Foto cortesía de la autora.
Luego de dos meses inmersa en un tratamiento de sanación alternativa con un huevo vaginal hecho de piedra de obsidiana, una mujer de 26 años nos cuenta lo que ha significado sanar su útero, y el resto de heridas que han sanado con él.
Hace un año, una ecografía reveló la causa de un dolor que llevaba sintiendo en los ovarios mes a mes y que se hacía insoportable antes de cada menstruación. Después de resbalar un tubo delgado cubierto con un condón por las paredes de mi vagina con la ayuda de un gel helado y transparente, el doctor con el que estaba en consulta miró a la pantalla que estaba a mi lado y me dio por fin una explicación: “tienes ovarios poliquísticos”.
La condición no era grave, me explicó, pero era necesario tratarla con anticonceptivos. La idea no me gustó: años antes, tomarlos me había desestabilizado mucho emocionalmente y no quería volver a arriesgarme a estos y otros de los efectos secundarios que sabía que producen. No le respondí al doctor en ese momento porque quería investigar por mi lado otras opciones. Y así fue que llegué por primera vez, a través de unos pocos foros en internet, a una terapia alternativa de sanación enfocada en el útero que se hace a través de una piedra de obsidiana en forma de huevo, un huevo que se introduce vía vaginal.
Estos huevos vaginales hacen parte de procesos terapéuticos alternativos que prometen sanar el útero y los órganos reproductivos de las mujeres, y se define mejor como “una herramienta terapéutica para sanar las memorias del aparato genital femenino”. . Existen huevos de obsidiana, cuarzo rosado y amatista. Cada mineral tiene propiedades específicas: la obsidiana, por ejemplo, es conocida por hacer visible los miedos, con el fin de liberarlos. Además, quienes defienden esta terapia, afirman que estos podrían ayudar a fortalecer el piso pélvico, previniendo enfermedades como la incontinencia urinaria y ayudando a eliminar quistes o miomas en nuestros órganos reproductivos. Aunque no existe mucha información sobre el origen de los mismos, algunas fuentes aseguran que esta práctica comenzó hace miles de años en la Antigua China gracias a prácticas sexuales taoístas que impulsaban a que las reinas y concubinas mantuvieran sus órganos genitales estrechos y flexibles.
Foto cortesía de la autora.
Queriendo probar una forma de sanación alternativa menos invasiva con mis hormonas, compré uno de estos huevos sobre los que había leído un mes después de mi diagnóstico. Luego de usarlo unas cuantas noches, soñé cosas horribles relacionadas a miedos internos profundos. Preferí dejarlo guardado en un cajón. Así pasó un año. Y a mediados de la cuarentena, en agosto, gracias a mis tres mejores amigas —Fernanda, Luisa y Estefanía— que se interesaron en el proceso, volví a preguntarme si quería arrancar otro ciclo con la piedra. Tuve miedo. Una parte de mí sabía que era una medicina demasiado amarga para digerir. Otra parte me decía que era el momento perfecto para hacerlo: estaba más aislada del mundo que nunca, en contacto conmigo misma y con todo el apoyo de mis amigas.
Con el miedo y los nervios latiéndome dentro, decidí hacerlo. Esta vez, acompañada de un libro y varias meditaciones que todavía guardo en un grupo de WhatsApp y que hicimos con mis amigas. Lo bautizamos “Yonis”, una palabra en sánscrito que significa “templo sagrado” y que hace alusión a la vagina, ese órgano que guarda todo el dolor con el que cargamos las mujeres y que las cuatro estábamos dispuestas a sanar. Poco a poco descubriríamos que la única forma de hacerlo era sumergirnos en la rabia, el miedo, la tristeza, la confusión y en todo el resto de emociones y sensaciones que vinieran.
Luego de tomar la decisión, y siguiendo las indicaciones de todo lo que había leído, antes de dormirme me tumbé sobre mi cama y respiré profundo: una, dos, tres veces. Introduje el huevo en mi vagina. No soñé nada, pero tampoco dormí.
