* Esta es la primera parte de nuestro especial ‘Noches de caos en Siloé, un ejercicio de memoria en el que reconstruimos los momentos críticos del Paro Nacional en esta zona olvidada y temida por Cali, a partir de voces inéditas que denuncian crímenes de Estado, brutalidad policial, recrudecimiento de la criminalidad y la zozobra diaria de vivir bajo amenaza. Este especial fue realizado por Angélica Bohórquez y Jhon Gamboa Mayor, todas las fotos son de Mariana Reina y la edición de Nathalia Guerrero Duque. Espera muy pronto la segunda parte.
Eran las siete y media de la noche del tres de mayo en la glorieta de Siloé, en Cali. Santiago*, uno de los habitantes de la comuna, quedó atrapado en medio de una batalla para la que su cuerpo no estaba preparado. En el sector habían convocado una velatón en memoria de Nicolás Guerrero, un artista gráfico al que habían asesinado la noche anterior en el Paso del Comercio, un punto de resistencia durante el Paro que ahora llaman el Paso del Aguante.
En Siloé empezaron a congregarse en plena calle. Las primeras líneas instalaron cuatro bloqueos desde la mañana. Niños y ancianos encendían sus velas, protegiéndolas del viento que caía de la loma. “Era algo que se veía tan tranquilo, que llegó un momento en el que yo me fui para donde estaban los muchachos de primera línea a recochar con ellos”.
Santiago caminó en medio de los asistentes apoyado en su bastón. Llegó al bloqueo de la carrera 52 y allí conversó con sus amigos en la oscuridad. Las bombillas de la estación de policía de El Lido, a cien metros, eran las únicas luces cerca a la glorieta. “Estábamos allá molestando cuando, de un momento a otro, empezó todo”.
El primer disparo fue un canto de guerra. Los que siguieron, su terrible eco: cientos de estallidos metálicos. Las primeras líneas gritaron, se agazaparon detrás de sus escudos, lanzaban lo que encontraban en el suelo. Todos huyeron, excepto Santiago. “Obviamente por mi condición de discapacidad no pude correr. Vi que todo el mundo empezó a correr hacia la calle de mi casa. Como yo no podía, les decía: ‘¿qué vamos a correr? Vamos es pa’ adelante’.”
Unos cuantos se quedaron con él y respondieron con rocas a las figuras imprecisas que se veían más allá de la bruma tóxica de los gases lacrimógenos. Cada vez costaba más respirar y los disparos aumentaron. La luz cegadora que salía de un helicóptero los perseguía. ‘¡Vamos pa’ adelante!’, insistía Santiago, pero cuando volteó a mirar se dio cuenta de que no había nadie a su alrededor.
Después de las nueve, la glorieta de Siloé se convirtió en un escenario de guerra urbana. El helicóptero que sobrevolaba disparaba armas traumáticas y lanzaba elementos del tamaño de una lata de aerosol que resplandecían en su trayectoria. Primero entró la Policía, con el Grupo de Operativos Especiales de Seguridad GOES, seguida por el Esmad y una tanqueta con un dispositivo Venom encima. Luego empezaron los fusiles. En pocos minutos, una turba de personas corría por sus vidas entre los barrios más cercanos a la glorieta, esquivando las armas largas del GOES. Un despliegue que se veía desproporcionado para una velatón de apenas 50 personas.
¿Por qué la Fuerza Pública entró de esa forma a Siloé? En MANIFIESTA recorrimos el territorio durante tres meses, uniendo retazos de las vivencias del pasado tres de mayo en busca de una respuesta. Sus habitantes coinciden en algo: el estigma histórico de insurgencia que pesa sobre Siloé fue una variable determinante para el operativo.
Actores armados, rutas de tráfico, crimen organizado y delincuencia común son solo algunos elementos frecuentes en el panorama de esta comuna. Hoy por hoy, hay quienes la comparan con las dinámicas criminales que se cuelan entre las favelas de Río de Janeiro en Brasil, o en algunos asentamientos de Medellín. Una de las zonas más empobrecidas de Cali que suele bordearse en los tránsitos por la ciudad.
“Donde empieza la montaña se acaba la gobernabilidad”, dijo alguna vez el periodista estadounidense Robert Kaplan, una frase que podría explicar lo que ha sido la historia de esta comuna.
