Mutilación genital femenina: vivir desde el placer arrasado

Fallon Yamilet Hernández Palacio habla de las violencias contra la vulva. Amputarla, esconderla, pero también borrarla del lenguaje. Llamarla ‘cosita’, ‘chocho’ o “empanada”, como le decían en su casa cuando era niña. Como le decía ella. Cuando empezó a trabajar con mujeres embera chamí en Risaralda tuvo que nombrarla por primera vez y reconocer sus partes. Estas mujeres, que habían sufrido mutilación genital, le ayudaron en el proceso.

La OMS define esta práctica como cualquier corte o lesión en los genitales externos femeninos por motivos no médicos. En 2007, el programa Séptimo Día sacó un reportaje sobre el caso de una bebé que murió desangrada luego de sufrir mutilación en la comunidad embera chamí de Pueblo Rico, Risaralda, uno de los únicos pueblos donde se sigue practicando la mutilación genital femenina (MGF).

De 2009 a 2012 el Fondo de Poblaciones de Naciones Unidas (UNFPA) intervino en Colombia por ser el único país de América Latina donde se reconoce esta práctica. Según datos de la entidad de este año, en 31 países con datos de incidencia representativos a escala nacional, el 34% de las adolescentes entre 15 y 19 años ha sufrido esta práctica, frente a un 41% en 2011. El programa de la UNFPA se llamó Embera Wera y se implementó en Risaralda: un diálogo intercultural entre la comunidad y varias instituciones.

Cuando Fallon visitó los resguardos de Pueblo Rico y Mistrató en este departamento en 2015, se dio cuenta de que la UNFPA y demás instituciones no habían abordado el problema desde su origen real: la anulación del placer femenino. Si bien era posible combatir la mutilación, otra cosa era transformar los imaginarios que llevaban a practicarla.

Esta perspectiva de placer fue en la que Fallon ahondó. No solo se trataba de niñas embera y de otras comunidades indígenas del país. También se trata de procedimientos a los que se someten mujeres blancas y mestizas, como la labioplastia o clitoriplastia. Así fue como Fallon le dio vida a VulvArte, una escuela de educación sexual y menstrual popular, cuya apuesta es la eliminación de la mutilación genital femenina y las violencias contra las vulvas, así como la defensa del placer. 

Así se vive la mutilación genital femenina en Colombia

–Hay que arreglar a la niña. Cuando nace una niña, no nace bien. Hay que arreglarla quitándole un pedazo de la vagina.

–Pero eso debe doler demasiado, mamá… 

–Sí, algunas niñas no resisten y mueren.

Esa fue la conversación entre Sor Liliana Niaza Tascón y su mamá, mujeres embera de El Dovio, Valle del Cauca. Sor Liliana tenía ocho años cuando su mamá le explicó que la había salvado de ese daño. Aunque puede variar, las embera suelen hacer la mutilación, o el ‘arreglo’ como les llaman ellas, a los quince días de nacida una niña.

Fallon conoció a Sor Liliana a inicios de 2022 gracias a su activismo compartido para erradicar esta práctica de las comunidades embera desde una apuesta pedagógica que supere el castigo: Fallon buscando reivindicar el placer, Sor Liliana como sobreviviente.

¿Por qué hacerlo? Las razones del pueblo embera en el Valle, Risaralda y el Bajo Baudó van desde erradicar el deseo sexual que lleva a la promiscuidad o a que las mujeres se vuelvan lesbianas, hasta evitar que se muevan durante el acto sexual. Esto tiene una explicación espiritual. “Para los embera chamí, el dios Caragabí tiene el mundo en sus manos y si la mujer se mueve en la relación coital, ese mundo se destruye. Para mantener el equilibrio del mundo, la mujer tiene que quedarse quieta”, cuenta Fallon.

