Mi padre, José Lenar Peláez, tiene solo un apellido. El de su madre, Rufina Peláez. Una mujer afrocolombiana campesina, de Purificación, Tolima. El apellido que debería llevar él y su descendencia, incluida yo, es Lozano, siguiendo la norma incuestionable de que el apellido paterno va primero. Pero su padre, Ángel María Lozano, un hacendado tolimense rubio, ojiclaro, no reconoció a los siete hijes que tuvo con mi abuela por la presión de su familia. Creían que su color de piel, y su clase social no eran dignos de llevar su apellido.
Ángel María asumió tarde la paternidad: desde lo económico hasta la crianza. Cuando mi papá cumplió 18, les propuso reconocerles y darles su apellido, pero se negaron. “No nos importó si eso nos traía problemas en el colegio o con la herencia de mi papá. No le íbamos a hacer eso a mi mamá. Peláez es sinónimo de fuerza, de una mujer verraca que nos sacó adelante sola mucho tiempo”, asegura él.
Por su historia de vida, mi papá siempre se cuestionó por qué el apellido paterno debía ir primero. En Colombia, como en muchos países, que el apellido paterno vaya primero es sinónimo de ser hije legítimo, reconocido. Por el contrario, llevar primero o únicamente el de la madre, suele asociarse con una maternidad solitaria, con la ilegitimidad y la falta de reconocimiento.
La ley 54, expedida en 1989, fue la que hizo obligatorio lo tradicional. “En el registro de nacimiento se inscribirán como apellidos del inscrito, el primero del padre seguido del primero de la madre, si fuere hijo legítimo o extramatrimonial reconocido o con paternidad judicialmente declarada; en caso contrario, se asignarán los apellidos de la madre”.
Sin embargo, han pasado 33 años y, por supuesto, hay leyes que se vuelven anacrónicas ante una sociedad cambiante. Fijándose en esto, la representante a la Cámara –ahora senadora– María José Pizarro García, llevó al Congreso un proyecto de ley con el objetivo de dar reconocimiento a las madres, y posicionar primero el apellido materno por común acuerdo. Así, la Ley Aluna o Ley 2129 fue sancionada el 4 de agosto de 2021. Desde ese día, posicionar primero el apellido de la madre no está en contra de la ley. Y esto necesariamente nos hace preguntarnos: ¿Cómo es que llevamos tanto tiempo teniendo una ley que imponga el orden de los apellidos de esa manera?
Desde la Ley Aluna, según cifras de la Registraduría Nacional entregadas a María José Pizarro, al menos 5.432 niñes en Colombia llevan primero el apellido de su mamá. Para entender las razones detrás de esta decisión, en MANIFIESTA conocimos las historias de cuatro mujeres, tres en Colombia y una en España, que tomaron esa decisión para sus hijes. Queríamos saber más sobre el proceso y qué implicaciones sociales ha tenido en la familia. Todas coinciden en algo: este cambio de orden, que es un derecho, sigue generando mucha resistencia entre las generaciones mayores y la familia del padre, al ver el orden patriarcal subvertido.
¿El apellido de la madre sigue siendo el apellido de un hombre?
Quienes se resisten a esta decisión argumentan que, igualmente, el primer apellido que llevamos las mujeres suele ser el de nuestros padres. Ante ese argumento, es casi imposible desenredar la pita y saber cuál fue la primera mujer que tuvo un apellido que no proviniera de ningún hombre. El cambio es inútil, dirían algunes, y no representaría una transformación del orden ni del sistema patriarcal.
Sin embargo, la percepción que tienen las mujeres que lo han hecho es distinta.
María José Pizarro, autora del proyecto, resalta la necesidad de que el apellido paterno no sea obligatorio. “Soy madre soltera y no estaba de acuerdo en que mis hijas llevaran obligatoriamente el apellido de su padre”. Añade que cuando llegó al Congreso le pareció fundamental reivindicar el rol de las madres “Como un acto de reconocimiento por el trabajo que realizamos en la crianza y cuidado de nuestros hijos e hijas”.
Paula Echavarría tiene 28 años, hace poco se convirtió en madre y su hijo lleva primero el apellido Echavarría, gracias a la Ley Aluna. La decisión fue tomada de común acuerdo con su esposo y padre del niño. “Es una decisión que consideramos que tendrá efecto en su educación y que esperamos que habilite ciertas conversaciones o cuestionamientos sobre y con su entorno”. Paula espera que su hijo cuestione esa tradición de “Preservar el legado familiar” con el apellido paterno, o que se pregunte por qué cuando una mujer se casa muchas veces se cambia el apellido por el de su esposo.
