Para mí, el clóset fue como una matryoshka. La primera vez que salí de ahí, revelé primero mi condición de “discapacidad” de una manera muy millennial: abrí la aplicación de Tinder, la configuré a solo hombres a 10 km y en mi descripción puse:
“Artista visual”
“Aries, ascendente Tauro”
“Mido 110 cm”
Así, comencé a hablar con distintas personas que me preguntaban si realmente esa era mi estatura y unas que no lo mencionaban. Otras, me hacían saber insistentemente que su fantasía era tener sexo con una persona con un cuerpo distinto, experimentar algo diferente, algo que me dejaba en una posición de cosificación.
Escenas como estas podrían entrar en la sección bizarre en páginas de pornografía, con descripciones despectivas, machistas y violentas. Al no encajar en la asexualidad, nos llevan al otro extremo: la hipersexualización. Nos convertimos en fetiches: lxs enanxs, lxs amputadxs, las lesbianas, lxs gordxs…
Irónicamente me sentía aliviada. Hasta ese momento yo nunca había considerado la posibilidad de ser deseada. Pero al mismo tiempo me cuestionaba constantemente sobre hasta qué punto mi cuerpo iba a ser siempre el “gusto culposo”.
A las personas con algún tipo de “discapacidad” o diversidad funcional siempre se nos han considerado asexuales, especiales o seres infantilizados que la sociedad debe proteger porque consideran, automáticamente, que es su labor como individuos “superiores”, al poseer todas las capacidades.
En mi adolescencia fingía ser fría y no tener ningún interés afectivo por miedo al rechazo. Incluso yo misma me rechazaba para evitar llamar la atención si comenzaba a salir con alguien. No consideraba la posibilidad de ser deseante y mucho menos veía la sexualidad como un derecho humano que debía reclamar. No fue hasta que tuve 23 años que decidí salir del siguiente closet de mi matryoshka, el de la diversidad sexual, identificándome como bisexual.
Esperé a tener una pareja mujer para poder enunciarme desde ahí, pues la bisexualidad siempre ha sido cuestionada e invalidada por muchxs como un confusión o un acto “heterocurioso”. Constantemente me preguntan de manera irónica por el “noviecito”. Si se sorprenden cuando les respondo que sí tengo, no me imagino sus caras cuando les diga que es una “noviecitA”.
Doble diversidad
Una gran mayoría no entiende las corporalidades diferentes y que dentro de esta diversidad también puede haber otra. No creo que para hablar de esto debamos hablar de inclusión: incluirnos es dar a entender que no hacemos parte de esta sociedad y que nos asumen como el “otro”, lo desconocido o lo defectuoso.
Las luchas feministas y cuir han sido la base para la lucha Crip, que en español traduce “tullido”. Este término ha sido resignificado y reapropiado por la comunidad como una forma de autodenominarse, dejando sin poder a quien la usa de manera ofensiva, cómo pasa con otros términos.
El lenguaje y la manera para nombrar a ciertas comunidades siempre ha sido controlado por un grupo de poder que controla lo válido y aprueba quién tiene la capacidad de estar en este sistema y quien no. Esto, a través de una dinámica biopolítica, cómo la definió Foucault, que vigila y gobierna a los cuerpos, gestionando la vida y quién puede vivirla, incluyendo la sexualidad.
Soy consciente de que estamos en un sistema de poder heterosexual, donde seguimos creyendo que tener sexo o hablar de sexualidad implica reproducirse. También, que implica una conexión sentimental, o penetración, o que implica siempre más de unx.
Pero desde la mirada diversa de nuestras capacidades y habilidades, sabemos que no hay una sola manera de hacerlo . También, somos muy conscientes de que nuestro placer debe ser explorado. No somos discapacitadxs: tenemos formas, curvas, pliegues, cuerpos y capacidades diferentes, maneras distintas de realizar acciones.
Sé que es un tema complejo. Porque todas estas representaciones sobre nuestra diversidad terminan por convertirse en nuevos y problemáticos discursos que nos encasillan en un espectro de como deberíamos actuar o que podríamos hacer, cuando en realidad nadie sabe de lo que son capaces nuestros cuerpos rebeldes y diversos.
Aunque sea pequeño, mi acto de revolución es ponerme en la calle, a la vista de todxs, caminar sola, bailar en una fiesta o besarme en la calle con mi pareja para mostrar mi existencia, y la de los muchos otros que están encerrados en sus casas por miedo a las miradas insistentes.
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