Al día siguiente mi novio me pidió un tiempo para pensar si quería seguir conmigo. Me quebré.
Purgar es incómodo y a veces duele
Ana Silvia Serrano nació en México, es licenciada en Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Iberoamericana y tiene un Master en Psicobioenergética y estudio de los sueños. También es Fundadora de la Sociedad Internacional de Terapeutas de Obsidiana, una organización de profesionales de la medicina que documenta la efectividad de los tratamientos con el huevo de obsidiana.
En su libro Osiris, el huevo de Obsidiana, publicado en 2006, explica que las mujeres no podemos pasar por alto las historias de opresión, sufrimiento y dolor que han quedado grabadas en nuestros cuerpos y en nuestros inconscientes. Son historias que nuestra mente reprime, y que se pueden manifestar en forma de dolores o afecciones físicas como quistes, miomas, endometriosis y vaginitis. El huevo, en estos casos, funciona como una terapia que puede ayudar a sanar si nos enfrentamos a esas memorias corporales a través de los sueños.
La obsidiana es un vidrio negro que literalmente nace del interior de los volcanes. Conocida también como la “piedra de los abismos”, está asociada al elemento del fuego. Según la experta, esta surge en las profundidades de la tierra, pero se cristaliza entre los veinte y los cincuenta metros de la superficie terrestre, desde donde se extrae. “Si hacemos una analogía de lo que representa la obsidiana en la tierra, podemos decir que es una piedra que nos ayuda para que aquellos contenidos ocultos dentro de nuestras profundidades, en el inconsciente, en la sombra, salgan o emerjan al consciente del ser”, afirma Ana Silvia.
Una noche, como todas las que tuve desde que empecé el proceso hace dos meses, a través de un sueño, el huevo me confrontó.
Yo estaba en Corea del Norte con mi mamá: unos hombres nos perseguían para sacarnos de ahí. No éramos bienvenidas. Luchábamos, saltábamos, esquivábamos obstáculos y cuando por fin lograbamos escapar de ellos, empezábamos a hacer cálculos: ¿cuántas noches debíamos resguardarnos?, ¿cuántos bocados podíamos comer cada día para sobrevivir?. No respirábamos casi, estábamos exaltadas, pálidas, sudorosas, con la adrenalina a tope. Cuando desglosé el sueño en una libreta, un proceso que volví más constante desde que empecé este tratamiento con el huevo, me di cuenta que habíamos vivido así la mayor parte de nuestra vida: luchando o huyendo de peligros, calculando, resintiendo al futuro, pero nunca pausando para sentir. Me di cuenta que reconciliarme conmigo, era reconciliarme también con las emociones que había hecho a un lado.
Foto cortesía de la autora. Intervención por Jimena Madero Ramírez.
Los días siguientes, de manera intencionada, me dediqué a sentir. Tal como explica Ana Silvia en su libro, me dediqué a atravesar el dolor que me producía este y otros sueños. También sentí de la forma en la que varios de los psicólogos que me han acompañado en los últimos años me explicaron: conectando con el cuerpo.
Sentí la rabia de sentirme reprimida emocionalmente. Sentí con visceralidad, desde mis tripas, la impotencia que me generaba lo de mi novio. También sentí una sensación de ahogo y opresión por el nudo que tenía enmarañado en la garganta. Luego escribí como si estuviera vomitando ideas, sin comas, sin puntuación, sobre mi dolor. Y entendí: lo de mi novio me dolió mucho porque representaba un dolor de abandono que ya había sentido antes, en mi infancia. No lo había sanado todavía y por eso, de manera inconsciente busqué a un hombre que me salvara. Lo busqué en la mayoría de mis parejas.
Mi camino de vuelta a mí misma, entonces, era saberme y sentirme tranquila en soledad. Así lo comprobé estando solo conmigo y a través de varias terapias psicológicas.
