Lo que sucedió el pasado 5 y 6 de abril en Honda Tolima no solo fue histórico, sino que al parecer fue incomprensible para el poder tradicional de este país. En esta crónica de Nathalia Guerrero Duque repasamos los momentos más potentes de una jornada que pasará a la historia para la fuerza política de los feminismos en Colombia.
Fotos por Victoria Holguín.
“Somos un eslabón de la cadena, y la cadena no se rompe aquí”.
Francia Márquez repite la frase, con el micrófono agarrado en una mano y los ojos puestos en las más de 200 mujeres asistentes que la escuchábamos con atención en la Convención Nacional Feminista. La ratificación de querer ser presidenta de este país, al que siempre se refirió como un Estado “racial y patriarcal”, resonó por todo el Antiguo Club Bavaria en Honda, Tolima.
El encuentro, que muchas vimos como histórico, tuvo lugar el pasado cinco de abril y fue organizado por el movimiento político de mujeres Estamos Listas, la corporación Humanas Colombia, la Red Nacional de Mujeres, la Casa de la Mujer, la Ruta Pacífica de las Mujeres, la Unión de Ciudadanas de Colombia, la corporación Penca de Sábila y la corporación educativa Combos, para unificar y hacer sentir por primera vez en un solo lugar la fuerza política electoral que en este momento representamos las mujeres feministas en Colombia, algo que hace cuatro años ni siquiera tenía cabida dentro del panorama de las elecciones presidenciales.
Ahora es diferente. Ahora se puede pensar, imaginar, encontrarse en un espacio físico alrededor de esta idea, la de elegirnos. Y no ha sido gratuita esta posibilidad. Más bien ha sido el devenir lógico de años de trabajo por parte de los movimientos feministas en diferentes regiones del país, que hoy parecen estar atravesando una especie de protagonismo electoral.
Lo hemos hecho entre todas, ocupando insistentemente todos los espacios: sosteniendo y liderando el tejido comunitario en las zonas que muchas habitan, haciéndole resistencia a la política de la muerte en nuestras tierras como Francia Márquez, que dice que ‘el territorio es vida y la vida se defiende’ pero también ocupando las calles por cientos, por miles, como un caudal de mujeres que se ensancha en cada marcha y plantón en los territorios urbanos y también lo hemos logrado gracias a la resonancia de tantas en las discusiones públicas digitales del día a día.
Muchas veces pensar en una posibilidad es el deseo de una certeza, y la Convención Nacional Feminista fue el escenario para visualizar entre todas la certeza de un estallido feminista nacional.
“¿Para qué se creó este Estado? ¿No era para cuidarnos? ¿Para colocarlo al servicio de la vida? (…) ¿Cuándo nos hablan de desarrollo a qué se refieren?”, continúa hecha preguntas la lideresa ambiental de Suárez, Cauca, quien junto a la precandidata Ángela María Robledo representa en este momento la opción de una política abiertamente feminista, de cara a las elecciones de 2022. Ambas fueron las invitadas principales de la Convención, que levantó todo tipo de opiniones en redes sociales, sobre todo por momentos como el que protagonizó Ángela María, que integra en este momento la recién formada coalición de La Esperanza, cuando respondió a una pregunta en la rueda de prensa diciéndole a Francia “¿Qué tenemos que hacer? Tú ganarle a Petro y yo ganarle a Fajardo”.
Muchxs vieron en esa respuesta una afronta. Hablaron de ‘guerra de sexos’, hablaron de ‘objetivos equivocados’. Pero la mayoría de estas críticas ignoraron una obviedad casi relativa a la física: para que más mujeres puedan ocupar cargos de poder en la política de este país, varios hombres deben dar un paso al lado, dejar su espacio vacío para que alguien lo ocupe. Ceder el lugar. ¿Es esa la afronta a la que se refieren, la de hacernos un espacio justo?
Un espacio como el que lleva abriendo desde 2016 el movimiento político Estamos Listas, que nació como la búsqueda de una candidatura colectiva al Concejo de Medellín y que luego de obtener 28000 votos y una curul en el Concejo de su ciudad, ahora busca dar el siguiente paso hacia una expansión nacional. ¿Cómo hacerlo? apoyando estas candidaturas y buscando presentar una lista al Senado conformada en su mayoría por mujeres y liderada por aquellas que habitan territorios subrepresentados del país, por mujeres afro y disidencias sexuales y de género, cómo nos contó en el encuentro Milena Trujillo Loaiza, integrante del movimiento.
