Lo de anoche en el capitolio de Washington fue la constatación dantesca de lo que ya sabíamos: el progreso de un movimiento de ultraderecha violento, cuyo eje central está basado en todo lo que los movimientos feministas queremos erradicar de raíz. Nathalia Guerrero analiza.
Una estampa de la masculinidad tóxica caminó ayer oronda por el Capitolio de Washington, cuando cientos de seguidorxs de Donald Trump entraron por la fuerza al centro del Poder Legislativo estadounidense, mientras el Congreso estaba certificando el triunfo electoral de Joe Biden.
The chatter over Jake “Q Shaman” Angeli’s identity is missing a key element: his tattoos. He’s covered in Odinist symbols—Yggdrasil, Mjolnir, and, significantly, the valknut. These Norse symbols aren’t inherently fascist, but when they show up ON a fascist, it’s for a reason. pic.twitter.com/4km9924T79
— Kim Kelly (@GrimKim) January 7, 2021
Medio cuerpo desnudo, la cara pintada de azul rojo y blanco, bandera estadounidense terciada en la mano, megáfono, puño en alto, contorsiones faciales, gritos de guerra a lo William Wallace… todo el cuadro que conocemos de sobra completo, adornado con un casco de bisonte que le terminaba de añadir el toque surreal a una escena violenta propia del llamado supremacismo blanco y de los famosos ‘Trump Rallys’, solo que esta vez la escena tuvo lugar en el Capitolio y dejó cuatro muertxs, una de ellas por arma de fuego.
Jake Angeli, de 32 años, es un actor de Arizona fanático de Trump que constantemente asiste con el mismo disfraz a este tipo de manifestaciones. En su canal de Youtube se hace llamar ‘Yellowstone Wolf’, pero es mejor conocido como ‘The Q Shaman’ (el chamán Q), haciendo alusión al movimiento ‘Q Anon’, seguidorxs de una teoría conspirativa en donde Trump es una especie de redentor que combate contra una red de pedofilia donde están involucrados integrantes del Partido Demócrata estadounidense, empresarixs, personas del espectáculo y medios de comunicación. Sus seguidores ejercitan constantemente la imaginación con complots como el ‘Pizzagate’, una historia que cuenta cómo esa red de pedofilia es manejada por nadie más y nadie menos que Hillary Clinton al interior de una pizzería de Washington.
En 2017, uno de los seguidores de Q anon entró a dicha pizzería disparando con un rifle militar, una pistola y 29 cargas de munición.
Este es el tipo de grupos que conformaron el ejército de Trump que irrumpió ayer en el Capitolio alzándose en contra de lo inapelable: confirmar a Joe Biden como presidente electo de Estados Unidos. Letras Q’s gigantes, banderas confederadas, mensajes de “Make America Great Again”, rifles y pancartas que hablaban sobre Dios, sobre la guerra, sobre el enemigo y sobre todas esas cosas que han hecho parte activa de los discursos de un presidente como Donald Trump y finalmente parte de la realidad política del país en los últimos años, porque si algo tiene Trump es la capacidad de enunciar lo impensable hasta materializarlo.
Lo de ayer fue la constatación hiperbólica de lo que ya sabíamos: el progreso macabro de un movimiento mixto y peligroso apadrinado por el establishment de este gobierno
Junto a los QAnon Estaban también los Proud Boys, un movimiento ultraderechista que se volvió protagonista en los últimos meses por su apoyo a Trump y los de MAGA (Make America Great Again), ambos herederos de los conocidos Alt right, un frente ideológico de extrema derecha que ha venido ganando un terreno extenso y varios miles de adeptos desde la victoria de Trump en 2016.
