Machifeminismo y machidiotismo

Daniel Samper padre decidió abordar en su columna en Los Danieles un fenómeno que considero digno de análisis y al que bautizó “machifeminismo”. Lamentablemente, lo hizo de la peor manera. Y es que ya de entrada el título pintaba mal. Más que entregarnos una visión amplia y rigurosa del asunto, se dedicó a quejarse de lo mucho que se le está complicando la vida a él, y a sus colegas, por culpa de lo que él llama “Extremismo de género”. 

‘Sin querer queriendo’, Samper puso sobre la mesa la existencia de otro fenómeno del cual él hace parte, y que decidiré bautizar “machidiotismo”.

Dirán ustedes que no está bueno empezar una columna menospreciando al ser humano que uno quiere cuestionar. Pero debo que aclarar que -aunque la intención inicial sí era esa- descubrí una definición de “idiotismo” que hace que la palabra venga a cuento para jugar a describir lo que hizo Samper. 

Idiotismo: giro idiomático que no se adapta al sentido literal, y posee un sentido figurado adoptado de manera convencional. Ejemplos: “darse golpes de pecho”, “estirar la pata”, “estar de malas pulgas”. Los idiotismos suelen confundir a aquellos que no están familiarizados con ellos.

Así las cosas, y jugando un poco con las palabras, diré que un machidiotismo vendría a ser una manifestación de machismo que, en un intento por no lucir como un troglodita, finge entendimiento y respeto por el feminismo. Pero no logra dar pie con bola al expresarse, (porque su cerebro está jugando fútbol con sus neuronas). O mezcla peras con manzanas (o miedo a lo que no comprende con pose de intelectual). En definitiva se hace el loco con el hecho de que es incapaz de hincarse respetuosamente ante un movimiento que le pide replantearse la manera en que se relaciona con las mujeres. Y con la sociedad en general.

Ejemplos de machidiotismo podrían ser “Soy un hombre feminista porque ayudo en la casa”, “Apoyo el feminismo porque estoy dispuesto a escuchar a las mujeres”. O “Una rama especializada de este mal —el machifeminismo lingüístico— pretende cambiar la lengua para acomodarla a sus gustos personales. Esta desviación cree que basta con modificar las palabras para que se remedie la realidad. Y se engaña, por supuesto: los pobres y desamparados del antiguo diccionario cambiaron: hoy son desfavorecidos en el reparto del ingreso, pero suman muchos más que antes…”.

Hasta que luego, una analiza otras perlas de su columna, y empieza a pensar que es posible que el impostor sea él. Y que el patriarcal orden las cosas lo haya mantenido del ‘lado correcto del discurso’, y lo haya protegido de quedar en evidencia hasta ahora.

En este último ejemplo, que pertenece a la columna de Samper, es una “delicia” notar cómo se refiere al “machifeminismo lingüistico” como una desviación. ¿Desviación de qué? ¿Acaso del feminismo “no desviado”, del cual él se asume suficientemente conocedor como para poder decir lo que es propio de él o no? Pues sí, a ese tipo de desviación se refiere Samper. 

Tal como los idiotismos pueden confundir a quienes no están familiarizados con ellos, el machidiotismo hace que una se confunda y alcance a preguntarse si acaso Samper está planteando algo válido, porque claro, como su terreno de juego es la palabra (y el fútbol), y ha sido delantero por más de 50 años recibiendo no pocas medallas, una alcanza a sentirse como una impostora sin derecho a revisarlo y cuestionarlo. Hasta que luego, una analiza otras perlas de su columna, y empieza a pensar que es posible que el impostor sea él. Y que el patriarcal orden las cosas lo haya mantenido del ‘lado correcto del discurso’, y lo haya protegido de quedar en evidencia hasta ahora.

Porque ¿Cómo más se explica que un hombre respetado por su capacidad de análisis, su sesuda aproximación a la realidad y su cachaquísimo sentido del humor, sea el mismo que, al entrevistar a una lideresa social afrocolombiana de la talla de Francia Márquez, le repita una y otra vez que la respeta mucho, mientras insiste en decirle que llamar “negrito” o “negrita” a personas afrocolombianas, en lugar de llamarlas por su nombre, es una muestra inofensiva de cariño que nada tiene que ver con racismo? 

¿Cómo más explica una que, tras haber sido cuestionado masivamente por esa entrevista, Samper decida retomarla en su columna reduciéndolo a: “Ya Francia Márquez, a quien sigo admirando como líder social, me había acusado de racista por no estar de acuerdo con ella”?

Porque claro, esto no se trata de que ella conozca mejor que él -de lejos- de qué va el saberse discriminado y violentado en una sociedad como la colombiana, sino de que él, desde su blanquísima y machidiotísima experiencia de vida, tenga una opinión sobre el racismo más valiosa que todos los argumentos que le dio ella.  

Su insistencia con el tema alborota un desagradable hedor no solo a racismo, sino a machismo y clasismo. ¿Habría respondido igual si el entrevistado fuera Barack Obama o Michelle Obama?

Entre ésta y la primera perla, Samper se convierte en algo así como el típico piropeador callejero. Que no solo no se da cuenta de cómo invisibiliza a la mujer que piropea, sino que cree que lo único que importa es ese comentario “positivo” que él está haciendo sobre ella.

Para terminar de agravar la situación, Samper no solo no se da cuenta de su machismo, sino que cree que sí se está dando cuenta. Cree que él ha entendido tanto sobre el tema que puede explicarnos cómo hacer las cosas bien, aún cuando frase tras frase lo único que hace es gritar entre líneas ‘no tengo la menor idea de lo que estoy diciendo’.

La perla con la que cierra el texto, lo gradúa de machidiota profesional: “Si un hombre comete un desafuero con una mujer, ellas interpretan que la razón es obvia: todos los hombres son así. Un chiste en el que aparezca una mujer concreta (una suegra, una novia, una esposa, una hija, una vecina, Juanita Banana, Juana de Arco, Juana la Loca) abarca automáticamente al concepto de lo femenino de manera genérica: entonces hay un agravio colectivo, suenan los timbres, se encrespan las militantes…”

Para terminar de agravar la situación, Samper no solo no se da cuenta de su machismo, sino que cree que sí se está dando cuenta.

¿Qué clase de forma de pensamiento es la que lo lleva a plantear que lo más visible de la preocupación sobre desafueros como el acoso, la violación o el feminicidio es que “Todos los hombres sean así”? ¿Qué tipo de conversación está teniendo entre sus temores y sus neuronas para llegar a escribir, sin ningún pudor, que los estereotipos impuestos culturalmente a la mujer, esos que básicamente nos dividen en vírgenes o putas, y que han nutrido buena parte de su cachaquísimo humor, no son tal, y que el feminismo los está cuestionando por capricho y ‘delique’? 

La única respuesta posible: machidiotismo. Un mal que si bien hoy podría ser visto como una resistencia casi lógica al cambio, cuyas anacrónicas columnas solo hay que esperar para ver caer, también puede ser la evidencia de cuán complejas y tramposas pueden llegar a ser las formas de pensamiento sobre las cuales se sostiene, se camufla y se excusa el machismo.

Detectarlo en personajes de la talla de Daniel Samper padre, si bien preocupa por el alcance y resonancia que pueden tener sus palabras y cómo éstas reducen una transformación mundial a un ataque frente al cual hay que resistirse, así mismo nos sirve para entender cuán largo es el camino que tenemos por delante, cuáles son las mutaciones de un sistema que se resiste a cambiar y cómo podemos identificarlas para frenarlas a tiempo. 

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