Huertas comunitarias en Bogotá: lugares que tejen vida y soberanía alimentaria

“Soy un ser más de la naturaleza, ocupando un espacio igual que un árbol o un animal”. 

Rosa Poveda se presenta a sí misma desde lo alto y lo frío del barrio Bosque Calderón Tejada, pegado a los cerros de Bogotá. No vive allí. La invitaron a un conversatorio para hablar de su especialidad: la agricultura urbana.

Rosa vive en la Perseverancia, otro barrio popular de Bogotá. Allí, esta mujer campesina nacida en Moniquirá y sobreviviente de la violencia de nuestro país, decidió llevar el campo a la capital que ahora habita y se convirtió en lideresa de la Granja Escuela Agroecológica Mutualitas y Mutualitos en su barrio. “Somos mucho más que una huerta y una granja. Nosotros somos una forma de vida”, afirma Rosa.

Lo suyo ha sido cultivar la tierra. Hoy en día es una rockstar de la agricultura urbana: sus ‘semillas de Rosita’ criollas son reconocidas en Francia, China, Suiza y Brasil. En un lote de 1800 metros cuadrado ha logrado no solo cosechar una variedad de plantas, sino hacer pedagogía y construir tejido popular. Para ella, las mujeres deben volver a la tierra y seguir cuidando y gestando la vida: “Si nosotras no cuidamos y dejamos todo en manos de los hombres, que piensan en depredar lo poco que las mujeres construimos, debemos ser unas leonas en el momento de cuidar la naturaleza y la vida de nuestros hijos”. 

Rosa Poveda en el barrio Bosque Calderón Tejada

La huerta comunitaria de Rosa podría ser una respuesta ante la pregunta de cómo luchar por la soberanía alimentaria en las ciudades, un concepto que parece lejano en lo urbano. Según el Observatorio Ambiental de Bogotá, esta ciudad es un referente de agricultura urbana en Latinoamérica por sus más de 4.000 huertas. El portal Bogotá es mi Huerta afirma que estas son una oportunidad adoptada principalmente por mujeres y jóvenes.

Rosa es una de tantas mujeres que lideran procesos de huertas comunitarias en algunos barrios populares bogotanos donde se practica la agricultura urbana. Con su liderazgo, estas huertas se convierten en espacios políticos donde se tejen saberes ancestrales, cuidados, diversidad y comunidad. En MANIFIESTA nos preguntamos ¿Qué papel juegan las mujeres en la agricultura urbana y la soberanía alimentaria en ciudades como Bogotá? 

Sabedoras de la tierra 

Hace unas semanas, el presidente Petro volvió a hablar de soberanía alimentaria desde Magangué, Bolívar. Lo hizo para cuestionar el uso de la bienestarina por parte del ICBF para nutrir las infancias más vulnerables del país. “El programa de nutrición de la primera infancia para que sea eficaz debe pasar del concepto, muy neoliberal, de seguridad alimentaria, que se basa en importación de alimentos y grandes contratistas, a la soberanía alimentaria del territorio, donde vive la niñez”.  

Desde su campaña, este nuevo gobierno enuncia la soberanía alimentaria como parte de su plan para el cambio. “Colombia es un país que debe y puede gozar de soberanía alimentaria para lograr que el hambre sea cero”, han dicho. Esta, diferente a la seguridad alimentaria, se define según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, como “El derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación para toda la población, con base en la pequeña y mediana producción”, respetando culturas y diversidades. 

Una estrategia para luchar por esa soberanía en las ciudades es la agricultura urbana y periurbana agroecológica, la cual inició en las ciudades con la migración de personas como Rosa a la ciudad, campesino/as, desplazadas forzosamente de sus territorios.  

Unas localidades más allá, María Betsabé Montoya, ‘Betsy’, también hace brotar vida y tejido social de la tierra de Suba Compartir. Tiene 68 años y nació en la vereda La Cumbre en Mercantalia, Caldas. Desde los 12 vive en Bogotá y desde hace 27 años vive en Compartir. En 2018 usó un potrero para hacer un jardín y una huerta: “En vista que era un tiradero de basura decidí realizar un jardín con el permiso del IDU. Después siembro comida y se unieron más vecinos/as”. Ahora su rutina diaria es cuidar su huerta jardín. 

Este espacio le cambió la vida como mujer y madre pensionada a cargo de un hijo con diversidad funcional, quien también se nutre de los saberes de la agricultura urbana. “Yo me vengo acá y para mí la huerta es tranquilidad, paz y vida. De paso estás protegiendo al medio ambiente, la salud y las abejas”. Todo lo que ha sembrado Betsy, quien lidera el proceso, ha llegado a otras regiones del país. “Si no aprovechamos estos espacios con mucho amor y cuidando la tierra, el hambre va a venir peor. Lo hago por el medio ambiente para que haya mejor oxigenación para las generaciones que vienen”. 

