A Laura* la sacaron como pudieron de un baño de la Universidad Nacional para salvarle la vida. Era 2019 y, tras un deterioro notable en su salud mental, empezó a pensar en el suicidio como su única salida. Tras un periodo de desinterés en su estudio, trabajo y su militancia política en el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR, Laura intentó suicidarse en un baño de su universidad. La hospitalizaron por un mes.
Al entrar a terapia, entendió que debía tratar las dos veces que había vivido violencia sexual: la primera vez cuando era niña y la segunda vez entre 2013 y 2014, cuenta, cuando militaba en el MOIR y al parecer habría sido abusada sexualmente por Vladimir Cáceres, entonces secretario político de Puente Aranda. Según ella, este habría aprovechado que estaba borracha e inmóvil tras una actividad política. Laura tenía 19 años.
Hoy Cáceres es, nuevamente, candidato a la JAL de la localidad por el partido Dignidad y Compromiso, del cual hace parte el MOIR. Su candidato a la alcaldía es Jorge Robledo y en estas elecciones tienen a 45 candidatos a concejo, que incluyen a Manuel Sarmiento.
El 5 de octubre Cáceres fue denunciado públicamente en redes sociales por el grupo de ex militantes políticas, Rosas Disidentes, por ejercer violencias basadas en género, VBG, contra ex militantes del MOIR. «Las mujeres de Puente Aranda y Bogotá no estamos seguras con Vladimir Cáceres en el edilato de la localidad. Tampoco con hombres como Manuel Sarmiento y Jorge Enrique Robledo que han ignorado nuestras denuncias», aseguraron.
Jennifer Pedraza, representante a la Cámara por este partido, respaldó la denuncia. “A las mujeres agredidas mi total respaldo y apoyo. Seguimos luchando por un partido libre de violencia machista”, dijo en Twitter (X). Pidió, a nombre de Primero la Gente, de Dignidad y Compromiso, la suspensión de Cáceres como medida de prevención y reparación.

La denuncia tuvo eco en algunos medios. Estos registraron que Cáceres respondió ante la denuncia pública mencionada “a través de una carta” diciendo que “la publicación del perfil desde el que se realizó el señalamiento no es ninguna denuncia y que sería una ‘afirmación sin sustento’”. Pero ni en sus redes sociales, ni en las redes o la página de su partido, aparece la carta mencionada. Rosas Disidentes asegura que Cáceres nunca les respondió.
Contrario a la supuesta respuesta de Cáceres, en MANIFIESTA conocimos al menos seis casos de mujeres que denuncian ante este medio haber vivido por parte de él acoso, abuso sexual o complicidad con un presunto agresor sexual, entre 2013 y el año pasado. Hablamos con cinco de ellas. Una era menor de edad entonces, y la mayoría muy jóvenes en comparación a Cáceres, que siempre tuvo una posición de poder mayor. Los nombres fueron cambiados por petición de las víctimas. Protegemos su anonimato y nos acogemos a las diferentes sentencias proferidas por la Corte Constitucional que protegen el escrache como un ejercicio de libertad de expresión, y la decisión de denunciar anómimante, apoyadas por la labor del periodismo feminista. También consultamos a Cáceres sobre las denuncias para que se pronunciara.
Muchas señalan que hicieron las denuncias respectivas ante el MOIR, algunas se acogieron al protocolo de VBG que tienen. La respuesta les pareció ‘revictimizante’ y ‘violenta’ en algunos casos, y consideran que primó la protección de presuntos agresores como Vladimir por parte de líderes de la tendencia. Concluyen el MOIR es un espacio político donde nunca va a prosperar la lucha por los derechos de las mujeres.

“El man se aprovecha de que yo estoy muy borracha”
El alcohol mantuvo a Laura inmóvil e indefensa en la cama. Ese día habían asistido a una escuela de cuadros (militantes) en Puente Aranda. Luego, como era usual en el MOIR, se reunieron a tomar en la casa de algún compañero. A ella la acostaron en un cuarto.
