada quien ha construido de sí mismo.
Cierta crítica extranjera habla de esta película como la “meditación sobre una generación y una nación”. De hecho, Anhell 69 ha sido muy celebrada en festivales europeos, ganó tres premios en la Semana de la crítica del Festival de Venecia. Hay otras opiniones, como la de Pedro Adrián Zuluaga, que señalan que lejos de todo aquello, es una creación muy atractiva para quienes desde afuera pueden alabar las narrativas del desastre.
Pero quizá, como sus personajes, es una película que pretende narrarse sin pretensiones, para sí misma, y registrar esa vuelta cruel del destino de un joven que iba a ser el protagonista humano de una ficción y se convirtió en el fantasma de un documental.
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