La mitad de sus vidas en el monte, con un fusil en la mano. Así vivieron más de 2,208 mujeres en el país, desmovilizadas entre 2010 y 2016 según la Agencia para la Reincorporación y Normalización. Durante años conformaron las filas de las Farc y en 2016 entregaron sus elementos de combate, cuando firmaron el Acuerdo de Paz con el Gobierno pasado. A partir de ese momento, más de 2000 mujeres habitan la ciudad y el campo desde la legalidad.
Habitar una vida diferente es comenzar a construir otros sueños: estudiar, trabajar en la construcción de paz, velar por el progreso de los territorios habitados, solucionar conflictos en la comunidad y lo más importante: recuperar el tiempo perdido con sus seres queridxs. Ese tiempo que pasaron siendo parte de un conflicto armado que dejó 262.197 víctimas fatales entre 1958 y julio de 2018, según el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Milena Giraldo Arboleda, fue una de las mujeres que entregó su fusil. Años atrás se encontraba entre balas cruzadas con el Ejército Nacional de Colombia, en el departamento del Chocó. Llevaba en sus hombros la lucha de las extintas Farc. Hoy integra el equipo de las 32 mujeres excombatientes de diferentes departamentos que se juntaron hace 11 meses para crear el primer mercado en el país de productos fabricados por desmovilizadxs.
Se llama Mujeres Construyendo Paz y está ubicado en Belén, Comuna 16 de Medellín. A primera vista, el pequeño mercado parece una tienda de barrio común. Hay dos grandes estantes y un refrigerador para algunos productos. “Surgió con un enfoque feminista, comunitario y es un proyecto que abre las puertas a las mujeres que vienen de la selva”, afirma Milena.

El mercado abre de lunes a sábado, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Una de las excombatientes atiende permanentemente el lugar y es la única que tiene un sueldo fijo. Los productos que se venden en él son producidos por las personas que dejaron las armas en los diferentes Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR).
Existen 24 de estos espacios en Colombia. Cuatro de ellos están ubicados en Antioquia. En el papel, estos lugares facilitan las fases iniciales de adaptación de lxs desmovilizadxs a la vida civil, y en muchos casos se han convertido en puntos de encuentro y creación artística.
Estos espacios hacen parte de lo pactado en los Acuerdos de paz, así como la inyección inicial de ocho millones por cada proyecto productivo presentado por un excombatiente y aprobado. Sin embargo no ha sido tan fácil para ellxs. “Muchas de las personas firmantes de la paz estábamos cumpliendo con eso, pero después de tener los productos era difícil su comercialización” explica Luz Marí Cartagena, habitante del ETCR de Llano Grande en Dabeiba Antioquia, y una de las integrantes del mercado. Ella cuenta que por este motivo las mujeres decidieron unirse en torno a la creación de este mercado.
En esta pequeña tienda se pueden encontrar productos que quizá no ofrezcan otrxs tenderos: Miel de la Montaña de Anorí y café Paramillo hecho en Ituango, Antioquia, Café La Esperanza del municipio de Buenos Aires en Cauca, cerveza artesanal La Roja de Icononzo en Tolima, aceite Sacha Inchi de Filipinas y Nueces del llano de Arauquita, Arauca, por ejemplo. Estos son solo algunos de los artículos que impulsan estas 32 mujeres en Medellín.

Para traerlos a la ciudad deben planificar semana a semana qué necesitan y comenzar a buscar comunicación con sus “camaradas”, como todavía suelen decirse. Ellas saben que no siempre sus compañeras tienen señal, dicen, por eso dejan el mensaje y quedan a la espera de una respuesta. “No se compara en nada la ciudad con los municipios alejados de Antioquia. En la centralidad es más fácil tener acceso a todo, pero en los ETCR no. La comunicación es compleja: hay zonas montañosas, sin vías adecuadas para el transporte”, cuenta Milena.
Es por esto que los productos de Antioquia, por ejemplo, los traen casi siempre excombatientes que bajan de Medellín hacia alguna reunión con su esquema de seguridad. En el caso de los productos que vienen de otro departamento, pagan transporte de envíos, una dinámica que le quita rentabilidad al producto. Y si en algún momento ningunx de sus camaradas en Antioquia viene a Medellín, buscan cómo traer la mercancía. Lo importante es no dejar el mercado desabastecido.
Mujeres durante y después de la guerra
Milena, conocida en la organización como Cristina, es de Santa Fe de Antioquia e ingresó al Frente 36 de las Farc cuando tenía 15 años. Ahora tiene 38. Ella cuenta que no vivió el mismo machismo que muchas compañeras vivieron en el grupo guerrillero. “En un inicio fue muy complejo. A las mujeres las dejaban haciendo el oficio, eran las encargadas de la comida, la costura, cuidar lxs hijxs. Pero eso fue evolucionando”, cuenta ella. “Cuando yo ingresé ya podíamos ir al combate, pero sé que esos espacios se tuvieron que luchar mucho, no fue fácil pero se logró el objetivo: que la mujer pudiera opinar, tener oportunidades e ir a las comunidades a enseñar sobre lo que hacíamos en la organización”.
Milena quedó embarazada cuando estaba en la guerrilla. Cuando su hijo cumplió dos meses, tuvo que entregarlo a su madre, pues no era permitido tenerlo en las filas. Estando en las Farc podía verlo cada dos o tres años, pero eso cambió con el Acuerdo de Paz. “Yo no creía que me iba a volver a encontrar con mi mamá, con mi hijo. Una en la guerra no sabe si vuelve o muere allá”, cuenta.