Una de las pancartas lilas que cuelgan en la Convención Nacional Feminista resalta el mensaje que centra sus acciones desde hace cinco años: poder feminista para transformar el Estado y construir democracia.
“Las historias están en los territorios”
Cuatro mujeres se secan las lágrimas detrás de sus tapabocas, sentadas en las mesas del evento que vistieron de morado y blanco. Son las comisionadas Adriana Benjumea de Bogotá, Jeidys Mena Córdoba de Chocó, Luz Briston de San Andrés, y Magaly Belalcázar de Caquetá. En frente de ellas habla para el público una mujer joven, campesina. Una de tantas que compartieron su relato a través del micrófono, que en muchos casos, en la mayoría de casos, es el relato de sus territorios.
“Estoy aquí porque sueño y creo que podemos construir un país en el que no tenga que sufrir todos los días el miedo de perder a mi madre porque es defensora de derechos humanos (…). Quiero un país en el que las afro, las campesinas y las indígenas tengamos acceso a la tierra y no tengamos que sembrar en las materas en el patio de la casa”.
Su exigencia y sus sueños no fueron los únicos que escuchamos esa tarde. Por el micrófono pudimos conocer los nombres, relatos y experiencias de vida de mujeres que venían desde San Andrés, Providencia y Santa Catalina hasta la Amazonía colombiana. Mujeres de Barbacoas Nariño, mujeres que trajeron sus tambores desde el Cauca mientras repetían que las historias estaban en los territorios, mujeres que junto a otras construyen la Ruta Pacífica de Mujeres. Mujeres mayores que desde eso que llaman la periferia del país siguen haciéndole frente al patriarcado, mujeres que quieren lesbianizar el mundo, mujeres raizales que replicaron cantos traídos de Johnny Cay.
Ante cada una de nosotras sentimos que estaban todas, a través de las voces de estas mujeres que vinieron desde sus territorios y respondieron el llamado para hacer historia en este encuentro, una gestión realizada por mujeres pertenecientes a seis departamentos del país, quienes se encargaron de garantizar un evento incluyente y diverso en su totalidad.
A estas voces le siguieron las de Francia Márquez y Ángela María Robledo leyendo sus discursos. La primera, que inició saludando a “la madre tierra, la casa grande, al útero mayor”, puso con franqueza su independencia por encima de todo. Luego de contar una historia de movilización de su comunidad, ratificó su candidatura independiente como parte del movimiento Soy porque somos, desmarcándose tanto de la Coalición de la Esperanza como del Pacto Histórico, aunque en la rueda de prensa se mantuvo abierta a la opción de una juntanza, ante la pregunta por una alianza con su colega. “Estamos aquí para que nuestro amor maternal y nuestro instinto del cuidado puesto en la política representativa sea capaz de transformar la política de muerte, en una política que cuide la vida”, declaró.
Francia incluso lanzó una confesión a modo de crítica, cuando contó que inicialmente tenía miedo de denominarse feminista, porque no se sentía representada dentro de algunos sectores del movimiento que no le dan cabida a los hombres en esta lucha: “He sentido ciertos lugares de enunciación del feminismo que no se parecen a nosotras, que no tienen en cuenta nuestra realidad” dijo la precandidata, también señalando que incluso la han acusado de cómplice de violencia sexual por trabajar desde procesos sociales mixtos.
Una propuesta radical de la política, que distribuya el poder, que garantice la democracia desde la periferia, desde la diversidad, desde la diferencia y desde las minorías excluidas y violentadas, desde las vidas de las mujeres negras, indígenas, campesinas y empobrecidas, desde el “buen vivir y el vivir sabroso”. Esa fue la propuesta que desplegó sobre la mesa Francia Márquez, como una manera de resistir a la política de la muerte de este país que siguió nombrando como un estado ‘racial y patriarcal’.
