Una cámara de frente, un solo lente a la altura de sus ojos. Así fue como Clare Weiskopf y Nicolás van Hemelryck decidieron grabar este documental hecho de entrevistas a ocho adolescentes que vivieron en la calle. Les cuestionaron esa apuesta porque el formato de entrevista da para usar por lo menos dos cámaras, además es lo usual. Pero lo que querían les directores era que quienes vieran la película pudieran mirar de frente a las chicas.
‘Alis’ (2022) es la más reciente obra de Clare y Nicolás. Luego del éxito de ‘Amazona’ (2017) volvieron a codirigir una historia de feminidades subvertidas, al margen y en oposición a roles socialmente impuestos. Una película de mujeres incómodas, impetuosas, pero vulnerables por medio de la palabra y el silencio.
Esta coproducción entre Colombia, Rumania y Chile empieza a consolidarse como uno de los documentales colombianos más premiados de los últimos años. En su recorrido por festivales se ha llevado 31 reconocimientos, entre los que está el de Mejor Documental Iberoamericano en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara.
El elogio más importante se lo lleva el dispositivo narrativo: la creación de un personaje ficticio, Alis, que pasa a ser compañera de todas en el internado La Arcadia de Bogotá, a donde llegaron de las calles. Esta institución pública está ubicada en Funza y es parte del Instituto Distrital para Protección de la Niñez y la Juventud de la Alcaldía. Allí viven niñas y adolescentes que fueron abandonadas o cuyas familias se rompieron.
Mucho se ha hablado del tratamiento audiovisual que reivindica el relato de cada protagonista, pero no es un recurso que les directores se sacaron del sombrero. Se construyó durante años de dictar talleres de cine en instituciones como La Arcadia. Años de pensarse cómo contar el trauma y el porvenir. En MANIFIESTA conversamos con Clare y Nicolás sobre las decisiones éticas de su película, un debate importante en medio de la discusión acerca de hacer cine con personas cuyas realidades persisten luego de grabar una película y recorrer festivales con ella.
¿Cómo fue la puesta en escena de la feminidad disruptiva e incómoda en este documental?
Nos interesan mucho los temas femeninos, tenemos dos hijas y nuestra preocupación es cómo van a crecer en este mundo. Una mujer en la calle es lo más vulnerable que puede haber, digamos que por eso trabajamos con mujeres. Para nosotros es un tema recurrente y nos gusta ver mujeres empoderadas en pantalla, no solo escribirlo, verlas allí, ver cómo florecen.
Para complementar, algo que fue muy sorprendente para nosotros era cómo funcionaba este internado. Uno pensaría que son súper conservadores, pero acá adentro se permitía todo, sin ningún tipo de cuestionamiento. Nosotros en los años que estuvimos en La Arcadia conocimos hombres trans, mujeres trans. De hecho la película luego tuvo una acogida gigantesca en los festivales de cine queer. Fue una sorpresa muy grande para nosotros. Y nos decían eso, que la mirada era de igual a igual, donde todo era igual de válido, igual de poderoso. Llegamos a La Arcadia por casualidad, a un internado de mujeres que nos fascinaron, nos despertaron admiración y decidimos hacer la película.
Hay dos temas que a nuestro parecer son líneas éticas de la película: primero, permanecer en estos lugares haciendo sus talleres y luego decidir hacer la peli
Fue fundamental porque la película vino de nuestra relación con ellas, de lo que aprendimos de ellas. Habría sido imposible hacer esta película de otra manera, porque la imagen que teníamos nosotros antes de conocerlas está llena de prejuicios. Habríamos ido a implantar esa imagen nuestra o a buscarla. Aquí fue precisamente al contrario, después de tanto tiempo de estar con ellas, de conocerlas, todos los elementos de la película salieron de ahí.
El uso de la imaginación salió del trabajo con ellas, uno de los ejercicios que hacíamos en esos talleres, cuando hablamos de narrativas, era proponerles que escribieran una historia para la próxima clase con un inicio, nudo y desenlace. Algo muy básico. Pero los resultados eran espectaculares, historias muy fuertes. Por más de que estaban llenas de fantasía y empezaban en otros mundos, muy rápido reflejaban sus universos y sus historias. Ellas fueron las que nos enseñaron el poder de la imaginación. Eso no habríamos podido saberlo sin permanecer.
