“¡Pero eso está muy caro!”, dice una señora horrorizada cuando le cobran 33.000 pesos por un turbante de tela ankara. “Eso por ese pedacito de tela es un robo”.
“¿40.000 pesos esa botellita de Tomaseca?” exclama con fastidio un señor. “Aprovechados”, dice, toma de la mano a su señora, que estaba viendo turbantes, y se van.
Probablemente el señor y la señora terminaron gastando más dinero en otro trago comprado en un almacén de cadena. Probablemente se lo tomaron sentados desde la comodidad de su casa mientras se quejaban de los precios absurdos que esos negros estafadores les cobraron en el Petronio Álvarez.
Esta queja la escuché de muchas personas a lo largo de la última edición del festival de música del Pacífico colombiano Petronio Álvarez. “Todo está carísimo”, decían. Este reclamo me generó sobre todo una pregunta: ¿Cómo medir la relación valor-precio del trabajo artesanal en un festival como este? La respuesta dependerá de a qué población se le pregunte y el valor que esta le dé al evento y al trabajo de quienes comercian en él. Ahí es donde entramos a un terreno no negociable: Si el trabajo de la gente negra vale o no. La respuesta es clara: Vale, y vale mucho.
La queja sobre los precios nunca vino de personas del Pacífico, que saben el trabajo que cuesta, por ejemplo, hacer un Viche Curao: no sólo es el trabajo de hacer el viche a partir de la caña de azúcar. También curarlo con hierbas y otros ingredientes. Estas recetas son secretas, trabajadas por muchos años, y a veces pasadas de generación en generación. En el caso del Curao, ninguno sabe igual porque cada familia negra tiene su propia receta. Además, muchos Curaos se usan para males (los que venden en los festivales son, sobre todo, para tratar la disfunción eréctil), y normalmente las versiones son hechas por un sabedor de medicina ancestral.
Una no puede evitar preguntarse, ¿Tendrían esta queja con cualquier otro licor único en el mundo, hecho a mano por sabios de una comunidad? ¿o será que les puede la costumbre de que todo lo de la gente negra e indígena sea gratis, fácil de extraer, fácil de revender?
Hay un historial preocupante de extractivismo cultural en este país. Entiéndase por extractivismo cultural el afán de extraer y lucrarse de una o varias culturas marginalizadas sin necesidad de darles un centavo. Acciones que con marcas globalizadas serían terribles violaciones a los derechos de autor. Pero con bordadoras indígenas, sabedoras de medicina ancestral, tejedoras de cabello, diseñadoras afrocentradas y otros artistas artesanales negros e indígenas siguen siendo llamadas ‘apreciación cultural’, ‘reconocimiento’ e ‘inspiración’.
Esa es la realidad que vivimos actualmente en Colombia. La gente sigue prefiriendo comprar joyas de ‘inspiración indígena’ carísimas, que pagarle el mismo precio a alguien de una comunidad marginalizada o subrepresentada. Seguimos en un país donde un turbante de “inspiración africana” de un almacén de marca vale más que un turbante propiamente africano, hecho en una tienda afrocentrada por una diseñadora negra.
A las personas que no entienden por qué los vendedores del Petronio Álvarez no tienen precios más baratos según ustedes, o les regalan todo su trabajo, ¿Se han preguntado el porqué? ¿Saben lo que cuesta volar desde Guapi a Cali y conseguir estadía? ¿O se han preguntado alguna vez por el costo de los materiales? ¿Saben los años que muchos y muchas se han tomado para perfeccionar el oficio y lograr el producto del que ustedes se quejan ahora?
Es por estas preguntas que la queja de los precios no es simplemente una queja, sino que se vuelve síntoma de algo más. El chip remanente de la esclavitud vivida en Colombia, que aún no les sale de la cabeza. Este es el mismo chip que no deja que les paguen pensión a sus empleadas domésticas, o que le paguen a los constructores negros una miseria por pintarles sus casas. Ese chip es la misma voz al interior de muchas cabezas que dice “50.000 por unas trenzas es demasiado”, cuando hay un desconocimiento total de la técnica y la historia detrás de esos tejidos.
Para dejarlo mucho más claro les invito a hacer un ejercicio. Pueden entrar a alguna marca de ropa nacional y buscar referencias de turbantes. Probablemente lo que encuentren sea de menor calidad que lo que se consigue en el Petronio, sin embargo la generalidad es que va a costar más. El turbante que encuentre en algunas de estas tiendas no estará hecho a mano, no tendrá un diseño africano, quizá fue producido en masa con un diseño relativamente genérico.
O también pueden buscar precios de licor artesanal en tiendas de Bogotá, en donde cada vez está más de moda la venta de Viche, Viche Curao, Tomaseca, crema de Viche, entre otras. Los precios, podría asegurarles, van a ser generalmente más elevados en la capital que en el mismo festival, con la diferencia de que los ingresos probablemente no se van a percibir para quienes producen los licores que se venden en la capital. Incluso habrá algunas de estas bebidas que se producen en masa y ya no involucren ninguna práctica territorial en su creación. A eso estamos llegando.
“Todo está demasiado caro”. No, todo es demasiado valioso. Las cinco generaciones de esa familia que vienen perfeccionando esa receta secreta de Curao son valiosas. Los jóvenes que se reconectaron con su historia y aprendieron a hacer diseños Kente son valiosos. Las artesanas que limaron un trozo de madera hasta que quedara como el mapa de África son valiosas. Las cocineras que con las manos cansadas y a veces quemadas fritaron patacones para miles de personas en el Festival son valiosas.
Ya no es 1850. La gente negra no tiene que trabajarles gratis. Nuestro trabajo y nuestra tradición valen. Si les parece una estafa que los artesanos negros cobren por lo que hacen, pero no los precios de las multinacionales a las que les cuesta un dólar un jean y se los venden a 100.000, es hora de repensarse esa relación valor-precio.
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Imagen de portada tomada de las redes del festival. Sigue a Carolina en Instagram, y recuerda seguir a MANIFIESTA en Instagram,Twitter y Facebook.