Una mujer con el cabello recogido en una moña alta, una joven y un joven parados a lado y lado. Los tres parecen hermanos. Llevan la misma camiseta con fotos de otro chico, que también se parece a ellos: es alto, piel morena, musculoso. En las fotos maneja un carro, anda en moto, enciende una velita con ellos.
Es el tres de junio de 2021, a las 7:30 de la noche; hay alrededor de cincuenta personas en la Glorieta de Siloé. Gran parte del alumbrado público está apagado y el lugar empieza a tornarse sepia con la luz cálida de las velas. Harold, el chico de las fotos, fue asesinado hace un mes muy cerca a ese lugar, en medio de ataques por parte de la Fuerza Pública contra manifestantes, que también encendían velas esa noche.
Hay tanta luz.
La mujer es Jeny Mellizo, la mamá de Harold. Vive en Cali desde hace 20 años. Es de Popayán pero cuando Harold, su segundo hijo, nació, ella y su esposo decidieron venir a Cali a buscar oportunidades laborales. Hoy por hoy, doña Jeny trabaja en la Galería de Siloé, a 150 metros de la Glorieta. Allí, vende repuestos de moto de segunda. Su esposo y la novia de Harold, Estefanía -la chica sonriente de la foto- trabajan allí también desde las siete de la mañana todos los días.
El lunes tres de mayo, Harold y doña Jeny recogieron la mercancía y cerraron el negocio temprano. El Paro Nacional había comenzado cinco días atrás. Ese lunes en Siloé empezó a instalarse un bloqueo en la zona de la Glorieta. En otros puntos de Cali los bloqueos comenzaron antes, y ya habían vivido abusos de la fuerza policial. De hecho, la noche anterior había muerto Nicolás Guerrero en el Paso del Comercio, ahora Paso del Aguante, por una herida de arma de fuego, en hechos que podrían involucrar al GOES. Nicolás, de 22 años, era artista y había pintado un mural en Siloé, por eso la gente de la comuna convocó una velatón esa noche en su honor.
Cerraron el negocio temprano. “Él se burlaba de lo que hacían los otros chicos… El tres estuvimos desde las nueve de la mañana en la Galería y vimos cuando empezaron a tumbar la cámara de fotomultas de la Glorieta. Estábamos Juan David**, él y yo”. Jeny se refiere al mejor amigo de Harold, y a quien lo vio morir, cuando un tiro de fusil le atravesó la cara más tarde ese día. “Me decía: ‘mamá, mirá, ese parece una lagartija’, porque se subían bien alto a ver si podían tumbar la cámara. Luego vimos otro chico que le tiraba piedras: ‘mirá, ese tiene puntería de gamín’, y sólo se reía”.
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En las fotos se ve un niño de tres años, cachetes grandes y sonrisa amplia. Amaba los cachorritos porque en su casa había un criadero. El mismo niño con camiseta rosada haciendo el símbolo de la victoria con los dedos. No estudiaba mucho para los exámenes y sorprendía a su mamá con ‘Excelentes’ en el boletín de calificaciones. Ella cuenta que Harold era un niño que a veces, preocupado por su peso, le pedía que lo llevara a entrenos de fútbol. Doña Jeny lo llevaba todos los días a las clases en la Plaza de Toros, caminando desde la Glorieta de Siloé. A veces lo esperaba en la cancha y lo veía jugar.
A los 18 años, Harold tuvo que presentarse en el batallón para prestar servicio militar. No se lo iban a llevar ese día porque todavía tenía la contraseña. Pero a la salida, cuenta doña Jeny, un soldado de alto rango le propuso irse para Cartago con él y solucionar ahí mismo el tema del documento. Harold aceptó porque a Juan David, su mejor amigo, también lo habían asignado para Cartago. Prestaron servicio juntos. Ambos resultaron combatiendo contra disidencias de las FARC y el crimen organizado en Chocó. Tiempo después, a Harold le dieron el grado de dragoneante por su buen comportamiento y tuvo un grupo a su mando.
