‘La Ballena’: una mirada magra de la gordura de Charlie

En medio de un episodio de taquicardia y ahogo, Liz examina a su amigo Charlie y le dice que debió ir a un hospital. Charlie pide disculpas una vez más. Al principio no sabe por qué lo hace, pero más adelante agrega que se disculpa porque cada vez que le pasa algo, piensa que se está muriendo. Liz insiste en lo del hospital, pues aunque Charlie no tiene seguro médico, “Es mejor estar en deuda que estar muerto”. Para ella, él no pasará del fin de semana: “Te vas a morir”. 

‘The Whale’, La Ballena, la nueva producción del director estadounidense Darren Aronofsky, transcurre marcando el avance de cada día. Desde el principio sabemos que Charlie, un hombre muy gordo, morirá en pocos días. Vamos a presenciar los últimos días de vida de una persona que, en la perspectiva de la película, básicamente engordó hasta morir.

Para la mayoría de espectadores este planteamiento es obvio. Para ellas tiene sentido que la gordura sea -en sí misma- una enfermedad, o que se pueda considerar como causa de muerte. 

Aunque es posible abordar muchos temas a propósito de La Ballena, esta columna quiere enfocarse en una de las apuestas centrales de esa película: retratar la experiencia de la gordura. Creo que es importante llamar la atención sobre esto porque se trata de una narración construida por personas que no tienen cuerpos gordos y que, al final, incurren en reproducir estereotipos gordofóbicos.

Ni Aronofsky, ni Samuel D. Hunter (el director y escritor de la obra de teatro en la que se basa esta película), escapan a esta idea. Es por eso que la película es una narración supuestamente realista de lo que significa vivir y morir siendo una persona gorda. Y uso el supuestamente porque no solo no comparto su perspectiva. También la considero muy nociva en una sociedad profundamente gordofóbica. Ya hay suficientes miradas de la gordura desde el privilegio de la delgadez. No necesitamos otra más. 

Ha habido muchas críticas a la gordofobia de la película. Van desde su nombre mismo y esa manía de comparar a las personas gordas con animales grandes y pesados, pasando por el hecho de que el papel sea interpretado por una persona que no encarna la experiencia de vivir con un cuerpo gordo, hasta la manera en que la película refuerza clichés sobre la gordura, como ser producto exclusivo de la ingesta de alimentos, sobre todo con mucha grasa y azúcar.  

Ante las críticas, Darren Aronofsky ha manifestado una especie de estupefacción. Por una parte, porque considera que en la actuación siempre se usa maquillaje y disfraces. Por otro lado, porque su intención siempre fue la de generar empatía y retratar el rechazo y repudio que se manifiesta contra las personas gordas. Además, reconoce que los personajes gordos en el cine suelen ser retratados como “los malos” o para generar momentos chistosos. Pero no se le ocurrió que eso, entre otras cosas, sucede porque los retratos que hacen sobre nuestras vidas y corporalidades no son pensadas con nosotres. 

Sobre esta mirada magra y violenta sobre la gordura, quiero hacer algunas reflexiones que se oponen a la narrativa de Aronofsky.

1.   La gordura como pérdida de control y el “comer emocional”

Comer compulsivamente, la principal característica de los atracones, se concibe como una forma de “pérdida de control” del propio cuerpo. Una afirmación que también surge de manera recurrente cuando se habla de gordura. 

Charlie, el protagonista de esta película, se refiere a sí mismo justamente como alguien que perdió el control de sí mismo. Las escenas donde lo vemos comer de manera voraz, los primeros planos de su cara y sus manos untadas de grasa. Los cajones llenos de chocolatinas y las migajas de comida entre su ropa contribuyen a reforzar esta idea. Más aún, se podría afirmar que Charlie come emocionalmente, cosa que se considera una forma nociva de relacionarse con la alimentación. 

Esta es una mirada patologizante y reduccionista de la relación que todas las personas –no solo las personas gordas–, tenemos con la comida. Comenzando porque ésta suele estar en el centro de la mesa de todas las reuniones sociales de las que participamos. Asimismo, se relaciona con recuerdos y experiencias positivas y negativas en nuestras vidas, y guarda un vínculo muy estrecho con el placer.

