¿Cómo profundizar en las voces, sentires, relatos y recuerdos que nos han dejado estos días de estallido social? Como una manera de tender puentes, en MANIFIESTA abrimos este canal colectivo de comunicación que se va a alimentar con sus cartas: un documento vivo que vamos a construir entre todas.
Ilustraciones por Megumi Cardona.
Al trauma colectivo que llevamos viviendo hace un año por la pandemia le sumamos desde hace casi un mes el trauma colectivo de un país en Paro Nacional indefinido.
Ya van varias semanas llenas de una sobrecarga evidente de noticias, cifras y registros de violencia policial, contenidos de redes sociales y discusiones públicas presentes en todos nuestros espacios. Ya van varios días de una situación sociopolítica emocional generalizada que definitivamente está haciendo mella en nuestra memoria compartida de país.
¿Cómo recoger de una manera tangible todo este momento histórico que estamos viviendo? Es una pregunta que nos hemos hecho en los últimos días, convencidas de que es cuando la marea baja y podemos analizar en retrospectiva, cuando logramos apostarle a cambios a largo plazo.
Buscando una respuesta propia a esa pregunta, hoy abrimos un canal de comunicación vivo alimentado por cartas de quienes nos leen, para recoger las voces, sentires y recuerdos de las mujeres que están tomándose el espacio público, desde diferentes orillas, para exigir un cambio definitivo en nuestro país.
¿Por qué las cartas? Porque sentimos que capturan estos momentos históricos de una forma que se nos antoja democrática, íntima, y que profundiza otros aspectos que no necesariamente están incluidos en eso que llaman la ‘historia oficial’.
Desde hoy, y durante los próximos días, vamos a estar alimentando este documento vivo y digital como una forma de construir historia de manera colectiva. Creemos en el poder del tejido entre palabras, y creemos en su potencial para convertirse en una cápsula de tiempo que podemos revisar sobre una época que nos está marcando de por vida a tantxs.
¿Quieres participar de esta correspondencia viva durante el Paro Nacional? envíanos tu carta a manifiesta@gmail.com. Puedes expresar lo que desees y firmarla cómo quieras. Iniciamos con estas primeras tres cartas: una periodista y dos mujeres que defienden a quienes protestan en las calles.
A los jóvenes de la primera línea

«Sientes ese silencio compa, ese silencio que cubre el espacio, ese silencio que está nutrido de esperanza y de amor, ese silencio antes del amanecer. Yo lo siento antes de despedirme de mi madre, cuando la miro por última vez en este presente incierto que debemos construir a pesar del dolor de la muerte. Ella se hace la fuerte y me dice que me cuide, no me puede detener porque debó reunirme con ustedes, si compa con usted que es un soñador. No agache la cabeza, debemos mantenerla en alto, los que la deben agachar son los asesinos del pueblo, no nosotros, esos que se escudan detrás del: “Dios y Patria”.
Eso compa, levante la mirada, porque nosotros somos el grito de los que no tienen voz, de los inconformes que están consolidando un mejor país. Más bien encapúchese bien, déjeme ayudarlo, no muestre su rostro, porque usted es un símbolo de resistencia y de lucha. Eso, muy bien, cúbrase el rostro, así se protege de los vándalos, usted sabe de quien hablo, de los asesinos que se esconden detrás de un escritorio y le tienen miedo a la juventud que despertó. Ahora solo veo la llama de su mirada y usted inspira mucha ternura y amor.
Yo camino a su lado compa, así tenga miedo, pero es más grande el deseo de transformar el país que el de esconderme en casa. Ya basta de indiferencia me digo, no puedo fingir que no pasa nada y que todo está bien mientras masacran a la juventud, a jóvenes como usted y como yo, que se paran detrás de una tabla para proteger a los otros. Camine firme y seguro, porque juntos estamos escribiendo en el libro grande de la historia. En unos años hablaran de nosotros, de los héroes sin rostro, de los jóvenes de la primera línea.
No olvide sus gafas, póngaselas bien y no se las quité en ningún momento, porque nos estamos armando de sueños para no perder la vista. No quiero tener que llorar por otro compa que perdió sus ojos, como lo hice por Gareth. Estoy cansada de contar cifras, de tener que gritar que la policía y el ESMAD son los culpables de que 30 jóvenes perdieran la vista, porque no son números, son vidas, sueños y familias. Que perversa es la policía que ataca a los jóvenes que por fin abrieron sus ojos.
Sienta el poder colectivo de las arengas, la revolución es alegría porque es cambio. Recuerde que usted no ha sido el único que ha recorrido este camino, estos pasos los han dado muchos otros jóvenes, si nuestros compas caídos que nos continúan inspirando. Sabe perfectamente de quienes hablo, ellos no necesitan ser presentados, porque nunca los hemos olvidado. Pero debemos nombrarlos una y otra vez hasta que exista verdad, justicia y no repetición. Ellos son Nico Neira, Miguel Ángel Barbosa, Dilan Cruz, Jaider Fonseca, Lucas Villa, Sebastián Quintero y muchos más. Así que póngase el casco, porque ellos no lo tenían puesto y tal vez los hubiera protegido, del golpe fatal.
