Ser una mujer feminista con pocas amigas

Hace un par de semanas me encontraba en mi ejercicio de tortura y sinsentido cotidiano: entrar a Twitter. Mientras deslizaba mi índice por la pantalla, leí un tuit que entró como una flecha en mi corazón. Una usuaria, que no conozco, tuiteó que cuando una mujer no tiene amigas se convierte en una red flag, es decir, alguien con comportamientos alarmantes. 

Muchas feministas respaldaron el tuit con consignas parecidas. Por ejemplo, decían, si eres una mujer sin amigas, o con pocas amigas no eres feminista. Y que toca tener cuidado con ese tipo de mujeres, pues por algo es que no tienen amigas. También hubo partidarias de ‘eres una red flag andante si no tienes la capacidad de mantener amistades duraderas’. 

También rondaron tuits que decían ‘huyan de una mujer que tenga más amigos hombres que mujeres’. A ese tipo de mujeres, he visto, las llaman ‘pick me girl’ en redes: mujeres que se comportan buscando constantemente la aprobación de sus amigos hombres.

La conversación en Twitter duró un par de días, y también hubo feministas en contra. Sus argumentos eran variados. Algunas decían que el tuit inicial era capacitista, pues no tiene en cuenta a mujeres con trastornos cognitivos, de la conducta o del neurodesarrollo, como el déficit de atención, a quienes les cuesta más tener amigues y mantener amistades.

Yo creo que hay mujeres con pocas o ninguna amiga que sí son una red flag. También creo que sí hay mujeres con trastornos de la conducta a las que les cuesta más tener amistades. Pero también estoy segura de que hay muchas mujeres que no tienen ningún trastorno e igual tienen pocas amigas o ninguna por otras razones. Lo sé porque soy una de ellas. ¿Eso me hace una red flag automáticamente?

El tuit inicial entró como un flechazo en mi corazón porque me obligó a reflejarme nuevamente con un viejo y conocido desasosiego de mi vida adulta: la consciencia de que soy una mujer con pocas amigas. O más bien (peor aún): soy una mujer feminista que tiene pocas amigas de verdad. Y también una a la que le cuesta mantener amistades duraderas. También una feminista que sigue teniendo varios amigos hombres. Todo esto ha sido una gran culpa que me ha perseguido los últimos años de mi vida.

Cuando me hice adulta empecé a ver cómo los lazos de amistad de gente con la que crecí se deshacían en mis manos, sin que hiciera, o hiciéramos, mucho para evitarlo. Pensaba que era por ser dispersa, olvidadiza y un poco desapegada. También armaba argumentos para convencerme de que era normal que amistades profundas desaparecieran de mi vida.

Pero una idea fue creciendo en mí, y con la pandemia obtuvo forma. El encierro me mostró de forma más clara que yo no estaba haciendo el trabajo necesario para mantener varias amistades. Y que lograrlo requiere ser constante con la comunicación a través de diferentes canales, gestión del tiempo, planeación, concentración, insistencia y memoria para recordar con quién no has hablado en días, más allá de si extrañas a esa persona o no. 

Mantener amistades (no generarlas), pienso ahora, requiere de una metodología práctica aplicable. Sentir que amas a esa amiga no es suficiente. Añorarla no va a hacer que se conecten mágicamente. Pensar en ella con amor no cuenta como una manera de mantener la amistad que tienen. Se necesita mucho más: Whatsapp, Instagram, echar teléfono, señales de humo, cuadrar agendas, programarse para verse (aunque en pandemia no era tan posible), establecer espacios y planes concretos para pasar tiempo de calidad. 

No quiero ser malinterpretada: estoy de acuerdo con quienes dicen que mantener amistades es cuestión de querer, de voluntad. Sí, pero la voluntad sin un método y sin tiempo, sobre todo, no sirve de mucho cuando quieres amistades longevas. Mucho menos en este mundo en el que vivimos.

