Seis mujeres entre los 19 y 39 años reposan en las bancas de uno de los parques del barrio El Amparo. Están despiertas desde las cuatro de la mañana. Pronto van a ser las siete de la noche. Hoy les tocó embutir todo lo que tenían por hacer en esas catorce horas que se quedan cortas, ni el día con su noche les alcanza. Un hombre pasa, se queda mirándolas, las reconoce. «Ustedes son las mamás de la primera línea, ¿verdad?», les pregunta. Las letras blancas que dicen «Mamás 1 línea» sobre sus escudos de madera pintados de negro responden la pregunta.
El barrio El Amparo se ubica en una localidad que antes de llamarse Kennedy tenía su nombre original: Techotiba. Queda pegado al Portal Américas, uno de los epicentros de la movilidad al sur de Bogotá, que en estos 23 días de Paro Nacional ha sido un escenario principal tanto para las manifestaciones como para los abusos de la fuerza policial.
Los hechos de estos días cambiaron a pulso su nombre, como la de otros lugares del país. Ahora es el Portal Resistencia. Así le vamos a llamar en esta historia.
En los últimos días y noches, lxs manifestantes que se han congregado alrededor del Portal han llegado a ser miles. En los últimos días también, las cifras de abuso policial han venido en aumento. Según denuncias de organizaciones defensoras de derechos humanos y políticas como Susana Muhamad, la noche del 18 de mayo hubo cerca de 68 heridxs a cuenta de la fuerza policial y una denuncia de abuso sexual contra una menor de edad.
Las dos personas asesinadas en Bogotá en el marco del paro pertenecían a la localidad de Kennedy. Dilan Barboza y Daniel Zapata murieron a manos de la Policía el 28 de abril y el 7 de mayo respectivamente.
Entre este paisaje de cifras, de dolor y de rabia nacen las ‘Mamás primera línea’, madres bogotanas, populares y disidentes que, en vez de quedarse en las casas esperando a que sus hijes regresaran de las marchas, decidieron subvertir los roles y salir a las calles a defender sus vidas y las de otres hijes de otras madres, como protesta contra la violencia policial.
Según cifras de la ONG Temblores con Indepaz, hasta el 17 de mayo esta forma de violencia ha cobrado la vida de 43 personas durante este Paro Nacional.
Muchos abusos de las autoridades en Portal de la Resistencia han quedado registrados en videos que siempre ocurren de noche: Agentes del Esmad tumban a una bebé de un mototaxi. Agentes del Esmad atacan una brigada de salud que atendía personas heridas en la calle. Anoche, uno más para la colección gráfica del horror: el Esmad rebotando aturdidoras directamente a los cuerpos de estas mamás.
Las mujeres detrás de los escudos
Solo llegaron al parque seis mujeres. Eileen estaría haciendo otra de las tantas cosas que consumen su día: cuidar a sus hijes, limpiar la casa, hacer el mercado, cocinar y últimamente conseguir algo para sus compañeras de resistencia. O tal vez solo estaría descansando un rato, evadiendo la atención que han ganado en medios y redes durante los últimos días.
«La resistencia nace aquí en Portal Américas, en la localidad de Kennedy, porque es una de las localidades más humildes», explica Alexandra, su pelo negro, sus ojos muy jóvenes, su cara tapada como las de todas. «Aquí nos ha pegado duro todo, la pandemia, la crisis, la Policía. Por eso es tan valioso lo que está pasando».
El año pasado, con la crisis generada por la pandemia de COVID-19, el desempleo en Bogotá llegó al 14,5 por ciento, según cifras del DANE. La localidad de Kennedy fue una de las más afectadas por su alta tasa de informalidad. El dato disponible más reciente (2014) muestra una tasa de empleo informal del 40 por ciento en la zona.
Ha sido un día largo. Están desde la madrugada en el Portal de la Resistencia. El Esmad «se puso pesado», dice Vanessa, de 39 años, madre de tres hijes. Todas se acomodan en dos bancas. Cada una saca un cigarrillo de la cajetilla que compraron Lorena y Alexandra minutos antes.
Ingrid, Johana y Lucy también se unen. Las seis visten camisetas blancas, tennis, gorras, cascos, tapabocas y los escudos que las identifican. Los mandaron a hacer con sus ahorros. Lorena se cobija con una bandera de Colombia al revés, el rojo de primero. Porque estos días, o tal vez siempre, lo que brota en exceso de la tierra de Colombia es sangre. No hay oro.
Estas mamás, sus vidas, son la fotografía de muchas mujeres en el país. De ellas solo Johana, de 36 años, madre de dos, tiene un contrato por prestación de servicios. Alexandra, de 24, tiene un local que agoniza. «Estoy buscando trabajo en otra lado porque la cosa está complicada», afirma.
