Denunciar al salvador blanco no es racismo a la inversa

El pasado 20 de agosto, Verónica Alcocer publicó en sus redes sociales un vídeo que ha sido muy criticado. En este aparece en diferentes actividades con mujeres de la comunidad embera, acompañada de las Hermanas Misioneras de Medellín, una organización católica. Por esta publicación se le ha señalado de mostrarse como una salvadora blanca, incluyendo acá en MANIFIESTA.

Muchas personas preguntaron qué significaba ese concepto, y si decirle así a Verónica no era también racista. Esas son las preguntas que vamos a responder en esta columna. Además de entender por qué desde la posición de Verónica, quien por cierto organizó muchos de los símbolos que fueron aplaudidos en la posesión del Presidente Gustavo Petro, resulta tan desatinado ser la protagonista de un mensaje que parece apuntar a la evangelización y la infantilización de las comunidades emberas. No es menor seguir entendiendo todo esto.

Para empezar, ¿de dónde viene este concepto? Desireé Bela, educadora antirracista, define el complejo de salvador blanco así: «el salvador blanco (también vale para cualquier otro género, por supuesto) es esa persona que salva o rescata a las personas racializadas de sus opresiones, sus dificultades, sus problemáticas. Por lo tanto, y evidentemente, el salvador blanco es el bueno de la peli.» Además de lo señalado por Desireé, este síndrome contribuye a que las estructuras racistas se mantengan vivas. Esto, porque perpetúan estereotipos peligrosos. 

Algunos ejemplos los vemos en las redes sociales en pleno 2022. Por ejemplo, cuando personas blancas que han hecho voluntariados se toman fotografías rodeadas de infancias negras o de pueblos originarios. Algo que ahonda en la idea de que las infancias racializadas están abandonadas a su suerte, nadie las cuida, son eternamente huérfanos y, por tanto, eternamente de propiedad pública

Una característica importante del salvador blanco es que es el foco de cada evento del que participa. Si bien, busca colaborar, aportar, o brindar una cierta guía, lo hace desde la condescendencia e incluso, desde la imposición. Tanto en espacios de volunturismo (el turismo como voluntariado en países africanos, o en países como India), como en discursos políticos que no escuchan a las comunidades a las que pretende rescatar. La imposición llega en forma de soluciones mágicas e inmediatas. Y estas soluciones asumen que dentro de la comunidad no existen sus procesos propios. O que no han pensado y ejecutado acciones para llevar a cabo cambios o mejoras de alguna índole. 

Así, se subestima el liderazgo de las comunidades raciales o étnicas y no se da la tal cooperación.

Otra importante característica del complejo de salvador blanco se refiere a una única cosmovisión válida del mundo. El salvador blanco conoce la verdadera fe y también da cuenta de que esa única fe es la respuesta, el camino a la verdad. En el caso de estar presenciando otras cosmovisiones, no hay una oportunidad de paridad, ni diálogo, porque estas no entran en la narrativa construida por el salvador. Existe solo lo que cree, y eso es lo que le enseñará, e incluso impondrá, a las comunidades raciales o étnicas con las que se cruce. 

Este aspecto religioso es clave, porque nos ayuda a entender lo violento de insistir en que existe una fé verdadera. En especial cuando esta sirvió de instrumento para perpetuar un genocidio cultural entre personas de la diáspora africana y de los pueblos originarios. La historiadora Luz Adriana Maya Restrepo lo explica: “La insistencia en la aplicación de las normas que reglamentaban la cristianización de los esclavos más bien da fe del fracaso de su aplicación. Pero ella fue sobretodo proporcional a la persistencia con la cual los cautivos y sus descendientes resistieron a la homogeneización cultural y al control social, político y religioso que se deseaba imponerles mediante el adoctrinamiento cristiano».

Estas características definen el complejo de salvador blanco, que mantiene el espíritu de la colonización en la actualidad. Este sigue reforzando estructuras de poder donde la narrativa sigue siendo la misma de la época colonial: las comunidades raciales o étnicas no saben qué es lo mejor para sí mismas, mientras las personas blancas y casi siempre católicas sí saben. Esa narrativa también desconoce sus contextos, sus urgencias y sus logros. Lo único que reconoce son algunos fragmentos cuidadosamente curados por la persona blanca salvadora, aquellos que le ayuden a reforzar la idea de que esa persona es el centro, literal y metafórico, de la narrativa. 