El servicio militar obligatorio en Colombia puede extenderse hasta 18 meses. Faltando una semana para que Harold finalizara el suyo, el presidente de la República anunció que por la pandemia ampliaría el periodo a 22 meses. Harold se indignó tanto con el anuncio, que dejó atrás la idea de hacer carrera en la Policía cuando saliera del Ejército: “Él quería ser policía. Pero con eso dijo que ya no, que no quería saber nada de esas instituciones: ‘Mamá… Yo aquí ya no me quiero quedar y nos metieron cuatro meses más’”.
Cuando Harold estuvo en el Chocó, doña Jeny lo llamaba casi todos los días. Él decía que estaba bien. Pero cuando volvieron a verse, le confesó que hubo momentos en los que creyó que iba a morir en medio de los combates. Le asignaron un territorio tan complejo, que no podían acercarse a ciertas zonas, totalmente tomadas por grupos armados que cuidaban sus cultivos de coca.
En 2016, según el Ministerio de Defensa, 1.294 jóvenes perdieron la vida prestando servicio militar y 7.552 quedaron afectados de por vida con daños físicos o mentales.
Pero Harold regresó sano y salvo a su casa el 27 de febrero de 2021. Cumplió 20 años el 8 de marzo. Se enamoró de Estefanía, la única novia que le presentó a doña Jeny. Encontró trabajo en una microempresa de alimentos, ubicada en el barrio La Casona. Fue el compañero de salidas de su hermano mayor, quien está en tratamiento psicológico hace tres años. Volvió a tomar cerveza con Juan David, su amigo inseparable.
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Después de recoger el puesto en la Galería, doña Jeny y Harold se fueron a su casa, en el barrio La Sirena, ubicado en la ladera a unos 10 minutos de la Glorieta en moto o jeep. Bajaron de nuevo a un parqueadero al lado de la Galería para entregarle la cena a don Alfonso, el papá de Harold.
“Ellos dos habían discutido días antes y por eso Harold fue a dejarle la comida. Habló con Alfonso, lo convenció de irse para la casa temprano, porque a veces él se ponía a tomar. Nos fuimos todos. En la casa me dijo que le prestara el celular. Llamó a Juan David para preguntarle dónde estaba, él le dijo que en su casa, y Harold se fue para allá”. Donde Juan David se pusieron a tomar cerveza y al rato se antojaron de salchipapa. Entonces y se despidió como siempre. Eran más de las 8:30.
“Iban a un sitio detrás del Super Inter. Todos dicen que allá venden la mejor salchipapa de Siloé. Normalmente ellos la compraban y volvían a subir a una casa que está abandonada, cerca de la de Juan David. Tiene cuatro pisos, desde el último se ve Cali muy bonito. El mirador, le decían ellos. Ahí comían y se tomaban las cervezas, hablaban de la vida, de los problemas”.
Eran las 9 p.m. cuando bajaron y parquearon la moto en una esquina cerca al Super Inter. Se dirigieron hacia el puesto de salchipapa. Vieron hombres armados. Según distintas fuentes, entre las 8:30 y las 9 empezó a llegar el Grupo de Operaciones Especiales (GOES) de la Policía, con armas largas. La velatón en honor a Nicolás Guerrero se dispersó por la presencia de los uniformados con fusil y el Esmad, que había entrado más temprano en su tanqueta y había gaseado el lugar del evento y los alrededores.
Según fuentes consultadas por MANIFIESTA, el operativo que tuvo lugar esa noche en Siloé -en el cual participaron hombres de la Policía, el GOES y el ESMAD, además de un helicóptero que sobrevoló el lugar donde se concentraron los manifestantes y desde el cual se dispararon armas traumáticas- fue de un despliegue desproporcionado por dos razones específicas: el estigma de la presencia de grupos armados y crimen organizado en el sector, y la necesidad de generar resonancia sobre la capacidad de la fuerza pública para sofocar jornadas de manifestación en el quinto día de un paro que se estaba saliendo de control en Cali.
Pasadas las nueve de la noche, un láser alumbró la cara de Harold y cuando Juan David volteó a ver, se escuchó un disparo y su amigo se desplomó cerca al Super Inter. Esa noche hubo más de veinte heridos y asesinaron a dos jóvenes más en la zona de la Glorieta: Kevin Anthony Agudelo y José Emilson Ambuila, también con arma de fuego.