Por su lado Lorena, también de 24 años, madre de una niña de cuatro, cuenta cómo perdió el trabajo por la crisis. «Trabajaba vendiendo tintos en la calle con Vanessa. Pero empezó todo esto del Paro y ya la gente no sale a trabajar por los trancones. Entonces, está complicadito». Lucy, de 19, e Ingrid, que solo contó que es del Cesar, también están sin trabajo.
Las cifras recientes revelan lo que muchas ya sabíamos: las mujeres hemos sido las más golpeadas por la crisis causada por la pandemia. Según el DANE, las mujeres entre 25 y 54 años fuimos las más afectadas por el desempleo en el primer mes del año: por cada hombre que perdió su trabajo, cuatro mujeres quedaron desempleadas.
Por si fuera poco, durante la pandemia, las mujeres en Colombia tuvimos que echarnos al hombro la sobrecarga de labores del cuidado no remunerado. Debido a esto, nosotras tenemos dos horas y quince minutos menos que los hombres para hacer un trabajo por el que nos paguen.
«Un arriendo aquí vale 400.000 pesos. En servicios se van 250.000 pesos, ¿con qué le va a dar de comer a su familia? Ah, pero el exministro de Defensa cree que una docena de huevos vale 1.800 pesos», comenta Johana.
Las últimas cifras del DANE fueron un escándalo nacional: el año pasado más de 21,02 millones de personas cayeron en la línea de pobreza. Es decir que el 42,5 por ciento de este país subsiste con menos de 331.688 pesos mensuales. Menos de 90 dólares al mes.
Las seis también son madres cabeza de familia. Vanessa cuenta, entre incrédula y frustrada, la lucha que lleva para que el papá de su hija, de 14 años, responda. «Siempre me dice que no tiene plata. Desde que empezó la pandemia solo me ha dado 100.000 pesos. Lo tengo demandado, pero eso no sirve de nada». Sus compañeras de lucha la miran y asienten. Ellas, todas, también han sufrido los abusos y abandonos de sus parejas hacia ellas y sus hijes.
Cada que pueden miran la hora en el celular. Escuchan y contestan notas de voz. «La marcha no está tan lejos», dice Lucy, madre de una bebé. Están de afán porque deben volver a Portal Resistencia. Analizan si tienen tiempo para entrar al baño en la casa de alguna, tomar algo o comer cualquier cosa antes de unirse a la movilización. La noche es larga y ellas son indispensables: las están esperando.
La insolencia de las madres que resisten
Aunque algunas ya se conocían de antes, la semilla de estas mujeres organizadas se sembró durante los primeros días de Paro Nacional. «Un día hablamos por WhatsApp y me dijo Vanessa que saliéramos a Portal de las Américas. Yo siempre marchaba hasta el Parque Nacional y a la Plaza de Bolívar, pero dije: ¿por qué no salir aquí en la zona?», cuenta Johana.
«En una de las marchas me las encontré a ellas. Yo salía tarde de trabajar y me devolvía sola. En eso me uní a ellas», comenta Alexandra y añade: «Yo no sabía nada del tema, pero empezó el Esmad a lanzar los gases y empezamos a notar y a ver el abuso policial».
Vanessa dice que no sabía que más hacer ante tanta violencia. La preocupación les quitaba la tranquilidad a todas. «Decidimos unirnos porque en cada marcha el Esmad estaba atacando con gases lacrimógenos y siempre hay niños y adultos mayores. Eso no puede seguir pasando».
Por eso decidieron organizarse y acompañar a la primera línea, el grupo de manifestantes que va de primeras en las movilizaciones defendiendo a quienes salen a marchar del abuso policial. Lorena explica que a «Ellos los encierran. Nosotras tratamos de estar con ellos y apoyarlos para que no haya tantos desmanes».
¿Cómo lo hacen? Las siete se ubican en la parte de atrás, de últimas. Desde ahí están pendientes de niñes y adultes mayores, de vías de salida por si el Esmad se pone pesado, pero también ejercen como conciliadoras.
Johana cuenta que hace unas noches, unos chicos querían tirar piedras al Esmad. Ellas, conscientes de que cualquier agresión contra la Policía es usada como justificación para la represión, «Convencimos a los chicos de no tirar piedras. Les recordamos que la resistencia no es sinónimo de violencia y a la Policía le exigimos garantías para la protesta pacífica».
A través de la defensa y la mediación, estas madres se están disputando en el espacio público la narrativa de la épica, ese cuento antiquísimo y oficial de héroes y vencedores que, históricamente ha pertenecido solo a los hombres. Hombres en las guerras, hombres en la política, hombres en las calles.