En el vídeo que publicó la Primera Dama hay varios de los ejemplos mencionados previamente. Tanto en las imágenes como en las palabras de Verónica. Iniciar el video hablando sobre las hermanas misioneras y el voluntariado que están liderando, desconociendo la problemática historia de evangelización forzada a la que fueron sometidos los pueblos originarios. O la forma en la que son filmadas las infancias y adolescencias emberas. Esto refuerzan la idea de una figura de heroína o de madre en cabeza de Verónica. 

Lo más relevante de todo el mensaje que nos deja el video es que no hay una propuesta concreta de cooperación. Lo que vemos es una propuesta ambigua que no le apunta una solución concreta. Es más, ni siquiera sabemos cuál es el problema que se pretende solucionar aquí. Ahí está el gran problema del síndrome, no cumple ninguna función en las comunidades raciales o étnicas con las que se retrata. Solo cumple la función de hacer lucir bien al supuesto salvador. 

Denunciar este tipo de actos es una urgencia del antirracismo, porque es el ejemplo perfecto de las dinámicas de las que las personas racializadas son víctimas aún hoy. Cosificación, exotización, instrumentalización. Y además, preocupa que veamos esto en el gobierno que prometió escucha activa de los pueblos originarios y las personas negras. 

Ahora, ¿por qué decir que la Primera Dama es una salvadora blanca no es racista? ¿Por qué las personas que denuncian la existencia de los salvadores blancos no están cayendo en ‘racismo a la inversa’? 

Lo primero que debo aclarar es que no existe el racismo a la inversa. La explicación es simple. La estructura social, política y económica en la que vivimos beneficia a las personas que históricamente han estado en el poder: blancas, cisgénero, heterosexuales y con dinero. Las personas con este perfil que menciono no son discriminadas por su apariencia, ni su identidad racial, ni cultural. Es decir, no están siendo oprimidas por sistemas injustos y esto no ha hecho parte de su historia. Por ende no están en una posición donde se les lea como subalternas

En ese sentido, usar conceptos como el de salvador blanco es un reclamo que le señala a esas personas su blanquitud y les pide que sean responsables con sus privilegios. También exigirles que sean conscientes de los contextos que no las involucran y abiertas a desaprender ideas racistas con las que han crecido y vivido. En el caso de Verónica Alcocer no es una crítica menor, dado los recursos con los que ella cuenta no solo para transmitir un mensaje correcto y antirracista. También para impactar a las comunidades raciales y étnicas de Colombia.

El antirracismo es un deber de todas las personas, no tiene por qué ser un movimiento únicamente de quienes hemos experimentado el racismo. Este debería ser un diálogo al que estemos dispuestos a entrar, tengamos vivencias que son racializadas o no. Seguir obviando estas discusiones en una cancha pública es lo que lleva a muchas personas a creer que la gente blanca puede ser víctima de racismo. 

Y seguir obviando denuncias antirracistas es seguir dejando que los discursos coloniales de siempre hagan parte de nuestros imaginarios políticos, sociales y culturales. Imaginarios en los que ignoramos deliberadamente la memorias ancestrales de las comunidades raciales y étnicas que tanto pueden enseñarnos sobre identidad, resistencia o cuidado. Ya es hora de que veamos la conversación sobre raza como algo que nos compete como humanidad. El antirracismo como camino para la reparación y para construir sociedades más justas. 

Carolina Rodríguez es viajera, educadora y escritora. El antirracismo es lo que la más mueve sus letras. Tiene un podcast donde habla de negritudes y resistencia, llamado Manifesto Cimarrón. Ha publicado su trabajo en lugares como El País, Manifiesta y Volcánicas. También en espacios literarios como Literariedad, Sombralarga y Sinestesia. Fue elegida como parte de una antología de jóvenes poetas, Afloramientos, los puentes de regreso al pasado están rotos publicado por Fallidos Editores. Su poesía ha estado en lugares como la Universidad de Brown y en el podcast Gente que lee cuentos.

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