Como una apuesta política para romper con el tabú y el estigma alrededor de nuestro ciclo menstrual, en América Latina varias artistas siguen desplegando reflexiones a través de sus obras que buscan reivindicar el cuerpo, los procesos naturales y las violencias que vivimos mujeres y personas con útero.
Entre todo lo que ha hecho el patriarcado para oprimirnos a las mujeres, también logró indisponer, aunque muchas nos opongamos a ello, la relación que tenemos con nuestros cuerpos y los ciclos naturales que los rigen. La menstruación es la mayor prueba de esto: desde pequeñas nos enseñan a borrarla, a hacer como si no existiera a pesar de ser un proceso cíclico que vivimos todos los meses.
Entonces desde pequeñas nos obligan a hablar de ella con nombres que intentan desviar la atención de un ciclo fundamental para los procesos de nuestros cuerpos. También se nos pide desde muy temprano que ocultemos nuestras toallas higiénicas, tampones y copas menstruales. “Mancharse” (como si la sangre menstrual fuera suciedad) sigue siendo un motivo de vergüenza y tenemos que aguantar y disimular cuando el cólico nos carcome por dentro y las emociones se nos ponen a flor de piel cada vez que menstruamos.
La publicidad ha tenido una gran responsabilidad en esto. En el año 2004, el Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad Veracruzana en su ‘Análisis de la publicidad de productos relacionados con la menstruación en revistas dirigidas a adolescentes’, realizada en México, determinó que los mensajes de los anuncios analizados cabían en seis categorías que mostraban a la menstruación como: un evento acompañado de síntomas inevitables, uno de síntomas probables, fastidioso, algo que requiere de higiene especial, como un evento vergonzoso y como algo limitante.
Después de analizar 283 anuncios y mensajes, las autoras concluyeron que en ningún se le llamó a la menstruación por su nombre: solo se utilizaron eufemismos como “esos días” o “tus días” y tampoco se utilizó sangre ni el color rojo en las imágenes, lo que para ellas es una clara muestra del estigma que sigue perpetuándose a través de la publicidad de productos relacionados a la menstruación.
Esa misma publicidad es la que nos bombardea para que nos mantengamos “limpias”, olamos a flores y seamos tan asépticas como los fluidos azules que muestra en sus comerciales. Hasta hace poco años la publicidad ha intentado revertir esta narrativa mentirosa, no sin recibir resistencia, como cuando en 2019 más de 600 telespectadores en Australia protestaron por una publicidad que les pareció ‘inapropiada’ e incluso ‘asquerosa’. El anuncio estaba intentando mostrar algo que no se aleja tanto de la realidad: nuestra sangre huele a hierro y nos mancha los calzones de rojo cereza, tonos vinotinto y tierra.
Aún hoy, en pleno siglo XXI, cuando los feminismos siguen adquiriendo una fuerza visceral políticamente poderosa e influyente, se nos sigue tratando de asquerosas si hablamos de eso y, sobre todo, si lo visibilizamos.
En el arte no ha sido diferente. A partir de la década de 1970, en medio de la segunda ola del feminismo en Estados Unidos, surgieron nuevas corrientes artísticas como el arte conceptual y el performance, que incentivaron a las mujeres a usar su sangre menstrual como medio y como tema central en sus obras. Esto generó —y sigue generando— resistencia en espectadores. Así nos lo explicó Juanita Solano Roa, maestra y doctora del Institute of Fine Arts en NYU y profesora del Departamento de Historia del Arte en la Universidad de los Andes: “La manera en la que se ha narrado el arte se sitúa en el mundo anglosajón, sobre todo en Estados Unidos (…), estoy segura que esto ya pasaba en otras partes del mundo en la época”, agrega.
Juanita menciona que, por ejemplo, Judy Chicago, con su serie fotolitográfica Red Flag de 1971, en la que muestra un tampón siendo extraído de una vagina, fue una las primeras mujeres que usó explícitamente la iconografía de la menstruación. También menciona obras como Menstruation-Wait (1971) de la artista Leslie Labowitz, Blood Work Diary (1972) de Carolee Schneemann y Menstruation Bathroom (1972) también de Judy Chicago.
