Todo lo que le sigue debiendo Colombia a Doris Adriana Niño

Hace casi dos años salí para Boyacá con una misión incierta: encontrar el lugar exacto donde, el 15 de mayo de 1997, un escolta del artista Diomedes Díaz botó el cuerpo inerte de Doris Adriana Niño, al lado de una carretera. 

El lugar que buscábamos queda frente a una arenera en el Alto del Sote, por la vereda San Onofre, cerca a Cómbita. El punto exacto estaba tupido por un herbaje que cubría una cuneta vieja. Al lado había un tramo de la carretera olvidado, por el que nadie transitaba. Luego de casi dos años, hay noches que sigo soñando con ese momento. Quizá es porque, a pesar del monte y del tiempo, pude imaginar en mi cabeza la escena completa. Quizá sigo convencida de que la misma Doris Adriana me guió ese día hasta llegar a la cuneta donde la abandonaron después de asesinarla.

Alto del Sote, por la vereda San Onofre en la vía a Cómbita.

Esa mañana, en plena pandemia de 2020, agarramos la vía a Cómbita con el conductor que me llevó por todo Tunja, identificando locaciones para el primer documental colombiano que se acaba de estrenar en Netflix: ‘Diomedes: el Ídolo, el Misterio y la Tragedia’. Participé en él junto a mi colega Helena Calle, Andrés Páramo y otres periodistas muy talentoses, como parte del equipo que investigó a fondo, y con enfoque de género, el caso del feminicidio de Doris Adriana Niño, en una época en la que este crimen aún no era tipificado como tal. 

Pero no se necesitó del tipo penal para saber que este fue un feminicidio atroz. Tampoco se necesita ahondar mucho en el caso para entender que fue muy complejo, tanto, que lo siguen estudiando de ejemplo en las facultades de derecho. Y solo se necesita echar unos minutos de memoria para recordar que fue uno de los feminicidios más mediáticos y revictimizantes de nuestra historia, junto con otros casos que seguimos recordando, como el de Rosa Elvira Cely, o el de Yuliana Samboní. La familia de Doris no solo tuvo que vivir la violencia injustificada de entidades como la Fiscalía o Medicina Legal, sino que luego de su asesinato, la misma Doris fue sometida por esta sociedad a ser ‘la sombra’ de la historia de Diomedes Díaz, el cantante vallenato más famoso y poderoso de nuestro país, quien fue condenado por el crimen.

Y dentro de la sombra de esa historia, que fue la que nos contamos repetidamente a nivel nacional (y que fue la versión que quisieron contar quienes estuvieron presentes la noche del feminicidio) Doris era una fan, groupie o ‘musiquera’ que estuvo obsesionada con Diomedes, se iba de fiesta con él y tuvo un vínculo con el artista. También que consumía alcohol y cocaína casi a la par de él, y que en una de esas noches, según contaron los escoltas en versiones que luego contradijeron, Doris se pasó de pases y se murió en el carro de El Uvas, cuando ni siquiera tenía rastros de cocaína en su nariz, pero sí tenía una cantidad incontable de cocaína en la sangre…

A pesar de la condena por su asesinato, Diomedes nunca dejó de ser un ídolo en Colombia, así como Doris nunca pudo desligarse completamente de esa narrativa falsa de la ‘groupie cocainómana que se buscó su propia muerte’, en el imaginario de un país que sigue siendo profundamente misógino y cómodo con la impunidad. Sobre todo, un país que sigue creyendo que cuando nos matan es por nuestra culpa. ¿Qué tanto, o qué tan poco, hemos cambiado desde entonces? 

El estudio a fondo de este caso en el documental de Diomedes, tenía como objetivo subvertir esta narrativa, y obligar a nuestra sociedad a recordar nuevamente su historia, a las luces de las lecturas y conversaciones que estamos teniendo hoy, para ver si de alguna manera nos dignamos por fin a honrar su memoria y a exigir verdad y reparación para su familia. Luego de 25 años, Colombia  le sigue debiendo la verdad a su madre y a Rodrigo Niño, su hermano, quien ha cargado con la defensa del caso de su hermana a contracorriente de todo un país.

***

Antes de ir a Cómbita pasamos por el cementerio de Tunja, donde enterraron por primera vez a Doris Adriana en una fosa común bajo el falso nombre de ‘Sandra’, haciéndola pasar como una trabajadora sexual de la zona. En su momento, varias trabajadoras sexuales de Tunja dijeron reconocer a Sandra ‘La mona’ por el lunar pegado a su boca, por su pelo mono y porque siempre la veían en la calle.

También pasamos por Medicina Legal, donde los funcionarios que le hicieron la primera necropsia a “Sandra” fueron quienes ordenaron sepultarla en esa fosa, con ese nombre de mentiras y esa historia de mentiras, que los medios luego legitimaron bajo el titular: “La señorita Sandra ha muerto”. 

“Sandra, una mujer de vida licenciosa fue encontrada muerta en cercanías de la entrada a Cómbita”, arranca la nota respectiva de El Tiempo.

El primer cementerio, en Tunja, donde Doris Adriana fue enterrada como ‘Sandra’.

