El blanco de la paz y el blanco de la guerra

El Paro Nacional de 2021 en Colombia nos ha dejado un saldo enorme de imágenes. Entre ellas, imágenes de los autodenominados ciudadanos de “bien” haciendo sus cosas blancas: una señora de blanco que, compungida, besa el guante negro de un policía del ESMAD; ciudadanos vestidos de blanco junto a una avenida esconden con densa pintura blanca un mural de la resistencia; paramilitares vestidos de blanco se transportan en sus camionetas blancas para salir a disparar contra los manifestantes a plena luz del día. ¿Qué revela tanto blanco? ¿Qué esconde?

El significado de los signos es dado por la historia, no hay nada en ellos que los haga esencialmente significativos. No por otra cosa el color blanco tiene significados distintos en diferentes culturas. En la nuestra, en sentido amplio, el blanco simboliza la pureza, la inocencia y más recientemente la paz.

Puros e inocentes son los niños envueltos en boleritos blancos para el día de su bautizo, así como las novias pulcras y vírgenes de los matrimonios católicos. Blanca también la paloma, con su ramita de olivo, trayendo el mensaje a Noé de que Dios estaba en paz con la humanidad. 

Estos significados están convencionalizados y por ello muestran algo reconocible con apenas un vistazo. Pero las manifestaciones, las balaceras y los murales borrados con blanco revelan otros significados cuando intentan esconderse detrás de signos tan claros. Su blanco es más un velo que deja entrever y menos la pintura densa con la que ciudadanos y soldados cubrieron las palabras “Convivir con el Estado” en el barrio El Poblado, en Medellín, o “Estado Asesino” en otro sector de la misma ciudad.

¿Qué historias cargan tantas camisas blancas? ¿Por qué es tan conflictivo su discurso con el símbolo que utilizan?

El 4 de febrero de 2008, una marcha de gente vestida de blanco reunió más de cuatro millones de colombianos alrededor del mundo para protestar contra las FARC, más específicamente contra la práctica del secuestro. La marcha fue organizada por grupos de la sociedad civil, pero fue rápidamente apoyada por medios de comunicación y por la presidencia de Álvaro Uribe Velez. Fue una marcha como pocas en Colombia, no solo por la masiva participación de personas de un amplio espectro ideológico, sino porque, salvo por sus antecesoras en 1995 y 1996 lideradas por Francisco Santos, esta fue la única que no exigía nada del gobierno. 

La marcha mandaba un mensaje triple: primero se le advertía a las FARC que no tenían apoyo en la sociedad civil, lo cual tuvo el efecto de presionar por el fin de la práctica del secuestro. Por otro lado, se le mostraba al mundo que Colombia no eran las FARC, que era otra cosa. Literalmente, uno de los grupos que organizaron la marcha se llamaba Colombia soy yo. Y entonces, masivamente, Colombia era eso: personas en su mayoría blancas, vistiendo camisas blancas que decían, en enormes letras negras:  Colombia soy yo, y no esos Otros. En tercer lugar, era una marcha uniformada e uniforme. Una masa de gente indistinguible e igual que compartía con el gobierno de Uribe, pues este la capitalizó apenas pudo, un enemigo común. 

En 2008, vista desde los edificios, la marcha era una larga culebra albina de gente que exigía la paz. Pero acercándose se veían las escamas, los dientecitos afilados y el veneno. Su camuflaje falló, porque todo lo que se pretende único está destinado al quiebre. En la Plaza de Bolívar hubo enfrentamientos verbales entre militantes del Polo Democrático alternativo, que pedían “no más violencia” y un grupo de personas que, envueltas en la bandera de Colombia, gritaban “No más Polo” y “Uribe, amigo, el pueblo está contigo”. 

https://twitter.com/sandraborda/status/1399358453777379339?s=20

En los doce años siguientes la culebra soltó el cuero y sus pedazos se repartieron en el tiempo; algunos de ellos están hoy componiendo el enorme pliego de exigencias del Paro Nacional, piden el fin de la violencia estatal, de los Falsos Positivos, quieren una paz plural. Otro pedazo, el más blanco y uniforme, se obstina en su fijación por el enemigo único. 

Uno de los movimientos que impulsó la movilización de empresarios en contra del Paro Nacional y los bloqueos se llama Somos Uno. ¿Quiénes son y qué los une? Según el organizador, Pierre Onzaga, su respeto por las instituciones. Están unidos, uniformados y cubiertos del color de la paz. De su paz, claro, de la famosa “paz sí, pero no así”, campaña en contra de la firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno Colombiano y las FARC. 

Sus manifestaciones, su uniformidad, el uso de sus palabras (yo, uno) revelan mucho sobre cómo se autoperciben: lo idéntico a sí mismo. Son un Yo que se manifiesta contra un Otro, y que se define por su oposición a él. Y ¿quién podría ser el Otro una vez desmovilizadas las FARC? Pues el otro es el no-blanco. No necesitan definirlo, y tampoco lo hacen bien, como muestran sus pancartas. Es a veces el fantasma del comunismo, el vandalismo, el castrochavismo, la ideología de género, los ciudadanos del mal, la izquierda, las feministas, las disidencias de género, la Minga, los movimientos afro, en fin, lo no-blanco. 

Porque la hegemonía no es sólo blanca, sino principalmente uniforme. Es la ausencia de diferencia, la norma, o la normalidad, como exigen quienes se oponen a la incomodidad que les causa el Paro Nacional. Molesta y confunde que el color de la paz, su símbolo, se use para comunicar una cosa tan diferente a la exigencia de un pueblo para poner fin a la violencia estatal y el paramilitarismo. 

¿Cómo pueden las personas salir a la calle de blanco para besar las manos de una fuerza pública que ha cometido tantos atropellos contra los derechos humanos en los últimos cuarenta días? ¿Cómo se atreven a vestirse de blanco para salir a disparar contra la Minga Indígena? ¿Es que no se dan cuenta? Me atrevo a decir que lo que muestra la historia de sus símbolos es que proponen una paz por la aniquilación, un estado de concordia surgido de la uniformidad, de la anulación de todo lo que sea diferente a ese Yo. 

Quizás sea momento de abandonar algunos símbolos, de permitirles continuar en su deriva histórica. Ya veremos a dónde va a parar tanto blanco. Por ahora, es posible que nuestra paz sea más parecida al monumento que artistas y manifestantes irguieron esta semana en Puerto Resistencia. Que la paz que queremos sea una enorme mano multicolor, diversa, protegida y cubierta de memoria. Una paz sin uniforme, sin velos, sin estuco. Un paz que no esconda, apenas revele.

Esta es una pieza de opinión. Puede que represente la visión de MANIFIESTA, como puede que no.

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