‘Navidad limpia’: la ‘Operación Orión’ caleña
La Comuna 20 de Cali, conocida aquí y afuera como Siloé, es un compendio de nueve barrios, de estrato uno, dos y tres, que contienen casi 100.000 habitantes. La mayoría vive en zona de ladera. Esta montaña con casas montadas se convirtió en un punto clave del estallido social del #28A. Pero es más que eso: históricamente ha sido un territorio en disputa por los grupos armados y el crimen organizado.
Habitantes mayores recuerdan que en noviembre de 1985, tres mil uniformados de la Policía y el Ejército ingresaron con artillería para acabar con las milicias del M-19 que operaban al interior de Siloé en un operativo que llamaron ‘Navidad limpia’, cuentan ellos. Varios milicianos respondieron con sus fusiles y replegaron a la Fuerza Pública luego de seis días y un saldo, según estas memorias, de 25 civiles muertos, 40 heridos y 3 desaparecidos.
Además del M-19, en la comuna también hubo presencia de las Farc y el ELN en la década de los años setenta. Según la concejala caleña Ana Erazo, ese último grupo todavía opera en Siloé. Su presencia actual se entremezcla con la del Cartel de Sinaloa, bandas locales como “Las Delicias”, “Los Briñez” y “La Play Boy”, además de “familias” que se dedican al tráfico de armas, al menudeo de drogas y al sicariato.
Según Alberto Sánchez Galeano, historiador de la Universidad del Valle y ex asesor de seguridad, los índices de violencia en la comuna se redujeron hasta 2020. Pero la pandemia cambió las cifras y la presencia de la Policía no contrarrestó este pico de criminalidad. “Hay una especie de connivencia entre el crimen organizado y la Policía. Hay puntos en los que se reconoce que se expenden drogas, donde hay disputas, y la Policía los conoce. Existen acuerdos entre ambas partes, mediados por la corrupción de sectores de la Policía”, afirma Ana Erazo quien desde su curul ha denunciado estas situaciones.
De velas a balas
Steven Ospina no alcanzó a llegar a la velatón esa noche. A las ocho todavía se encontraba en el punto de resistencia de La Nave, a un kilómetro de la glorieta. Estaba recogiendo insumos médicos donados por vecinos del barrio Belén. No sabía que al otro lado de la comuna, una brigada médica improvisada se quedaba sin insumos para atender los heridos que llegaban.
Steven, conocido por su liderazgo social en la zona, había convocado la velatón en la glorieta porque “En los días anteriores habían asesinado a unos chicos en el Paso del Comercio”, cuenta. La idea era que la velatón terminara a las ocho, pero a esa hora nadie se fue. Media hora después, en La Nave, Steven oyó a lo lejos las primeras balas y gritos. Un helicóptero se oía sobre la glorieta. Los disparos seguían y la información era confusa: que había un herido, dos muertos, o tal vez ocho. Steven quería llegar allá, pero atravesar era una misión suicida.
También se rumoraba que el GOES se había diseminado por “El Plan”, un sector en la parte baja de Siloé donde hay comercio variado, y las zonas residenciales del barrio Belisario, lugares próximos a la glorieta.
Una hora después del primer disparo, una turba furiosa quemaba las instalaciones del CAI del barrio El Cortijo en represalia al operativo. Esa estación, junto a la del barrio La Sultana, quedó vacía los siguientes dos meses. Según varios relatos, algunas de las bandas que operan en los barrios altos respondieron con fuego al helicóptero, que finalmente se fue. Los mensajes se multiplicaban con videos de heridas abiertas y gritos desgarradores: a esas alturas Siloé estaba a su suerte.
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Santiago empezó a devolverse, dando la espalda a los policías de la estación. Caminaba rápido, apoyándose en su bastón. Era un objetivo fácil. “En esas salió solo un amigo mío que se devolvió con una lámina grande a cubrirme a mí, para podernos devolver. Llegamos hasta cierto punto donde él no aguantó los gases y soltó la lámina, pero yo ya estaba cubierto”.
Eran más de las 9:30 y Santiago llegó a la entrada del barrio, cerca a la Estación de Bomberos, soportando los gases lacrimógenos. “¡Pasate la calle!”, le gritó otro de sus amigos, de repente. Cubriéndose con la lámina, Santiago volteó la cabeza a la esquina de su cuadra. Pudo ver la panadería La Sorpresa, el barrio Belisario Caicedo y su casa, que en esos momentos no daba abasto para albergar a los heridos que seguían llegando.
