Con excusa de su renuncia a la Colombia Humana conversamos con Ángela María Robledo sobre feminismos, patriarcado y política. ¿Cómo hacer de las luchas de las mujeres un proyecto que transforme la manera de hacer política en un país tradicionalmente patriarcal?
“Apreciado Gustavo: el día 16 de marzo de 2018 sonó mi celular. Se trataba de una llamada tuya para ofrecerme ser tu compañera de fórmula en la aspiración a la Presidencia de la República”.
Así comienza la carta abierta que la representante Ángela María Robledo publicó en sus redes sociales para el senador a inicios de esta semana, donde anunció su renuncia a la Colombia Humana. Allí, dice ella, ya no siente espacio para sus aspiraciones de continuar con una apuesta amplia, integradora y transformadora para la vida de las mujeres. Una apuesta que se enuncia como abiertamente feminista en un sistema político tradicionalmente patriarcal. “Mi condición de mujer feminista y libre ha sido duramente atacada desde algunos sectores del movimiento”, denuncia la política en esa carta que aún no le responde su destinatario.
La renuncia, llena de guiños a los movimientos de mujeres, fue apenas una consecuencia coherente con la política que ha representado Ángela María y que se ha preocupado por defender la vida de las niñas, las mujeres y varias poblaciones al margen de la política tradicional con su trabajo en el Congreso. En 2014, por ejemplo, fue autora de la Ley 1719, que garantiza el acceso a la justicia para las víctimas de la violencia sexual que sucede en medio del conflicto armado y ha impulsado otras leyes como la 1413 que reconoce el aporte de la economía del cuidado y la incluye en el sistema de cuentas nacionales.
También ha puesto sobre la mesa de la política más inaccesible para el resto temas que nos afectan a diario, como el acoso sexual universitario y permaneció firme cuando decidió no apoyar a Hollman Morris para la Alcaldía en 2019, sin ignorar las denuncias que este tenía en su contra por violencia intrafamiliar y acoso sexual, como sí hizo Petro. Esto provocó una de las grandes fisuras internas al interior de la bancada.
44 mujeres que integran la Colombia Humana le respondieron a Ángela María con otra carta donde respetan su decisión, pero aseguran que un proyecto político pensado en clave feminista sí tiene cabida allí. Gustavo Bolívar también le respondió alegando que: “4 concejalas de Bogotá y dos congresistas demuestran que aquí la igualdad no es solo un discurso”. Pero como nos dijo Ángela María en esta entrevista, la lucha feminista no ‘solamente’ se trata de eso. Con la representante hablamos sobre nuevas formas de hacer política, sobre la diversidad de feminismos que hay en Colombia, y sobre la necesidad de seguir poniendo el cuidado, un concepto que se ha llenado de mucha carga política en el último año, como eje central de una apuesta activamente antipatriarcal que se concibe como transformadora para todas y todos.
Su carta es muestra de ello. Y llega como un respaldo sororo que demuestra que si nos cierran los espacios, juntas podemos abrir los propios, tal y cómo lo soñamos.
Ángela María, en tu carta abierta a Gustavo Petro en la que presentas tu renuncia hablas de la Colombia Humana de 2018 como una fuerza política diversa e imparable. ¿Cuáles fueron los principales cambios entre esa Colombia Humana y el movimiento actual?
En términos programáticos yo pienso que la propuesta de Colombia Humana sigue siendo válida para este país y creo que si a mí me preguntan, por ejemplo, ahora, después de haber estado allí casi tres años, ¿dónde pondría énfasis? Yo diría que en el decálogo de compromiso con las mujeres. En nuestro decálogo había un nicho fundamental que podría decir que he liderado en el Congreso de la República, que es todo lo que tiene que ver con reconocer la economía del cuidado y la práctica del cuidado como uno de los nichos fundamentales para la vida contemporánea.
El problema estuvo mucho más en la ausencia de organización de Colombia Humana como movimiento político que permite que las decisiones se tomen desde arriba, que no permite que haya un proceso de democracia casi asamblearia para poder tomar decisiones muy importantes en el partido, como lo es la conformación de listas, la candidatura de 2019 de gobernadores, gobernadoras y alcaldesas. No quería que eso se siguiera dando a dedo. Además, un elemento fundamental era la cero tolerancia de la violencia contra las mujeres, que es quizás el quiebre mayor que se produce para mí, que no es un asunto individual, que no es un asunto de Ángela María, que me parece que muestra todas las carencias que tiene Colombia Humana, y muchos partidos, respecto a lo que significa reconocer, validar, respetar la vida y el ejercicio político y cotidiano de las mujeres.