La verdad es que todes tenemos una “relación emocional” con la comida. Que esto suceda no necesariamente implica que comeremos compulsivamente o que no tengamos fuerza de voluntad. Mientras tanto, las compulsiones a la hora de comer suelen relacionarse con una maraña compleja de emociones, experiencias y restricciones que requerirían una mirada preocupada por nuestro bienestar integral, en vez de fomentar el miedo a engordar. Como si ser gordo fuera lo peor que le pudiera pasar a un ser humano.

Sobra decir que es posible tener vínculos emocionales con la comida, sin que eso implique necesariamente que se va a llegar a la gordura y, si así fuera, habría que cuestionar a qué le tememos realmente cuando tenemos miedo de engordar.

2.   Gordura y complacencia

Existe un estereotipo bastante extendido que piensa en las personas gordas como gente muy simpática, generosa y amable. Junto a ese cliché se encuentra también la idea de que eso sucede porque es la manera como las personas gordas compensamos lo desagradable de nuestra apariencia y así logramos que las personas quieran estar con nosotres. En el caso de las relaciones sexo afectivas, y especialmente sobre las mujeres gordas, suele decirse que somos buenas en la cama porque lo damos todo, ya que no sabemos si esa experiencia alguna vez se repita. También, porque es la manera de agradecer que alguien tenga la ‘valentía’ de involucrarse con nosotras.

Charlie no se escapa de este cliché. Es un hombre gordo, maltratado y convencido de que lo merece porque “perdió el control de su cuerpo” y su gordura es algo que debe llevar como la culpa o la vergüenza. Entonces solo ve cosas buenas en las otras personas. Piensa en los trabajos mediocres de sus estudiantes como ideas profundas y genuinas; destaca que su hija es una persona increíble y maravillosa y pasa constantemente por alto sus actitudes violentas y abusivas. Charlie también pide perdón todo el tiempo. Parece haber interiorizado que prácticamente debe disculparse por existir. 

Se supone que estas son algunas de las formas en que la película busca que la audiencia sienta empatía con el protagonista. Pero creo que debe quedar abierta la pregunta sobre si es empatía o lástima lo que nos despierta y si más que hacernos cuestionar la manera como tratamos a las personas gordas, no consiste más bien en una forma de aumentar el terror –también generalizado– que tienen las personas frente a la posibilidad de engordar.

3.   ¿Gordura = mala salud, muerte y desolación?

La película también nos muestra que Charlie rehúsa constantemente la posibilidad de ir al hospital. Parece que no quiere hacerlo porque ya parece ser demasiado tarde para él (y un poco también porque no merece el cuidado, si al final lo que insinúa la comida es que él básicamente se suicidó con comida). Pero también porque quiere ahorrar el dinero que podrían representar los gastos médicos, pues quiere dejárselo a su hija.

Esta narrativa refuerza una experiencia muy común entre las personas gordas: procuramos prescindir al máximo de asistir a consultas médicas debido a las situaciones humillantes y violentas por las que nos vemos obligades a atravesar cuando acudimos a esos espacios.

Estoy convencida de que el miedo a engordar no es temor frente a la posibilidad de padecer determinados problemas de salud. En cambio, tiene que ver con el reconocer la situación de rechazo y exclusión que conlleva tener un cuerpo gordo en esta sociedad. Probablemente Charlie pensaba primero en eso como una razón para no ir al hospital.

Además, esa modulación de la idea de morir con la que los médicos nos hablan constantemente configura una forma de manipulación basada en el miedo que, cuando menos, nos debería indignar, pues supone un absoluto desinterés por nuestra salud mental. De paso, tendríamos que cuestionar qué es lo que se considera saludable o que nos produce bienestar, cómo queremos vivir, pero también, cómo pensamos sobre la muerte y cómo relacionarnos con ésta desde un lugar más tranquilo y soberano.

Con la película de Aronofsky me pregunto, así como con otras producciones que intentan retratar la gordura desde lugares que no están centrados en ella: ¿Cómo sería una película bajo la mirada de los activismos contra la gordofobia?

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