La ritualidad de sanar
Yessica Molina conocida también como Yessica Stone, es una terapeuta holística colombiana que busca ayudar en el proceso de sanación natural del organismo de quienes acompaña. En el último año ha guiado a más de 1.600 mujeres con tratamientos enfocados en estos huevos vaginales, o yoni. Para ella, el propósito principal de esta terapia “es limpiar todas las telarañas que no nos permiten darnos cuenta de que somos seres perfectos y divinos”.
Según ella, esto se logra a través de meditaciones y ejercicios específicos de autoobservación que la terapeuta utiliza de manera exclusiva con las mujeres con las que trabaja. Mi amiga Fernanda es una de ellas y afirma que incluir estas prácticas más místicas en el proceso la ha llenado de confianza. “La primera meditación que hice fue para encontrar mi intención y lograr conectar mi cuerpo y mi mente con el huevito. En la segunda, hice conscientes mis aprendizajes al respecto”, dice.
Fernanda puso como intención liberar su culpa: sentía que esta no la dejaba relacionarse del todo a su placer y afirma que poco a poco ha sentido un aumento en su líbido, algo que a su vez deviene en un incremento de su energía creativa. Luisa, por su lado, quiso sanar todo aquello que no había visto de manera consciente y afirma que lo ha podido hacer, conectándose con su intuición y dudando menos de sí misma. Para Estefania, la intención principal era cultivar el amor propio y esto se ha manifestado en un reencuentro con su niña interior, que le ha permitido desmentir creencias limitantes y reconectarse con la energía de su propia verdad.
Yo, por mi parte, puse la intención de sanarme desde esos espacios que me cuesta aceptar de mí misma y esto me ha llevado sobre todo, a sumergirme en el mar de emociones que me habitan.
Otra parte importante del proceso es la ciclicidad. Ana Silvia Serrano explica que el ciclo mínimo que puede durar un tratamiento es de tres meses y en cada mes se descansa una semana. Una semana en la que el cuerpo se recarga, ya que el proceso puede ser físicamente fuerte. En este periodo, la piedra debe enterrarse en tierra fértil para descargarla energéticamente. Yessica, por su parte, afirma que esta debe debe cargarse con la energía de la luna llena, la cual está ligada en la astrología a los signos de agua, muy conectados al mundo emocional. Cargar la piedra de esta manera permite que accedamos a nuestra mente subconsciente y sanemos emociones reprimidas.
La esterilización del huevo también es una parte importante del proceso. Cada vez que se va a utilizar, hay que limpiarlo a profundidad con agua y vinagre o bicarbonato de sodio y con jabón y agua. Y cada vez que se saca, hay que repetir el mismo proceso.
¿Qué dice la medicina occidental al respecto?
A la fecha, no existen publicaciones científicas indexadas que hablen ni sobre la efectividad ni sobre algún riesgo que pudiera llegar a generar esta forma de terapia. Y aunque existen, por ejemplo, textos como este de un portal especializado en salud que advierte sobre algunos de los riesgos que podría tener esta terapia, no hay estudios científicos que sustenten estas ideas.
Según Joaquín Gomez, ginecólogo, epidemiólogo, doctor en Salud Pública y docente titular de la Universidad de Antioquia, lo que hay escrito sobre el tema “son percepciones subjetivas de que los huevos pueden servir o pueden hacer daño”. Joaquín es muy enfático cuando explica que para que un tratamiento tenga validez médica debe ser probado: “Cuando yo pruebo un medicamento, elijo dos grupos de personas y a un grupo le doy un medicamento placebo y a otro, le doy el medicamento que estoy probando. Ningún grupo, ni el investigador que ejecuta la prueba sabe qué medicamentos se están probando. Al final, mido los desenlaces y cuántos pacientes se aliviaron en cada grupo. Esto no lo hay en esta terapia, por lo que no se puede afirmar qué sirve o qué es perjudicial. Yo lo que veo acá con esta terapia es una oportunidad de investigación científica”.