Laura llevaba más de un año militando en el MOIR. Entró en 2012 con 18 años, cuando estaba en la Universidad Mayor de Cundinamarca. En esa época trabajaba, estudiaba y militaba intensamente. Luego se convirtió en secretaria de juventudes de Bosa y tesorera.
A Vladimir lo conoció cerca de 2013, recuerda, en reuniones zonales, como secretario político de Puente Aranda. A Laura le pareció “una persona aparentemente normal y chistosa”. Esa noche él estaba, y “hubo un momento en que este tipo aprovechó”. Aunque estaba borracha, Laura tiene claro el doble abuso que vivió, cuando la acostaron en el cuarto del dueño de esa casa, quien entró primero para tratar de besarla a la fuerza, cuenta. “Yo como puedo, en medio de mi borrachera, lo evito, y el tipo como que se cansa y se va”.
Luego entró Vladimir y se acostó detrás de ella en la cama, recuerda. Varias personas entraron después al cuarto, pero salieron para comprar más trago, excepto Vladimir, cuenta ella. “Yo me sentía paralizada en ese momento. (…) Luego Vladimir pone su mano en mi vagina (…) El man se aprovecha de que yo estoy muy borracha, estoy quieta”. Laura reaccionó estallando en llanto. “Recuerdo mucho que lloré privada, no tenía consuelo. El tipo claramente se asusta y empieza a intentar calmarme haciéndose el loco y diciendo ‘pero por qué estás llorando así, ¿tuviste una pesadilla?’”. Laura no recuerda quién la sacó del cuarto para consolarla y acostarla en otra cama. “Cierran la puerta con candado y alguien intenta abrir la puerta a las malas. (…) Esa persona no insistió más y se fue”.
Al otro día le contó a una compañera que estuvo esa noche, pero el tema quedó ahí. Laura empezó a coincidir con Vladimir en las reuniones y le incomodaba. “El man hacía como si nada hubiera pasado. (…) dirá que yo no me acuerdo de nada y simplemente pensara que yo estaba dormida”. Laura empezó a normalizar esos encuentros en reuniones. “No sé por qué lo hacía, si era por temor, por pena”.

Así vivió varios años. Tras el intento de suicidio, cerca de 2019, Laura decidió retirarse del MOIR por su salud mental. “También porque me sentía muy abrumada, frustrada por todas las cosas que dejé de hacer por lo político”. Y después decidió denunciar “por medio del protocolo, porque me enteré de que Vladimir tenía más víctimas”. Esta cuenta que contactó a la persona que recibía las denuncias y se reunió con ella a contarle lo que vivió. Ella le creyó, le dijo que le iba a apoyar, y le ofreció apoyo psicológico asumido por el partido.
Laura quería que Vladimir reconociera su error y “se comprometiera a rectificar, pero nunca fue así”. Afirma que no hubo disculpas públicas ni privadas y su denuncia en el MOIR no tuvo efecto. Hoy, dice, la persona que recibió su denuncia no reconoce la acusación. Quiso volver a hablar de esto porque ve cómo Vladimir salió nuevamente como candidato a edil. Al momento de esta publicación, Laura reactivó la denuncia a través del protocolo.
‘No importa dónde quieras ir, o lo que tú quieras hacer, lo que sea yo lo pago’
Juanita* había sentido la mirada de un hombre clavada toda la noche en el bingo bailable del MOIR, que buscaba fondos para las campañas a elecciones de 2019. Como militante del partido, ayudó en el evento. El bingo se acabó y Héctor Velosa, su secretario político, la llamó para presentarle a quien la había observado toda la noche: Vladimir. Esta cuenta que los dos hombres estaban muy alcoholizados (en el caso de Héctor esto era constante) y que se había quedado sola con ellos. “Mi primer razonamiento es como ‘claro, él me miró toda la noche y esta persona me está presentando porque soy muy buena políticamente”.
