Pasada una nueva edición del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez en Cali, la periodista afrocolombiana Edna Liliana Valencia Murillo hace una reflexión sobre cómo la popularidad de este festival ha hecho que deje de ser un lugar afrocentrado. ¿Por qué?
Eran las cuatro de la tarde y la gente entraba y salía del pabellón de estética y artesanías del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez. Este celebró el pasado puente su versión número XXVII, durante seis días en la Unidad Deportiva Alberto Galindo, en Cali.
Centenares de personas caminaban por los pasillos de la ciudadela Petronio observando las diferentes manifestaciones culturales que, las seleccionadas como portadoras de tradición; exponíamos tras un arduo proceso de selección por parte del festival.
Yo trabajaba junto a mi equipo. Hacíamos una hidratación capilar a un hombre afro con cabello 4C. De repente, una mujer blanca se acerca al stand. (El color de su piel no sería relevante si el tema de esta columna no fuera la blanquitud en un evento afrocentrado).
-“¿Eso que le están haciendo en el cabello es para que le quede más rasta?”
-“No señora. No son rastas (el nombre correcto es locs). Solo estamos definiendo su cabello”, le respondí.
Continúo trabajando mientras pienso en el amplio desconocimiento que hay sobre nuestros cabellos afro, una parte de nuestro cuerpo y un símbolo de nuestra identidad. Entonces me doy cuenta de que la mujer se inclina sobre mi cliente y yo para tomarse una foto con nosotros sin nuestro consentimiento. Hace, con su mano, el símbolo de la paz.
-¿Señora, usted quiere tomarse una foto conmigo?
-Sí.
-Pero no me ha pedido permiso.
-Está bien. ¿Puedo tomarme una foto con usted?
-No.
Me hervía la sangre. Me sentí cosificada. Pero, al mismo tiempo, ese “No” me hizo sentir libre. La mujer se retiró de mi lado un poco molesta y murmurando con el hombre que la acompañaba. Puedo imaginar lo que hablaron. Seguramente les parecí grosera porque «ellos no estaban haciendo nada malo”. Sólo querían tomarse una foto con nosotros “pero últimamente los negros se han vuelto unos resentidos y ya no se les puede decir nada”.
Escenas como esta se han vuelto una constante en el marco del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez: comentarios racistas acerca de nuestra apariencia, fotos sin consentimiento incluso a nuestros niños y niñas, manoseos abusivos a nuestros cabellos, falta de conciencia acerca del valor de los productos y servicios que ofrecemos, etc.
Otrora, se trataba de un evento al cual asistía una gran mayoría de personas negras. Hoy, después de casi 30 años, la dinámica ha cambiado. Nuestras manifestaciones culturales siguen estando en el centro de la programación del festival pero cada vez nos vemos más expuestas a la interacción con personas no afro que tienen actitudes racistas.
Alegra mucho que la visibilidad del festival crezca, que el evento se posicione en la agenda cultural internacional y que las autoridades locales hayan comprendido que los activos culturales afrocolombianos son un potente motor de la economía y el turismo en la región. Es claro que uno de los objetivos del evento es la integración y el respeto por la diferencia desde el conocimiento de las tradiciones e innovaciones afrocolombianas. Sin embargo, su popularidad ha hecho que los esquemas de la blanquitud y del sistema racista se reproduzcan dentro de uno de los más importantes espacios protagonizados, promovidos y sustentados por las personas afrocolombianas.
Me pregunto qué hacen con las fotos que nos toman a nosotras y a nuestras niñas y niños cuando salen del festival. Tal vez van y se las muestran a sus amigos para enseñarles las rarezas que presenciaron. Imagino que ver a personas negras en lugares de dignificación es algo que no ven todos los días. ¿Acaso aún no merecemos el respeto suficiente como para entender que somos personas y podemos decidir si queremos o no salir en una fotografía?, ¿No se llama eso exotización?, ¿No es la exotización una manifestación del racismo?
Estoy segura de que no harían lo mismo en un evento protagonizado por culturas y personas blancas. No se les ocurriría tocar, sin permiso, sus cabellos lisos ni les tomarían fotos a los niños blancos presentes en el lugar. En cambio las personas negras seguimos siendo exotizadas por la mirada de la blanquitud, la cual nos subordina sin siquiera darse cuenta y asume que puede tocar nuestros cabellos afro como si no se tratara de una parte de nuestro cuerpo.