Sistemáticamente se ha venido denunciando dentro de Colombia Humana la violencia simbólica que tienen que enfrentar las mujeres en cargos al interior de la bancada, ¿de qué diferentes maneras crees que se ha vivido esta situación?
Yo diría que no es solamente violencia simbólica, son prácticas de violencia política. ¿Cómo lo han vivido las demás personas? Yo no puedo hablar por ellas, yo puedo hablar por mi experiencia donde a raíz de no haber apoyado el candidato de Gustavo Petro a la Alcaldía, pues se produce ese gran quiebre en términos de una lucha de las mujeres por invitar a las mujeres a no callar, a denunciar, a reconocer y creerles a las víctimas. Es el sistema judicial el que tendrá que avocar esas investigaciones, pero en principio, yo, que he sido una mujer que ha trabajado tanto por los derechos de las mujeres y contra las formas de violencia, pues le creo a las víctimas.
No solo fui yo. María Mercedes Maldonado, a raíz de esto, también toma la decisión, Juana Afanador… y sé de muchas mujeres… Porque el patriarcado es esta asimetría de poderes que se transforma y se traduce en prácticas autoritarias, (las mujeres) no denuncian. No lo hacen públicamente, pero sí sabemos que hay un enorme malestar en muchas mujeres que se consideran o hacen parte de Colombia Humana. Ahora, ¿eso cómo se resuelve al interior de los movimientos o los partidos? Creando comités, teniendo organizaciones más democráticas, permitiendo que operen los comités de ética para poder tramitar no sólo judicialmente cuando hay una denuncia clara, sino éticamente una situación como esas.
Creo que hay un hecho que no es una mera anécdota, que demuestra lo que puede significar esos micromachismos de los cuales hablamos las mujeres: cuando no ganamos la presidencia y la vicepresidencia en la segunda vuelta. Gustavo Petro se pasea por todo el mundo dándoles las gracias y no me dice nada. Yo le tengo que recordar: ‘Gustavo, y mi tarea’. Imagínate, yo los había acompañado y tener uno que decirle… Quizá eso empieza mostrar un talante y una forma de liderazgo que en mi caso, es muy distinto a como lo ejerzo, a como lo desarrollo, a como lo considero. Al liderazgo al cual he invitado por tantas décadas a que ejerzamos colectiva y seguidamente las mujeres.
Cuando Gustavo Petro y parte del partido Colombia Humana apoyaron a Hollman Morris como candidato a la Alcaldía de Bogotá, a pesar de las denuncias en su contra por violencia intrafamiliar, muchas mujeres que habían creído en el partido se sintieron traicionadas, ¿hasta qué punto el feminismo solo se quedó en un discurso para ganar votos en ese partido?
Aquí lo que hay que plantear es que hay un enorme reto en este lado de fuerzas progresistas de comprender qué significa la tarea política con las mujeres y especialmente con las mujeres feministas. Yo creo que ese es un reto para todas esas fuerzas progresistas: el feminismo en el que habitamos nosotras interpela la distribución del poder político y del poder de representación. Hay mucho por hacer, mucho trabajo por adelantar, mucho desarrollo por trabajar, pero yo no desconozco a una mujer como Aída Avella, como María José Pizarro, como Susana Muhamad, como Heidy Sánchez, como las edilesas que tiene Bogotá y algunas que quedaron a lo largo y ancho en el 2019 en esa alianza UP (Unión Patriótica) – Colombia Humana.
«El patriarcado es esta asimetría de poderes que se transforma y se traduce en prácticas autoritarias, (…) sabemos que hay un enorme malestar en muchas mujeres que se consideran o hacen parte de Colombia Humana».
Una de las respuestas más llamativas después de tu renuncia fue lo que le respondiste a Gustavo Bolívar, porque claramente una política con perspectiva feminista está lejos de ser solo una lista paritaria pero es una lucha que hay que dar. Luego de esta, ¿cuál es el siguiente paso en el congreso y los altos mandos para visualizar las luchas feministas en el sistema político del país?
