Ser feminista y llorar al Diego. En esta columna, Nathalia Guerrero reflexiona sobre el debate que se formó en torno a la muerte de Maradona para las feministas.
La definición que atesoro de Diego Armando Maradona me la regaló un gran desamor hace ya un tiempo. “El Diego es el dios que erra”, me dijo esa vez con los ojos abiertos, llenos de un brillo infantil que pocas veces le había visto. Ese brillito, entendí con el tiempo, era el rastro físico de un fulgor colectivo compartido por muchos hombres en el continente, que crecieron queriendo ser Maradona con todas las fuerzas de su corazón y que lo fueron muchas veces, en sus partidos de juego y en los de él. Una dislocación de identidad regional marcada por la pelota cada vez que entraba al arco, que en la adultez de ese desamor mío y de tantos hombres se convirtió en el aprendizaje de hacer de la vida de Maradona, con sus triunfos y errores, un espejo de la vida propia.
Y a mí, que no me gusta mucho el fútbol, pero que sí me gusta cagarla (o a veces eso pareciera), me atrapó por un momento lo que me revelaban con emoción sobre ese mito errático que le había ganado a Inglaterra cuatro años después de la guerra de las Malvinas en un mundial en México, con dos goles que representan en conjunto el acto mismo de vivir (y sobre los que se ha hablado hasta el hartazgo con una propiedad que ni tengo ni me interesa tener), siendo el mismo jugador quien, años después, fuera retirado en otro mundial por dar positivo en un doping, protagonizando un acontecimiento con detalles propios de un espectáculo que solo podría revolotear alrededor de alguien como Maradona.
Las otras acusaciones de Diego no son tan espectaculares y más bien terminan de plantar esa eterna discusión, que no hemos sabido resolver, entre la obra y el artista. El abuso físico y emocional que ejerció contra parejas de su vida, las graves imágenes que dejaron en evidencia la acusación de que Maradona tuvo relaciones sexuales con menores de edad durante su estancia en Cuba, el acoso a mujeres periodistas que lo denunciaron en su momento y la agresión a periodistas en general. Hechos que solo son una parte del prontuario machista y violento de un hombre producto de su época que se hizo mito, con y por sus errores, y que constantemente estaba tentando los límites de su propia mitología, y ahí derecho de su naturaleza humana.
‘Todos los mitos están muertos’, dijo el periodista deportivo argentino Daniel Arcucci por estos días, y finalmente Diego también se murió. La noticia nos llegó a muchas a través de nuestros celulares mientras empezábamos a tomarnos las calles para manifestarnos por la eliminación de la violencia contra las mujeres, porque la vida es una ironía que a veces da rabia. Y a la agenda habitual de cada #25N se añadió la discusión, acaparadora, sobre todo en Argentina, de por qué una feminista, e incluso por qué una mujer habría de llorar la muerte de un ídolo machista, violento y representativo del paradigma que nos estamos esforzando por derrumbar hoy por hoy, desde todos los flancos.
Es que el axioma estaba demasiado claro para muchas, imbatible. Si este ídolo que lloras fue, aparte de muchas otras cosas, un hombre abusivo con las mujeres, no tienes derecho a llorarlo por tu enunciación como mujer feminista. Pero como la vida es más compleja que eso y la realidad de las personas trasciende a los axiomas y a los postulados y a la teoría (y ojala algún día las feministas entendiéramos mejor eso), los sentires de las mujeres que lloraban por su Diego en pleno #25N no tardaron en ser expresados en redes, medios, en el espacio público. Un reclamo, que era una postura, empezó a hacerse expansivo entre una parte importante de las mujeres argentinas y las mujeres en la región: la de poder llorar a Maradona en paz.