María Betsabé en su Huerta Jardín en Suba Compartir

El liderazgo de las huerteras comunitarias en Bogotá, como Betsy, o como Rosa, nos refleja la realidad de las mujeres en el campo. “De los 2,4 millones de mujeres rurales por fuera del mercado laboral rural, el 72,5 por ciento se dedican exclusivamente a labores de cuidado. Y de 4 mujeres rurales en Colombia que trabajan la tierra, sólo un 38,6 por ciento participa en la toma de decisiones para la producción agropecuaria”, explicó Natalia Jaramillo, asesora de la ministra de agricultura Cecilia López. 

En las mujeres rurales recae la mayor parte de las labores no remuneradas del hogar, tienen menos acceso a créditos y formalización de las tierras. Reducir la brecha es uno de los retos de la reforma agraria. Según un análisis del DANE, en Colombia el 48,1% de la población rural son mujeres, y cerca del 64% de los dueños de predios en estas zonas son hombres. La ministra López admite que la reforma : “tiene que poner a las mujeres en primera escala y donde se vaya titulando tierras hay que llegar con un paquete de apoyo que incluya lo que necesitan, como acceso a crédito y transferencias tecnológicas”.

La lucha por la soberanía alimentaria

“Nuestros gobiernos medianamente han intentado garantizar la seguridad alimentaria, básicamente que todos tengan comida sin importar qué o dónde”, explica Katherine Monroy, huertera de la Huerta Colibrí Dorado que se ubica en el territorio muisca de Suba, en el Centro de Educación Popular Chipacuy, CEP. “Un país que, con un potencial agrícola, termina exportando más del 50% de nuestro alimento no tiene nada de sentido. Daña la soberanía alimentaria que brinda la posibilidad de decidir cómo nos alimentamos, con qué semillas y cuál es el proceso de nuestro alimento”.

El hambre ha sido parte de nuestra historia. En 2022, por ejemplo, el Instituto Nacional de Salud reportó la muerte por desnutrición de al menos 85 niños y niñas wayuú, la cifra más alta en 12 años. La situación crítica ha provocado protestas por parte de la comunidad. 

¿Sabemos en realidad cómo nos alimentamos en Colombia? Entre 2021 y 2022 la Alianza Universitaria por el Derecho Humano a la Alimentación Adecuada (ALUDHAA) realizó un estudio en hogares de 11 ciudades capitales del país y encontraron que “El 71,6 % (de la población estudiada) afrontaron inseguridad alimentaria, el 86,4 % corresponde a estrato 1 y el 82,9 % al estrato 2, y el 48,3 % son administrados por madres cabezas de hogar”.

La soberanía alimentaria es liberarse de otras formas de alimentarse, afirma Paola Casas Fomeque, licenciada en educación comunitaria: “A la mayoría de personas nos enseñan a comer arroz, papa, yuca y un montón de carbohidratos que nos alejan de las verduras”. No solo tiene que ver con comer bien: también son las condiciones laborales de quienes cultivan. Paola cuenta que al viajar a Villa de Leyva y Tunja encontró entre los agricultores enfermedades en la piel y afecciones mentales y corporales por los agroquímicos que usan sin protección. “No hay garantías para el trabajador. Al fin y al cabo son venenos que van a la tierra». Para ella las farmacéuticas son las que hacen “Los agros insumos y venden los medicamentos para supuestamente curarnos. Realmente nos están enfermando desde la comida”. 

Sembrar comunidad, cosechar tejido social

Las huertas comunitarias le cambiaron la vida a mujeres como Alexandra. “Conoces tu territorio y te apropias de él, empiezas a ser una activista del territorio, te duele y afecta lo que pasa. Dejas de ser observadora y empiezas a actuar”. Bogotá tiene 4.000 huertas urbanas para cultivar verduras, hierbas aromáticas, frutas, hortalizas y plantas medicinales. También cuenta con las pacas digestoras Silva, una técnica de compostaje para obtener abono y aprovechar residuos orgánicos de forma sustentable. Lo que creemos basura en realidad es aprovechable”, cuenta Katherine.

Paca digestora Silva en la Huerta Colibrí Dorado

Las huertas también proponen otra relación con la ciudad, una desde la apropiación del espacio público con mirada social, ambiental y política. Según Katherine “En lo práctico no tenemos acceso a la tierra cultivable. Lo que hemos hecho es tomarnos espacios públicos y eso de por sí genera tensiones. El concepto de ciudad ha estado ligado en hacer proyectos de vivienda, parques y poner cemento incluso dentro de los humedales”. 