No se asuste por mí, soy consciente de que existe un riesgo latente cada vez que salgo a las calles. Solo porque soy mujer, nunca somos iguales, nunca estamos seguras. Quieren que seamos el sexo del miedo porque tratan de aplacar nuestro poder femenino por medio de la violación. Como lo hicieron con Alison Meléndez y con otras compañeras que han salido a las calles y se han convertido en botines de guerra. Yo también siento rabia contra esta sociedad que n educa a las mujeres para que alcen la voz, sino que las castiga abriéndole las piernas y justificando las acciones irracionales de los machos, que buscan controlarnos a través de la degradación de nuestros cuerpos.
Vamos, caminemos un poco más rápido ¿Los alcanza a ver? Allá están, que fuertes se ven protegiendo al pueblo de la brutalidad policial. Reunámonos con ellos, los compas, que nos están esperando para construir un mejor país. Abrácelos fuerte porque ellos son la familia que usted eligió, son los hermanos que darían la vida por usted. Ahora tiene una familia expandida que está en las calles, toda una red de soñadores que están creando la utopía de un mejor país.
Únase a ellos con orgullo y con amor. Si con amor, porque todo lo que está impulsado por esta fuerza está nutrido de dignidad y de justicia. Es lo que lo diferencia de aquellos que juraron protegernos y nos están asesinando en las calles. Que orgullo siento al verlo en esta primera línea en contra de la incertidumbre, de la indiferencia y del dolor. Sonría detrás de la capucha porque juntos somos más fuertes y porque venceremos y será hermoso».
Atentamente: Simona.
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«Nuestro cuerpo está pasmado pero nuestra cabeza está peor«

«5:30 de la mañana: despierto, he dormido 4 o 5 horas, pero sigo cansada. Debo levantarme ya; me baño, desayuno, salgo de casa.
7:00 de la mañana: llegó a la oficina, me saludó con mis compañeras, amigas que han sido sostén y a quienes he sostenido también en otros momentos. Coordinamos nuestro esquema de derechos humanos para la marcha de hoy.
8:00 de la mañana: llegamos al punto, estamos emocionalmente destruidas, pero volvemos a las calles, vemos tanta alegría, tanta dignidad, tanta fuerza y resistencia, las personas nos contagian, retomamos fuerzas, detrás de nuestro chaleco, bailamos, reímos y disfrutamos de la rebeldía popular. Cuidamos a la gente y creemos que el cuidado se debe colectivizar, esa es nuestra apuesta para transformar la sociedad.
2:00 de la tarde: no hemos almorzado, estamos cansadas y quemadas, debemos continuar defendiendo los derechos humanos de todas las personas que salen a ejercer su derecho a la protesta social, estamos al final de la marcha viendo cómo los policías se burlan de los dolores ajenos, de las pérdidas ajenas… Debemos continuar, como dice el Subcomandante Marcos: “Hay que seguir caminando, escuchando…”
6:00 de la noche: nuestro espacio de alegría empieza a ser hostil, y no, no son los manifestantes, es la Fuerza Pública y la amenaza constante a nuestra integridad, como manifestantes, como defensoras de DDHH, como mujeres…
8:00 de la noche: avanza la represión, la violación a los derechos humanos, el uso indiscriminado de la fuerza contra hombres, mujeres, niñas y niños. Hay que trasladar heridos, hay que evitar retenciones de chicos y chicas, hay que salir corriendo de un lado al otro, buscar rutas de evacuación, acompañar a la gente…
10:30 de la noche: levantamos esquema de derechos humanos, nuestro cuerpo está pasmado pero nuestra cabeza está peor, hemos visto lo que los medios de comunicación no nos muestran, lo que en redes nos censuran, lo que a veces los corazones no resisten sin derrumbarse.
11:20 de la noche: Hemos llegado cada una a nuestras casas, avisamos que estamos en un lugar seguro y comienza la carrera para sistematizar todo lo que observamos, toda la información que sigue llegando: 20 detenidos, 3 personas con heridas oculares, 10 desaparecidos, 2 casos de violencias basadas en género, un asesinato… No podemos dormir hasta que no sepamos que las personas llegaron a su casa. Ponemos una serie, una película para distraernos… Lloramos.
1:00 de la madrugada: nuestra cabeza sigue dando vueltas, nos llenamos de fuerzas, recordamos una consigna que vimos en alguna pared… QUE VENGA LO QUE NUNCA HA SIDO, QUE ARDA LO QUE FUE… Recordamos la dignidad y la solidaridad de un pueblo que no aguanta una injusticia más. Nos llenamos de ganas de seguir en las calles, cuidando y defendiendo a las personas…Con suerte conciliamos el sueño. Mañana será otro día, otra oportunidad para derrumbar el viejo mundo y construir un mundo nuevo…»
Atentamente, Una defensora de derechos humanos.