Luego del encierro, y tras ver el ejemplo de mi mamá, la amiga más ejemplar que conozco, llamar por teléfono tres o cuatro horas a sus amigas hasta que se hacía oscuro, pude sacar la idea de mi sistema: sí era una mala amiga. Y serlo me pareció entonces una idea tan vergonzante, tan despreciable, que ni siquiera toqué el tema con mi terapeuta de entonces. Me sentía con una etiqueta en la frente que todes habían leído mil veces excepto yo, que hasta ahora me estaba enterando.

De ahí en adelante cada mensaje de Whatsapp que no le respondía a un amigue por culpa del trabajo, o por culpa de mi cabeza distraída, me pesaba el doble. Hasta que un día una amiga a distancia me recriminó por no estar en Whatsapp para ella y me terminó la amistad por unos meses. Ahí pude constatar que no era mi imaginación: en efecto yo sí era esa amiga abominable que pensaba que era. 

Años después, hay algunos días que lo sigo pensando. Por momentos mi cabeza me convence de que esas mujeres feministas tienen razón, y que si tengo pocas amigas no es porque sea olvidadiza, o porque viva en un mundo capitalista y a ratos horrible, en el que me sigue costando balancear entre el trabajo, ser adulta, sostenerme, la familia, mi pareja y el tiempo para mí y mis amigas. No es por nada de eso, sino por ser mala amiga, nada más.

Pero ahora hay más días en los que logro verme con compasión, calma, y no me doy tan duro cuando pienso en mi rol como amiga. Esto porque he recorrido un camino largo, no exento de dolor. Ahora me conozco más, y soy más consciente de lo que soy y de mi contexto. Por ejemplo, ahora sé que a veces tengo ansiedad social, y soy una mujer que valora la soledad, algo que choca a menudo con esta idea feminista de siempre estar rodeada de nuestra manada. También disfruto el tiempo con mis amigues, pero a veces pienso que este momento que estamos viviendo no nos enseña a valorar tanto el acto de estar con nosotres mismes.

También soy más consciente de que vivimos inmerses en un mundo capitalista enfocado en vivir para trabajar y trabajar para vivir. A muches los días de la semana se nos escapan entre una silla, la mesa y un computador desde que amanece hasta que oscurece por nuestra ventana. Y muchos días de mi semana, no lo voy a negar, solo me siento absolutamente agotada y masticada por el sistema, sin energías para sacar lo mejor de mí junto a una amiga. 

Eso me ha hecho pensar en el poco tiempo que podemos destinar a vivir con quienes amamos, y cómo a veces la incapacidad de mantener amistades también tiene que ver con el sistema en el que vivimos y el poco margen que tenemos para priorizar nuestros afectos. En un mundo así, he pensado, mantener amistades es un acto de resistencia anticapitalista.

Esos días en los que no me doy tanto palo también me recuerdo a mí misma que, aunque ya tantas seamos conscientes de que entre mujeres no somos rivales ni enemigas, y que la sororidad es una máxima feminista, muchas relaciones entre mujeres siguen teniendo dinámicas patriarcales que a veces son difíciles de desaprender y erradicar. A veces las cosas se ponen raras o salen mal con algunas amigas. A veces incluso nos dañamos entre nosotras y toca pedir perdón y reparar. Pero es normal que suceda. 

Y por sobre todas las cosas, ahora sé que soy en parte responsable de no mantener tantas amistades duraderas, o de no cultivar tantas amigas. Pero que doy lo que puedo de mí para que suceda. Pienso que algunas amistades ya no me hablan por irme, por no ser la mejor amiga, o no estar ahí para elles en algunos momentos. Pero también sé que algunes amigues siguen conmigo, aprecian mi amistad y lo que puedo ofrecer. 

Quería escribir esta columna porque pienso que quizá (quién sabe), hay mujeres que leyeron esos tuits y se sintieron tristes como yo. Y ahora que estoy atravesando una nueva crisis de amistad, y de sentirme un poco más sola, quería decirle a esas mujeres que no se sientan menos feministas, o ‘red flags andantes’, por tener pocas amigas. Que no importa, que está bien. 

El feminismo tampoco es un mandato, y mientras llega el día de sentarme los días enteros a hablar con mis amigas, como mi mamá, estamos dando lo que podemos para las que amamos. Eso.

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