Y aunque la experta es muy enfática cuando dice que hablar del origen de estas propuestas artísticas en América Latina es problemático porque la historia que nos han contado se centra sobre todo en Estados Unidos, menciona el trabajo de algunas artistas. Cecilia Vicuña de Chile es una de ellas, explica, quien se apropió del lenguaje de los quipus —instrumentos de almacenamiento de información que utilizaban las civilizaciones andinas—, y creó telares gigantes rojos que evocan a la menstruación de una forma poética y alegórica. “También está una artista colombiana de la que se ha escrito poco: María Evelia Marmolejo. Su obra más conocida fue una que hizo en la galería San Diego, donde el título es la fecha en la que le llegó la regla: ‘11 de marzo’. Ella pone papel en el piso de la galería y se pega en el cuerpo toallas higiénicas y deja que su sangre caiga mientras camina, baila y se toca para que la sangre quede marcada sobre el espacio”.
Juanita también habla de Priscilla Monge de Costa Rica, que es más contemporánea. La artista hizo un pantalón con toallas higiénicas y luego salió a caminar en la calle con él. “Ella se marca la entrepierna con una mancha de regla. (…) Hace poco una curadora y crítica de arte mexicana, Carla Stellweg hizo una exposición sobre la sangre, en la que expuso esta fotografía junto a fotografías de violencia y la gente se escandalizó más con la sangre menstrual que con la de la violencia. Eso nos habla mucho del tabú que sigue existiendo alrededor ”.
Hoy, en el arte, se sigue desplegando una reflexión poderosa alrededor de los ciclos menstruales, la sangre que emana de nuestros cuerpos y la reivindicación de nuestros procesos corporales como una forma de resistir al patriarcado. Para conocer un poco sobre una forma de expresión artística radicalmente política que se ha mantenido en las últimas décadas, hablamos con cinco artistas latinoamericanas sobre sus procesos creativos y sus planteamientos frente al feminismo y esta forma de arte.
Gisselle Dessavre, México
“Estudié teatro. Hace un año o dos empecé a tratar varios temas de feminismo como el aborto y la menstruación a través del collage y del video. También me gustan los temas de salud mental y sobre cómo reconectar con nosotras mismas, nuestro cuerpo y emociones.
Hice un proyecto que se llama “Video carta a mi mamá sobre mis calzones que se llenan de sangre” que surgió por una idea de una chica llamada Maki Gornemann, quien hizo una película colectiva en torno al ciclo menstrual. El resultado es una mezcla de videoarte y stopmotion. Fue una dinámica totalmente libre.
«Si bien sí me duele a veces, creo que ser mujer no es sinónimo de dolor y menstruar no es sinónimo de ser mujer».
Por esos días, yo había tenido un sueño en el que varias mujeres estaban conectadas a través de gotas de sangre. Fue una imagen que me hizo entender que si no hubiera sido por la menstruación yo no estaría aquí. La menstruación me conecta con mis ancestras. Por eso el video va dirigido a mi mama, mi contacto más directo a la menstruación. Fue la figura femenina que me explicó en qué consistía esto. La videocarta retoma estas cosas que me dijo: “te va a doler” o “es asquerosa”. Lo hice, no por culparla o decirle que lo que me había dicho estaba mal, sino por entablar un diálogo con ella.
Si bien sí me duele a veces, creo que ser mujer no es sinónimo de dolor y menstruar no es sinónimo de ser mujer. Nos dijeron que ser mujer dolía. Y sí, duele que el esposo te engañe, que se te imponga estar en la casa, que te digan que no eres suficientemente femenina. Duelen cosas que hay que sanar individual y colectivamente. Si te manchaste se burlaron de ti o te dijeron asquerosa. A nuestras ancestras les dijeron sucias, las obligaron a ocultar sus ciclos, las marcaron de impuras. Existe mucho dolor en torno a la feminidad y parte del trabajo es sanar ese dolor.
