Cuando se habla de música colombiana, de inmediato se nos viene a la cabeza una imagen tradicional, folclórica. Un conglomerado de sonidos caribeños o del Pacífico, llenos de gaitas y acordeones cuyos sonidos viajan a través de aire caliente y algo de brisa. Y sí, esas imágenes en efecto pertenecen a la música colombiana. Pero con el paso de los años, y con el desarrollo de escenas más diversas, hemos descubierto que siempre hemos tenido otras posibilidades sonoras, y mucho público de nuestro país se ha abierto paso a ellas. Estos caminos alternativos son liderados y alimentados a partir de experiencias diversas y búsquedas vitales con la experimentación como método.
Estas características han guiado el camino artístico de Gabriela Jimeno, una artista bogotana multi-instrumentista y productora, quien es mejor conocida en el circuito musical nacional y global como Ela Minus. Recorrer los caminos musicales que ella ha construido para sí misma, es a su vez revisar una muestra fehaciente de esa otra música que nos acoge.
Ela nació en Bogotá y creció, según su relato, inquieta por los sonidos. Una obsesión que con el paso de los años se mezcló inevitablemente con la persona en la que se convirtió. “Como todas las cosas importantes en la vida, no creo que haya sido una decisión. Simplemente una sensibilidad que siempre estuvo conmigo y que he tenido la suerte de que siempre esté. Siempre he tenido algo que aprender, la música nunca ha faltado” asegura Ela.
Actualmente, aunque vive en el exterior, esta artista representa de forma sólida el trabajo de las mujeres en Colombia por explorar sonidos electrónicos alternativos. Al hablar de productoras nacionales, su nombre es uno de los primeros en aparecer, con dejo de admiración. Su amplia trayectoria musical, iniciada en la infancia y extendida hasta hoy, la ha convertido en un importante nodo de la música del país, y actualmente en una diáspora importante que se ha expandido a varios países de América y Europa. Una diáspora que en una semana retornará a su casa para el Comeback del Festival Estéreo Picnic.
Trayectoria: de la infancia a la adultez
Desde muy niña, Ela estuvo rodeada de instrumentos: empezó a los siete con el piano, luego a los diez con la batería y este llamado de la percusión la llevó a formar su primera agrupación llamada Ratón Pérez en 2001, una banda de hardcore que ganó cierto culto entre los parches alternativos de su ciudad. Allí se mantuvo durante varios años, hasta 2008. Su experiencia con la banda la hizo volcarse al estudio de batería y síntesis de música en Berklee College of Music. Este fue un lugar definitivo para consolidar su potencial como artista.
Junto a esto también participó, alrededor del 2012 en una etapa más indie-pop, con Balancer. Esta agrupación formada de la mano de Felipe Piedrecita y Francisco Valentín, estaba llena de sonidos de sintetizadores fractales acogedores y una batería enérgica contrastando de forma equilibrada.
Luego de estas experiencias llega la formulación, casi epifánica, de Ela Minus, su proyecto solista. Este inició en 2015, y se convirtió en una nueva búsqueda musical e interior en la que Ela exploró terrenos desconocidos a nivel sonoro. Tomó la experiencia de su trabajo en la fábrica de instrumentos musicales Critter & Guitari construyendo sintetizadores. También tomó sus estudios en batería y síntesis, y se planteó nuevas preguntas, a las que ahora atiende con mayor rigurosidad y emoción. Salió a la luz con su producción First Words en diciembre del mismo año. Y desde ahí nos ha tenido hasta hoy bailando sin descanso en este proyecto.
La poética de la búsqueda
Su carrera se ha concebido a través de una poética de la búsqueda. Nada ha detenido a Ela para explorar desde sonidos más fuertes como el hardcore, hasta los más sutiles como el dream pop. Su arte, la música, no se acoge a ninguna forma en particular y no teme a intentar nuevas maneras. No recuerda con certeza si la música de su casa en la niñez alimentó su proceso artístico. Pero sí tiene presente de forma latente que todo lo que se escucha termina siendo una influencia de una u otra forma, una premisa que ha liderado toda su trayectoria. De ese lugar viene su proceso artístico, que se podría definir como una amalgama incansable de todo lo que le fue posible escuchar.
“El hilo conductor siempre ha sido la música y el aprendizaje, cuando uno está abierto a aprender inevitablemente cambia. Ela Minus ha sido mi proyección más libre y es por ahora la forma en la que mejor me he sentido, en la que espero estar un buen rato” añade.
Esa libertad que menciona se refleja en las formas de su sonido, sobre todo en este proyecto solista. Ela Minus empezó con sonidos mucho más dados hacia el dream pop y lo que ella llamaba ‘Tiny Dance’. Se escuchaba en sus EP’s First Words, Grow y Adapt., llenos de melodías con atmósferas sencillas y envolventes combinadas con su voz y los sintetizadores. No era música tímida, pero sí minimalista, para dar saltos pequeños.
