–No todos pueden dirigir, cariño. No es una democracia.
Así le explica Lydia Tár a su hija pequeña que no todos pueden hacer lo que ella hace. Y estoy de acuerdo.
La película ‘Tár’, de dos horas y 38 minutos, es el relato de una directora de orquesta ficticia, alabada, que está al frente de la Filarmónica de Berlín, es lesbiana y está casada con la primera violinista, Sharon, con quien tiene una hija pequeña. Siempre desde el lugar de la protagonista, la película muestra su gloria y relativo declive, por denuncias de acoso sexual en su contra. Esto rodeado de una estética limpia y elegante, y la puesta en escena de los compositores que ella venera: Bach y Mahler.
Hace unos días escuché en un podcast que el personaje ficticio de Lydia Tár es el retrato de “todos nosotros”. Es algo que también sostiene el director: “Tár maneja las situaciones como cualquiera de nosotros lo haría”, dice en una entrevista. Y difiero: no todos somos genios, ni excepcionalmente brillantes o disciplinados, tampoco los mejores en lo que hacemos. De la misma forma en que no todos somos abusadores, ni ejercemos el –poco o mucho– poder que ostentamos en nuestras relaciones cotidianas para dañar o borrar a otres. Es en ese punto, en la construcción de un personaje con el cual no podemos identificarnos, pero al que tampoco podemos rechazar, donde quiero ubicarme.
Lydia Tár podría estar basada en directores de orquesta reales, quienes de hecho se nombran en los diálogos de la película: James Levine y Charles Dutoit, por ejemplo. Ambos con acusaciones de abuso sexual; Levine contra estudiantes adolescentes y Dutoit contra varias mujeres. Pero aquí entra la primera clave: la decisión de poner estas conductas en escena a través de un personaje femenino y con orientación sexual diversa tiene una intención, al tiempo que permite la interpretación de otros horizontes sobre las discusiones sobre abuso sexual en el mundo de las artes, abuso de poder y cultura de la cancelación, esto, a pesar de que está claro que no es obligación de las películas o del arte hacerlo.
Y aunque es una decisión, como cualquier otra en el cine de ficción, hubo reacciones por parte de mujeres en la música, como la directora de orquesta Marin Alsop quien dijo: “Tener la oportunidad de retratar a una mujer en este rol y convertirla en una abusadora, eso me rompió el corazón”. Pero para el director Todd Field siempre fue claro que la película sería sobre una mujer, en parte porque el personaje estaba escrito para Cate Blanchett: el acierto más contundente para el filme y para el cine.
Ahora bien, más allá de lo complejo del retrato, la otra decisión consciente del director Todd Field es contar la historia de estas prácticas abusivas a través de quien las ejerce, sin dejar claro qué fue lo que pasó con las presuntas víctimas, y sin siquiera dar unas líneas contundentes a quienes rodean a Lydia Tár y rechazan las violencias de las que seguramente es culpable. Y ese es un asunto más a considerar: el director deja por fuera de cámara todo lo relativo al abuso sexual y de poder, pero lo que insinúa no da lugar a dudas sobre las conductas inapropiadas de la ‘maestro’.
¿Por qué es más complejo hablar de VBG cometidas por mujeres? Y, ¿si a esto le sumamos hacerlo dentro del mundo de las artes, donde solo unas pocas mujeres llegan a lugares de poder, qué reflexiones se cruzan? Si bien las decisiones de Field se han leído como ‘anti mujer’, la construcción de un personaje como Lydia Tár no puede estar vedada. Por eso, con advertencia de spoilers, dejo algunas notas sobre lo valioso –y desconcertante– de ver esta película.
Mujer, lesbiana, abusadora
La primera escena desmarca a este personaje de cualquier ideología, lucha social o causa más grande que la de dirigir la Filarmónica de Berlín. Es una entrevista con un periodista de The New Yorker en la cual Lydia no le permite meterla en el saco de las mujeres a las que les ha costado romper el techo de cristal. Dice que jamás vivió discriminación de género en su carrera y, de hecho, pone ejemplos de directoras reales como Nadia Boulanger y Antonia Brico, quienes también lograron dirigir orquestas célebres. En el caso de Brico hay que decir que, aunque luchó por la participación de las mujeres en orquestas, nunca fue directora titular, pero sí tiene su biopic: The Conductor (2018).
Field introduce a un personaje ajeno a la idea de las acciones afirmativas e incluso negacionista de las desigualdades que viven las mujeres, sus colegas, en el mundo de la composición y la interpretación. Acto seguido da paso a un diálogo que vale la pena retomar. Se trata de la escena de Julliard, que varios críticos han puesto de ejemplo para decir que esta es una película regresiva, que se burla de la llamada cultura de la cancelación.
No sé hasta qué punto sea incorrecto cuestionar esa cultura, al menos en algunos casos. Tampoco creo que la cancelación pueda sublimar las luchas por nuestros derechos, que obviamente deberían materializarse más allá de la sanción social.