Hoy Milena es la Consejera de Género del partido Comunes, antes llamado Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, fundado en 2017 por lxs excombatientes. Hace parte de diferentes procesos comunitarios donde cuenta su experiencia y resalta lo complejo que es habitar la ciudad: “Sabíamos que era duro, pero seguimos apostándole a la paz”. Además explica que el estigma contra la población excombatiente continúa siendo fuerte. ”En Medellín, independiente de nuestras capacidades, las mujeres por lo regular conseguimos trabajo organizando casas”. A esta carga se le suman otras simultáneas, como ser madre y tener incidencia política en el partido político, por ejemplo..
Luz Marí Cartagena vivió una historia similar. A los 15 años ingresó al Frente 5 de las Farc en Apartadó, Urabá antioqueño. Salió en 2016. Al igual que Milena, le entregó a su mamá las dos hijas que tuvo en el monte. Hoy viven en el ETCR de Llano Grande, en Dabeiba, uno de los municipios más montañosos y golpeados por la violencia. Según el Registro Único de Víctimas, 18.914 personas declararon delitos relacionados con el conflicto allí. El desplazamiento forzado es el más común, seguido por homicidios, desaparición forzada y amenazas.
Luz Marí, o Yudis Cartagena como es conocida en el partido, es una mujer importante en su territorio. No solo por su labor en el mercado, sino porque junto a otras mujeres desmovilizadas de la zona crean espacios de diálogo en la comunidad para empoderar a las campesinas y aprender de ellas. Luz Marí asegura que el machismo es muy visible en su territorio, y que la violencia económica, verbal y hasta física contra las mujeres es frecuente.

Luz Omaira Agudelo Agudelo también se encuentra entre las más de 2.208 mujeres que dejaron las armas entre 2010 y 2016. Ingresó con 12 años al Frente 36 de las Farc en el municipio de Campamento, Antioquia. Su padre, cuenta ella, fue asesinado por el Ejército y desde entonces Luz Omaira y sus dos hermanas cogieron las armas. No por rabia, dice, sino porque no había más oportunidades.
Hoy está en el ETCR La Plancha, en Anorí. Trabaja junto a otro grupo de mujeres en el proyecto Esencias de la Montaña, que aún no hace parte del mercado de Medellín, pero entre ellas mismas realizan todo el proceso de producción y comercialización del producto: jabones de glicerina con plantas naturales.
Asimismo, Jazmín, quien se encuentra en la vereda Godó, de Dabeiba y Adriana de Jesús Flórez, en el Carmen de Darién, Chocó; están en proceso de reincorporación. Ambas ingresaron muy jóvenes a las Farc porque las oportunidades educativas, laborales o de emprendimiento para las mujeres rurales en sus territorios eran mínimas. “Al igual que ahora, el panorama no cambia mucho”, indican.
La guerra atacaba a sus familias y ellas cuentan que quedaron en el medio. Tuvieron que elegir entre ser madres, amas de casa, desplazadas o tomar las armas. El tiempo en la guerrilla fue de gran aprendizaje, dicen. Sin embargo esos momentos de combate quedaron en el pasado para la mayoría con la firma del Acuerdo de Paz, un pacto cuyo cumplimiento continúa a medias.
Estas 5 mujeres concuerdan en algo: no se puede ver a las desmovilizadas simplemente como víctimas de reclutamiento forzado. Ellas son sujetas políticas con conocimiento y tuvieron participación en la lucha armada, una participación que iba desde el aprendizaje y la enseñanza hasta el combate. “Las cosas no son como la gente dice, nosotras teníamos muchas oportunidades en la organización, todxs estábamos en la cocina y el enfrentamiento ahí no importaba si era hombre o mujer. También exponíamos nuestras ideas, explicamos a la comunidad nuestra lucha, visitábamos las veredas contando por qué estábamos ahí, educando y aprendiendo”, asegura Milena.
La deuda del Acuerdo de Paz con las mujeres excombatientes