“Queremos que cuando le pregunten por qué lleva el apellido de su mamá, su primera respuesta sea ‘¿Por qué no?’”. Paula es consciente que su apellido es el de su padre, pero eso no significa que no esté rompiendo paradigmas en su núcleo. “En esta nueva familia que conformamos, mi apellido es el apellido de la mamá de mi hijo”.
Camila*, de 30 años, está embarazada de su primera hija y la decisión de acogerse a la Ley Aluna responde a varias razones. “En mi caso, espero y aseguro que la paternidad va a ser deseada, consciente, presente”. En su hogar, la decisión estuvo relacionada con su historia familiar. “Mi abuela favorita es mi abuela paterna, y la materna también ha tenido un rol fundamental y uno siente que esos apellidos quedan últimos, que se olvidan en el linaje que uno lleva de por vida”.
El apellido de Camila es el de su padre. Considera que su hija llevará el apellido de su madre y el de un abuelo con una historia de supervivencia y migración increíble. “Soy judía, mis abuelos son sobrevivientes del holocausto y me siento orgullosa y reconozco la lucha de mis familiares para poder llegar a Latinoamerica. Es una historia de migración que llevo conmigo. Esa es la importancia de que mi apellido no se pierda, que lo lleve mi hija, que lo lleve en las entrañas también”.
Su abuelo paterno migró de Hungría, huyendo de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, y su abuela huyó de Rumania. Al llegar a América Latina compraron el apellido que ahora lleva Camila para evitar que los persiguieran en su nuevo hogar. “Mi apellido es una historia de emancipación también”. La hija de Camila llevará esa historia viva transmitida de su bisabuelo, su abuelo y su mamá.
¿Por qué cambiar el orden?
Johanna Parra se convirtió en madre hace tres años. Mientras estaba embarazada decidió con su pareja que su bebé llevaría los dos apellidos maternos. Es decir, el segundo apellido tanto de él como de ella. De acuerdo con María José, antes de la Ley Aluna, los menores podían llevar los apellidos maternos única y exclusivamente en el caso en que se desconociera quién era el padre o si el padre no reconocía al recién nacido. Para Johanna, ese proceso no fue difícil. “Teníamos que registrar al niño con los apellidos del papá y luego los de la mamá. A los 8 días cambiar ese registro y ponerle los apellidos en cualquier orden”.
A pesar de que no estaba la Ley, hubo un factor que facilitó el trámite para Johanna “La Corte Constitucional expidió la sentencia C-519 de 2019, en la cual, declaró inexequible la ley 54 de 1989 argumentando que violaba el principio de igualdad e iba en contra de la equidad de género”, explica María José. La sentencia también exhortó al Congreso legislar al respecto, algo que le dio el impulso necesario a la Ley Aluna para ser sancionada dos años después.
Sin embargo, Johanna no terminó el proceso y con su pareja decidieron dejar primero el apellido del padre y luego el de ella. Los primeros de cada uno, en el orden tradicional. “Al final la decisión de dejarle primero el apellido del papá fue por temas más prácticos, no por otra cosa. Por ejemplo, cuando uno los va a sacar del hospital revisan muy bien quién los está sacando. Todo el mundo tiene muy asociado en su imaginario que primero va el del papá”. Johanna afirma que pensaron también en las veces que quisieran viajar con su hijo. “En el aeropuerto también te piden ese papel. Mejor dicho, hubiéramos tenido que cargar con el certificado de que es nuestro hijo para todo”.
Una razón clave para desistir del proceso fue la manera en la que su hijo iba a entender el cambio. Tendría los segundos apellidos de sus padres y el lazo familiar se volvería difuso, de acuerdo con Johanna. “Él sería Romero y yo Johanna Parra. Era demasiado complicado explicarle (…) sus apellidos serían muy lejanos a los nuestros”. Johanna es consciente de lo compleja que era la decisión, pero es que “Yo tengo un asunto con la paternidad. Realmente mi papá no estuvo presente, su apellido no representa tampoco un orgullo”.
