Héctor Abad Faciolince: el machidiotismo contra ataca

Quisiera no tener que preguntarlo, pues es un espectáculo bastante lamentable. Pero como el asunto del machidiotismo se está repitiendo cada tanto, quizás sea bueno señalarlo repetidamente. De pronto así se pueda evitar una epidemia que normalice el irrespeto alrededor de los asuntos de género entre los frágiles exponentes masculinos de la fauna intelectual colombiana. 

Si, frágiles. Aunque sea una palabra contradictoria para cuestionar la masculinidad hegemónica, esa que considera que las muestras de vulnerabilidad son un defecto. 

Pero, ¿Cómo más llamar a esa terca resistencia que están exhibiendo ciertos intelectuales ante la posibilidad de escuchar y recibir con respeto y altura los cuestionamientos que el feminismo les está haciendo? ¿Con qué otro adjetivo tipificar esa tendencia a decir que les interesa la conversación, mientras al mismo tiempo irrespetan sistemáticamente a sus interlocutoras cada vez que deciden tocar el tema? 

Primero fue el difunto Antonio Caballero, al acudir a fórmulas machistas para cuestionar posturas políticas de Margarita Rosa de Francisco. Luego vino Daniel Samper Pizano a esparcir su machidiotismo racista contra Francia Márquez. Y hoy el turno es para Héctor Abad Faciolince, quien ya antes nos ha deleitado con muestras de esta práctica, pero esta vez suma un visible menosprecio por su propia calidad intelectual, al decidir cuestionar a María Jimena Duzán.

¿Cuál fue la columna? “El perfume del poder” publicada el 27 de marzo en El Espectador. 

A la ramplona coquetería del título, que ya de entrada hace que algo “huela mal”, le sigue una introducción cuyo eje es la ya conocida pataleta machista, en la que un autor se queja del momento histórico que le ha tocado vivir, ese en el que su voz de hombre ha quedado atrapada en un giro cultural que le impide expresarse sobre las mujeres con la ligereza con que solía hacerlo. 

La intención de dicha introducción, que bien podría resumirse en una idea tan básica como ‘Es que ya no podemos decir nada sobre las mujeres sin tener que pensar dos veces’, puede verse como un intento de blindar el texto de antemano. Un anuncio al lector de que lo que leerá a continuación podrá parecerle misógino, machista y/o sexista. Pero que ese no es el caso, pues él ya está explicando que todo puede ser “malinterpretado” por un exceso de sensibilidad, aclarando además, que está dispuesto a correr el riesgo, pues está de acuerdo con la transformación que el mundo vive.

“No me parece mal que esto sea así, sobre todo como mecanismo de compensación. Durante siglos y milenios de la historia la costumbre fue la opuesta. desde Platón, pasando por Kant, hasta Schopenhauer y Nietzsche, lo habitual fue lo contrario: denigrar siempre de las mujeres, de su debilidad, de su inconstancia, de su estupidez”- escribe Abad para terminar de ‘blindarse’ y abrir la puerta que conduce al cuerpo de su texto. 

Pese a la cantidad de banderas rojas que el lector desprevenido seguramente no verá en esta introducción, podríamos decir que hasta ahí la columna de Abad iba bien. Básicamente porque cualquiera tiene derecho a quejarse de lo que quiera, argumentándolo como quiera y anunciando todas las posibles contradicciones que quiera. 

El problema aparece cuando Abad empieza a desarrollar lo que, se supone, es el verdadero objetivo de su columna: realizar una crítica al trabajo periodístico de varias mujeres que han realizado cubrimientos o textos sobre líderes políticos de izquierda. Particularmente una crónica titulada “Petro ya no es mamerto: crónica de un viaje”, que María Jimena Duzán escribió para revista Cambio, acerca del viaje que Gustavo Petro hizo a Chile como invitado a la posesión presidencial de Gabriel Boric.

Uno imaginaría que cuando un ‘gran escritor’ decide analizar el trabajo de una gran periodista, que cuenta con un amplio reconocimiento público y más de treinta años de trayectoria en diversos medios, lo hará observando la manera en que ésta narra las situaciones, los detalles que eligió resaltar o dejar por fuera, los interrogantes que puso sobre la mesa o los hechos inéditos que consiguió sacar a la luz. Uno imagina, que el cuerpo del análisis será el texto en cuestión, y sin embargo, el gran Héctor Abad decide cuestionar el trabajo de María Jimena Duzán sin siquiera mencionarlo. 

Pero ¿Cómo? ¿Qué clase de maroma es esta? Bueno, una maroma digna del más lamentable machidiotismo. ¿Si Héctor Abad no habla del escrito de Duzán para criticarlo, entonces de qué habla? 

De “Una faceta (no tengo ni idea de si es cultural o biológica) de muchas mujeres. No digo que de todas, claro está, pero sí me atrevería a decir que esta característica es compartida por un poco más de la mitad. Digamos, adivinando, que más o menos por un 53 % de las mujeres. Es la siguiente: su fascinación por los hombres que tengan una de estas dos pes: plata o poder. Y si son las dos juntas, más todavía. Ahí me atrevería a afirmar que el porcentaje sube hasta 56 %. La plata y el poder en muchas mujeres tienen el mismo efecto que las tetas, las nalgas y la juventud en muchos hombres.”

Basándose en un prejuicio sexista y obsoleto, y presentándolo con el mismo nivel de pobreza mental de cualquier piropo callejero, Abad ‘desarrolla’ la ‘argumentación’ de su texto a lo largo de tres párrafos en los que se dedica a recordar a tres mujeres periodistas cuyos nombres omite. Según él, ellas se habrían dejado seducir por la plata y el poder de Hugo Chávez al entrevistarlo tiempo atrás, durante una visita que el mandatario hizo a Colombia. El escritor menciona esta entrevista solo para después asegurar que lo mismo ha hecho María Jimena Duzán en la crónica de la cual él decide no hablarnos. 

Según Abad, debemos creer que:

  1. Estas tres mujeres hicieron lo que él dice que hicieron porque existe un prejuicio sexista que hace posible tal cosa.
  2. Si él cree en dicho prejuicio y él dice que pasó tal cosa, debe ser que pasó tal cosa.
  3. Semejante anécdota explicaría lo que él considera un mal trabajo periodístico realizado por parte de María Jimena.

Y así, el escritor manda al traste la posibilidad de creer en su capacidad de análisis de la realidad, o en el posible aporte que su intelectualidad pueda hacer a la conversación, ya sea sobre política, periodismo o género. Pero lo único que deja claro en su columna es que a Héctor Abad le molesta leer comentarios positivos sobre líderes políticos de izquierda que tienen plata y poder. 

De nuevo: está en todo su derecho de expresar semejante malestar. Pero lo que no se entiende es que pretenda que su punto de vista sea valorado cuando en vez de analizar el texto, se dedica a criticar a la autora. Y no por sus habilidades profesionales, sino por una supuesta falla propia de una “faceta de muchas mujeres”cuya existencia el ‘sustenta’ botando una cifra que brota de su misma cabeza. “Me atrevería a decir que esta característica es compartida por un poco más de la mitad. Digamos, adivinando, que más o menos por un 53 % de las mujeres”. Su adivinación estadística es la mayor muestra de la manera en la que este autor hiló toda su columna.

¿Por qué decide reducir el trabajo periodístico de una mujer reconocida por su rigor profesional a un señalamiento sexista? Y sobre todo ¿por qué pretende que creamos que semejante irrespeto será ignorado solo porque su texto empieza advirtiéndonos sobre cuán sensible está el ambiente? 

Machidiotismo. No existe otra explicación.

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