Juanita tenía 17 años, seguía en el colegio y hacía dos años había entrado a militar al MOIR, en 2017. Fue inscrita en Kennedy. A sus 16 años vivió, encantada, cosas que una joven no vivía: “…una vida de colegio durante el día y salir a tener reuniones de ocho horas, y salir de ahí a tomarse una pola. O el fin de semana ir a fiestas con gente de treinta y pico”.
Esta recuerda que Vladimir, quien le doblaba la edad, se presentó haciéndole cumplidos, le dijo que era muy linda. Ella trató de huir pero, cuenta, Vladimir insistió que no se fuera y la invitó a salir varias veces. “Me dice ‘no importa dónde quieras ir, o lo que tú quieras hacer, lo que sea yo lo pago’”. Días después, Juanita cuenta que Vladimir le envió mensajes ofreciéndole trabajó. Ella se negó, pero cuenta que él insistía. Luego cuenta que Velosa la citó en un café donde se reunía el MOIR. Vladimir estaba con él. Al no citar agenda, como suele pasar en reuniones, Juanita entendió que era algo informal, y se zafó rápidamente.
Aunque ella sabe que vivió acoso, a esa edad no estaba segura. Cuando le contó a su pareja y a un compañero del organismo, este le dice que el comportamiento de Vladimir era violento y que podía denunciar con el protocolo de VBG del MOIR. Juanita denunció con Natalia García, su secretaria política. “Ella me dice (…) ‘no es la primera vez que pasa con Vladimir. Ella me deja saber (…) que si yo quiero denunciar el partido me apoya en la denuncia”. Sin embargo, ella decide no hacerlo por la incomodidad de denunciar a “dos manes con los que me veo semanalmente”. Juanita deja el precedente en el organismo “y ya después de eso nunca jamás en la vida vuelvo a tener contacto con Vladimir”, pues entra a la universidad y cambia de frente político. Duró cinco años en el MOIR.
«La particularidad de Vladimir es que pone votos«
Teresa* asegura que el presunto acoso sostenido de Vladimir la enfermó mental y físicamente. Entró al MOIR entre 2007 y 2008. Tenía 18 años o menos. Asumió tareas militantes en su universidad, la Santo Tomás, y Puente Aranda, donde vivía. Así lo conoció.
Teresa era un ‘cuadro revolucionario’, o una militante de tiempo completo. “Yo dije ‘esta es la organización en la que quiero militar’ porque tiene muchas claridades (…)”. Por este compromiso ella recibía una especie de sueldo. “A mí me pagaban un porcentaje, una cuota revolucionaria (menos de un salario mínimo). Mi vida, mis bienes, todo estaba al servicio del partido”. El resto de su vida quedó en segundo plano: su familia y su universidad, que hoy está terminando. “Yo abandoné la carrera 10 años por estar militando”.
Teresa recuerda que Vladimir era muy insistente preguntando sobre su vida. Las preguntas pasaron a ser invitaciones a almorzar y luego llegaba a su casa sin aviso, cuenta ella. “Todo el tiempo me decía que si íbamos a ser novios. Yo le decía ‘no estoy interesada en tener una vinculación de noviazgo contigo pero podemos ser amigos’”.
“Ya con el tiempo empezó a tomarse unas confianzas muy complejas. Él hacía comentarios sobre mis senos en el organismo, todo el tiempo eran miradas lascivas, morbosas, era bastante incómodo”. Teresa a veces llegaba a su casa y Vladimir la estaba esperando en su sala porque una familiar lo dejaba entrar, cuenta ella. Y se enteró que Vladimir decía en la localidad que eran novios. Ella hace cuentas: el presunto acoso duró más de dos años, desde 2016, y tendría cerca de 26 años.