Gracias a este debate, gracias a estos reclamos y dolores, pude conocer más sobre Maradona ya no a través de la voz de amigos y desamores, sino a través de las opiniones y las plumas de mujeres que admiro mucho, ¡de sus cabezas! Aprendí entonces cómo para la escritora Mariana Enríquez el Diego representa el primer y único recuerdo de su padre llorando desconsoladamente en ese mundial del 86 ante la victoria contra Inglaterra, la descripción teatral que la escritora colombiana María del Mar hizo sobre un espectáculo quizá nunca antes visto en Argentina: el de miles de hombres llorando hasta la última lágrima y consolándose unos con otros en el espacio público, como “si nunca hubieran aprendido que los hombres no deben llorar”. La actriz Florencia de la V también recuerda en este sentido texto que la primera persona que la llamó cuando pudo hacer su cambio de identidad en su DNI fue ese ídolo errático. “¡Muy bien Florcita, se hizo justicia!”, le dijo en ese entonces. Asimismo pude comprender un poco más los sentires de las mujeres feministas de las villas argentinas que lloraron esa noche a Diego. “No hay nada más patriarcal que decirnos entre nosotras en qué tenemos que creer”, dice una en el artículo; “no me cancelen al Diego”, dice otra.
La emoción de leer cada palabra que cada mujer tiene para decir respecto a Maradona, su vida, su muerte y su duelo. Leerlas a todas: en los medios, en las redes sociales, escucharlas por otros medios durante el fin de semana, me hace pensar en el feminismo de esta época: un feminismo plural, nutritivo, contradictorio, compasivo y sobre todo que no cede ante la austeridad de pensamiento y que se toma la palabra. ¿Si todas nos desbocáramos a cumplir al pie de la letra la consigna de la cancelación de los ídolos y sus obras, estaríamos viendo el mismo despliegue de este ejercicio? Quizá nos estaríamos privando a nosotras mismas de un derecho que históricamente nos ha sido esquivo: el de desarrollar pensamiento.
Qué alegría leer cada uno de sus relatos, conmoverse con cada uno de sus recuerdos y estar en disenso con sus análisis. Esta muerte, como pasa cada tanto con la muerte de cada ídolo, al final nos hace ver hacia la vida misma, e imaginar más allá del rechazo generalizado, sino entrever en los matices que fue el Diego también. Un ídolo popular, peronista, pobre, racializado, gloria de Villa Fiorito y el resto de villas, donde muchas veces no había que comer, pero había goles del Diego.
Y en una realidad cada vez más constreñida por un sistema socioeconómico que impone una narración lineal de la vida, la muerte de un mito que representaba, en parte, lo contrario, es, sino una celebración retrospectiva, al menos un espabilamiento regional sobre estar vivxs, sobre ser humanxs y sobre ser críticxs de esa humanidad. En un mundo deportivo donde los jugadores de fútbol parecen más máquinas esculpidas sin gracia, sin cerebro, sin discurso, que se compran y se alquilan cada temporada, esta muerte es un recuerdo de que no siempre fue así.
Es este mismo mundo el que tenemos que habitar las feministas. Muchas veces nos equivocamos, muchas veces debemos hacer concesiones con este mundo patriarcal y estamos muy alejadas de ser coherentes, con nosotras mismas y con el resto. Que esta muerte sea también un recordatorio de esto, y del mundo que nos toca transitar todos los días.
Si algo nos está demostrando la muerte del Diego como parte de este pedazo de la historia, es que lo que está verdaderamente mal, más allá del ídolo, es tener uno, así como fiscalizar quiénes podemos llorarlo y quiénes no. Arcucci hablaba del último mito vivo de la historia argentina, y ojalá empiece a ser así para el resto de países. Que esta generación, y las que vienen, dejen de producir ídolos: seres humanxs para idolatrar. Esos mismos que están parados en forma de las estatuas que intervenimos en cada marcha feminista.
Y para quienes persiguen la coherencia como ídolo único o esperan que este sea el sujeto político a través del cual ven el mundo, la invitación también es a tumbar eso: no se queden esperando un ideal de vida que sacrifica muchas veces la liberación.
Hasta siempre Diego, y llórenlo todo el tiempo que lo quieran llorar. Sin culpa: ya sabemos que ese es el sentimiento más patriarcal.
***
Recuerda seguir a Nathalia Guerrero en Twitter, y sigue a MANIFIESTA en Twitter e Instagram.