Hace más de una semana, el juicio por la demanda de difamación del actor Johnny Depp contra la actriz Amber Heard llegó a su fin. El fallo determinó que Heard sí lo difamó en una columna publicada en el medio Washington Post en 2018. El jurado determinó que la actriz deberá pagar 15 millones de dólares a su exesposo. 10 millones por daños compensatorios y 5 millones por daños punitivos. La jueza Penney Azcarate cambió la cifra a 10 millones de dólares y 2 millones que debe pagar Depp como pago de daños compensatorios a Heard.
El juicio se transmitió en vivo durante varias semanas desde inicios de abril. Logró varios millones de vistas alrededor del mundo. Tal vez por ese contexto de show mediático, las reacciones en las redes y los medios tras el anuncio de la decisión fueron numerosas. Muchas celebraron el triunfo de Depp y cuestionaron la validez de los testimonios de Heard. Testimonios que tenían que ver con violencia de género, y que ahora, según la ley y gran parte de la conversación pública, son mentiras. Lo más probable es que no toda la defensa de Heard haya sido cierta. Probablemente también fue victimaria, según las pruebas presentadas en el juicio. Pero así de compleja es la violencia doméstica, un escenario donde todes pierden.
Con los días, otras posturas que quizá fueron más allá del calor mediático, empezaron a preguntarse por las consecuencias futuras de un fallo como este: para las denuncias de abuso y violencia doméstica, para las mujeres sobrevivientes de violencia sexual, y sobre todo para las mujeres que siempre han tenido dudas o miedo de denunciar. ¿Qué sienten todas ellas después de la resolución de la justicia frente a este caso? ¿Cómo esta historia reproduce sin cuestionamientos la pretensión de una verdad absoluta sobre las agresiones de pareja? ¿Dónde quedan las 12 agresiones que el tribunal superior de Londres dictaminó que Depp cometió contra su pareja?
Puede que veamos esta decisión con indiferencia. Como parte de una historia de Hollywood que parece distante de nuestras vidas y al mismo tiempo como la comidilla en redes sociales por unos días. Pero más allá del show mediático entre dos personalidades de Hollywood involucrades en un caso, puedo decir con seguridad que vamos a ser testigos de las repercusiones negativas de esta decisión para el avance de nuestros derechos. También para movimientos como #MeToo o #NiUnaMenos. Habrá efectos directos en los procesos de denuncias por violencias basadas en género, así como en la valoración pública que se hace de los escraches.
Les propongo, por ahora, dos repercusiones claves.
La primera tiene como contexto la continuidad de la narrativa de “víctimas perfectas” y “agresores perpetuos”. Son posturas en las que el bien y el mal se piensan como categorías absolutas. Y en las que tomar partido depende de qué tan “correctas” sean las acciones de la víctima. También de la “claridad” de la violencia en las acciones del agresor.
Esta narrativa impone automáticamente mitos o estereotipos sobre lo que significa ser víctima de violencias basadas en género en una relación. También sobre cómo se desenvuelve esa violencia en la cotidianidad. Estereotipos que están lejos de abarcar los profundos ciclos de violencia propios de una relación abusiva y las agresiones que, en muchas ocasiones, terminan siendo mutuas y de diferentes tipos. Lo peligroso de estas narrativas, que estuvieron tan presentes durante el caso de Depp vs. Heard, es que terminan minimizando la complejidad de las relaciones abusivas y la violencia doméstica. Además, la búsqueda de buenos y malos también afianza la idea de que hay violencias merecidas. O que existen víctimas que no se portan como deberían para ser consideradas como tal.
Para explicar la segunda repercusión, es necesario que pensemos en cómo el veredicto (más allá de quién ganó, quién perdió y la determinación de una verdad absoluta sobre el caso) establece un precedente importante no solo en Estados Unidos, sino probablemente en toda la región, en el que cualquier mujer (ya sea cis, trans, racializada, etc.) que diga “he sido maltratada” tiene, ahora más que antes, un espacio para la duda sobre su testimonio.
Peor aún, ahora es más probable que esa persona pueda ser demandada por mentirosa. El temor a que esto pase ahora parece más justificado y podría llegar a tener un efecto amedrentador sobre otras víctimas de violencia doméstica que han pensado en denunciar ante la ley: si una mujer cis, blanca, famosa, con todos los recursos económicos y todo el impacto en la opinión pública, no puede enunciarse como víctima de violencia de género ¿cuáles son las probabilidad de que la justicia y la gente le crea a una mujer trans, racializada, empobrecida y con vías de denuncia mucho más frágiles o inaccesibles?
Esta decisión llega en un contexto en el que también se está debatiendo en Estados Unidos si tumbar el famoso fallo de 1973 de Roe vs. Wade. Este legalizó el aborto y garantiza los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en ese país. Ambos hechos parecen ser síntomas de una misma problemática: la institucionalidad estadounidense en este momento está enfrentando una amenaza para los derechos y avances conseguidos por los movimientos de mujeres.
Al principio el caso me pareció un espectáculo de medios y redes que revelaba (sin sorprenderme) la misoginia generalizada. Pero en las últimas semanas lo he empezado a ver como un caso que nos exige reflexionar sobre las dimensiones de las violencias de género que aún no estamos dispuestxs a discutir a profundidad porque son incómodas. Sobre todo, porque mueven las nociones de bien y mal constantemente.
Preferimos perdonar y empatizar con los villanos (sí, en masculino) de una película cuando se redimen y deciden escoger ‘el camino del bien’. Y a la vez preferimos no hacerlo con una mujer que agredió, fue agredida, mintió y también alzó su voz en el proceso. Depp mientras tanto, celebra con una comunidad masiva en redes el triunfo de la verdad. Una que pareciera borrar en la memoria el hecho de que el juez Andrew Nicol, concluyó en 2021 que Depp era culpable de 12 de las 14 denuncias por malos tratos físicos que interpuso la actriz.
La justicia nunca ha estado de nuestro lado, y este caso hace que aún menos. Ante este posible panorama de retroceso, es más urgente la construcción de escenarios de justicia restaurativa y un acompañamiento a las denuncias informales (escraches), así estas sigan sin ser legítimas ante la institucionalidad. Vivimos en la sociedad del #MeToo y del #NiUnaMenos, en la cual apenas se está incorporando la noción de feminicidio. En la que también, según Naciones Unidas, 736 millones de mujeres, alrededor de una de cada tres, ha experimentado alguna vez en su vida violencia física o sexual por parte de una pareja íntima.
Si algo ha demostrado el efecto mediático de este caso, es que aún no estamos dispuestxs a escuchar historias en las que hay agresiones de doble vía y seguimos apostándole a una justicia punitiva, en vez de cambiar las dinámicas cotidianas de nuestras relaciones afectivas: en Amber Heard también está reflejado el cuento mil veces repetido de la “exnovia loca”, las mentiras, el control innecesario, la persecución y la normalización de violencias en nombre del amor romántico. Esta historia no es más que otro precedente de los retrocesos en nuestros derechos de los últimos años. También una alerta sobre cómo la politización de los espacios cotidianos debe abarcar la manera en la que nos relacionamos.
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