Este acoso, que Teresa nombra como violencia psicológica, afectó su salud. “Mi cuerpo no se sentía nada bien, me estaba generando malestar solo verlo, ya no quería que me hablara ni absolutamente nada”. Ella recuerda que le contó esto a Manuel Sarmiento, actual candidato a Concejo, y a Francisco Torres, que ya no aguantaba más, que no quería a Vladimir en su espacio de militancia. “Pero no fue posible, incluso yo tuve que hacerle la campaña a su edilato, yo era la coordinadora de su campaña y siempre tenía que posar para las fotos con él”. Ella siente que haberle contado a líderes del partido fue peor, pues le reforzaron el trabajo de militancia al lado de Vladimir. “Él antes cometía más acoso, se volvía más cansón”. Y luego pasó a violencia política, según ella.
Fue en medio de llamados a varias integrantes del organismo de mujeres que proponen el protocolo de VBG. Teresa se salió de este y le asignaron a alguien para recibir su denuncia. “Pero ella confundía las historias, o mezclaba algunas cosas. Varias veces me citaba para volver a hablar de lo mismo, era revictimizante. No lo hacía con intención pero fue un proceso muy tedioso”, recuerda. Esta persona le dijo que habían frenado Vladimir, pero eso a Teresa no le consta. Ella también vivió acoso de parte de más líderes, en cuyos casos el protocolo fue aplicado. “Pero en el caso de Vladimir tenía una particularidad y es que pone votos: 900, mil, pero pone votos. (…) Es una persona estratégica para esa organización”. Al final, cerca de 2018, la salud mental de Teresa decayó. En su EPS le diagnosticaron depresión. Cuando se enfermó físicamente decidió irse del partido.
De camarada a cómplice
En una época de su militancia, Teresa fue secretaria política de vendedores ambulantes. Asegura que le dieron ese cargo porque “Oswaldo Reina (su secretario gremial en ese entonces), accedió carnalmente a dos compañeras. Ellas mismas me lo contaron”. Teresa cuenta que habló con varias personas del partido para que expulsaran a Reina, pero que la CUT lo protegía. “Hablé con Manuel Sarmiento, hablé con Gustavo Triana, con Gabriel Moure, con las cabezas”. Sin embargo, cuenta ella, el partido tomó acción cuando Teresa informó de unos recursos destinados a las cuotas de la CUT que nunca llegaron. Y esta fue expulsar a Reina de Bogotá, pero no del partido. “Yo lo veía militando igual con la gente de la CUT, o sea con gente del MOIR, como si lo hubieran premiado. Él siguió militando, de hecho hoy en día es un ejecutivo de la CUT que hace trabajo con transporte urbano”.
Hablamos con una de las víctimas de Reina, quien cuenta que esta presunta agresión sexual fue en 2014, denunció al MOIR en 2015 y en Fiscalía en 2018. Ella explica que ese año Reina era líder local de Ciudad Bolívar y necesitaban sus votos para elegir a Sarmiento al Concejo. Señala que “Esa noche de los hechos Vladimir fue como el cómplice (..) él me dijo a mí ‘no tienes por qué irte’ (de su casa), vas a quedarte en mi habitación con seguro, nada te va a pasar y pues no fue así. A la mañana siguiente, Oswaldo Reina me violó”.
Cuando esta mujer denunció, cuenta que Aurelio Suárez le dijo que debían escuchar la otra versión. “Entonces llamó al agresor y el tipo confesó y dijo ‘sí, efectivamente yo hice eso’. Y pues nada le pasó, lo obligaron a pedirme disculpas (…) pues porque era el primer paso que Aurelio Suárez me dijo. ‘Vamos a hacerle pedir disculpas y ya pues miramos cuál es la sanción política’”. Ella cuenta que inscribieron la campaña de él después de haber confesado. “Al final Manuel me dice como ‘la única es que pongas la denuncia en Fiscalía y con eso tenemos más herramientas para hacer algo contra este tipo”, pero fue falso, afirma ella. Poco antes de poner la denuncia oficial, se enteró del caso de otra víctima de Reina.