“Mataron a Polaco”
“A eso de las cinco seguían montando el bloqueo aquí en la glorieta: estaban pidiendo llantas, los voceros invitaban para que se apoyara y se acompañara el punto. No vi mucha motivación y dije: ‘si algo bajo más tarde’.”
Javier* tiene 20 años y creció en Siloé. Ese día arrancó en su moto temprano para visitar varios puntos de resistencia, porque en su comuna no pasaba nada. Volvió a su casa luego de las cinco. La noche cayó y aún no se decidía a bajar a la glorieta: no quería llegar a un lugar vacío. A las ocho y media las balas empezaron a romper el aire y hasta su casa dejó de parecerle segura. Ahora el dilema era bajar y no ser asesinado en el intento.
Kevin Anthony Agudelo, apodado ‘Polaco’, estudió en el mismo colegio que Javier. Estaban en onces distintos, pero se graduaron juntos. Esa noche, un mensaje de un grupo de WhatsApp le entró como un golpe: “Mataron a Polaco”, escribió un amigo en común. “¿Quién confirma?”, preguntó él. “Hay un cuerpo tirado, con la misma ropa que tenía en una foto que vi de la velatón”. Minutos después, otro amigo en común que estaba en la glorieta confirmó el asesinato de Kevin: su cuerpo cayó en la esquina de la Panadería La Sorpresa, a 100 metros de la glorieta.
Las ráfagas de balas pararon luego de las dos de la mañana. Los grupos de WhatsApp reventaban de mensajes, con información de jóvenes que no aparecían y que tenían sus teléfonos apagados, preguntas, insultos, fotos y videos. A esa hora la Policía había rodeado la comuna por sus dos entradas principales: la Avenida de Los Cerros y la carrera 52. Casi a las tres, Javier se quedó dormido sin querer. En Whatsapp confirmaron las identidades de dos cuerpos más, José Emilson Ambuila y Harold Antonio Rodríguez, que cayeron heridos entre las 9:20 y las 9:40 en el mismo lugar: la carrera 52B con calle 1 oeste, cerca al Super Inter de Siloé, ubicado a 70 metros de la glorieta. Kevin, José Emilson y Harold fueron las primeras víctimas de esa noche.
Estallido de desconfianza
Hay menos de 300 metros entre la glorieta y el Centro de Salud de Siloé, un edificio de cuatro pisos, cubierto de ventanas de cristal. Esa noche, desde las nueve, el acceso a urgencias se salió de control. El vigilante pasó de cuidar la puerta a ingresar heridos. Adentro jóvenes, personas mayores y madres preguntaban por sus familiares: “Aquí no ha llegado”, respondía algún funcionario después de revisar las listas. Entonces las madres cogían para la estación de policía. Había más sangre de lo normal. Había heridos por arma traumática y más tarde llegaron los muertos.
Diana Castrillón es la directora del hospital. Junto a la jefe del servicio de urgencias que estuvo de turno la noche del tres de mayo, intenta recordar los hechos que se mezclan con imágenes de días anteriores. “Desde el 28 nos pusieron bloqueo acá al frente, por la entrada de urgencias, con motos y llantas quemadas”.
El centro de salud no se salvó de la crisis institucional detonada por los casos de abuso policial desde el 28 de abril en Cali. Durante esos días se hicieron virales en redes diferentes denuncias y relatos en torno a los hechos del Paro y a la Fuerza Pública. Una fuente de la comunidad consultada por MANIFIESTA recibió información acerca de la presencia de la Fuerza Aérea al interior del hospital durante la emergencia.
Diana confirma que sí hubo presencia de personal médico de la Fuerza Aérea esa noche: una brigada compuesta por tres auxiliares de enfermería y un médico. Recorrieron diferentes puntos de la ciudad: “La gente tiene que entender lo que pasa con una misión médica: nos interesa la vida (…) Entonces, ¿yo le puedo decir que sí a un interno pero a una persona de brigada de la Fuerza Aérea le digo que no?”.
Esa noche, en el Hospital de Siloé se registraron 22 personas con heridas graves. Esto obligó a los médicos de partos y hospitalización a bajar de sus pisos para apoyar a los tres médicos de turno en urgencias. El personal médico de la Fuerza Aérea brindó apoyo por dos horas.