Y si no fuera por el feminismo, seguiría ocultando y sintiéndome avergonzada por mi ciclo. Gracias a este proceso he ido reconfigurando mi relación con este. A la niña de 11 años que fui le diría: “no tienes que ponerte toalla, puedes sangrar así no más”. Tal vez, ella diría “guácala”. Lo lindo es que ahora, gracias al feminismo ese “guácala” ya no existe en mi cabeza. La labor para las que vienen es explicarles que no tiene porque existir ese “guácala” en su mente”.
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Silvia Ramos, Colombia
“Estudié artes plásticas. Mi paso por la academia fue extraño: entré muy joven y en los colegios en los que estuve, el arte no era importante. Llegué de una manera muy intuitiva: solo sabiendo que me gustaba leer poesía y que quería hacer algo con las manos.
Algo que me marcó mucho fue ver que el arte era tan masculino. No me mostraron casi artistas mujeres. Las artes mal dichas “femeninas” son el performance y las artes vivas. Las detesté porque me confrontaron con mi cuerpo, haciéndome sentir vergüenza y culpa. Como siempre he sido muy escatológica, empecé a hacer unos bordados con sangre porque antes me sangraba mucho la nariz. Y como tengo este pensamiento romántico y poético, yo me imaginaba que la sangre eran mapas y croquis y empecé a hacer bordados que resaltaran esas formas.
Un profesor me dijo: ‘ah, estás en la etapa de la sangre, a todos nos pasa. Todos nos acercamos a estas acciones radicales con el cuerpo. Ya se te va a pasar’. Empecé a sentir mucha vergüenza y a acomodarme a estas fórmulas limpias y conceptuales de lo que hacían mis compañeros hombres y me resigné a pensar: ‘no hago buen arte’.
Pero a medida que fue pasando el tiempo, me di cuenta que el cuerpo es un territorio que nos han expropiado a las mujeres. Es común sentir que el cuerpo que habitamos no es el nuestro. Nos domestican: debemos ser limpias, oler rico, no tener pelos y ninguna imperfección.
‘9 meses de tejido y tiempo muerto’ es una bandera de conquista sobre el cuerpo. Luego de hacer un cambio a la copa menstrual y de pasar por muchos duelos y depresión —había roto con mi pareja, mi abuela y mi perro se murieron y mi mamá tenía cáncer— sentí la necesidad de conectarme conmigo misma. Sentía que estaba fuera de mi territorio.
Yo quería celebrar parir ese tejido y dignificarlo. Y sentirme orgullosa de ese bebé que no es funcional para la sociedad capitalista, pero sí para mi propio autoconocimiento.
Empecé a leer sobre la autogestión de la menstruación y dejé de tomar anticonceptivos porque sentía que me estaban robando algo mío. Eso me llevó a observar mi sangre y empecé a pensar: ‘¿por qué no voy a usar mi sangre menstrual en mi obra? ¿por qué me da asco, si es una parte de mi cuerpo y si no me hago daño usándola?’ es natural y en últimas, es tejido. No son desechos: son nutrientes, vitaminas. La empecé a recolectar mes a mes y esto me hizo repensar en el tiempo de la producción del arte y las imágenes. Esperé nueve meses para gestar una imagen.
Lo hice nueve meses porque eso es lo que necesito para estar embarazada y eso se celebra un montón, pero la menstruación en cambio se esconde. Yo quería celebrar parir ese tejido y dignificarlo. Y sentirme orgullosa de ese bebé que no es funcional para la sociedad capitalista, pero sí para mi propio autoconocimiento.
No quería domesticarlo. No quería estilizar mi obra para que se viera bien y fuera agradable para los hombres. No quería que fuera deseable. Quería que fluyera y que manchara como tuviera que manchar. Empecé a bordar encima de ella, a ‘ensuciarme’ con ella, a sentir su olor. Y mi relación con mi cuerpo cambió muchísimo: ahora me escucho más”.