“Me tomaron del pelo por tres años”, considera ella, quien dice que le hicieron repetir la historia muchas veces. “Después Aurelio negó lo que pasó (…). Fue un caso que trataron muy mal, que me hizo mucho daño”. Añade que en Fiscalía no ha pasado nada contra Reina: tras la denuncia en 2018, la contactaron hace dos meses.
Esta práctica de taparse estas violencias entre varios hombres del partido también la denuncia María, quien también vivió acoso y malos tratos por parte de Vladimir después de entrar a militar en el MOIR en 2019, debido a su activismo con la causa de no poner Transmilenio en la 68. Ella vivía en el barrio Milenta, en Puente Aranda, convocaba las reuniones entre vecinos que no querían perder su casa y así conoció a Vladimir.
“Él tuvo un coqueteo desde las primeras reuniones”, cuenta María, quien confiesa que los coqueteos de Vladimir le gustaban al inicio. Lo que le molestaba eran los malos tratos después, cuenta. “Luego cambiaba todo y decía: ‘no, es que usted está gorda, usted tiene una ropa fea, no tiene casi ropa entonces siempre está utilizando lo mismo de siempre, apréndase a vestir’”. Esto la afectaba. La situación empeoró y pasó a ser presunto acoso cuando Vladimir supo que tenía novio.
Terminó quejándose con Freddy Villaquirán, que era candidato a edil en Puente Aranda. “Lloraba mucho y me quería retirar (…) una vez atacada llorando decía ‘no más, yo me quiero ir, Vladimir es un brusco, un atrevido”. Pero cuando Freddy la escuchó, cuenta ella, minimizó la violencia de su compañero y lo que mujeres como ella han vivido en el MOIR.

Al preguntarle a Sarmiento, actual candidato al Concejo por Dignidad y Compromiso, si había recibido denuncias por VBG, respondio: “En el año 2017 recibí una denuncia por violencia basada en género y se trató de una grave acusación contra un militante por violación. Recibida la denuncia se inició un proceso contra el militante que terminó en su expulsión del partido y en una denuncia penal presentada ante la Fiscalía, denuncia que se radicó por mi orientación. Aunque el proceso tuvo este resultado, debo reconocer, como lo he hecho antes, que se cometieron errores que revictimizaron a la víctima”.
Al preguntarle si encubrió denuncias por VBG en algún momento, respondió: “No, jamás he encubierto un caso de VBG. (…) El caso que tuve conocimiento fue atendido y terminó en la expulsión del acusado y en una denuncia penal radicada ante la Fiscalía. (…) En las últimas semanas el colectivo Rosas Disidentes denunció que yo encubrí a Vladimir Cáceres por una denuncia de violencia sexual. Nunca recibí una denuncia de este tipo contra este militante y el Comité para la atención de estos casos certificó que nunca recibió una denuncia de estas características”.
***
La insistencia de Vladimir al abordar a las mujeres que orbitaban por su organismo en Puente Aranda, los comentarios y cumplidos iniciales, que luego se convertían en comportamientos presuntamente acosadores, o en tratos violentos, al parecer hacían parte del modus operandi que tenía con estas militantes, según lo relatado en los casos. Las historias de las presuntas víctimas tienen dos elementos en común: muchas buscaron denunciar a través del protocolo de VBG del MOIR, y recibieron tratos revictimizantes o no obtuvieron ni reconocimiento ni reparación. Otras denunciaron a sus superiores, y estos habrían minimizado su experiencia, o cubierto la presunta violencia. Muchas sintieron que su denuncia se quedó perdida entre un protocolo inoperante y un partido que, por los relatos compartidos, aún minimiza la magnitud de las violencias contra las mujeres.