Que venga Gustavo Bolívar a defender que allá hay feminismo, pues cuando conocemos un poco la tarea y el trabajo de él… Gustavo sí que tendrá que aprender de esto. Yo creo que el legado de toda esta discusión y lo más interesante que se produjo con mi renuncia es un ejercicio de reflexión. El Partido Verde se está preguntando: ‘¿Nosotros le damos cabida o no al feminismo?’ Hay gente que se está preguntando eso, Colombia Humana está haciendo lo mismo, la UP también. Por eso yo digo que aquí se produjo una especie de caos interesante de reflexión. ¿Por qué? Por un acto de valentía cuando yo dije: pues yo me voy. Yo me hubiera podido quedar en Colombia Humana, ser la cabeza de lista al Senado y haberme callado frente a un hecho que se vio y fue la violencia no solo simbólica, sino la violencia política que tiene componentes simbólicos, por supuesto.
Esto no es cuestión de un decálogo para chuliar, sino de una profunda transformación del ejercicio del poder cotidiano dentro de los movimientos políticos y de unas grandes reivindicaciones. Y no es salir a decir como algunos: “Ay, es que nosotros cambiamos algunas palabras porque a Ángela María no le gustaban”. Eso es banalizar un trabajo que llevo haciendo hace décadas por las mujeres campesinas, por las indígenas, por las víctimas de este país. Y claro, cuando ese personaje dice eso, que cambiaron algunas palabras, yo digo: No, claro, es que yo sí quiero que se entienda que una cosa es un presunto acoso y otra cosa es decir que es seducción. No es una cuestión de solo cambiar palabras, es una gran transformación, uno casi que diría que es una revolución pacífica lo que se necesita al interior de los partidos para reconocer, no para darle cabida, a nuestras prácticas, nuestras aspiraciones, nuestro trabajo y el ejercicio del poder.
Esta carta abierta fue una muestra clave del margen que cada vez van ganando los movimientos feministas dentro de la lógica electoral y dentro de los partidos políticos. ¿Cómo seguir ampliando ese margen, esa incidencia?
Seguir haciendo lo que estábamos haciendo. Yo no me atribuyo esa condición de manera personal. Aquí nos tomamos de las manos las feministas. Un feminismo que inicialmente arrancó de manera significativa en las universidades, en toda la conceptualización académica de los distintos feminismos. Ya sabemos, no hay un solo feminismo. Hay feminismos mucho más funcionales al modelo capitalista, al modelo depredador, al patriarcado y hay feminismos que se reivindican como una triada entre el feminismo, el colonialismo y el capitalismo. Entonces la tarea, creo yo, que es gigantesca dentro de estos feminismos que habitamos nosotras, pues viene una tarea de profunda transformación que ha venido gestándose, que tiene lo que hemos ido logrando en el marco normativo a través de leyes del Congreso de la República, lo que ha venido ocurriendo en las calles, por ejemplo en los 25 de noviembre donde cada vez nos acompañan más hombres y ahora de cara al 2022, que solo sería otro mojón más de la tarea: entender que las revoluciones pacíficas se dan en casa y en las calles, pero las verdaderas transformaciones también pasan por las urnas.
Lo otro es que a mí me parecería que un ejercicio desde los feminismos de base, de las organizaciones feministas, es que casi que impongan un llamado a la unión en la diversidad, a no dispersarnos, a no dividirnos, a no fragmentarnos, a no atacarnos de la forma como lo hacemos, para poder enfrentar el verdadero adversario que es este régimen adversario, uribista, autoritario, militarista, que nos está devolviendo a la guerra, que no tiene ninguna política real de redistribución para dejar de ser uno de los países más desiguales y violentos del mundo.Porque la desigualdad afecta de manera especial a las mujeres en Colombia.
«Yo me hubiera podido quedar en Colombia Humana, ser la cabeza de lista al Senado y haberme callado frente a un hecho que se vio y fue la violencia no solo simbólica, sino la violencia política que tiene componentes simbólicos».
Tu renuncia fue muy celebrada por el movimiento político de Estamos Listas. ¿No has considerado en algún momento unir fuerzas con proyectos políticos feministas como el de este movimiento o el de Francia Márquez?
Pues vamos a ver cómo se pasa y cómo se hace. Yo he venido desde el año pasado, de manera especial, realizando una serie de reuniones que hemos ido llamándolas ‘Asambleas del cuidado’ y se ha configurado paulatinamente una agenda que quisiéramos que fuera para el 99 por ciento de Colombia desde el feminismo (…) y creo que sería más como en esa lógica más colectiva ver hacia dónde nos movemos, ver hacia dónde nos vamos a dirigir. Habría dos caminos: constituirnos como un movimiento significativo de ciudadanas y ciudadanos, que en este momento y en pandemia de pronto no tendría tanta factibilidad política por las condiciones. El otro es la invitación que me ha hecho la Alianza Verde, de la cual yo recuerdo que he hecho parte y que ayudé a su reconfiguración de Partido Verde a Alianza Verde.