En un momento de la noche, donde el miedo reinaba, la comunidad de Siloé creyó que la Fuerza Pública se había tomado el hospital. Muchos sospechaban que los médicos llamarían a la Policía. Este terror colectivo hizo que se montaran puntos de atención médica en espacios comunales y casas, incluidas la de Santiago y su familia.
La hermana de Santiago, auxiliar de enfermería, tuvo la idea de montar una brigada en su casa, por simple previsión. Cuando iniciaron los ataques de la Fuerza Pública, sus insumos eran cuatro bolsas de solución salina, dos o tres paquetes de gasas y un paquete de guantes.
“Acá en mi casa había aproximadamente seis personas heridas. (…) Cuatro por arma traumática, uno por nervios y otro porque los gases lo habían asfixiado”, cuenta Santiago. “Cuando llegué, el personal médico que había aquí ya había cerrado porque estaba muy lleno. En ese momento iban llegando con dos de los muchachos que fallecieron, que los alcanzaron a traer hasta aquí hasta la puerta de la casa”. Eran Kevin Agudelo y José Ambuila, a quienes habían montado en motos pero ya no tenían signos vitales. Nadie sabía muy bien qué hacer con ellos, y la llegada del GOES, que en ese momento entraba al barrio por la glorieta, no les dio tiempo de considerarlo. Volvieron a montar los cuerpos en las motos y se los llevaron. Santiago se encerró con 20 personas más en su casa.
Adentro, Santiago intentó realizar “en vivos” desde su cuenta de Instagram, pero se quedó sin señal. Mientras tanto, ocho uniformados del GOES se paraban con su fusil fuera de su casa. “Ve, este es el punto. Parémonos aquí. Aquí están metidos”, recuerda Santiago que decían, del otro lado de la reja. “No sabemos cómo sabían que este era el punto médico porque fue un punto improvisado que nosotros armamos como a las cinco de la tarde”.
Los policías iban hasta la esquina, se asomaban hacia la glorieta, y regresaban a la casa. Algunes terminaron por esconderse al final del pasillo y otres quisieron salir. Cada tanto, Santiago se acercaba a la entrada, para volver con la misma frase: “siguen ahí”. Temían que en cualquier momento entraran y se ensañaran contra ellos. Nadie durmió. Fueron conscientes de la hora hasta la mañana siguiente: cada uno salió con paso rápido hacia sus casas.
No siempre que amanece aclara
“El martes cuatro fuimos a un acto que se iba a realizar en nombre de las nuevas víctimas -cuenta Ana Erazo-, y cuando llegamos lo primero que me dijeron fue: ‘concejal, necesito que se vaya ya del espacio. La cosa se va a poner fea. Vamos a levantar ya’. Eso fue al mediodía, entre doce y dos de la tarde. Finalmente salimos de allí”.
Más temprano, al Centro de Salud ingresó la cuarta víctima mortal de la noche: Neison Sánchez. Su cuerpo llegó al hospital sentado en el lugar del parrillero de una moto. Tenía una oreja destruida, heridas de puñal en el torso y signos de tortura. Fue considerado NN hasta que dos días después su mamá lo reconoció. Afirmó que Neison había estado en la velatón.
El Boletín no. 123 de la Policía Metropolitana de Cali no se refiere a Neison. Según el reporte, hubo tres cuerpos que presentaban heridas por arma de fuego y fueron trasladados a centros de salud. Además de las cuatro víctimas mortales, hubo cinco jóvenes cuyas heridas, por arma de fuego, se convirtieron en secuelas graves. Según Amnistía Internacional se detuvieron 24 personas durante la operación.
La velatón del día siguiente exigía justicia para los muertos que ahora cargaba el barrio: Kevin, Harold, José, Neison. Los ánimos habían cambiado. Javier bajó a la glorieta desde temprano ese martes y encontró más que motivación: un grupo de jóvenes dispuestos a plantarse en las calles y organizarse en torno a discursos de justicia y dignidad. Algo en el ambiente le indicó que él sería parte del proceso que se extendería a lo largo de los siguientes dos meses. Costaba creerlo, pero la noche anterior era apenas el comienzo de una estela de tragedias con nombres propios que se vivirían en esta zona de la ciudad.
*Los nombres han sido cambiados por motivos de seguridad.
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