Muchas veces, durante los seis días del festival, sentí el deseo de recordarles que no somos atracciones de circo y no deben observar nuestras estéticas como si fueran un disfraz. Y eso me recuerda que vi a varias personas blancas, literalmente, disfrazadas de negras en el espacio. Uno era un hombre blanco de avanzada edad que decidió asistir disfrazado del Joe Arroyo junto a su pareja quien lucía un atuendo que emulaba a Celia Cruz. Varios otros hicieron presencia luciendo pelucas de pelo crespo y ridiculizando, como tantas veces ha pasado, los rasgos de nuestro fenotipo. Es obvio que no nos ven como personas y por eso intentan personificarnos.
Debo decir que no son todas las personas no afro las que caen en estas faltas de respeto. Muchas acuden al llamado musical de “El Cuco” desde el respeto y el deseo de aprender y valorar la cultura afrocolombiana. De eso se trata el Petronio, un espacio antirracista y el antirracismo no es una lucha de negros contra blancos, sino una lucha de todos contra el racismo.
De la misma manera, la blanquitud no consiste en un color de piel, sino en una manera de ver el mundo desde el privilegio racista. La blanquitud es un conjunto de ideas acerca de lo que significa ser (o creer ser) una persona blanca en relación con las personas que no lo son y dicha relación tiene, entre sus características, la subordinación y la apropiación. Fue la blanquitud la que difundió la idea de que solo las vidas blancas importan. La misma que invadió imperios indígenas y africanos, esclavizó a su gente, saqueó sus recursos y se robó sus obras de arte para exhibirlas en los museos de las capitales europeas.
Es la blanquitud la que se siente con el derecho de poseerlo todo, porque todo siempre lo ha tenido y no comprende el valor de luchar por espacios de representación para la gente afro como lo es el Petronio. Una vez más dejamos de ser los sujetos para convertirnos en objetos. Ya no somos nosotros los que ocupamos los espacios VIP (que no deberían existir en un evento popular como este). Ahora son los líderes políticos del orden regional y nacional, o los integrantes de la farándula blanca.
Yo amo el Petronio. Es, para mí, la semana más importante del año junto con el cumpleaños de mi abuela. Llevo 13 años consecutivos asistiendo y participando de diferentes maneras, porque no hay duda de que es el evento más relevante de la cultura afrocolombiana. Por eso defiendo su carácter afrocentrado y le pido a las personas no afro que vienen a participar, que lo hagan desde el respeto por nuestra humanidad y nuestras luchas.
Si van a hacer uso de nuestras estéticas propias (una opción es no hacerlo), asegúrense de comprender su significado; recuerden que son parte de nuestra identidad y no se trata de una moda. ¡No toquen nuestros cabellos! y menos sin nuestro consentimiento. Tengan presente que se trata de un evento donde nuestra narrativa está en el centro. Vengan en actitud de aprendizaje y eviten la apropiación cultural. No se pongan pelucas ni disfraces. Es una profunda muestra de racismo suponer que nuestras características étnicas pueden ser usadas como disfraz. No nos tomen fotografías sin permiso. Mucho menos si se trata de menores de edad.
Entiendan que el protagonismo lo tenemos las personas afrocolombianas, y eso nos ha costado décadas de lucha y resistencia. Transiten el lugar con respeto y eviten imponer sus puntos de vista privilegiados sobre los nuestros. Traten bien a las personas que ofrecen los diferentes servicios. Eviten posturas de fragilidad blanca cuando planteemos debates sobre las discriminaciones que enfrentamos. Más bien aprovechen para autocuestionarse y desaprender el racismo que la sociedad tradicional les ha inoculado.
A las directivas del festival les pido que no se disuelva el liderazgo afro femenino en el Petronio, que no se blanquee conceptualmente la curaduría del festival, que no se excluya la herencia africana presente en la identidad del pacífico colombiano; que no se pierda de vista la pedagogía constante que hace de este, no un evento, sino un proceso transformador de nuestra sociedad.
La directora del festival es una mujer negra poderosísima: la comunicadora Ana del Pilar Copete, nieta del compositor de “Mi Buenaventura”. Aplaudo su gestión y comparto su visión acerca del Petronio. Antes de ella, otras mujeres negras maravillosas han liderado el evento y eso debería mantenerse así. Aún así, faltan más mujeres negras en el comité creativo, en el jurado de selección de los emprendimientos y en la estructura general del proyecto. No puede ser que además de los sistemas racistas de la blanquitud, también se reproduzcan en el festival jerarquías del hetero-patriarcado blanco.
Cuando no nos sentimos mal al cuestionarnos acerca del racismo, es porque ya somos parte de la solución. Cuando nos sentimos mal, es porque todavía somos parte del problema. Asegurémonos de estar del lado correcto.
***
Sigue a Edna Liliana Valencia en Twitter. Y Recuerda seguir a MANIFIESTA en Instagram, Twitter y Facebook.