Por ahora, yo soy una mujer de procesos. A veces tomo decisiones audaces, otras pues, como estas, han sido muy reflexionadas. Yo estoy también haciendo mi duelo por la salida de Colombia Humana. Creo profundamente en ese proyecto, pero los estilos de liderazgo y las formas de ejercicio del poder no las comparto. Eso no es menor.
¿Qué garantías sientes que puedes llega a tener un partido como la Alianza Verde frente a la Colombia Humana, o cómo garantizar que no se repita esta historia de dinámicas que aterrizan en violencia política o simbólica contra las mujeres?
Bueno, cuando yo estuve en la Alianza verde quedamos un grupo muy significativo de mujeres y una escuela de formación política de mujeres y esa escuela sigue operando y sigue siendo un buen ejercicio de reflexión, formación y debate. Creo que eso es muy importante. Lo segundo es que la Alianza Verde tiene un conjunto de mujeres que tampoco se reconocen como feministas, pero que en sus prácticas han demostrado que tienen un enorme interés por reivindicar los derechos de las mujeres, las jóvenes y las niñas.
Bueno y lo otro es… que los partidos pueden dar pasos y adelantarse a esos ejercicios. Por ejemplo, cuando acompañé a Antanas Mockus a la Alcaldía de Bogotá: yo estaba en una lista que era al Concejo cerrada, paritaria y cremallera. Hace 20 años. Culturalmente no hay que esperar a la ley para dar señales en ese sentido. Que eso garantice, pues yo no lo puedo decir porque no depende de mí, depende de muchas voluntades, pero lo que sí considero es que todo este trabajo que estamos haciendo con tantas y tantas mujeres y tan esencialmente con mujeres jóvenes, con su energía y su ímpetu, va a empujar procesos no solo en los partidos progresistas, sino en los partidos más tradicionales porque se dieron cuenta que esto produce votos, que esto es interesante. Depende mucho de nuestro trabajo que el feminismo no se convierta en una utilización pragmática y un poco grosera de lo que significaría la presencia de las mujeres en el código electoral para las próximas listas al Congreso de la república del 50 por ciento.
Ángela María, hablemos del cuidado. Llevamos casi un año desde que llegó la pandemia de covid-19 al país. Con todos los retos sanitarios, económicos y políticos que esta trajo, ¿Qué nuevos significados en la política ha adquirido este concepto?
Ha adquirido todo el poder político. Si no hubieran estado las mujeres asumiendo lo que significa hoy que las casas y los hogares sean escuelas, hospitales, porque un porcentaje altísimo de las contagiadas y contagiados de covid-19 se han recuperado en la casa (…) y ¿eso está soportado en qué? En el cuidado. El cuidado es una práctica que anticipa para evitar mayores daños, es una práctica que sostiene la vida. Pensemos lo que hace una madre cuando cuida a su niño pequeño. (…) Como dice Judith Buttler, el cuidado es un mandato ético.
Esta pandemia nos ha mostrado que dependemos de los otros y las otras. El mandato y el mensaje del capitalismo y el mensaje de la ilustración era la autosuficiencia, el ‘usted puede’. Todo ese lenguaje y ese discurso del emprendimiento se rompe ahora porque entramos en la clara conciencia de que dependemos de las demás y de los demás y de que somos frágiles. Lo que desnuda esta pandemia es esa distribución social del cuidado tan desigual y tan injusta y cuáles son las implicaciones de la división sexual del trabajo. Creo que esta pandemia nos devuelve sobre esa reflexión de que todas y todos necesitamos ser cuidados y cuidadas, pero por qué solo cuidan algunos, que generalmente son algunas y por qué las sociedades contemporáneas no reconocen eso.
Una de las realidades que más ha visibilizado este contexto de pandemia es el de las violencias basadas en género. Vamos 21 días del año y hemos registrado al menos 18 feminicidios. ¿Qué medidas cree que debería tomar este Gobierno para mitigar esta problemática y por qué cree que este Gobierno no se toma en serio las luchas de las niñas y las mujeres en el país?