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Doña Jeny llamó a su hijo a las 10:20. “Yo estaba viendo televisión y sentí algo. Cosas de la vida… Estefanía nunca llama y esa noche, como a las nueve y media empezó a marcar, un poco de llamadas. Yo llamé a Harold. Me contestó Juan David, me dijo «Jeny, Harold está herido.”
Ella preguntó dónde estaban. Se cambió la pijama pero se dejó las chanclas de bañarse. Les avisó a su esposo y a su otro hijo, que se cambiaron rápido también. Alcanzó a salir a las gradas que dan al portón de su casa cuando Juan David la llamó. “Jeny, se nos fue”.
Harold llegó vivo al hospital, pero murió una hora antes de la llamada de doña Jeny, a las 9:20.
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Dos mujeres frente a la puerta de su casa: aguantando la mirada, inconscientemente esperando, una a su hijo, la otra a su nieto. El sol les cierra los ojos. Harold le había prometido a su mamá que iba ponerle el techo a la entrada.
Doña Jeny y su familia compraron el lote en La Sirena y construyeron su casa tres años atrás. Es una casa pequeña, en ladrillo limpio, con dos habitaciones. Harold dormía en el cuarto de sus papás, en una cama sencilla pegada a la de ellos. “Como mi esposo me lleva quince años, Harold se preocupaba y decía que iba a trabajar para sacarnos adelante a mí y al hermano. Arreglar la casa, ese es el sueño de él: tener la casa bien bonita. Ese era el proyecto, lo habíamos hablado después de que él salió del Ejército”.
También le hablaba del ejemplo de su jefe en la empresa de alimentos de La Casona, donde trabajaba. Un hombre que había empezado con una bicicleta y dos canastas y ahora tenía un local grande con muchos empleados: “Si don Edison pudo, yo por qué no voy a poder”, le decía a ella. Además quería estudiar. No se había decidido por alguna carrera pero sabía que para empezar algún emprendimiento tenía que saber administrarlo primero.
De estas cosas hablamos con nuestras madres. De lo que queremos retribuirles, de lo que está por venir cuando apenas tenemos 20, 25 años. También del amor. Les preguntamos su concepto, casi profesional, sobre la persona a quien hemos decidido querer. Harold lo hizo: una noche antes de ir a presentarse con el papá de Estefanía le preguntó a doña Jeny -él en su cama, ella al lado- si le parecía buena idea pedirle que fueran novios.
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La falta de palabras, la ausencia de quien antes dormía en la cama al lado de la suya, la risa que resuena en los videos que le mandaba desde el Chocó, los besos que le daba en las fotos, su forma de hacerle sentir que el futuro iba a ser bueno porque dependía de los dos. Doña Jeny no sabe explicar lo que es su casa sin Harold: “Él era mi hijo, mi consejero, mi todo. Él confiaba muchísimo en mí y yo en él. Mutuamente nos ayudábamos en tantas cosas”.
Prefiere estar afuera, trabajando. Yendo de una diligencia a otra, juntando historias clínicas, dictámenes de medicina legal. Recibiendo llamadas del fiscal asignado. Esperando noticias del abogado. Contactando y atendiendo a todo aquel que pueda visibilizar el caso de su hijo. Por reserva del sumario no puede hacer pública la información que le ha dado su abogado sobre el proceso. Sin embargo, ante la pregunta de si es correcto pensar que la fuerza pública estuvo involucrada, responde con un “sí” contundente.
Pide ante todo que la investigación avance sin tropiezos, sin persecución. Que haya justicia y una condena para quien o quienes dispararon.
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Un joven. Un joven llamado Harold Antonio Rodríguez Mellizo: todo está intacto en el lugar que ocupó. Pero él no está. Es una de las 74 personas asesinadas en el marco del Paro Nacional, víctima de un disparo de fusil.
*Este perfil es parte de una investigación que adelanta MANIFIESTA sobre los hechos ocurridos el 3 de mayo en la Comuna 20 de Cali, y que se publicará el próximo mes.
**Su identidad ha sido protegida pues es el testigo principal en el proceso que se adelanta en la Fiscalía.
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