Terminamos el año volviendo a la normalidad y sin embargo, siento que aún falta mucho para que lleguemos a sentirnos “normales”. No me convence llamar normalidad a la posibilidad de volver a centros comerciales, cines y bares, como si bastara con activar los hábitos de consumo para ser normales.
Claro, no se trata solo de hábitos de consumo, dirán ustedes. Y tienen razón. Se trata también de volver a vernos y abrazarnos, de compartir y contagiar carcajadas, lágrimas y bostezos. Se trata en gran parte de eso. Y sin embargo, todavía no se siente normal. Creo que se debe en parte a que seguimos utilizando tapabocas fuera de la casa y ya nos asfixia tener que respirar nuestro propio vaho bajo una tela.
No es normal vivir así. Nos sentimos un poco prisioneros al vivir con la boca tapada. Tanto, que cuando llegamos a la casa y nos quitamos el tapabocas, sentimos una pequeña liberación. Respiramos hondo, abrimos la boca hasta donde nos da el maxilar y volvemos a tocar la piel alrededor de la boca. Es como volver a estar completos. Una sensación similar a la de cualquier mujer que llega a la casa y se quita el brasier.
Todas las noches lo mandamos a volar y tras sentir que la circulación recupera su curso, recorremos las marcas que el cerco nos deja sobre la piel, y acariciamos nuestros senos liberados, agradeciendo su suavidad y tibieza. No evaluamos su forma, su tamaño o su caída. Son simplemente nuestros senos.
Parte de nuestro retorno a la normalidad ha sido regresar al uso diario del brasier.
Una prenda que generalmente no usamos si vamos a estar en la casa. Durante la cuarentena, estar sin brasier fue la nueva normalidad para muchas. Ahora lo que no se siente normal es volver a ponérselo todos los días.
To-dos los días. ¿Cómo llegamos a darle semejante lugar en nuestra vida?
Para muchas todo empezó con el acostumbrador. ¿Le decían así porque se encargaba de acostumbrarnos a andar con un cerco en el pecho? Puede ser. Empezar a usarlo era la alegría de empezar a ser mujer. También significaba que había una parte de tu cuerpo que debías esconder. Tu pecho nunca más volvería a estar en contacto directo con el medio ambiente, pero nadie te advirtió de esto, por ejemplo.
Simplemente te hiciste a la idea de que las cosas debían ser así. Que era vulgar enseñar esas protuberancias. Si alguien las veía y te lo hacía saber, tenías que sentir vergüenza. ¿De qué?, ni idea. Quedaba asumido: empezar a tener senos significaba empezar a sentir vergüenza.
Luego, pasar del acostumbrador al brasier, significaba evaluar el tamaño de tus senos, y con esto, qué tan atractiva (¿y feliz?) podías llegar a ser.
Si tus senos son grandes es motivo de alegría… Y vergüenza. Porque te van a mirar tanto que querrás ocultarlos. ¿Si son pequeños te deshaces del dilema? No. Te harán sentir vergüenza porque nadie querrá mirarlos a menos que se noten por alguna razón. Tetas de niña en cuerpo de mujer generan una excitante confusión.
Entonces pensarás que la gloria es tenerlas “normales” (como si las otras no lo fueran) pero te equivocas. Porque te dirán que lo normal no es normal y que debes usar rellenos y varillas para apretarte tanto que logres el volumen “Que te falta” para no sentir la vergüenza de ser normal, y pasar a la de lucir senos demasiado atractivos y desear que no te los miren tanto.
No te dicen nada de esto cuando empiezas a usar brasier. Pero aprendes esta información rápidamente. Sobre todo una certeza: que tus tetas nunca van a ser simplemente tus tetas. Siempre van a estar repletas de adjetivos calificativos que invadirán tu mente cada vez que compres un brasier, esperando que este sí sea el que te haga ver perfecta.
Todos esos adjetivos se te olvidaron durante el encierro de la cuarentena, el trabajo en casa, la pausa de la normalidad causada por la pandemia. Pero los recordaste nuevamente el primer día que abriste el cajón de los brasieres cuando la cuarentena terminó y empezó la ‘normalidad’ de la reactivación. Y quizá ahí, en ese momento, caíste en cuenta de que habías olvidado sus diseños.
¿Por qué volver a usar brasier todos los días luego de vivir casi doscientos días sin necesitarlos?
Gracias a él no las tengo tan caídas – te dirás haciendo énfasis en la posibilidad de encontrarles un defecto porque jamás las verás perfectas- y aunque sabes que igual terminarán cayéndose, te dirás que esos 70,000 pesos invertidos en cada brasier, que esos 500.000 que puede costar toda tu colección, han servido para algo, han sido algo más que un mandato que asumiste sin darte cuenta cómo ni cuándo; que has hecho una buena inversión.
Obviamente tienes que volver a ponértelos. Aunque ya no te parezca normal vivir así. Aunque te sientas un poco prisionera al vivir con tus tetas tapadas. Tanto, que cuando vuelvas a la casa y te lo quites te sentirás libre.
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