“Soy un eslabón de la cadena, y la cadena no se rompe aquí”, le respondió Ángela María Robledo a su compañera al inicio de su discurso, en donde agradeció inmensamente la gestión de Estamos Listas y reconoció el trabajo de las mujeres feministas pioneras de nuestro país, gracias a las cuales estábamos reunidas en un encuentro intergeneracional en Honda esa noche.
Ángela María, mucho más pragmática y con una retórica más permeada por las formas discursivas tradicionales de la política nacional, le dio tres significados concretos a la Convención Nacional Feminista: el resultado de una voluntad de décadas de movilización que ahora se conjuga en una opción tangible de poder, los saberes adquiriridos, también durante años, que nos han llevado a construir un marco concreto para el desarrollo de un proyecto político para Colombia y sobre todo la señal de que ya estamos listas para construir un mejor presente: “No nos bastan las buenas ideas, no nos bastan las plazas públicas que se llenan con miles de hombres y mujeres, no nos bastan las palabras y las iniciativas que emergen de un poder patriarcal que no reconoce la existencia y la diversidad”.
La precandidata, que tiene el reto adicional de poner en el centro de la Coalición de la Esperanza a la que pertenece un proyecto político feminista, también mencionó a las poblaciones que mencionó Francia, como sujetas protagonistas de su propuesta política. Sin embargo, adicionó a sus palabras el cuidado como temática central: su redistribución, el reconocimiento de su valor en las mediciones económicas, y su disminución para las mujeres que siguen gastando siete horas de su día en la realización de estas labores. De hecho invitó a las asistentes a sus asambleas de cuidado, una iniciativa que pretende tejer alrededor de este concepto en los territorios del país.
“Tanto Francia como a mí nos tocará en estas coaliciones decir que no estamos ahí para contribuir superficialmente a ajustar un programa, que no estamos ahí para completar fotos que queremos cambiar de manera serena, colectiva y solidaria este país”, declaró también Ángela María Robledo, que terminó hablando de la fuerza política actual de los feminismos como una fuerza articuladora.
Ambos discursos se sintieron cautos, medidos, y todavía un poco intangibles para responder de manera sólida a preguntas concretas electorales, un paso que debe seguir obligatoriamente, luego de presenciar la fuerza simbólica de todo lo que sucedió en la Convención. Ambas precandidatas se centraron primordialmente en descentralizar, en la mención insistentes de los territorios y de las poblaciones más subrepresentadas del país, que son las que más necesitan un proyecto político transformador.
Sin embargo, temáticas urgentes profundizadas por la pandemia, como la violencia machista al interior de los hogares, la problemática agudizada de feminicidios a nivel nacional, la brecha laboral cada vez más extendida entre hombres y mujeres, por mencionar algunos, fueron puntos que no estuvieron muy presentes en las intervenciones de las dos políticas. Quizá el desglose específico de estas opcioenes de agenda política feminista y de proyecto social transformador que ambas proponen, es decir las preguntas sobre qué es lo que van a hacer y cómo lo van a hacer, venga en un momento posterior a este. Esperemos que sea pronto.
Lo que sí es innegable es que ver a dos mujeres juntarse como una opción de poder electoral sigue dando miedo en Colombia. Y ver a dos mujeres feministas genera un miedo adicional, que es el miedo a lo desconocido. Porque una opción feminista al frente del poder representativo necesariamente pone sobre la mesa antagonismos y tensiones que el grueso de la sociedad colombiana no conoce aún y que están muy alejados de la guerra de sexos que muchos quieren vender en redes sociales. Y lo que no se conoce, lo diferente, lo que desobedece, se sabe que inmediatamente es enemigo en este país.
Estas tensiones nuevas de poder político también se alejan de las dinámicas guerreristas a las que estamos acostumbradxs desde hace siglos, y más bien son oposiciones que abren nuevas posibilidades, sueños y narrativas diferentes sobre un proyecto político diferente para este país que no ha conocido algo muy diferente a gobiernos liderados por patriarcas de derecha, de centro y de izquierda. ¿Qué pasaría en Colombia si eso cambiara?
“Ayer esperaban que habláramos desde la vulva, desde el dolor de las tetas y sobre la muerte” dijo Marta Restrepo, integrante de Estamos Listas, más adelante en el cierre del encuentro, cuando estábamos rodeadas por el Río Magdalena. “Y nos pusieron atención hasta hoy, porque los partidos tradicionales no pueden leer lo que sucedió ayer y hoy acá”. Porque quizá aún no lo entienden.