Pero también hay justificaciones estéticas. “Creen que el clítoris es algo feo que no debe estar ahí”. Por supuesto son los hombres de la comunidad quienes lo creen y las mujeres quienes asumen. También está la idea de que, si no se corta, crecerá hasta alcanzar el tamaño de un pene. El arreglo consiste en cortar el capuchón y el glande del clítoris.

“Esto lo hacían en secreto. Pero un caso muy notorio en el Valle fue en 2012. En el municipio de Anserma, a una niña de dos días de nacida le hicieron la práctica y no resistió. Se desangró. La niña quedó blanca”, cuenta Sor Liliana. “Una maestra embera lo que hizo fue llamar a un promotor blanco que visitaba la comunidad algunas veces al mes porque había visto a la niña antes y sabía que había nacido bien, no entendía qué había pasado. La llevaron al hospital y allá descrubrieron, al examinarla, que se había muerto por la práctica de la mutilación genital”.

En el caso del pueblo wounaan, ubicado en los límites entre el Valle y Chocó, las mayoras dicen que el ‘remedio’ es para “quitar la arrechera”. Así lo cuenta Mireya, mujer de la comunidad, en uno de los conversatorios organizados por VulvArte este año para hablar de mutilación genital femenina en Colombia y el mundo. Pero a diferencia de las embera, según Mireya, las mujeres wounaan se han planteado ritos de paso para dejar de cortar y así evitar la penalización y la muerte de más niñas por infección o hemorragia.

“Ya no cortan el clítoris con cuchilla sino que le ponen un huevo caliente que acaba de poner una gallina o la concha caliente del plátano encima, porque hay que arreglar”, cuenta Fallon. Mireya explica que también aplican leche materna con un algodón o sal por un tiempo hasta que se atrofie. Incluso usan el talón de la misma bebé para hacerle presión.

“De qué sirve un rito de paso si seguimos pensando que hay algo mal en el clítoris”, se pregunta Fallon. Por supuesto, se salvan vidas, que es lo más urgente. Pero la anulación del placer –y el sometimiento al dolor– sigue presente.

Sor Liliana asegura que a pesar de la semilla que plantó Naciones Unidas y los esfuerzos de autoridades y mujeres indígenas que, como ella, luchan desde adentro y le apuestan a la sensibilización, hoy la mutilación genital femenina persiste en las comunidades embera. “En El Dovio hay muchas comunidades indígenas. Hay gente que vive en la profundidad de la selva. Es complicado decir que ya no se hace la práctica, lo que no ha pasado es que los casos no se hayan hecho visibles desde lo que pasó en Anserma”.

Entre 2005 y 2020 se presentaron 141 casos de MGF solo en en municipio de Pueblo Rico, según Durgez Espinosa, diputado de la Asamblea de Risaralda.

¿Por qué le temen tanto a la vulva?

En el encuentro de VulvArte, la sobreviviente y activista Fátima Djarra Sani, nacida en el país africano de Guinea Bissau, explicó que, como en Colombia, en algunas etnias africanas se practica la mutilación en nombre de la belleza o bajo la idea de que el clítoris puede crecer y alcanzar el tamaño de un pene. 

Hoy en el continente africano la MGF persiste en 30 países y se lleva a cabo la infibulación. Conocida como MGF tipo IIIa y IIIb, consiste en cortar el clítoris y coser los labios menores o los mayores, dejando solo una pequeña abertura en el orificio vaginal para que salgan la orina y la menstruación. En muchos casos ambos fluidos se represan, lo que causa infecciones y coágulos externos. En Colombia solo se conocen casos de mutilación tipo I: remoción del capuchón y el glande del clítoris.

Fátima vive en España y junto a Médicos del Mundo trabaja en la creación de un protocolo de prevención y atención dirigido a profesionales que atienden a mujeres que sufrieron MGF. La apuesta es acercarse a las pacientes desde reflexiones culturales y desmontar prejuicios. Ahí es donde se encuentra con Fallon. 