Hay un Gobierno que no ha tenido la capacidad de reaccionar integralmente ante un momento tan difícil como la pandemia. El cuerpo de las mujeres en este capitalismo es una máquina para parir o un territorio de dominación y explotación. Eso es lo que ha pasado: por un lado, leyes que dicen: Les vamos a pagar a las mujeres para que tengan sus hijos, para que los puedan sostener, para que los puedan mantener, como si esto fuera una fábrica; o iniciativas para eliminar la posibilidad de abortar, en el marco de la Constitución.
Sobre los feminicidios no hay ninguna voluntad realmente. Una línea… eso no resuelve nada. Aquí debió haber trabajo de campo, identificar las alertas. De qué vale recibir una llamada si a los ocho días matan a la mujer. Aquí no hay una voluntad integral para proteger la vida de las mujeres (…) no se aplican las leyes. Está nuestra ley, la 1719, la que hicimos con Iván Cepeda y eso se queda en los escritorios de los jueces y los fiscales. 98 por ciento de impunidad en los casos de violencia contra las mujeres. No, la tarea tiene que ser gigantesca y de largo aliento.
Mencionas que poner el cuidado en el centro de la agenda política es reconocer la fragilidad. Eso es algo que no sucede en la política colombiana, que es tradicionalmente un ejercicio patriarcal. Una política como la que propones, libre de vetos, que se piense desde lo colectivo y no desde los caudillos, que finalmente son patriarcas, rompe de muchas maneras con esa política tradicional, ¿cómo empezar a generar esa política desde el cuidado en Colombia?
Ya lo estamos haciendo. Salir de la guerra. El conflicto armado y político es un ejercicio patriarcal. Empezar a salir de la guerra es una forma de hacerlo, porque la guerra banaliza cualquier vida. La guerra convierte el cuerpo de las mujeres en el primer territorio de conquista. Con el Acuerdo con las Farc hemos ido logrando cosas. En la negociación del Acuerdo de La Habana se incorporaron elementos de perspectiva de género que no han cumplido.
Aquí ya hay tareas, ya hay ejercicios. Hay leyes para proteger la vida de las mujeres de la violencia sexual, la violencia intrafamiliar, la violencia política, económica. Lo que hay que hacer es cumplirlas, los jueces, las fiscalías, que existan ejercicios de veeduría ciudadana que permitan que esta tarea se haga. ¿Cómo hacerlo? Lograr que haya una renta básica, que se va a necesitar por el empobrecimiento de Colombia y que esa renta básica la puedan manejar las mujeres. Porque a las mujeres las matan porque les dicen que son mantenidas, porque todo lo que hacen en casa no vale y no solo lo dice el marido, sino la sociedad entera no reconoce este valor. Hay que seguir denunciando a los señorones que incurren en prácticas de violencia sexual, ¿cómo lo hacemos? con liderazgos colectivos, solidarios y profundamente transformadores y con un ejercicio intergeneracional, para que las mujeres mayores, como nosotras, podamos tomarnos de las manos de las mujeres más jóvenes para aprender de ustedes, de esa fuerza y perspectiva y de este lado acompasar ese camino que pase también por los hombres. El feminismo también es para ellos, que se sientan cobijados por un proyecto político.
Has hablado de tomarte un tiempo para pensar sobre una posible aspiración presidencial colectiva. Si habláramos en este momento de los tres puntos principales de esa agenda política, ¿cuáles nos responderías?
Yo he dicho que me sueño una Colombia cuidadora, donde nos cuiden y podamos cuidar en condiciones de equidad. Cuidar es cuidar la vida humana, la naturaleza, el agua, los animales. Cuidar es generar condiciones de igualdad al interior de las familias en términos de distribución. Eso se ata a un Estado sensible que llegue de manera integral a los territorios. Lo segundo es la desmilitarización de la vida cotidiana en Colombia. Para mí esa es de las fuentes enormes de la violencia no solo contra las mujeres, sino contra los líderes y las lideresas en los territorios.
Finalmente, un tercer elemento que podría estar en la Colombia cuidadora es la reconciliación, que fue uno de los propósitos que yo hubiera tenido como vicepresidenta de Colombia. Eso lo hablamos con Gustavo. Hay que abordar el mundo de las emociones en un país que ha vivido por décadas en la guerra, donde el odio, la venganza, el resentimiento, la rabia y la desconfianza han estado aún en las relaciones más cotidianas. Es decir, una reconciliación basada en la verdad histórica, en la verdad jurídica y en la capacidad del perdón que solo le compete a las víctimas. Hay que continuar buscando la paz completa en Colombia.
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