Fotos cortesía de la autora.
Para el experto, sin embargo, ambas posibilidades —que los huevos sean benéficos o perjudiciales— son lógicas. “Puede ser beneficioso porque las mujeres ejercitan el piso pélvico, que es la musculatura que mantiene a los órganos internos en su posición y de esta manera podrían no sufrir y prevenir condiciones como la incontinencia urinaria o fecal o el prolapso de los órganos genitales. También suena lógico que estos huevos tengan microgrietas que a su vez tengan bacterias, que conduzcan a infecciones vaginales graves”
Joaquín afirma que siempre ha pensado que no se quiere casar con una sola teoría o una única posibilidad de mirar al mundo y decir que lo único cierto viene de la medicina occidental. “Solo prefiero ser muy cauto. Valdría la pena probar este tratamiento porque si efectivamente demuestra ser benéfico para evitar todas esas enfermedades, podría ser valioso como una terapia disponible para muchas mujeres, teniendo en cuenta sus posibles efectos secundarios. Adicionalmente a eso, todo el tema energético que se mueve, a pesar de que es difícil de probar a través de la ciencia, podría ayudar bastante. Yo soy testigo de la efectividad de muchas terapias alternativas”.
Nuestro sentir es intuitivo
“Una noche soñé que estaba descalza en un complejo arqueológico y que una serpiente enorme de piedra que hacía parte de la construcción se movía. Yo sabía que no me iba a hacer daño, no tenía miedo”, me cuenta mi amiga Luisa. “Luego, una mujer de repente salía de un techo y yo sentía que era muy bruja. Lo reconocía en ella. Hablamos y caminamos. No recuerdo qué me decía exactamente, pero sabía que me estaba transmitiendo muchos conocimientos”.
Mi amiga siente que parte de su sanación con el huevo ha radicado en defender su intuición y su propia sabiduría ancestral. Para ella, su mamá, quien tiene un conocimiento profundo respecto a la psicoterapia, la sintergética y otras técnicas de sanación alternativa, su camino espiritual e incluso las conversaciones que tiene con nosotras, que por lo general son reflexiones profundas, representan una dimensión sagrada en su vida. “A veces siento que como sociedad priorizamos a la ciencia por encima de la intuición. Y eso termina siendo algo muy masculino, porque a la vez representa algo muy colonial e impositivo. Sé que mi trabajo de sanación es valorar y defender esos saberes ancestrales que tengo adentro”, asegura.
Para Ana Silvia encontrar esa energía femenina “no trata de revertir el «esquema patriarcal», ya que ello implicaría seguir amplificando y exacerbando la energía del pensamiento lineal, racional y logístico que, sin aliviar los males del hombre, nos revierte una energía agresiva y destructiva, la cual nos impide «crear», a las unas y a los otros”.
Yessica también piensa que la intuición y conectarnos con nosotras mismas es clave para este proceso de sanación. “Las mujeres necesitamos conectarnos con ese poder para poder aprender a manejar el cristal”, afirma. “Esto nos lleva a entender los lenguajes de nuestro cuerpo, definir los ritmos de uso, tomar decisiones sobre nosotras mismas y aprender a interpretar las señales que comienzan a aparecer durante el ejercicio no sólo en nosotras, sino en nuestro entorno”.
En el proceso de entender mi relación con el huevo y de hablar casi a diario con mis amigas sobre lo que se ha revelado de ellas y ante ellas, me he dado cuenta que justamente el huevo te reconcilia con tu propia subjetividad. Todas hemos seguido las recomendaciones de los documentos con los que contamos, pero también hemos encontrado que podemos darnos el permiso de descansar uno o dos días de la terapia, que tenemos que cargarlo tal vez otro día más con la energía de la luna y que podemos experimentar con diferentes rituales para acompañarnos en nuestra sanación. Hemos escrito, quemado cartas, enterrado cenizas en la tierra, también hemos meditado viendo al fuego fijamente y hemos sostenido miles de conversaciones, cada vez menos racionales y más intuitivas, en las que compartimos saberes sobre cómo podríamos sanar todo lo que se nos ha ido manifestando.
