El abuso sexual de Luis Rubiales contra Jenni Hermoso encendió la llama del #SeAcabó, un nuevo movimiento que esta vez nació en España y que recuerda al #MeToo de 2017. ¿Qué tanto ha cambiado desde entonces? Nathalia Guerrero reflexiona sobre la evolución entre estos dos movimientos en esta columna.
Luis Rubiales tardó 21 días para tener la decencia de renunciar a la presidencia de la Real Federación Española de Futbol (RFEF). Hablo de decencia porque su dimisión debió ser inmediata, tras hacer lo que ya sabemos ante todo el mundo: darle un beso a la jugadora Jenni Hermoso sin su consentimiento en la transmisión de la final del mundial femenino.
Una, que ha vivido estas cosas y hace parte de la triste estadística, no puede evitar preguntarse qué es peor: que abusen de ti cobijados por la soledad, el ocultamiento y el silencio, o que seas abusada frente a cientos de cámaras y millones de espectadores alrededor del mundo. Una prueba registrada en cámara, sí, pero también la escena de tu abuso repetida infinitas veces, persiguiéndote a donde vayas.
Si Rubiales hubiera renunciado ese mismo día, quizá no se habría desatado la revolución. O quizá sí, nunca lo sabremos. De lo que sí tenemos certeza es que ese abuso sexual televisado, ese acto vivido a la fuerza por tantas de nosotras, y normalizado a su vez por tantos hombres, provocó una ruptura en el relato público de lo que un hombre cree que puede hacer, versus lo que realmente tiene permitido hacer. Algo que debe estar absolutamente definido por el consentimiento de la otra persona, en este caso una mujer, por si aún no ha quedado claro.
Y entonces, como si ese beso que soportó Jenni lo hubiéramos recibido todas contra nuestra voluntad, sus compañeras de equipo, y luego miles de mujeres salimos a gritar en redes, calles y en las canchas que #SeAcabó, que no va más. La nueva revolución feminista, fruto de un Mundial femenino manchado por el abuso de un hombre (que cree que puede actuar así y salirse con la suya), se convirtió en el nuevo dispositivo de denuncia pública para que las mujeres pudieran sacar a la luz los abusos sexuales y de poder, la precariedad, las brechas de género y todas las violencias que han vivido en el fútbol. Un deporte que, lo sabemos, sigue sin saldar la deuda histórica que tiene con las mujeres.
Del fútbol, #SeAcabó se ha expandido a otros campos por fuera del deporte. Hoy muchos medios lo llaman el #MeToo español. El hashtag, nacido de un tuit de la jugadora española Alexia Putellas después de que Luis Rubiales justificara el abuso y dijera que no iba a dimitir, cruzó fronteras para hacerse sentir en las redes, en las tribunas, en las canchas y en las calles de aquellos países donde la lucha feminista permanece encendida.
El movimiento, que pasó de lo digital a la acción análoga, recuerda al #MeToo de 2017, que inició cuando periodistas del New York Times denunciaron que el magnate de Hollywood, Harvey Weinstein, había violado, abusado y acosado sexualmente a muchas mujeres durante décadas. Las denuncias aumentaron, y se fueron haciendo públicas. Cada vez más mujeres estaban dispuestas a compartir su relato, a decir que ellas también. Actrices como Ambra Battilana Gutierrez, Asia Argento, Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, la asistente de Weinstein Rowena Chiu o la documentalista Jennifer Siebel Newsom, entre más de 100 víctimas.
Así nació el movimiento #MeToo: una revolución para compartir, en lo público, nuestro relato colectivo sobre los episodios de violencia sexual que tantas hemos vivido a lo largo de nuestra existencia. ‘Yo también’. El rótulo era claro: un hermanaje a través de una experiencia de acoso, abuso o violación con la que yo también me siento identificada. Un episodio compartido (o varios), y muchas veces doloroso, que nos une. Weinstein está condenado desde 2020 y este año, tras un juicio en Los Ángeles, un tribunal decidió que pasará el resto de su vida en la cárcel.
Mucho, y no lo suficiente, ha cambiado en el mundo desde el #MeToo al #SeAcabó. Si todo fuera distinto, no habríamos tenido la necesidad de encender otra revolución. Una que ya no se centra en dar el paso y unirnos a la denuncia pública colectiva, como en el #MeToo, sino en señalar públicamente, y juntas, el hartazgo acumulativo de esos episodios que ya denunciamos, pero que se siguen repitiendo en nuestro día a día durante años, décadas… durante toda nuestra vida. Esto, sin que muchas veces nada cambie.