En definitiva, un sonido que conservaba menos caos y más color respecto a su primer álbum, la producción que la catapultó al circuito global. Acts of Rebellion, tiene su cara a medias impresa en contraste monocromático y fue publicado en 2020, en plena pandemia. Un álbum que llegó en el momento indicado de aislamiento para acoger el público que estuvo fuera de los conciertos durante mucho tiempo. El álbum contiene en sí mismo, desde su portada hasta los títulos de sus canciones, sus ritmos y letras, una sombra oscura matizada. Esta está acompañada de sonidos más estridentes y provocadores que engloban el concepto que desea alcanzar la producción: aquellos pequeños actos revolucionarios de la vida cotidiana, el amor, la libertad y la empatía.
Escuchar a Ela Minus no es escuchar a alguien diferente a Gabriela. No se trata de un alter ego, sino de una muestra de independencia, un proyecto que, luego de un largo recorrido, encierra su cosmovisión y libertad a través de sonidos que acuñan una serie de experiencias diversas: “De alguna manera estaba frustrada con la música. No a nivel personal, sino por el contexto. Tocaba batería en bandas y construía sintetizadores, pero especialmente cuando hacía esto último sentía mucha libertad», recuerda la artista.
Su decisión de un proyecto solista también fue una postura emancipatoria de lo que había vivido previamente en su carrera musical. “También estaba en conflicto con la democracia de las bandas y la dificultad de hacer arte en grupo, los sueños distintos y las ambiciones. Yo no buscaba hacer un proyecto solista, solo pensé que tenía que hacer algo porque no concebía que esa fuera la vida”. Ela cuenta que entonces se desenfocó de su zona de confort: la batería, el piano y los sintetizadores, y la sacó hacia una dirección que no había tomado, que era hacer música sola: “precisamente porque no esperaba nada a cambio, fue lo mejor que he hecho, porque es lo que más me ha dado plenitud”. Esa misma plenitud se ha traducido en una elasticidad sonora que se estira a su propia medida: “Ela Minus no es un personaje, yo me llamo Ela, es lo que soy también”.
La generación del no pertenecer
Esta seguridad de su propia inquietud transformadora la ha llevado lejos. A sus 31 años, ha abierto presentaciones de Juana Molina, Austra o Little Jesus y ha participado en festivales como el Nrmal en México, Comunión. Ahora regresa al ‘Comeback’ del Festival Estéreo Picnic en su natal Colombia.
En ese girar constante de viajes y experiencias, de vivir y establecerse en USA siendo colombiana, Ela ha desarrollado una sensibilidad particular sobre el espacio, el sentir de quién decide alimentarse de todo lugar y objeto en el mundo. Una poética del no pertenecer, que también subyace en su proyecto y con la cual intenta representar de una manera no convencional el lado folclórico de la música colombiana y latinoamericana.
“En la mayoría de mis contextos he sentido que no pertenezco. Cuando era más pequeña creía que ese sentir estaba en Colombia, pero luego al viajar me di cuenta que no era ningún país, era un sentir que partía de mí misma”. Con los años, Ela se ha descubierto extremadamente colombiana, a pesar de sentir que la gente de su generación se siente fuera de lugar. ”Muchos no nos vemos como los colombianos se ‘deberían’ ver, o no consumimos la misma música,o no nos vestimos de forma convencional, no estamos tan expuestos al territorio, nos criaron de una manera diferente porque somos de ciudad, estamos centralizados y si uno no se pone en la tarea de aprender del territorio, nunca lo conoce”.
Ela cuenta que tiene la suerte de haber crecido en una casa de periodistas que le enseñaron sobre su país, pero eso no evitó que ella sintiera una suerte de extranjerismo en su país, y en todo lado. ”Me parece un poco vano el hecho que artistas intenten volver a la raíz actuando y haciendo fusiones de música folclórica cuando no es la voz de su alma. Yo me he puesto en la tarea de conocerme profundamente y hablar desde ese otro lugar, hacer arte que me represente a mí y a quienes se sienten como y. Y eso no me hace menos colombiana”.
Es en esta otredad musical, donde no se habla desde el folclor y la raíz sino de sentires universales como el de no encajar, que Ela se impregna profundamente en el sentir de las personas. Su proyecto sigue creciendo se ha convertido, gracias a su perseverancia y amor a la música, en un sonido electrónico alternativo clave para entender el avance de la música electrónica nacional. Un sonido que volveremos a oír muy pronto sobre la tarima reunidos de nuevo, para disfrutar del acto revolucionario de divertirse en medio de tanto caos.
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