“Cuando Séptimo Día empieza a sacar especiales sobre mutilación en la comunidad embera chamí, se empieza a juzgar a las mujeres, a revictimizar, pensar a esas comunidades como salvajes”, explica Fallon. De hecho, en 2016 la Corte Constitucional falló a favor de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) en una tutela contra el programa. La tutela recordó el abordaje de la MGF en el reportaje de 2007: “El programa no da cuenta de la realidad de esta situación, ni de la transformación de esta práctica en el último tiempo, sino que reiteró los estereotipos según los cuales los Embera y sus autoridades son cómplices”, cita el fallo de la Corte.

“Esta práctica no es de nosotros”, dice Sor Liliana. “Con la llegada de los españoles y como parte de la esclavitud a la que sometieron a los pueblos indígenas, también esclavitud sexual, la mutilación la practicaban para que las mujeres indígenas se dejaran violar sin poner resistencia”, explicó Laura Lozano, asesora de género de UNFPA en esta entrevista.

“El tratamiento de esto no puede ser la revictimización, porque finalmente quienes hacen la mutilación son las mujeres, las parteras, quienes también la sufrieron”, concluye Fallon, quien insiste en la transformación de las razones.

Mutilaciones de “Occidente”

La idea de que nuestra vulva debe “arreglarse” no es exclusiva de los pueblos indígenas o algunas etnias africanas. Fallon considera que la cirugía estética genital, tan popular en países como Estados Unidos, se basa en el mismo argumento.

Jessica Pin, de Dallas, Texas, es otra de las activistas invitadas por VulvArte para hablar sobre perspectivas de MGF en el encuentro de este año. Ella compara la MGF con cirugías que pueden arrasar con el placer. En 2004, con apenas 18 años, Jessica se sometió a una labioplastia en la cual perdió parte de la sensibilidad del clítoris. 

“Los médicos que suelen realizar esta cirugía son cirujanos plásticos y obstetras, pero no se les entrena para hacer este procedimiento en su residencia. Hay tabú detrás de estas cirugías y esta parte de nuestro cuerpo”, explica. “El médico me amputó los labios internos, el capuchón del clítoris y una parte del glande. Me hizo reducción de clítoris sin mi consentimiento. Y es un médico extremadamente prestigioso” relata.

Jessica argumenta que hay razones por las cuales un procedimiento fallido como el que sufrió puede considerarse mutilación. En primer lugar, antes de su cirugía no le entregaron consentimiento informado. Es decir, un documento que expusiera los riesgos y la competencia del cirujano. Por otro lado, «los nervios del clítoris son superficiales, están muy pegados a la piel y el desconocimiento de esto hace que sean cercenados», explica. En su caso esto llevó a que su función sexual quedara devastada.

“Mi cirugía fue en 2004. Desde entonces, las cosas han cambiado un poco para bien. Sin embargo, los nervios del clítoris no aparecen en la mayoría de libros de anatomía”, concluye Jessica en su intervención.

Esta lucha por el placer continúa

Fallon cuenta que VulvArte es una experiencia personal y colectiva. “Hay una gran diferencia cuando existe un tema que sientes que te atraviesa. Ya no lo ves súper lejano desde los procesos académicos –allá la teoría, acá el yo– sino que es un proceso que llevas en el cuerpo”. 

Luego de iniciar su activismo, se preguntó por qué ella no era capaz de dibujar su propia vulva. “Ahí dices, bueno, ¿quién ha explorado primero mi vulva? Pues casi siempre un hombre mayor, blanco. Pero no, realmente lo que exploran no es la vulva, porque lo único que les importa es la vagina, para penetrar”, agrega.

“Debe haber una transformación de lo que significa la vulva en las sociedades. Y una gran transformación es el derecho a vivir desde el placer. Hemos estado en el aguante, la vergüenza, el dolor, la enfermedad”, concluye Fallon, quien sigue trabajando junto a lideresas indígenas en Colombia y activistas del mundo para visibilizar la vulva como portal de poderes y placeres. El portal de la vida por el que, de una u otra manera, llegamos todes.

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