La contundencia del rótulo es la misma que con #MeToo: #SeAcabó, no va más. Estamos cansadas de tener que soportar episodios de abuso como el de Jenni Hermoso en nuestra cotidianidad. Ya no se trata de identificar, ya sabemos que casi todas, la gran mayoría lo hemos vivido. Ahora se trata de exigir que pare ya, de que queremos consecuencias inmediatas para quienes nos siguen abusando.
Por eso, desde el inicio, se anticipaba que la tardía renuncia de Rubiales no iba a ser el final de este movimiento. #SeAcabó no le está apuntando a un individuo, sino que está exigiendo que la estructura cambie, pues ya sabemos que no es una anécdota, sino un mandato patriarcal de la violencia sexual en nuestras vidas. “Ya no solamente contamos, no son solo testimonios, no solamente estamos denunciando: queremos respuestas efectivas, medidas concretas”, afirmó a medios la politóloga y periodista feminista madrileña Irene Zugasti. Ya no identificamos la estructura, ahora queremos romperla.
Pero es una estructura dura de romper. Por ejemplo, desde el día de la final, hasta el día de hoy, Rubiales no ha reconocido, ni pedido perdón por el abuso cometido, al que llamó ‘un momento de efusividad‘. Simplemente porque no piensa que haya hecho algo malo, como tantos hombres que han cometido abusos contra nosotras, porque siguen pensando que están en todo su derecho de hacerlo. En vez de una disculpa, se justificó, diciendo que sí había existido consentimiento, a pesar de lo que muestran los videos. También sacó la carta confiable de tantos abusadores: la de la cacería de brujas. Y luego de tanto justificarse, y de enfrentar suspensiones de la FIFA, y la rabia de toda la sociedad española, Luis Rubiales por fin se apartó del camino, muy a regañadientes.
Incluso hoy, luego de declarar ante la Fiscalía española, Rubiales, que ha culpado al feminismo una y otra vez durante estas semanas, negó que lo que hizo haya sido un abuso. Luego de declarar, el ente le prohibió acercarse a menos de 500 metros de Hermoso, o comunicarse con ella, durante el proceso. En este momento el ex presidente de RFEF está siendo investigado por agresión sexual y coacciones.
No es casualidad que este #SeAcabó haya nacido en España, un país que ha vivido momentos pivotales relacionados con la violencia sexual contra las españolas. Por ejemplo, aún sigue fresco el caso de La Manada, cinco hombres que violaron masivamente a una joven de 18 años en las fiestas de San Fermín, en 2016. El largo y doloroso proceso judicial, que por momentos no le creyó a la víctima por no parecer tan afectada después del hecho, o porque no ‘peleó’ al momento de la violación grupal, se volvió un símbolo de la violencia machista en España, y de lo que muchas veces tenemos que vivir cuando somos víctimas de violencia sexual.
Por hechos como este, en España se aprobó la polémica ley de ‘Solo Sí es Sí’, la cual busca que una mujer no tenga que demostrar que hubo intimidación o uso de la fuerza para que le crean. Es decir, que todo lo que suceda sin su consentimiento expreso sea una agresión sexual. Pero por una zona gris legal, la ley generó una masiva rebaja de penas y excarcelamientos de condenados por delitos de violencia sexual.
Así como este caso, los abusos en la selección femenina española también tienen una historia larga, y van mucho más atrás que el abuso de Rubiales. En agosto de 2022, por ejemplo, las capitanas de la selección, incluida Jenni Hermoso, se quejaron con la RFEF por las prácticas de control ejercidas por el técnico Jorge Vilda, que afectaban su salud física y mental. Vilda, que también renunció, reemplazó en 2015 al técnico Ignacio Quereda, quien abusó y maltrató a las jugadoras por 27 años. Gritarles ofensas y pellizcarles la cola era algo cotidiano. El hartazgo de todos los abusos vividos por fin está generando consecuencias reales: hasta el día de hoy, las compañeras de selección de Jenni, que anunciaron renunciar hasta que Rubiales dimitiera, se mantienen en su renuncia hasta no lograr cambios profundos en la RFEF.
Así queda claro que lo de Rubiales solo llegó a ser ‘la gota que rebosó la copa’, y que su dimisión se queda corta ante las exigencias de la selección, que esta semana logró un aumento salarial. Sanciones para los abusadores, una vida libre de violencias machistas, reestructuración del organigrama, buenos salarios, condiciones dignas… El mensaje está claro: el #SeAcabó va por mucho más que un cargo. Este movimiento se convirtió en una búsqueda integral, alimentada por el hartazgo, para destruir y reinventarse una estructura social que nos dé apenas lo mínimo a las mujeres para que podamos vivir nuestra vida dignamente y ocupar los espacios que nos pertenecen.
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