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«Me veo con temor a usar mi carné de prensa«…

«Caminar entre esquirlas de vidrios, cenizas de llantas y restos de piedras esparcidas por las calles que, noches antes, fueron campos de guerra. Unos pasos después ver colores en las paredes, bailes, cantos, banderas de Colombia y partidos de Voleibol. Escuchar un “aquí ya se trata del que caiga primero” para que luego retumbe con fuerza el himno nacional.
Me veo caminando confiada con el celular en la mano en el área que rodea la primera línea. Sin temor a que la Cali insegura que tengo en la cabeza llegue a esa zona. Me siento recibida, abrazada, con un montón de gente que no conozco, pero que parece que me protege. Luego entra la zozobra, el miedo de un gas lacrimógeno por el aire o una bala que perturbe la música.
Estar en esos puntos de resistencia y escuchar a la gente, su indignación y a la vez su felicidad de ver que cada día pueden ir por más, es sobresaltarse un poco. Es emocionarse de ver cómo ancianos llegan ahí, de cómo un hombre se acerca a la misión médica con una pequeña bolsa de curas y gasas, de cómo llegan a cocinar, de cómo los vecinos salen a pedirle al Esmad que se vaya.
Da esa sensación de unión que muchos no ven, de un tejido social que vuelve a unirse, de que somos todos luchando por los derechos y por un país mejor. Aún cuando yo sólo veo de lejos.
Y a medida que me alejo de ese punto de resistencia es como salir a un mundo distinto.
Un mundo de redes sociales incendiarias, con videos de balaceras, con pantallazos de chats de quienes quieren armarse, con gente mamada del paro y gente que no se cansa de resistir. Con lugares quemados que la comunidad se apropió y convirtió en bibliotecas o espacios de arte. Esa violencia que se transforma, que pasa de destruir un lugar para
construir otro.
Caigo en cuenta de esa realidad de los que no pueden trabajar porque hay bloqueos. Hablo de esa persona que se gana la vida limpiando casas, vendiendo cosas, trabajando en un almacén. A ese que no le alcanza para pagar un taxi de ida y vuelta de su trabajo porque estaría en déficit, al que si no trabaja un día no tiene como llenar la nevera, al que apoya el
paro y a la vez se ve perjudicado por él.
Siento que Cali es una ciudad de nadie y de todos. Siento que estamos en un contexto donde la palabra ‘guerra’ se ha vuelto referencia. Yo la evadí desde el primer día. Veo a colegas con cascos, chalecos antibalas y respiradores especiales para soportar los gases y siento que es ajeno. Siento que no estoy aquí, pero sí estoy.
Me veo con temor a usar mi carné de prensa sin saber si me van a señalar por ser un medio nacional o porque quizá, en algún momento, dijimos algo que no caló o no gustó. Me da miedo lo que pueda escribir porque sé que una palabra que no guste puede significar insultos para mí o puede ahondar la polarización en la que estamos.
A veces solo me queda llorar, por todo, por absolutamente todo. Por ver de día la Cali pintoresca en algunos puntos y de noche una incertidumbre tenaz que no sabemos en cuántos heridos o muertos va a terminar. Y sin quererlo, me voy convenciendo de la guerra que estamos viviendo, de cómo en las calles se han alzado casi que bunkers, como una señal que grita: “aquí los esperamos, aquí estamos”.
Cali es una ciudad extraña. Dividida. Decir que está sitiada o llena de vándalos es lanzar mentiras. Afirmar que es sólo se trata de manifestantes pacíficos reprimidos por la Policía también es falso. No sé quiénes ni cuántos se han aprovechado de esta situación para dañar bienes, para robar, para cobrar peajes, tampoco sé quiénes ni cuántos están dispuestos a armarse para levantar bloqueos y ahondar una diferencia social y lo que podría convertirse en una pequeña guerra civil.
Esta ciudad abruma, duele y preocupa. ¿Cómo vamos a recomponernos de todo esto?, ¿Cómo vamos a dejar atrás la violencia?, ¿Cómo vamos a sanar el dolor que tenemos todos?, ¿Cómo vamos a vivir con la institucionalidad?,¿Qué vamos a hacer cuando esto termine?
Aquí en Cali ya se trata de una segunda nueva normalidad, la que desbancó a la pandemia. Sólo espero que esa nueva normalidad sea de empatía y de amor. Pero lo dudo. No quiero ver a los de primera línea exiliados ni amenazados, tampoco a los que se oponen a ciertas acciones del paro.
Nos veo asustados, escuchando pólvora y pensando que son tiros. Viendo camionetas Toyota y pensando que van a disparar. Creyendo que de la Policía no se salva ni un uniformado. Asociando barrios completos con personas armadas. Usando la palabra vandalismo a todo dar. Acostumbrándonos a que algunos con capucha se pongan al frente
nuestro y casi que ofrezcan su vida.
Nos veo con dolor, con daño, con tristeza. Sin empatía, sin esa palabra que hemos manoseado tanto y que ya no sabemos ni cómo usarla.
Y para ser sincera, no sé ni qué decir ni qué pensar para sanar todo esto. No lo sé. Últimamente sólo vivo de la incertidumbre del siguiente día o de las siguientes horas».
Atentamente: una periodista.
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