Al contactar a Cáceres sobre estas acusaciones, luego de insistir en un espacio presencial en un horario posterior al cierre de esta nota, respondió que “no existió ningún caso de acoso sexual a ninguna militante. Una mujer realizó un llamado a revisar mi tratamiento político con ella y el Comité de Protocolo determinó medidas de mejoramiento que acaté. Pero reitero que no se estableció ninguna denuncia que implicará violencia sexual o acoso”. Cáceres respondió que el protocolo lo informó de una denuncia contra él “una única vez, en ese momento se me informó una queja por el tratamiento POLÍTICO frente a una compañera, eso se tramitó por la correspondiente Comité de Protocolo, se aplicó el protocolo y se acataron las solicitudes de corrección”.
Sobre el caso de presunto abuso sexual respondió que “No he realizado ningún abuso contra ninguna mujer ni dentro ni fuera de mi ejercicio político, ni en ningún momento en el transcurso de mi vida. Tampoco existe alguna denuncia de abuso sexual contra mi, ni en el Comité de Protocolo, ni en ninguna autoridad judicial”. Asimismo, negó complicidad en cualquier presunta agresión sexual. “(…) no existe ninguna ayuda o concierto de mi parte un ningún caso de abuso sexual, así como no existió ninguna denuncia ni ante el partido, ni autoridades judiciales en ese sentido, o llamado a testificar en caso alguno”.
Al preguntarle a la abogada del protocolo de atención de violencias basadas en género del movimiento si habían recibido denuncias por VBG en el protocolo, esta dijo que “(…) los hechos referentes a Vladimir Cáceres los recepcionamos hace más de cuatro años, cuando este instrumento no estaba consolidado. En su momento se prestó el acompañamiento psicosocial a la víctima, cuya denuncia se suscribió única y exclusivamente a violencia política. (…) Hasta la fecha, no hemos recibido ninguna otra queja y/o denuncia contra Vladimir Cáceres”. Y afirma que en este momento no tienen ninguna denuncia no atendida por VBG y que no han revictimizado a las denunciantes: “No, el protocolo se creó bajo la comprensión internacional de cómo se deben tratase correctamente este tipo de casos”.
Un protocolo de papel
Juanita explica que hay dos protocolos de VBG en Dignidad que son el mismo: “Uno es el protocolo interno del MOIR y el otro es el protocolo de Dignidad. El MOIR tenía el protocolo y estaba haciéndole ajustes desde antes de salir del Polo (2020), así que este protocolo de Dignidad es como un gran copypaste del protocolo del MOIR, un poco en lo que varía es que cambia las personas que toman decisiones porque se incluyen las otras tendencias”.
Por su parte, Jennifer Pedraza explica que este, el del MOIR, funciona con mucha privacidad. “No tengo ni idea de qué casos se discutieron, qué sanciones se impusieron. Hay parte de corrección en eso: si yo denuncio una violencia no quiero que todo el mundo se entere que me abusaron. Pero yo creo que ellos siempre han usado este argumento de la privacidad a favor del denunciado, a que nadie sepa quién es.
Juanita, que ha tenido experiencia trabajando con protocolos, dice que el del MOIR es bueno. Pero, “el dilema, como pasa con todos los protocolos, es que aunque estén bien hechos, si tú no les descargas financiamiento y quien atiende la denuncia no tiene un enfoque real, no funciona”. Para ella el mayor problema de este protocolo es el de la prevención: “porque da lo mismo tener un protocolo si tú sigues educando ideológicamente ‘Vladimires’ (…)”. Y señala que la no denuncia se incentiva porque muchas denuncias de este tipo se tratan como chismes. “Otra situación es que es muy difícil ejercer una sanción real (…) Ellos con tal de no perder un cuadro hacen lo que sea. Da lo mismo denunciar (…)”.
Cuando se conforma Dignidad y Compromiso cogen como propio el protocolo del MOIR, tendencia del partido, aunque se encargaron de que la ejecución de este fuera diferente. “Pero las compañeras de Compromiso no estuvieron de acuerdo y se creó una instancia, que en este momento está sesionando, para fusionar dos documentos: el protocolo de Dignidad y el de Compromiso. (…) No es un protocolo como tal pero sí es un manifiesto que tienen las mujeres de Compromiso para fusionarlo”, cuenta Jennifer.