Casi todos hombres heterosexuales blancos de extrema derecha. Hijos sanos de los valores que defiende la cultura estadounidense: la propiedad privada, el uso generalizado de armas, la libertad individual y el autoritarismo. El supremacismo blanco en toda su horrenda expresión. Lo de ayer fue la constatación hiperbólica de lo que ya sabíamos: el progreso macabro de un movimiento mixto y peligroso apadrinado por el establishment de este gobierno, que cada vez parece menos como una minoría y más como una amenaza, y que entra sin problema aparente a los recintos donde se toman las decisiones de un país. Eso, por decir lo menos, es diciente. Y la pregunta que queda un poco en el aire es si lo que pasó ayer fue el cierre del telón de la obra de teatro que fue la presidencia de Trump, o si estamos viendo apenas los primeros años de un levantamiento neofascista que empezó un crecimiento real desde 2016. Genera escalofríos el mensaje que uno de estos fanáticos de Trump dejó ayer anotado en la oficina de Nancy Pelosi: ‘We will not back down’.
Foto 1: Uno de los asaltantes se cuela en el despacho de Nancy Pelosi.
— María Blanco (@Mariablanco_) January 6, 2021
Foto 2: mensajes que le han dejado a la presidenta de la Cámara de los Representantes: “We will not back down”.
(vía @nowthisnews) pic.twitter.com/YJowbz1haK
Nadie ha hecho de la masculinidad tóxica una política de Estado como Donald Trump. Quizá desde su campaña presidencial tenía claro el potencial de esa arma, que junto con la desinformación marcaron su gobierno. Todavía son célebres, e infames, los momentos donde esta masculinidad se exacerbaba a niveles que rayaban con el exceso de testosterona y el absurdo, que muchas veces son lo mismo. Como cuando tuiteó que tenía un botón nuclear más grande y más poderoso que Kim Jong Un, o cuando se refería a diferentes políticxs con apodos cual bully de colegio. O sin ir más lejos, todo lo que giró en torno al presidente y el Coronavirus: su insistencia para evitar el uso del tapabocas y el cuidado ante la emergencia, la subestimación constante del virus, incluso cuando se contagió él mismo, y el argumento de la fuerza (ser fuerte, ¡be strong!) como inmunidad contra la covid-19.
La científica política Cara Dagget habló en 2018 de la ‘Petro-masculinidad’ en su paper “Petro-masculinity: Fossil Fuels and Authoritarian Desire”. En el documento Dagget habla de la relación histórica que ha tenido el patriarcado con los combustibles fósiles, y de cómo esa relación nos puede ayudar a entender esta era política. La científica asegura que este tipo de masculinidad surge cuando la hegemónica tradicional se siente amenazada, “por lo que necesitan inflar, exagerar o distorsionar su masculinidad tradicional”.
Una masculinidad Trumpiana podría decirse, que no es más que la vieja masculinidad de siempre, violenta, reaccionaria, misógina, inmune, solo que esta vez está emergiendo a la vista pública porque ahora, cinco años después y bajo este liderazgo, es aceptada y celebrada. “We love you”, se despidió Donald Trump en su comunicado de ayer, dirigiéndose a la turba enardecida que entró al Capitolio. Una masculinidad que incluso está empezando a ser adoptada como único lenguaje aceptado por las mujeres dentro del partido republicano mientras posan con rifles gigantes en las piezas publicitarias de su campaña.
Ver de cerca los últimos meses de la política estadounidense es entender que quedaron muy atrás las épocas en las que hablábamos de los incels y los alt rights y los Q anons como anécdotas y términos millennials en portales alternativos. Trump volvió a convertir el absurdo en realidad, y ahora podemos hablar de un ala ultraderechista, fascista, racista, xenofóbica, misógina, radical, violenta y fortalecida que hoy amenaza la estabilidad política de un país, cómo pudimos ver entre ayer y hoy. Desde la legitimación de estos sectores, hasta las políticas públicas más tangibles y los desbalances evidentes de género causados y profundizados por este gobierno, la masculinidad tóxica, hegemónica, tradicional, petro, trumpiana o como le quieran llamar, está al centro de la identidad de este gobierno que acaba de pasar, y no va a ser fácil dejarla atrás.
¿Que si una perspectiva y una gestión política feminista puede ayudar a erradicar esta huella profunda que tiene alcanzes regionales? Sí, y es urgente hacerlo. Ahora es cuando.