Finalmente nos dirigimos al Alto del Sote, donde hace 25 años Oswaldo Álvarez Rueda, alias ‘El Uvas’, cumplió con la orden de desaparecer la existencia de Doris Adriana Niño, luego de que esta llegara viva, la noche anterior, a una fiesta en el apartamento donde se estaba quedando Diomedes en Bogotá. Celebraban, con sus escoltas, su pareja Luz Consuelo Martínez y Rafael Santos, entre otros, una de las sesiones de grabación de su álbum Mi Biografía

Pregunté en tiendas, le pregunté a las personas que subían por el alto en bicicleta. Empezaba presentándome, diciendo que era periodista y que la pregunta podía ser rara, que había pasado mucho tiempo. Pero mi pregunta, ¿Dónde habían dejado botado el cadáver de Doris Adriana?, no sorprendía a nadie. De Doris, y de Diomedes, se había hablado muchos años después de lo sucedido. Su feminicidio, y todo lo que ocurrió después, marcó a los habitantes de ese territorio, y a las generaciones que vinieron.

Horas después de esa fiesta de 1997, tres campesinos que madrugaban a trabajar en la Vereda de San Onofre, en la vía a Cómbita, vieron cómo un carro se parqueó al lado de la vía. Adentro, dijeron ellos en su momento, parecía que un hombre tenía sexo con una mujer. Los campesinos empezaron a tirarle piedritas a lo lejos, pero el hombre no se inmutó. En vez de eso, salió del vehículo, chupó su cigarrillo brevemente, botó lo que parecía ‘un costal’ ahí en plena vía y arrancó a rodar de nuevo.

Lo que botó  ‘El Uvas’ era el cadáver de Doris a medio vestir. Los campesinos se dieron al momento, buscaron a las autoridades, y luego vieron llegar a un grupo de trabajadoras sexuales que llegaron para llorar a ‘La Mona’. Días después del entierro, y gracias a una serie de factores que muestran en el documental, Colombia se enteró de que Sandra era en realidad Doris Adriana Niño, una ingeniera de sistemas de clase media baja de Soacha, que fue vista por última vez con Diomedes Díaz. 

Una joven que tuvo como destino uno de los peores miedos que tenemos las mujeres en este país: salir y no volver nunca a nuestra casa.

Ese es apenas el inicio de una historia que involucró a la familia de Doris, a Diomedes, y a toda la sociedad colombiana, la cual siguió a través de noticieros y programas de farándula cada giro y cada hecho que se sumaba a este caso tan injusto. Es impactante ver en el documental retazos de archivo con gente del común opinando sobre la vida de Doris: que en realidad su familia se inventó su asesinato por plata, que era una de tantas fans de Diomedes, y que su apoyo no iba para ella sino para el artista, y de manera incondicional. Ver ese archivo es, al mismo tiempo, vernos reflejados en el espejo de una historia cíclica y cruel.

Esta canción se la dedicó presuntamente Diomedes a Doris Adriana Niño.

25 años despupes, pasamos por el Alto de Sote y súbitamente sentí que nos habíamos pasado. Pregunté en un par de tiendas, siempre acompañada de ese querido conductor de nombre Pedro*. Las respuestas no tenían mucha idea, así que le insistí a Pedro para devolvernos un tramo. En un punto curvo, antes de pasar una cantera de arena, le pedí al conductor que parara. No había nada alrededor, o eso parecía, y Pedro metió el vehículo entre la arena a esperar que yo preguntara si había alguien allí.

Salí del carro y me encontré con un joven que resultó ser sobrino de Néstor Sandoval, uno de los habitantes de la zona que aparece en el documental y que vio cómo lanzaron el cuerpo de Doris hace 25 años. Esa misma tarde, Nestor me guió por el punto en donde detuvimos el carro con Pedro, y me fue señalando el punto exacto donde paró el ‘El Uvas’, que estuvo preso por un año, para botar el cuerpo de Doris, mientras me contaba cómo caminaron hacia ella para encontrarla sin vida, sin ropa, solo con una gabardina puesta.

Néstor Sandoval, uno de los habitantes de la zona que vio a ‘El Uvas’ botando el cadáver de Doris Adriana en la vía a Cómbita.

“¿Qué hacemos? Llamen a la policía, y aquí cuando se supo que había una muchacha muerta esto se llenó de gente, toda esta parte”, señaló Nestor con el dedo hacia la vía vacía. En cuestión de minutos llegó todo el pueblo, antes que la Policía. Incluso unos hacían comentarios morbosos sobre el cuerpo, me contó. Nestor no quiso verlo.

Él, como yo, y como tantas personas, cree que al sol de hoy no se sabe la verdad sobre lo que pasó esa noche. “A la final se supo algo, pero creo que todo, todo, no se llegó a saber”. Y a pesar de que hubo una condena irrisoria de 12 años (de la cual Diomedes pagó solo tres años luego de su fuga), queda la sensación, después de tanto tiempo, de que la verdad sobre lo que pasó con Doris Adriana sigue siendo una deuda sin saldar para su familia.

Fue muy frustrante llegar a un lugar muy hondo de este caso y en un punto adquirir la conciencia de que no íbamos a dar con la verdad. Esto, por la sencilla razón de que muy pocos se adueñaron de ella muchísimos años atrás, en un pacto patriarcal y silencioso como el que ocurre en estos casos. En este caso, el pacto incluyó dinero, amenazas, chivos expiatorios y personas influyentes, aparte de Diomedes y su familia, a quienes no les convenía ni les conviene que el país conozca la verdad. Así, la historia oficial de este caso finalizó con la condena por homicidio preterintencional para Diomedes Díaz, y una cantidad baja de dinero y oro para la familia de Doris.

Pero un feminicidio no es una ‘tragedia’, sino un crimen, y una condena no es una verdad. Eso lo tienen claro Rodrigo Niño, su familia y el abogado Jesús Niño desde hace 25 años. Todavía se la debemos.

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