Fiestas y cuerpos como espacios políticos

Recuerdo la felicidad contagiosa del 30 de diciembre de 2020. Desde Argentina llegaban los videos y fotos de amigas, hermanas, madres e hijas, compartiendo la calle y celebrando un triunfo que era suyo, nuestro y de toda la región. Luego de varios años, intentos y movilizaciones, por fin aprobaban en este país una ley que legalizaba la Interrupción Voluntaria del Embarazo IVE hasta la semana 14 de gestación.

Las imágenes eran brillantes, felices, de cuerpos multiplicados: más unidas, plurales y movilizadas que nunca. 

Las imágenes de celebración se parecían a las que vimos el pasado 28 de septiembre en Bogotá, #28S, el Día de Acción Global para acceder al aborto legal, seguro y gratuito. En la capital se celebró la primera marcha por el aborto libre, feminista y antirracista, y mujeres y disidencias de género se movilizaron desde la Plaza de Bolívar hasta la Plaza de la Hoja en horas de la tarde. La marcha contuvo momentos para movilizar la rabia, cantar arengas y hacer memoria por las mujeres y niñas criminalizadas por abortar desde la despenalización parcial del aborto, en 2006. Desde ese año, se han registrado en la Fiscalía General de la Nación 5.646 procesos por el delito de aborto. De estos 259 obtuvieron sentencia condenatoria y 95, sancionatoria.

Pero también hubo momentos para el baile, la celebración y el disfrute colectivo de nuestros cuerpos en el espacio público, lideradas por una ambulancia que ya no estaba en circulación y que se prestó esa tarde como sistema de sonido y emisor de perreos en la marcha. Los videos de la ambulancia sonando y las marchantes bailando empezaron a llenarse de críticas en las redes sociales. Algunas decían que «las luchas de las mujeres no son una farra», otras llamaron a quienes marcharon y bailaron ese día «unas insensibles».

A raíz de esa noche, y de esas críticas, me han surgido varias preguntas: ¿Cómo estamos ocupando el espacio público con nuestrxs cuerpxs en forma de protesta? ¿Por qué? ¿Existen herramientas válidas/no válidas para esta lucha constante por nuestra autonomía y por nuestros derechos sexuales y reproductivos? 

Relacionando las cifras de abortos clandestinos en Colombia, y las condiciones precarias para el acceso un aborto legal y gratuito y seguro para muchísimas mujeres y personas gestantes en el país, numerosas voces han sugerido que esta lucha “No puede ser una fiesta”, que las manifestaciones que se hicieron el martes pasado en Bogotá desde el baile y la celebración son irreflexivas y hasta denigrantes con las mujeres muertas por abortos clandestinos .

Y es precisamente sobre este debate al que quiero hacer referencia: ¿Por qué no podemos luchar por la autonomía de nuestros cuerpos desde el baile y la fiesta? ¿Cómo y por qué esto se convierte en un vehículo irreflexivo y violento con las que han sufrido las consecuencias nefastas de un sistema de salud precario y moralista? ¿No hay nada de político en celebrar, en celebrarnos? 

Si bien algunas de las expresiones más recientes y populares dentro de la militancia feminista, como el twerking, pueden ser miradas con lupa debido a los cuestionamientos irresueltos sobre el consumo de cuerpos y culos y el recurso de la sensualidad que a fin de cuentas se termina dando en una sociedad machista y objetivizante, hay algo que no podemos perder de vista. La fiesta feminista, colectiva, en la calle y sin miedo es un acto de resistencia. 

Por eso, más que ahondar en el deber ser o en una clasificación fiscalizante de buenas y malas prácticas de movilización, es importante reflexionar sobre estos espacios como lo que son: unos de denuncia, pero también unos de enunciación y materialización de los otros mundos posibles que queremos para nosotras. 

Esto no es algo reciente o inventado por las peladas que se cansaron de la academia y los espacios formales de militancia feminista. Es una narrativa con historias plurales en todo el mundo: la era disco en Europa y Estados Unidos, el nacimiento de la “cultura club”, los raves, las fiestas organizadas por mujeres y disidencias de género en Brasil, e incluso manifestaciones mucho más antiguas y populares como los carnavales o festivales en Colombia. San Pacho, por ejemplo, es una celebración anual clave del pueblo negro del Chocó, uno de los más empobrecidos por el racismo y violencia sistemáticos en este país. ¿Sus bailes y sus festejos son también irreflexivos frente a quienes ya no están por culpa de ese racismo y esa violencia?

No es que la fiesta en sí misma sea el espacio político por excelencia, pero sí ha sido siempre un lugar radical de encuentros colectivos, vínculos afectivos y liberación. Como dice la académica argentina Marilé Di Filippo en uno de sus trabajos sobre los carnavales: la fiesta es congregación, un espacio-tiempo donde se anulan las distancias individuales. Es una experiencia que permite manifestar una nueva existencia a través de nuestros cuerpos, nos motiva a otros modos de sentir y existir, es agenciamiento colectivo, es la posibilidad de “ser” juntas. 

Mientras en la calle nos violan o nos matan, en las fiestas descansamos de la hostilidad y celebramos nuestra existencia. Por eso es tan importante que, cuando estos espacios se tornan inseguros, existan estrategias claras de concientización y construcción de protocolos de prevención para todes. Muchas hemos trabajado en esto. Para que en medio de la tristeza y el miedo podamos tener también rabia hecha baile, celebración de lo colectivo y música que nos pertenezca. 

Por eso, para mí, la discusión no es sobre las formas respetuosas y adecuadas sino sobre la diversidad de esas formas. Tanto bailar, mover el culo y apropiarnos de nuestros cuerpos y el espacio público celebrando, como rechazar las escandalosas brechas de mujeres denunciadas por aborto en el país: 97% de ellas viviendo en zonas rurales y solo el 3% en zonas urbanas

Es necesario que hablemos más sobre cómo muchas deciden celebrar sus cuerpos en medio de un sistema que nos dice constantemente lo contrario y que tiene dentro de sus expresiones, la persecución a las que deciden libremente sobre sus cuerpos; ya sea para una IVE o para decidir cuándo, dónde y para quién podemos mover el culo.  

Y es que nuestra lucha no es menos válida o banal porque parta desde la alegría. En un mundo que nos quiere constantemente solas y tristes esa celebración colectiva es una bandera de la utopía, un paso hacia su construcción.

***Luisa es parte activa de la plataforma ECO y Latitudes. Pueden seguirla en su cuenta de Twitter.

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