Un día Estefania nos contó llorando a través de un audio sobre un sueño que tuvo.
“Soñé que estaba con mis amigos Fran y Fede en un bar. Estábamos pasándola muy bien. También había una chica negra que no conozco y nos volvíamos muy amigas. Yo era consciente que tenía el celular olvidado y por dentro tenía la sensación de que alguien me estaba llamando. Y ella me decía: ‘Te están llamando’”
De repente se le partió la voz, hubo un silencio y continuó: “‘Creo que es tu hermano’. Yo tenía miedo de contestar. Contesté y salí. Ahí estaba él afuera. Estaba muy bravo y me empezaba a pegar. Me paralizaba el miedo. Yo viví mucho tiempo con él en España y me trataba fatal. Me insultaba y me pegaba. Yo nunca cuento esto. Siento que ya hice ese trabajo de perdonarlo en terapia, pero el huevito me mostró algo que seguía doliéndome”.
El huevo, dice Estefania, la invitó a ver que la herida seguía presente en su cuerpo, para sentirla. “Más que sanar, siento que me estaba invitando a escuchar. No sé qué debo sanar, la verdad. Supongo que aceptar es sanar eso que sucedió. A lo mejor es una invitación a sanar lo masculino, pero siento que me gustaría hablar más con el huevo para entender a fondo qué es lo que debo sanar”.
Para ella, hablarle al huevo es un proceso intuitivo. Es escuchar sin dudar lo que este tiene por decir. Ella cierra los ojos tomando el huevo entre las manos y simplemente escucha. “El sueño me permitió ver que cuando me estaba divirtiendo todo estaba a oscuras, pero cuando salí y todo estaba iluminado, tenía que enfrentar a mi hermano. Ahí hay un trauma sobre el cual quiero poner luz. Seguramente esa va a ser mi intención para mi próximo ciclo de terapia con el huevo: iluminar dónde está oscuro”.
***
Esa comunicación de la que habla mi amiga fue la misma que me hizo saber que necesitaba alejarme de todo e irme de Bogotá durante casi un mes. Era parte de la purga. Necesitaba estar lejos de las pantallas, cerca a la tierra y sumergirme en el silencio. No dormía y cuando lo hacía, solo tenía pesadillas. Pesadillas que solo reflejaban todos mis miedos por no aceptar todas las emociones que debía tramitar, pero en el proceso entendí que justamente necesitaba ver toda mi angustia en mis sueños y sumergirme en ella para limpiar. Lloré mucho. Me siento cada vez más liviana y tranquila. Es como si mi ruido mental poco a poco mermara, permitiéndome cada vez, con más naturalidad, desmembrar mis memorias, cambiar mis narrativas y las historias que me cuento de mí misma.
Esta semana tenía programada una ecografía para revisar si todavía habían quistes. Justo me llegó la menstruación y mi ginecóloga me dijo que era mejor reprogramar el examen. Programé el examen porque desde que inicié el proceso con el huevo dejé de tener dolores que me incapaciten. No sé si tengo o no quistes. En caso de que sí, creo que luego del último mes de tratamiento que me queda con el huevo, no me queda otra alternativa que empezar a tomar pastillas anticonceptivas.
Pero este recorrido con la obsidiana está muy lejos de haber sido en vano. Hoy, después de dos meses de terapia y a punto de empezar el tercer mes, entiendo que ningún hombre puede hacer que yo me sienta bien conmigo misma, solo yo puedo. Estoy entendiendo cómo. Algo me dice que debo sentirme cómoda en mi propia piel, con mi pasado, mis heridas y mis propias rutinas antes que intentar estar con alguien.