En el caso de Camila*, una de las personas que más se resistió al cambio de orden de apellidos fue su suegra. “Lo que ella me decía era que cuando ella se fue de la casa, no quería saber nada de su familia, ni de su apellido. Entonces, para ella era casi impensable que sus hijos tuvieran su apellido, sino el de su esposo. Yo siento lo contrario. Mi familia tiene una historia y unos vínculos con la vida y con la supervivencia muy valiosos”.
Cambiar paradigmas es resistencia
Elixabet Arrizabalaga tiene 29 años y vive en Vitoria, Euskadi, al norte de España, en el País Vasco. Hace unos meses parió a su primer hijo: Nikolai Arrizabalaga. “Tomamos la decisión con base en varios motivos. Mi apellido es en Euskera, es de origen vasco. El apellido de Miguel, de mi pareja, es en castellano. No tenemos ningún problema con los apellidos castellanos, pero nos hacía ilusión que tuviera un apellido vasco”.
El acuerdo al que llegaron con Miguel fue que el niño llevaría un nombre ruso por la procedencia de la familia paterna y a cambio llevaría el apellido de Elixabet. Hay otro par de razones. “También es que nos gustaba más. Y bueno, la madre tiene un peso importantísimo en la creación de ese ser humano. El embarazo no fue placentero, no fue agradable. Miguel ha visto el peso que tenemos las mujeres en esta etapa y le parece lo más normal del mundo que lleve el apellido de la madre en primer lugar”.
A la familia de Elixabet le agradó la idea, pero a la familia de Miguel no. “Mis suegros se lo tomaron a que Miguel le había puesto el apellido de su suegro, no el mío”. Entonces Miguel tuvo que explicarles. “No le he puesto el apellido de mi suegro, sino el de mi esposa. Eli”. Eli cree que su resistencia tiene que ver con que son de otra generación. “Ellos son de otra época y no entienden aún. Nos han dicho: ‘Entonces, ¿Para qué se han casado, si le van a poner su apellido –el de Eli– a sus hijos?”
A pesar de la resistencia, la pareja registró al niño con el apellido materno primero. En España, desde el año 2000 se puede elegir primero el apellido de la madre. Luego, desde 2017 ya no tiene preferencia el apellido paterno en caso de desacuerdo. “Ahora es por orden alfabético. Claro, estás fastidiada si te apellidas Zamora”, dice Elixabet.
Camila*. por su parte, pensó que a su familia le agradaría la idea, y así fue. Pero su madre, a veces hace comentarios que se resisten al cambio. “Cuando le comenté a mi mamá me dijo: ‘Ay, qué, la madre soltera ahora’”, fortaleciendo esa idea de que tener primero el apellido de la madre no es sinónimo de reconocimiento u orgullo.
No obstante, desde que se eliminó la prevalencia del apellido del padre en 2017, solo el 0,5% de los bebés lleva el apellido de la madre primero en España. “El hecho de que en España solo el 0,05 % lleve el apellido de la madre… es que hay algo impregnado en la sociedad y ni se lo plantean, es muy fuerte”, comenta Elixabet.
En Colombia, la Ley Aluna permite que padre y madre lleguen al acuerdo del cambio. En caso de que no, se somete a la suerte. “En caso de no existir acuerdo, el funcionario encargado de llevar el Registro Civil de Nacimiento resolverá el desacuerdo mediante sorteo, de conformidad con el procedimiento que para tal efecto establezca la Registraduría Nacional del Estado Civil”.
En el país, desde la sanción de la ley hasta el 16 de enero de este año, se han registrado 5.432 niños y niñas con el apellido de la madre en primer lugar. 2.626 niñas y 2.806 niños.
“El cambio de toda tradición siempre genera resistencia”, explica María José. “Sin embargo, me sorprende satisfactoriamente que varias parejas hayan decidido romper con esta práctica tradicional y discriminatoria”. Para ella, este cambio es paulatino y es “Lo que poco a poco va construyendo nuevas prácticas que nos permitan avanzar en eliminar barreras discriminatorias y lograr la tan anhelada igualdad entre hombres y mujeres”.
Aunque no pienso mucho en la maternidad, concuerdo con mi padre, José Lenar, en que Peláez es sinónimo de fortaleza y orgullo. Si algún día decido ser madre, quisiera que mis hijes tuvieran primero el apellido de Rufina, de mi padre y mío.
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