Nuestra lucha también es por una muerte deseada y digna

Imagínate tener 51 años y desarrollar una enfermedad cuya causa se desconoce y cuya cura no existe. ELA, te dicen que se llama. Esclerosis Lateral Amitriófica. Te informan que poco a poco esta enfermedad va a ir degradando tus células nerviosas, va a debilitar tus músculos y va a afectar tus funciones físicas sin que nada frene este proceso en tu cuerpo.

Entonces decides que quieres morirte y no dejarte morir. Así lo decidió Martha Sepúlveda en Medellín. Quiso morir de manera voluntaria, exigir su derecho a la eutanasia, antes de tener que atravesar por el destino obligatorio que plantea su enfermedad. Así lo han decidido cerca de 123 casos más desde 2015, que fue cuando se reglamentó el procedimiento para acceder a una muerte digna en Colombia. 

Ahora imagínate que, como Martha, pides una valoración médica para acceder a este derecho reconocido por la Corte Constitucional de tu país. Que lo aprueban, a pesar de que la enfermedad que tienes no es terminal, pero sí degenerativa y sin cura. Sales públicamente en un medio de comunicación hablando sobre la noticia de tu eutanasia, a la que lograste acceder, tal y como hizo Martha. Ella salió a hablar sobre eutanasia en Colombia. En ella se ve sonriente, contenta porque en su país le están garantizando el derecho a morir de manera digna. Que es lo mismo que respetar y garantizar la autonomía sobre la vida y sobre el cuerpo propio hasta el final. 

Martha sonríe varias veces en esa nota y esa sonrisa incomoda a la mayoría de un país que está acostumbrado a que la única muerte permitida esté atravesada por la violencia, por el odio y por el absurdo. En vez de eso, Martha buscaba una muerte que se relacionara con la soberanía y la libertad y con el amor. El que siente una familia que tiene muy claros los límites del dolor y el sufrimiento para sus seres queridos. 

La felicidad de Martha fue parte del motivo por el que la IPS Instituto Colombiano del Dolor de Medellín, Incodol, creyó que el sufrimiento debía primar sobre la plenitud visible de ella. Por eso decidió cancelar la eutanasia 36 horas antes de la fecha del procedimiento. Un acto que va en contra de su salud mental, de la de su familia y de su propia muerte. “Tortura”, así se refirió a esta decisión el editorial de El Espectador sobre este caso. ¿Por qué vivimos en un país antiderechos que sigue sin entender que la muerte también debe ser deseada? ¿Por qué Colombia en vez de eso sigue imponiendo muertes dolorosas?

Hace unos meses contamos la historia de Yolanda Chaparro de Andrade, una mujer feminista de 71 años que sufría la misma enfermedad de Martha. En su caso, Yolanda debió esperar un año y un mes por una reglamentación insuficiente del procedimiento. Mientras eso se resolvía, veía cómo su cuerpo se iba deteriorando poco a poco. Y cuando conocimos su relato y su lucha, quedamos con varias enseñanzas: ¿Qué tanto hemos hablado de la lucha por la eutanasia como una lucha feminista? 

Encontramos que no mucho. Y que deberíamos hablar más de esto, y entender por qué debe ser una lucha cobijada por los movimientos feministas. Así como nuestra apuesta por una maternidad deseada y un aborto legal, seguro y gratuito, el acceso a la eutanasia es una lucha que tiene que ver todo con la soberanía sobre nuestros cuerpos, para todxs, y la manera en la que queremos terminar de vivir nuestra vida. A la final, la eutanasia es una decisión que se relaciona directamente con la construcción de una sociedad más democrática.

Ahora, si al trasladar esta conversación al ámbito público, cómo hizo Martha en esa nota periodística, o como hizo Yolanda en su momento, hay culpas y castigos que terminan en la negación de un derecho constitucional, esto quiere decir que seguimos en un país que aún no entiende la importancia de poder tomar esta decisión, y cuyo entendimiento sobre la muerte voluntaria es parecido al entendimiento que se tiene sobre otros derechos como el aborto. 

¿Y cuál es ese entendimiento? Uno obtuso, conveniente, cruel. Uno que defiende la vida según la conveniencia del caso y que argumenta con razones religiosas para imponer una visión antiderechos que se atraviesa de manera irracional sobre las necesidades reales de personas que deberían tener garantías mínimas para tener una vida digna, algo que en Colombia parece mucho pedir la mayoría de veces y que es uno de los pedidos fundamentales de los movimientos de mujeres.

Sin embargo, hay un dato que da esperanza: según las últimas cifras de Colombia Opina de Invamer, el 72,5 por ciento de las personas en Colombia están de acuerdo con que las personas puedan acceder a la eutanasia en caso de tener sufrimiento físico y psíquico por enfermedades graves e incurables. 

A Martha la castigaron por verse feliz y dueña de sus decisiones. Un motivo que le suena familiar a muchas mujeres. Pero en su caso, el castigo impuesto fue negarle la posibilidad de tener una muerte digna. En vez de eso su IPS prefiere una muerte que se salga de sus términos, que incluye sufrimiento y un proceso lento y tortuoso para ella, para su cuerpo, su salud mental y su familia. ¿Qué sigue para Martha? Lo más probable es que entutele la decisión de Incodol y se pueda realizar el procedimiento. ¿Pero qué necesidad hay de eso? ¿Qué necesidad hay de haberle negado el procedimiento, en primer lugar? 

El caso de Yolanda y ahora el difícil caso de Martha nos deja muchas preguntas para seguir respondiendo. Sobre todo una principal: ¿Qué tanto nos hace falta hablar públicamente sobre eutanasia en Colombia? No puede ser posible que hacer una nota periodística sobre un caso de eutanasia termine en la negación de este derecho para quien la solicitó. Quizá nos faltan años de conversación y entendimiento, así como nos sigue haciendo falta entendimiento cuando hacemos la exigencia constante de decidir sobre nuestro propio cuerpo. El feminismo es para todo eso: desde una maternidad deseada y un aborto deseado hasta una muerte deseada. 

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