“¡No habrá paz sin las mujeres!”, fue el grito de estas mujeres durante la negociación con el Gobierno Nacional. Por eso continúan en la lucha para que sus voces sean escuchadas y tenidas en cuenta en este camino del posconflicto. Para las excombatientes de esta historia, el Acuerdo no solo era una oportunidad para avanzar hacia la construcción de paz, sino también para participar de la construcción de una sociedad más igualitaria, con brechas cada vez más delgadas.
Dejar las armas y poder construir espacios de diálogo significó un gran triunfo, dicen ellas. Sin embargo, afirman que el Gobierno Nacional no ha cumplido con lo pactado en cuanto al enfoque de género del Acuerdo. “Hay una brecha muy grande en la participación política, por ejemplo”, cuenta Milena.
El Informe Sobre Avances en la Implementación del Enfoque de Género del Acuerdo de Paz, publicado en mayo con corte a diciembre de 2020 por el Grupo de Género de la Paz, GPAZ, integrado por Dejusticia, Sisma Mujer, Women’s Link Worldwide, Colombia Diversa, Coporación Humanas, la Red Nacional de Mujeres y la Comisión Colombiana de Juristas, indica que “Solo el 20% de las medidas de género están siendo implementadas de manera oportuna y apropiada”. El informe reportó que “Tras 4 años de implementación del Acuerdo los avances son mínimos, y requieren de la priorización de estrategias urgentes para solventar el nivel de retraso en el que se encuentran”.
Para Beatriz Quintero, coordinadora de la Red Nacional de Mujeres que hace parte de GPAZ, “el Acuerdo, en efecto tenía un enfoque de género y diferencial, pero tenemos muchas barreras que no solo son gubernamentales, también está la cultura patriarcal en la que están inmersos los mismos integrantes del partido Farc o partido Comunes”, añade. Otro problema para Beatriz es que “Al llegar a la vida cotidiana, las mujeres se vieron enfrentadas al trabajo doméstico, las que eran líderes ahora son amas de casa mientras los hombres son los que asisten a las reuniones”. Por eso para Beatriz un cambio sin el componente cultural no sería posible.
Ese enfoque dentro del Acuerdo prometía marcar la historia para los derechos de las mujeres en el país. De los 578 compromisos establecidos, 130 tenían enfoque de género y hoy hay un atraso muy grande en varios como la participación política, la reforma rural integral y solución al problema de drogas ilícitas, asegura GPAZ en este informe.
“En el tema de género no hemos tenido apoyo, a las mujeres nos toca buscar otras organizaciones que nos ayuden para poder crecer”, asegura Luz Omaira quien también afirma que el asunto de las tierras también es muy complejo para ellas. De hecho, perjudica algunos proyectos que tienen “Ya que no es rentable alquilar un espacio para sembrar. No da ganancias y ahí se pierde el capital”.

Cuando Luz Omaira menciona la tierra se refiere a la reforma rural integral pactada en el Acuerdo. En ella se prometió la erradicación de la pobreza, el acceso progresivo a la propiedad y la democratización de la titularidad de la tierra. Hasta el momento no les han cumplido, dicen. Una razón más para que las excombatientes continúen su lucha y generen estrategias para lograr un sustento para ellas y sus familias, afirman.
En cuanto a la participación política, Milena recalca que se necesitan más espacios para las mujeres. “Dentro del partido tenemos buena intervención, pero no hemos logrado estar en esos puestos representativos. No hemos podido alzar nuestras voces, no hemos podido salir hablar con la gente y mostrar nuestra valentía,”, afirma ella.
La lucha de las mujeres es esa que siempre se aplaza y en el caso del Acuerdo de Paz no ha sido diferente. Ellas tienen claro que deben continuar su juntanza para estar al frente de los diferentes procesos, porque desde 2016 ese ha sido el gran reto, tener espacios representativos en lo público.
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Yurany reportea y cuenta las historias de Medellín para MANIFIESTA. Síguela en Twitter acá.