El sentido comunitario de las huertas radica en encontrarse alrededor de objetivos comunes como el cuidado de la naturaleza, las personas y la repartición de los alimentos. También cambiar dinámicas de consumo, el intercambio de saberes y tomar decisiones en conjunto. “La posibilidad de encuentro en una sociedad que nos desencuentra todo el tiempo, que privilegia la individualidad, hablar de comunidad permite tejer nuevamente lazos sociales y saber desde donde estamos tejiendo: ya sea desde el cuidado, la soberanía alimentaria y la educación”, explica Hugo Zambrano, Psicólogo comunitario del CEP.

Ese sentido comunitario también lo abraza la Asociación Red de Mujeres productoras de Chapinero, quienes aprenden de agricultura urbana juntas: “Una compañera, Mery, nos ha enseñado el uso que se le puede dar a las plantas mal llamadas ‘malezas’, como el diente de león y la ortiga”, explica Yulima Lombana, su presidenta.  Así, las huertas son espacios de encuentro colectivos e intergeneracionales. 

Huerta Colibrí Dorado en Suba Compartir

¿Qué tanto le importan las huertas al Distrito? 

El Jardín Botánico de Bogotá tiene un proyecto de agricultura urbana para que agricultores produzcan sus alimentos en huertas. “Nuestra responsabilidad está encaminada a brindar capacitación, asesoría y asistencia técnica y a promover el fortalecimiento de las huertas urbanas en Bogotá”, explica Martha Perdomo, su Directora. “Hemos promovido avanzar en un ejercicio durante la administración de Claudia López para capacitar a 14.500 personas, brindar asistencia técnica a 22.700 y entregar insumos para fortalecer huertas urbanas a más de 8.500”. Según datos de la Alcaldía, en su primer ciclo el programa ‘Mujeres que reverdecen’ impactó cerca de 5.000 mujeres en condiciones vulnerables, cuidadoras, madres cabeza de hogar, LGBT, víctimas de violencias, indígenas y afrocolombianas.

Sin embargo, líderes como Rosa Poveda cuestionan la labor de la entidad. Su experiencia la hizo cuestionar: ¿Cómo usan los recursos públicos?, ¿por qué mandan picas sin preguntar lo que se necesita? ¿por qué quiénes capacitan no saben de agricultura? “Yo le decía a Martha Perdomo cómo es posible que a una huerta llegue a capacitar una odontóloga (…). La agricultura no es de suponer ni de estudiar mucho, es de vivirla todos los días, y ¿quién la vive? pues los campesinos que estamos labrando la tierra”. 

Yulima, por su lado, ha participado en el programa, que se articula con el Sistema Distrital del Cuidado y permite que las mujeres tengan un espacio para salir de la rutina y encontrar redes de apoyo. “Alcanzamos a recibir en esa primera cohorte de Mujeres que reverdecen en el Jardín Botánico un total de 1.119 mujeres. Se graduaron 924 mujeres en abril, que pertenecen a 18 localidades. Las mujeres han ayudado a fortalecer más de 160 huertas urbanas en Bosa, Kennedy, Ciudad Bolívar y Rafael Uribe.”, cuenta Martha. 

Mujer, medicina y cuidado

“Nosotras las mujeres de la ciudad hemos perdido la conexión que tenemos con la tierra”, asegura Katherine. “Las huertas nos dan la posibilidad de reencontrar el autoconocimiento y el autocuidado”. Para ella, y para muchas más, las huertas también han sido una oportunidad de reencontrarse con saberes ancestrales, muchas veces olvidados por la medicina moderna. “Volver a la medicina ancestral es una ganancia enorme”, afirma Paola.

Las huerteras en la ciudad heredan el conocimiento de las mujeres campesinas, agentes de transformación en sus territorios. A partir de estos conocimientos, los de la agricultura, la botánica y el ecologismo, muchas mujeres iniciaron una lucha hace casi 50 años, la cual llamaron ‘ecofeminismo’. Bajo la consigna de que si las mujeres han sido oprimidas, la naturaleza también, la escritora y feminista francesa acuñó el término en su libro “Le Féminisme ou la mort», una práctica que lleva en nuestros territorios del sur desde hace milenios, quizá con otros rótulos. 

Según Katherine “El ecofeminismo apuesta a que no seamos oprimidas ni opresoras”. Para Paola el ecofeminismo “Comprende que el otro (la naturaleza) es un sujeto que da vida y que brinda formas de enseñanza”. 

Huerta Jardín en Suba Compartir

Es necesario empezar a construir memoria sobre el trabajo de las huertas comunitarias en Bogotá. Además de brindar una posibilidad alternativa de producción agrícola menor en la ciudad, son una experiencia de juntanza, tejido comunitario y reivindicación del cuidado liderada por mujeres en muchos casos. “Como los micelios, o sea cuando un árbol se está muriendo, los otros árboles dirigen otros nutrientes para ese árbol y logran salvarlo, y eso lo hacemos nosotras las mujeres”, dice Katherine. 

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