Mucho se ha dicho sobre la astrología en nuestros tiempos. Que es una farsa o una pseudociencia, que embrutece, que es una secta. Que va de la mano con la religión o que no aporta nada al método científico, sobre el cual se funda la historia del pensamiento occidental con hombres como Newton, Descartes o Spinoza entre los siglos XVI y XVII. Con los años, cada quién ha tenido de dónde agarrar argumentos para sostener semejante rechazo contra de una de las más importantes formas que tenemos para conocer el mundo.
La astrología llegó a mi vida en enciclopedias que se entregaban por partes. Llegaban a mi casa gracias a la suscripción que algún tío tenía, supongo, porque ni mi abuelita ni mamá pagaban esas entregas que yo me devoraba de inmediato. Empecé a interesarme por Egipto, Babilonia y la civilización Sumeria. Luego me dejé seducir en mi pregrado de antropología cuando Martha Cecilia Vélez, mi profesora favorita, me explicaba el mundo a través de una materia que duraba dos horas a la semana: Mitos y Símbolos. Luego entendí que las estrellas también marcaban caminos en Perú, México y Colombia. Y esos rastros podían seguirse en relatos orales de pueblos indígenas que teníamos en nuestras narices. Por eso mi tesis de grado fue sobre mitos de la Coca y la Yuca en el Medio Caquetá.
A lo largo de mi vida he entendido que con solo aprender a observar el cielo, las estrellas nos entregan una oportunidad para intervenir en el destino.
Y es que el destino han sido muchas cosas en nuestra historia. Empezamos haciendo calendarios agrícolas por cuenta de las estrellas, como la civilización Maya, lo cual definió nuestra supervivencia como especie entonces. Pero también hemos tenido etapas en que la astrología ha sido el bastón místico de mando en cortes de reyes y reinas. Con base en la posición de los astros, definían el destino de un pueblo. Así, durante siglos, la astrología estuvo secuestrada por la aristocracia, al menos en la historia occidental del poder.
Luego, a finales del siglo XX y principios del XXI, ese destino que nos regalaban las estrellas se convirtió en una burla. El horóscopo de un periódico o revista en forma de haikú o poesía, en un programa de televisión, una sección en el noticiero que iba de la mano con los chistes y el entretenimiento. Las únicas que terminaban creyendo en esas estupideces, como siempre, éramos las mujeres. ¿Quién se atrevía a despreciar el mandato de la ciencia que nos había dejado el siglo de las luces?
Expulsada como estaba, tras una historia de colonización, poder y sangre en nombre de la búsqueda de la verdad, la astrología volvió con fuerza, gracias a la Nueva Era y a la espiritualidad posmoderna.
Sin embargo, este boom de la astrología, reforzado por el algoritmo de las redes sociales que consumimos, la está convirtiendo en carnada para esencialismos y estrategias de control basadas en estereotipos, no se puede negar. Algo así como una astrología para consumos masivos, un pensamiento místico astrológico susceptible de ser convertido en personalidades y categorías listas para ser segmentos de mercado y diseños de algoritmo.
¿Por qué pasa esto? Estamos en tiempos de cambios y la astrología, que no es ciencia ni religión, presenta herramientas para entender, al menos simbólicamente, estas alteraciones. La crisis espiritual, política, cultural y económica que vivimos hoy, nos puede llevar a buscar desesperadamente soluciones que ponen en peligro nuestra integridad y nuestra salud mental. Por eso la astrología puede terminar siendo usada para otros fines mucho más lejanos a las transformaciones colectivas que pueden ayudarnos a salir de este atasco.
Hoy en día, veo cómo este retorno de la astrología se ha vuelto un argumento para justificar nuestras decisiones, errores, logros o fracasos… Y eso puede ser contraproducente para nuestra vida. Hemos caído en el terrible hábito de vernos como seres con un destino marcado por el estereotipo astral.
No te llamé porque así somos los Géminis. Te traje este detalle porque mi sol en Virgo me hace detallista. No tengo un peso, es porque soy Escorpio. Por mercurio retrógrado te dejé de llamar durante dos meses. ¿Cuántas veces, en los últimos años, hemos tenido conversaciones parecidas?
El tipo de economía que reproducimos a diario también hace que este retorno de la astrología se adapte a discursos en los que vibrar alto es lo más importante que nos puede pasar. El positivismo tóxico se vuelve una obligatoriedad: hay que estar bien, cuando evidentemente, nuestro tiempo nos lanza hacia el encuentro con el malestar. Sin embargo, cuando entramos a redes vemos guías completas para tener una mejor personalidad. Ya hasta comparamos nuestros signos astrológicos con empanadas, porque eso vende.
Si seguimos así no solo vamos a acabar con nuestra salud mental. También con la astrología como una oportunidad creativa y poderosa de construir, desde un lugar distinto, posturas políticas personales y colectivas que transforman esta realidad caótica y sin sentido.
Ante esta situación, que solo parece aumentar, me pregunto: ¿Vamos a seguir usando la astrología como un medio para sofisticar nuestro culto a la personalidad? ¿O en cambio, vamos a ser la generación de personas que supo entender que el destino y los estereotipos son cárceles en las que el ego desarrolla sus mejores trampas para evadir responsabilidades que el inconsciente conoce muy bien?
Ya es hora de que la astrología se vaya del lugar vergonzante al que ha estado condenada los últimos años. La astrología pertenece a la vida popular y cotidiana. Esta nos ayuda a entender los ciclos de la naturaleza, o el cuidado de nuestro propio cuerpo. Lo que nos queda por delante es un camino de observación y contemplación de la naturaleza. ¿Es posible pensarnos un lugar digno para nuestra experiencia con la vida, guiada por las estrellas? ¿Un lugar más cercano al arte que a la ciencia, o a la espiritualidad que a la institución religiosa? ¿Podemos imaginar una espiritualidad conectada con la vida y con la naturaleza, como bien lo saben los pueblos étnicos de nuestras tierras?
Para que esto ocurra, podríamos empezar a pensar que no es necesario replicar los métodos que usa nuestra cultura para imponer tendencias, hacernos virales a cualquier costo. Mucho menos jugar a hacer terapia por cuenta de la interpretación astral.
Podríamos en cambio, dedicarnos a entender qué pasa en los ciclos lunares con nuestro sueño, qué soñamos y en qué lunas, cómo crecen las plantas de nuestro jardín o huerta en una luna o en otra, qué tipo de rituales nos ayudan a conectar con los tiempos sagrados de la siembra y la cosecha (sagrados porque sin comida ¿qué haríamos?). Incluso, aspectos tan sencillos como entender qué pasa cuando durante dos veces al año, Venus está como lucero de la mañana o estrella de la noche.
La astrología no es un cúmulo de estereotipos sobre nuestros egos y nuestras personalidades, es un compilado de conocimientos antiguos que tiene sus raíces en la historia cultural de pueblos ancestrales y de su conexión profunda y mística con la vida natural. Volver a mirar al cielo es una oportunidad para conectar de nuevo con la naturaleza. Es hora de tratar de entenderla de nuevo, ya que nos desconectamos enteramente de ella y de sus lenguajes. No desaprovechemos esta oportunidad.