Chao Kaputt, y las críticas ‘panditas’ de siempre

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La semana pasada ‘A Fondo’, el podcast de María Jimena Duzán, publicó una entrevista con Julián Martínez y Felipe Rodríguez, gerente financiero y director creativo de Kaputt, uno de los clubes más grandes y con mayor asistencia de Bogotá, ubicado en la Calle 72 con Caracas. 

El podcast generó polémica en círculos de la escena electrónica. Una polémica que concibo como desgastada, un sonsonete que no evolucionó. Porque aunque ambos empresarios fueron a contar una historia que debería, al menos, generarnos un par de preguntas centrales a quienes nos interesa la escena electrónica sobre lo difícil que es tener clubes en la ciudad, y la relación de estos con el desarrollo urbano, el podcast levantó polvo por lo mismo de siempre: esa perdida competencia entre sitios y parches para ver quién es más contracultural y diverso. ¿Por qué no hemos podido salir del mismo análisis trasnochado de una escena que debería ampliar las preguntas que se hace? 

Kaputt, cuyo nombre real es The Ghetto Project, se lanzó en 2018 de la mano de un grupo de accionistas, artistas de la escena electrónica y empresarios de la noche, quienes decidieron apropiarse la idea de los ‘guetos’ musicales. Es decir, equiparar un término con una carga histórica y social muy específica y dolorosa, con la unión de públicos con diferentes gustos musicales en un lugar colosal, cada uno con un espacio y una programación para cada gusto, desde sonidos tropicales hasta techno. 

Una idea parecida a lo que ya hace Theatron, pero con menos espacios y con una marca que intenta ofrecer una noción más ‘contracultural’, eso dicen los entrevistados. O al menos venderle la idea de una fiesta más alternativa a un público bogotano con alto poder adquisitivo, que quizá busca una rumba diferente a la de los sitios típicos de la 85.

En la entrevista mencionan que el club recibió en 2022 a 30.000 personas al mes, más que lo que recibió el Campín ese año. A pesar del éxito y la masiva asistencia, esta especie de Disneyland de la fiesta alternativa ‘gomela’ bogotana va a cerrar en noviembre. ¿Por qué?

De eso trata el capítulo: la historia de cómo Kaputt nació con una fecha de caducidad, que es este año, por cuenta del Distrito y el trazado de la primera línea del metro. A pesar de que, cuentan, se aseguraron de que el lugar que arrendaron no iba a ser demolido para esta obra, finalmente el antiguo teatro ‘María Luisa’ sí va a desaparecer para este fin. 

Los invitados alegan muchos malentendidos y malos manejos por parte del Distrito. Por ejemplo cuentan que consultaron en el sistema de información del metro de Bogotá si este pasaría por el terreno que arrendaron, y la respuesta fue no, cuando el metro sí iba a pasar por ahí. Cuando se enteraron, Kaputt ya había pagado una licencia de construcción y estaban en obra, en 2017. “El sistema de información del metro de Bogotá nos había malinformado”, dicen. Sin embargo decidieron abrir el sitio en 2018 y sacarle el mayor provecho, aún ignorantes de la pandemia. Los entrevistados denuncian que el Distrito nunca asumió este error.

La historia que contaron Felipe y Julián también fue complementada con afirmaciones muy alejadas de la realidad. Por ejemplo, que Kaputt es uno de los cinco mejores clubes del mundo (¿Según quién?) o que el club, con una programación que no sale de los mismos nombres y no da espacio para sonidos o propuestas nuevas, ha sido un lugar para la diversidad sonora y la contracultura. También que ha sido un espacio para hablar de feminismo. Datos que como mínimo deberían pasar de la percepción de un grupo de empresarios a corroborarse, ¿no? Pero esa es una historia secundaria.

Si de algo se trata este capítulo, es sobre cómo esta ciudad, que tiene una de las escenas nocturnas más bullantes y diversas del mundo (dicho por muchas personas de la escena electrónica, y comprobado personalmente), es al mismo tiempo una ciudad que siempre le pone todo en contra a aquellos que quieren montar ‘venues’ y clubes, lugares que sirvan para seguir desarrollando los diferentes circuitos musicales nocturnos de la ciudad.

La historia que vivió Kaputt es fascinante, desde el punto de vista periodístico: cómo unos empresarios élite de la noche bogotana toman la decisión de arrendar un predio, meterle miles de millones de pesos a pesar de saber que va a ser demolido en unos años. Y que ni el dueño, ni el Distrito les reconozcan nada.  

No es la primera vez que pasa en Bogotá que el desarrollo urbanístico se antepone ante la vida nocturna de la ciudad. En 2021 Armando Records, uno de los fortines de la fiesta electrónica bogotana, también cerró sus puertas, luego de 13 años de institución del baile, para darle paso a Proscenio, un proyecto de renovación urbana del Distrito que se está construyendo en esa cuadra de la 85. Un año antes, en 2020, cerró Baum, un club ubicado en la calle 33 con carrera Sexta, que tras siete años de funcionamiento habría cerrado, en parte, por proyectos inmobiliarios que se empezaron a construir en la zona. 

¿Si empresarios de la noche que se llevan dedicando varios años a este negocio, y que pertenecen a una élite de la industria de la noche (con poder adquisitivo, contactos, capital económico y social) no logran mantener clubes y venues en el tiempo, qué pueden esperar otros emprendedores que no cuentan con las mismas ventajas o experiencia?

Sin embargo, sí genera mucha desazón que la única crítica que se le ocurrió hacer a algunas voces visibles del circuito electrónico fue sobre esto último, en vez de hacerse preguntas sobre todo lo demás. Prefirieron hacer escándalo por la comparación que hizo María Jimena Duzán entre este caso y la película de Sergio Cabrera, ‘La estrategia del Caracol’. No digo que no sean críticas válidas, pero sí es decepcionante ver que el criterio de esta escena no da para más que para eso: ver quién tiene el carné para decir que lo suyo es contracultural o underground, y cancelar a todo aquel que lo diga sin tener el ‘derecho’. 

¿Por qué en vez de hacernos preguntas sobre la relación entre el desarrollo vial o urbano de la ciudad y la existencia prolongada de clubes y venues que alojen escenas musicales, o cuestionar la cantidad de trámites y burocracia que requiere un sitio para operar, o pensar la relación de los proyectos inmobiliarios, la gentrificación y las escenas culturales bogotanas, solo nos quedamos en criticar a dos empresarios de la noche porque les pareció pintarse como más contraculturales de lo que realmente son? 

¿En qué momento vamos a dejar atrás las mismas críticas infértiles que estamos haciendo desde hace 10 años, para ampliar la visión y organizarnos en torno a cuestiones que le apunten a otros horizontes para la escena electrónica? Yo, personalmente, me sigo soñando el día en que las opiniones sobre esta se despinten de la dinámica del más, fundada en egos: el que más rápido toca, el que es más contracultural, el que es más underground. 

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