Para conocer más sobre el trabajo de Silvia, haz clic aquí.
Melissa Alfaro, Costa Rica
“Soy actriz. Me dedico a la docencia con un enfoque social. Trabajo con población privada de la libertad y también en gestión y producción cultural. Hago parte de una colectiva feminista que se llama Caminando, en donde trabajamos temas de derechos sexuales y reproductivos, menstruación y aborto. También hacemos arte, performance, fotografía, exposiciones y radio comunitaria.
Mi primer acercamiento con el feminismo fue por medio de la menstruación. Cuando tenía 19 años, una amiga me invitó a una reunión con el Colectivo Hermanas de Sangre para hacer toallas higiénicas de tela. Fui y empecé a usarlas. Fue muy inconsciente que lo que estaba haciendo era una ruptura social. Fue más como por no gastar plata, pero cuando empecé a lavarlas, me di cuenta que no era tan feo como decían.
Usé anticonceptivos por 6 años. Mi sangre menstrual había cambiado mucho por tanto químico. Era rarísimo: habían veces que me llegaba solo un día. Esa sangre ya no me gustaba. Era oscura, de poca cantidad. Ahí fue que de manera intuitiva empecé a agarrar la sangre con mis dedos y ponerla sobre papel. Estaba enojada con lo que estaba pasando: la sangre olía a químico. Era como si no fuera mía.
Dejé de inyectarme y dejé de menstruar siete meses. Había escuchado que eso podía pasar. Fue fuerte. Me dio miedo y enojo. Luego fui aceptando que el cuerpo estaba limpiándose y renovándose. Esa pausa tenía que ver con eso. Poco a poco volví a menstruar y ahí ya era más consciente de hacer un registro de mi sangre.
El olor y el color eran diferentes. La textura también. Empecé a encontrarme en mi sangre, a enamorarme de ella. Me volví a conectar conmigo, con mi ciclo, mi cuerpo y mis procesos. No volví a usar anticonceptivos y empecé a hacer un registro más consciente, sobre por ejemplo, cómo mis emociones modificaban mi ciclo.
«Si bien este proyecto pudo haber nacido de un proceso personal, está inmerso en algo colectivo: un descontento patriarcal que te dice cómo tienes que vivir en un cuerpo feminizado y cómo tenemos que vivir las mujeres nuestros ciclos».
Era un ritual de conexión conmigo misma. Tres años después —en 2016 o 2017— les comencé a enseñar a mis amigas mis dibujos. En 2017 me invitaron a una exposición de una Colectiva llamada Voces Fieras y ahí empecé a socializar mis reflexiones.
Y si bien este proyecto pudo haber nacido de un proceso personal, está inmerso en algo colectivo: un descontento patriarcal que te dice cómo tienes que vivir en un cuerpo feminizado y cómo tenemos que vivir las mujeres nuestros ciclos. Y es fuerte porque esto nos aleja de la posibilidad de conocernos, compartir saberes y generar ecos en otras personas”.
Pamela Labiano, Argentina
“Soy estudiante del Profesorado de Artes Visuales con especialidad en escultura, en la Escuela de Arte Alcides Biagetti de Carmen de Patagones. Soy melliza, madre, tengo mi huerta y los libros que me atrapan. Investigo. La mayoría de los procesos que me interpelan involucran el arte. Veo y siento el arte de cerca. En mi proyecto artístico (@lap.artelibertario en Instagram) hago algunas piezas de esculturas. El arte menstrual es un ítem de todo mi proceso como artista. A medida que conozco técnicas, materiales también evolucionó como artista.
El feminismo me preparó para dar esta batalla o iniciar esta revolución. Me encontré con educadoras menstruales y una comunidad de productoras agroecológicas de productos menstruales y de cada persona fui aprendiendo algo. Desde ahí fui construyendo lo que hago: esto se basa en una integralidad de entender que nuestro ciclo no es solamente los días de sangrado. Todo influye en esto: lo que consumimos, las plantas medicinales que podemos utilizar en cada momento de esos 28 días, las etapas que generan más o menos inflamación. No es que lo sepa todo, pero a medida que voy aprendiendo, voy aplicando ese ejercicio a mi vida y de ahí también han resultado obras de arte.