¿Creen que sin el apoyo de equipos psicosociales en todo el proceso el resultado hubiese sido el mismo?
También fue clave. Nosotros trabajamos a lo largo del proceso con varios equipos que nos apoyaron desde el lado terapéutico. Sabíamos que podíamos pecar por ingenuos, porque lo que estábamos haciendo iba a despertar algo y nosotros no teníamos el conocimiento para contenerlo. Fue muy importante tener la seguridad de un acompañamiento en las decisiones: por ejemplo, en las preguntas que íbamos a hacer y el hecho de grabar dentro de su dormitorio.
Grabar sonido fue complicado, en La Arcadia pasaban aviones todo el tiempo. Pero decíamos: si uno cuando lo van entrevistar se siente nervioso, pues imagínense ellas. Sacarlas de ahí, llevarlas a un estudio con una gente que no conocen. Entonces dijimos: hagámoslo en los cuartos, realmente que sea su espacio, que se sientan en control. Y si no controlamos la luz, si no controlamos el sonido, pues ahí vemos qué pasa. Si fueran muchos aviones, la película se llamaría ‘Alis y los aviones’, y ya. Pero se hubiera desarrollado en su espacio. El acompañamiento psicosocial y terapéutico nos ayudó a reafirmar ese tipo de decisiones que fueron fundamentales para lograr intimidad y confianza.
Digamos que el desarrollo de la idea fue larguísimo y el rodaje fue muy corto, como un rodaje de ficción, precisamente por esto. Ellas sabían que iban a hacer una película, pero creían que venían a una entrevista. Entonces, paralelo al rodaje, teníamos una terapeuta experta en teatroterapia e hicimos tres talleres que acompañaron y sostuvieron toda esta historia de Alis.
Todo en esta película parte de eso, de imaginar: tanto ellas como el público. Ellas son contadoras de historias. Y no sabemos si todo es verdad, no nos importa porque hay una verdad ahí, ¿no?
¿Y sobre la decisión de grabar en interiores y no incluir imágenes de la calle?
Siempre pensamos que la película iba a ser en el internado, desde el inicio, porque ese es el mundo de ellas. Y es un mundo interesante a diferencia de la calle. Cuando alguien está habitando la calle no tiene tiempo ni lugar para reflexionar sobre su vida; está resolviendo, sobreviviendo, está protegiéndose. Aquí en cambio están en un lugar aislado, donde tienen las necesidades básicas cubiertas y se les invita también a pensar ‘bueno, ¿qué van a hacer en la vida?’. Es un espacio muy valioso para nosotros porque las invita a reflexionar sobre su futuro, sobre su pasado.
En un momento dijimos: ‘Pero es que la calle es tan dura que es imposible imaginársela’ y creímos que sería bueno en un punto mostrarla. Luego entendimos que no. O sea, que lo que ellas dicen es duro pero las historias son mucho más duras de lo que aparece en la película. La película es ligera para para todas las experiencias que han vivido. No hacía falta ahondar ni detallar más ni escribir esas experiencias traumáticas.
Nosotros planteamos contar desde la imaginación y sería también muy absurdo mostrar la calle, mostrarla en concreto. Todo en esta película parte de eso, de imaginar: tanto ellas como el público. Ellas son contadoras de historias. Y no sabemos si todo es verdad, no nos importa porque hay una verdad ahí, ¿no?
¿Creen que este dispositivo para contar, a partir de la invención de Alis, funcionaría como detonador en otros proyectos?
Nos han dicho mucho eso en los festivales, es muy chistoso. ‘¿Por qué no usan eso y lo implementan en todos los centros?’. Pero crear este personaje fue espontáneo, o sea, no hubo un guion. Nosotros llevábamos tiempo trabajando, sabíamos los temas que iban a salir en las entrevistas. Es decir, teníamos una estructura muy clara de la película. El tiempo fue determinante para implementar el personaje de Alis.
Es más, las entrevistas empiezan de una forma muy tímida, sin saber si las chicas entraron en el juego. Pero luego van entrando, van entrando. Empiezan de una forma muy superficial, luego van más profundo. Y luego ellas se olvidan de que es un juego.
Pero más allá de las preguntas, ellas guiaron la historia, fue orgánico y espontáneo. Nunca preparamos nada.
¿Cómo hicieron para no romper esta línea delgada entre la revictimización y la reivindicación de las historias de estas chicas?