La profesora y literata de la Universidad Javeriana, María Piedad Quevedo Alvarado, explica en su clase abierta: ‘Del lamento de la épica, al reclamo de la calle‘, organizada por la carrera de Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana durante el Paro, que las madres son un sujeto político.
«Lo que hacen las madres en la épica es llorar y rezar, y ninguna de las dos cosas son consideradas acciones en la historia”, explica ella, para quien la concepción de la maternidad ha cambiado. Ahora, en Occidente, hay maternidades diseñadas para ser funcionales al poder dominante. Su expresión es esa madre abnegada, virtuosa, que no incomoda. La que no subvierte el orden establecido.
No obstante, madres como las de esta historia encarnan las maternidades que María Piedad llama ‘disidentes y diversas’. Las que le hacen contrapeso a la épica como discurso élite. La otra cara del discurso: mujeres populares que se salen del espacio privado, que ya no son pasivas, «que demandan y le exigen a un poder ilegítimo e injusto», advierte la profesora.
Hay muchos ejemplos: las madres argentinas tomándose la Plaza de Mayo, las madres de los falsos positivos haciendo públicos 6.402 horrores cometidos en nuestro país. Madres que salen a la calle con un escudo en mano. Maternidades que ponen a temblar esa épica del llanto y de la espera. Las que incomodan. Las que son amenazadas en Colombia.
Mayo de 2021, el mes más doloroso para las madres
«Con tanta cosa nosotras ni habíamos caído en cuenta que era el mes de las madres», dice Lorena entre risas, mientras la conversación sobre ser mujeres y madres en Colombia seguía. «Han sido los propios muchachos, los manifestantes, los que nos dicen ‘feliz día’. Pensamos que era por nuestra labor en calle, pero no, es que estamos en mayo», añade Johana.
Un recuerdo que nos va a quedar de este año: en el mes de las madres en Colombia, vimos todas las expresiones posibles de su dolor por la pérdida de un hijo asesinado, multiplicado en muchos departamentos del país. Los gritos desgarrados de mujeres como Sandra Milena Meneses, la mamá de Santiago Murillo, siguen siendo un eco de los días pasados, un sonido que ahora hace parte de nuestra memoria colectiva.
«Sabemos que en esto podemos perder la vida. Es un sacrificio», respondieron las Mamás primera línea esa noche. Sin embargo, estaban convencidas de la existencia de algo de empatía en los miembros de la Policía. «Ellos también tienen mamá. Eso es así», dijeron. «Es que es de lado y lado. Si nosotras vemos que muchas personas van a agredir a un policía, nosotras nos metemos a protegerlo. Aquí prima la vida», agregó Vanessa.
Una noche después, la Policía demostró que a la hora de atacar no hacen concesiones. A estas mujeres les lanzaron aturdidoras contra sus cuerpos. Fueron sus escudos de madera, marcados por ellas mismas, los que amortiguaron el ataque.
María Piedad afirma en su clase que las madres colombianas comparten con las madres de las historias épicas el dolor y el desprecio del que son víctimas. «Hay un desprecio por ellas. Estas mujeres no provienen de sectores privilegiados. Hay unas vidas que el Estado considera que son sacrificables».
Al menos 43 vidas ‘sacrificadas’ en las calles han unido a 43 maternidades distintas en estas últimas tres semanas. Madres disidentes, madres abnegadas que solo pueden llorar, madres serenas que responden a preguntas descarnadas de los medios de comunicación con total serenidad. Están las que siguen esperando, las que llevan exigiendo respuestas del Estado durante días, durante años, durante cuánto más.
Y todas son maternidades activas, que ocupan un espacio en la historia. Porque un alma que se retuerce de dolor también es una acción. Como dice María Piedad: «Es un reclamo al Saturno que devora a los hijos, que es el Estado. Lo hemos visto estos días, la insaciabilidad de la muerte, de dar muerte a los jóvenes”.
El objetivo de las ‘Mamás primera línea’ es evitar más dolores como el de esas decenas de madres que hoy no tienen a sus hijes. Hoy sacrifican el tiempo que deberían compartir con los suyxs, acomodando como expertas de Tetris las horas para que se alarguen un poco y haya tiempo para resistir.
Ellas hoy salen y le gritan a la Policía: «No parimos hijos para que el Estado venga y nos los mate». Y la gente, como ese hombre que las reconoció en el parque del barrio El Amparo, les responde, sin conocerlas: «Muchas gracias por protegernos a todos. Por defender la vida».
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Esta historia es en honor a todas las madres que hoy no están con sus hijes debido a la violencia policial, no solo durante el Paro, sino a las mamás que llevan años esperando una explicación que no llega. Para las víctimas de abuso y abandono, para las empobrecidas, para las solteras, para las sobrevivientes de la guerra, para las que les niegan las oportunidades pero han resistido.
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