También realizo arte menstrual sin la sangre natural. Trato de darle un contexto a las obras sin tener que usar siempre sangre menstrual —aunque también lo hago— sino presentándola. Por ejemplo, hago unas vulvas de origamis y les pongo gotas de sangre que simulo con pintura. Acercarme a mi sangre me dio la posibilidad de saber qué colores reales tiene.
Al principio del principio, un cambio de hábitos de consumo fue lo que me condujo a explorar este tema. Conocí la copa gracias a una educadora menstrual, Amanda, una española que hoy es una gran compañera. La primera vez que la usé cambió mi vida por completo y quise pintar. Esa primera obra me emocionó y estremeció todas las fibras de mi cuerpo. Se la regalé a ella quien me impulsó (y aún lo hace) a crear arte y la primera que vio el terminado dijo: ‘Eres una artista menstrual’ con su tono andaluz. Desde ahí no paré de relacionarme consciente y amorosamente con mi ciclo y transformarlo en arte.
Me gusta decir que no pinto con sangre no porque no tenga óleos o acrílicos, sino por una decisión ideológica, política, porque el objetivo es visibilizar nuestro ciclo sin horrorizarse, poder vivirlo conscientemente, sentirlo y conectarnos con el propio cuerpo, escucharlo. Para mí supone un nuevo entendimiento sobre el cuerpo y el ambiente.
El activismo menstrual se basa en hacer visible que la menstruación no es tabú, que recibir el sangrado regularmente es salud, es tener un cuerpo sano. También porque los cuerpos menstruantes merecemos vivir nuestra ciclicidad con placer, sin estigmas encima de nuestra menstruación”.
Haz clic acá para conocer más sobre el trabajo de Pamela.
Ana María Alarcón, Colombia
“Como artista me interesa sobre todo el tema del cuerpo como un espacio que se habita y como una herramienta. Lo estudió a través del dibujo, la pintura, el textil, los dibujos digitales y la pintura expandida.
Lo que me llevó a crear ‘Corriente en rojo’ fue pensar en mi proceso menstrual desde que era niña: cuando tenía 10 u 11 años. Empecé a mirar cómo me sentía yo, cómo me afectaba hormonalmente, cómo afectaba mi relación con otras personas y también sobre los comentarios que recibía acerca de la menstruación. Por ejemplo, me sentaba y manchaba algo y alguien me decía: “no, qué asco, cómo vas a hacer eso”.
Hace como dos años, cuando empecé a usar la copa menstrual, surgió la idea. Cuando la vaciaba en el agua empecé a encontrar muchos elementos plásticos, abstractos y pictóricos como las tonalidades y el movimiento. Me pareció super estético y se adecuaba mucho al carácter simbólico que yo quería darle a la obra. Quería mostrar cómo las mujeres estamos oprimidas a traves del cuerpo, de la violencia sexual y de muchas cosas que se reflejan en nuestros procesos corporales.
Cuando comencé a hacer este proyecto estaba en una clase en la universidad. Apenas le mostré los registros fotográficos al profesor no se lo tomó en serio. Le puso apodos y me mandaba canciones de Arjona sobre la menstruación. Para mi eso fue desconcertante. Eran apodos del tipo ‘Andrés, el que te llega cada mes’. Me molestó, pero no sé cómo sentirme respecto a esta persona porque me acompañó y asesoró en todo el proceso.
Sé que ni la sociedad, y mucho menos los hombres, están abiertos al tema. Sé que un artista no puede complacer a todo el mundo: hay que hacer lo que a uno le nace y estar dispuesto a enfrentarse al tabú. Lo bueno es que hay gente que se siente motivada a liberarse de esas taras y eso me motiva muchísimo”.
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