Una “secta” política
“En época de campaña Aurelio Suárez siempre decía que el mes tenía 30 días y 30 noches”, recuerda Juanita. Esta frase da cuenta de la intensa militancia al interior del MOIR, en donde las labores eran las mismas para un señor de 60 años, o una niña de 16. “Se ve como una conducta liberal no militar al ritmo que ellos desean”, afirma ella.
A pesar de la formación ideológica fortalecida, varios de estos testimonios consideran que lo vivido en el MOIR es como estar en una secta. Varias usaron esta palabra. Es común el relato de aplazar los estudios o dejar de estudiar por la militancia, como en el caso de Laura o Teresa. O desatender otros aspectos de la vida y tener que cumplir con varias horas de militancia. “El patrón de búsqueda de cuadros yo, hoy día, sí creo que inconscientemente implicaba buscar jóvenes que tuvieran una estructura familiar débil”, afirma Juanita, quien hizo su tesis sobre el parecido entre relaciones tóxicas y militancias románticas; “el MOIR ofrece una militancia romántica porque te da todo: si no tienes para movilizarte o para comer, te da sustento económico; si no tienes amigos te los da, si no tienes pareja te la da”.
Para Juanita es una lógica que no tiene falla, y asegura que muchas mujeres que militaron jóvenes en el MOIR vivieron varias de sus ‘primeras veces’ adentro. “Tu primer novio, o tu primera relación sexual, tu primera tusa, todo esto que se vive en la adolescencia, va a ser con gente del MOIR. El detalle en qué está? En que como es un partido viejo va a ser con gente que te lleva siete años”, mientras estas mujeres eran casi adolescentes. “Por ejemplo mi ceremonia de grado yo no la celebré con mis amigas, la celebré con el MOIR”.
Jennifer Pedraza también tuvo a alguien del MOIR en su grado con su familia. Ingresó a los 17 años, en 2014. Pero dice no haber vivido lo que habrían vivido tantas al interior del partido. Hoy siente que vivió en una burbuja mucho tiempo. “En la Nacional (donde militaba) teníamos una dinámica muy chimba. Había mucho debate, discusión (…) por eso te digo que es muy doloroso porque yo tuve un choque muy fuerte, mi experiencia no había sido así, (…) yo igual me hice una autocrítica pública en mis redes sociales”.
“Ser mujer en el MOIR es traicionar la causa feminista”
Al preguntarle a Jennifer Pedraza si ella creía que ser mujer y tener un espacio verdadero en el MOIR era incompatible con el partido, respondió que se había salido precisamente por eso. Pero especifica que quienes no tienen cabida son “las mujeres feministas, las mujeres que no creemos que se deba tolerar esto, que creemos que hay que adoptar otras medidas, que creemos que como sociedad hay que cambiar incluyendo los partidos. Las mujeres que creemos que esto no es un asunto individual”.
Precisamente ese es el espíritu de Rosas Disidentes: lo colectivo. Este grupo, el que denunció en redes a Cáceres, nació de “la necesidad de encontrar un espacio para denunciar públicamente a personas que en el transcurso de nuestro ejercicio político nos agredieron física o emocionalmente”. La mayoría de estas mujeres son ex militantes del MOIR, Rosas considera que la militancia feminista es complejo. “Las mujeres que lo han hecho se han enfrentado y se siguen enfrentando a un acoso constante y ‘resistir’ de manera continua a diferentes tipos de violencia” (…) .
Juanita condensa su experiencia de ser mujer en el MOIR en una frase: “la masculinización para ser respetada. (…) Hay que trabajar el doble para ser igual de buenas, y por último hay que traicionar la causa de las mujeres”.
*Nombres cambiados a petición de las víctimas.