Pues yo creo que fue gracias al uso de la imaginación: una cosa es preguntarte ‘bueno y dime qué te pasó a ti’. Otra es que inventes un personaje y decidas qué le ha pasado. Tú decides que ese personaje ha tenido experiencias traumáticas pero tiene un futuro luminoso. Se trata del poder que tú creas en ese personaje, de que te proyectes en él. También fue fudamental la confianza con ellas, que sintieran que podían conversar con nosotros y hacer este proyecto juntos.
Teníamos clarísimo que no íbamos a permitirnos hacer una película amarillista, desde el pesar, desde la mirada como si fueran pobrecitas allá en su mundo, y luego irnos. O sea, tenemos que hacer una película desde su potencia. Y sí hay historias duras, pero realmente uno las conoce y se enamora, porque son increíbles más allá de su tragedia.
Son jóvenes completas. No solo son víctimas. Eso era un objetivo claro. De nuevo, no solo son víctimas: son creativas, cantan, bailan, tienen una imaginación increíble, quieren ser muchas cosas en la vida y pero les falta oportunidad. No queríamos contar una típica historia triste, que uno saliera vuelto nada, diciendo ‘¿y ahora yo qué hago con esto que me contaron, porque me siento pésimo?’. Sabíamos que queríamos despertares, esperanza, porque ellas son luz. Sí, vienen de mundos oscuros pero son luz.
Lo mismo cuando hacemos un corte en edición: el corte es evidente, no lo vamos a disfrazar poniendo sus manos, por ejemplo, como para que el espectador no se dé cuenta de que editamos lo que dijo. Si cortamos, cortamos
Desde su experiencia haciendo ‘Alis’, ¿por qué creen que nuestra sociedad siente tanta culpa o vergüenza ante una niña o un niño en situación de calle? ¿Tiene que ver con que les proyectamos ahí para siempre?
La forma de la película es una cámara, un solo lente a la altura de sus ojos. Nos cuestionaron muchísimo por no tener segunda cámara como se hacen las entrevistas. Nosotros queríamos mirarlas a los ojos porque precisamente son una población invisibilizada, una población que no queremos ver, nos hace sentir incómodos, evitamos mirarlas. Pero la película iba a hacer eso: mirarlas a los ojos y escucharlas.
Lo mismo cuando hacemos un corte en edición: el corte es evidente, no lo vamos a disfrazar poniendo sus manos, por ejemplo, como para que el espectador no se dé cuenta de que editamos lo que dijo. Si cortamos, cortamos. Cada corte y cada manipulación de montaje que hacemos es de frente.
Para terminar, sobre la responsabilidad que han asumido más allá del cine y del arte: Sabemos que tienen el proyecto de crear una casa para las chicas con la Fundación Tiempo de Juego, ¿nos pueden contar un poquito al respecto?
Esto tiene dos sentidos. Uno es que queremos abrir una discusión mediática sobre la infancia y adolescencia, nos parece que en Colombia nunca ha sido una prioridad, políticamente ha habido temas más importantes que resolver y se ha postergado. Pero si uno se pone a mirar esos conflictos más grandes que tenemos en el país, vienen muchas veces de infancia rotas. Creemos que es el momento de poner a la infancia y la juventud en primer plano, poner todos los esfuerzos de la sociedad ahí, como una manera de solucionar esos problemas más grandes y complejos
Sobre el proyecto con Tiempo de Juego, haciendo la película nos dimos cuenta de que los talleres de cine eran muy enriquecedores para las participantes porque más allá de hablar de narración, de arco dramático, de planos, de sonido, se trata de hablar del mundo que nos rodea. Eso es muy valioso. Pero empezamos a pensar qué más podíamos hacer.
Entendimos que el momento crítico es cuando ellas salen de la institución, a los 18 años. Pasan de tener todas las necesidades básicas cubiertas, muchas veces a no tener dónde dormir. Esos sueños que tienen se estrellan contra el mundo y se esfuman, porque entran en una dinámica de sobrevivir. Entonces dijimos: este es el momento en que sería bueno hacer un acompañamiento que no sea otra institución, sino para que esos proyectos de vida vayan cogiendo forma.
Llevamos un año con Tiempo de Juego, que trabaja estos temas, en conversaciones sobre crear un lugar físico donde ellas pertenezcan y donde lo importante sea ese proceso de acompañamiento psicológico, vocacional, legal, penal. Es algo gigante.