En la escena, Tár se muestra como una profesora poco pedagógica pero contundente, con dos argumentos que la persona a quien van dirigidos no puede responder más que con un ‘eres una perra’. La discusión inicia porque ella le pide al estudiante que está conduciendo a un grupo pequeño de músicos, en una clase, que deje de interpretar a una compositora contemporánea, y le pregunta por qué no intenta con Bach. El estudiante, que se presenta como BIPOC (black, indigenous and people of color, en español: negro, indígena y persona de color) y pangénero, dice que no puede tomarse en serio la música de un misógino como Bach, quien “engendró como 20 hijos”. Ella contraargumenta que, como mujer y lesbiana, le gusta confrontar a esos compositores austrohúnguros, hetero y religiosos, y encontrarse con la magnitud de sus piezas.
La potencia política de cancelar a Bach en la actualidad y en el contexto de una escuela tradicional de música como Julliard queda en entredicho. Probablemente tenga más que ver con gustos, no con una forma de resistencia. Y aunque en el caso del personaje BIPOC y pangénero puede ser una convicción que trasciende los gustos, en la escena no lo expresa. Field construye una caricatura de una persona diversa y joven que ante la asimetría de poder solo puede insultar y huir de la discusión.
“El arquitecto de tu alma parecen ser las redes sociales”, le responde Tár luego de desmenuzar por qué a Bach no se le debe valorar por su vida sexual sino por la música que legó. Considero que antes de irse lanza en ristre contra la cultura de la cancelación (que, insisto, no puede ser la máxima expresión de un mundo más progresista), lo que hace la escena es presentar un conflicto generacional entre una figura de poder, por demás displicente y nostálgica, y un estudiante joven –pero adulto– que quiere fijarse en compositoras nuevas y no logra argumentar por qué en el espacio de un salón de clases.
La reseña de Richard Brody en The New Yorker, titulada ‘Ideas regresivas se unen a estéticas regresivas’, se centra en que la película es un ataque a la cultura de la cancelación y ridiculiza las políticas de la identidad. De nuevo: no me parece el objetivo. De hecho considero que la ruptura familiar y el desprestigio que experimenta Lydia Tár, luego de que estallan las acusaciones, se muestran como consecuencias menores. Ella sigue dirigiendo, no su amada Filarmónica de Berlín, pero sigue dirigiendo.
¿Qué sabemos de la “conducta inapropiada”?: la narrativa del abuso
Richard Brody también se refiere a lo que queda por fuera, las voces de las mujeres que sufrieron el abuso de poder o sexual de Lydia Tár: personajes anulados o que participan en la trama y luego desaparecen. “Eliminando las acusaciones, Field muestra qué narrativa encuentra significativa para poner en escena. Filtrando la subjetividad cinematográfica de Lydia para incluir sueños perturbadores pero no recuerdos perturbadores, muestra el aspecto de su carácter que en realidad le interesa. Permitiendo que el pasado se defina desde su currículum, muestra que él también está impresionado por este y que tiene poco interés en lo que pasa fuera de ahí”.
Aunque no creo que el relato, de principio a fin, se mantenga al margen de reflexiones sobre la culpa, el daño y las consecuencias de cometer un delito (que al parecer es abuso sexual), estoy de acuerdo con esta y otras críticas en que son reflexiones sesgadas y tibias. Más cuando analizamos la forma de presentar las violencias, siempre por medio de la insinuación, llenando de misterio la relación que tenían el personaje de Krista (una becaria a quien Lydia le dio clase), la asistente Francesca y ella, o las razones por las cuales Lydia empezó a desprestigiar a Krista ante otros directores de orquesta y truncó su carrera.
El cine, documental o ficción, tiene caminos y lenguajes que seguirán siendo revisados a través de lentes cada vez más políticos y bajo los paradigmas actuales. Son válidas, y deberían escucharse, posturas que exigen que las narrativas sobre el abuso sexual, un delito tan banalizado, cambien escuchando las demandas de movimientos que se tejen incluso dentro de Hollywood. Estas formas de violencia podrían salir de la anécdota y contarse con sus claroscuros, de manera consciente, con esfuerzo narrativo, y no solo como un ejercicio de corrección política.
También encuentro lógico que se cuestione de la asimetría de voces. Considero que no hubiese sido una película completamente distinta si se hubiese concretado, de alguna manera, lo que vivieron las víctimas de Lydia Tár. Era cuestión de dar un lugar a estos episodios más allá de lo tormentosos que se volvieron para la protagonista.
Porque ese es un rasgo muy explícito y cuestionable del relato: la genio cuya carrera se viene abajo, no puede dormir, empieza a alucinar, se ve obligada a escapar del escándalo y se refugia en la dirección de una pequeña orquesta de algún país asiático. La genio que paga un precio, pero cae parada, contrario a sus víctimas.
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