Desobediencia en el Magdalena
Honda se encuentra a 155 kilómetros de Bogotá, a 278 kilómetros de Medellín, está ubicado entre la Cordillera Central y la Oriental, y le debe su nombre al Río Magdalena que lo baña, o más bien a los asentamientos indígenas Ondaimas que ocupaban sus riberas. El agua que corre anuncia el municipio antes de llegar a él. Su caudal espeso, turbio y oscuro, pasa con fuerza por los paisajes previos que se asoman entre las curvas y más adelante por debajo del conocido puente que comunica a Tolima con Cundinamarca.
“¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué la Magdalena?” Pregunta a las asistentes Marta, quien responde que Estamos Listas, junto con el resto de organizaciones convocantes, buscaron un sitio no central de poder, que fuera poco predecible y que nos llevara a “entender la necesidad que tenemos de recuperar una narrativa épica, que nos permita construirnos como nación, como sentido colectivo y común”.
El agua viva del río más importante del país fue el escenario del segundo día del evento, y el punto de encuentro para que un número más reducido de asistentes nos embarcáramos entre su caudal y nos reuniéramos en torno a diferentes rituales de poder feminista que incluyeron cánticos liderados por la fuerza arrolladora de María Elvira Solís, una mujer del Pacífico Sur que vino con su voz y su palo de agua a apoyar a su ‘ñaña’ Francia Márquez, la única precandidata presente en este ritual. María Elvira, su vestido azul, sus gafas, sus botas negras de charol, toda su imagen proyectaba el sonido de su canto, que pasó de apoyos políticos y celebraciones a alabaos, conmemorando el feminicidio reciente de Laura Johana, familiar de una de las asistentes al evento.
A los cánticos del Pacífico Sur se unieron tambores del Cauca que marcaron el ritmo de la ‘Canción sin miedo’ de Vivir Quintana y que adaptamos en Colombia para hablar de las mujeres de nuestro país en toda su diversidad. Las copitas de curao empezaron a aparecer para brindar entre todas, y las cocadas envueltas en hojas empezaron a repartirse para endulzar el encuentro. Los cánticos se volvieron proclamas por la inclusión de la población trans en la enunciación de este proyecto político, en la voz de una mujer trans asistente que cogía de las manos a Francia Márquez mientras hablaba. También hubo tiempo para la poesía feminista, para rituales de cerrar ojos, controlar la respiración y llamar a nuestras ancestras, así como limpias que algunas hicimos con el agua del río como guía y como testigo.
Pero el tiempo se fue agotando, las barcas empezaron a llegar de nuevo y fuimos desocupando ese pedazo de tierra baldía que fue testigo del capital político vivo que hoy por hoy representó esta juntanza de feminismos al borde del Río Magdalena.
Volver a nuestras casas luego de la Convención Nacional Feminista marcaba el inicio de una responsabilidad, como lo mencionó Marta en las últimas palabras del evento, que fue incisiva en decir que más que venir a desgastarnos a denunciar siempre sobre lo mismo, habíamos venido a enunciar un proyecto político: “Hoy hay una disputa de poder en este país, ustedes son responsables de que se haya abierto por fin: se abrió ayer, se está abriendo hoy, cada una decide qué va a hacer con eso”, dijo en frente de todas. “Pero ya lo hicimos, y aquí nos vamos. Para eso era este encuentro, para poner un capital político a los feminismos que habitamos todas. Devolvámonos y afrontemos esto con mucha altura”.
Aquí estamos haciéndolo, también desde la responsabilidad que implica ver, escuchar, registrar y contar esta historia que estamos construyendo, y que todavía muchxs no entienden. Comunicar de manera efectiva y rigurosa un encuentro que está enfrentando diferentes grados de tergiversación en el debat público también es uno de los principales deberes del periodismo feminista de cara al año electoral que se nos viene encima y con la certeza de la fuerza electoral que hemos ganado. Una fuerza que más que cuota, es cadena. Ahora todas somos un eslabón de la cadena, y la cadena no se rompe aquí.
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