Tejer para sanar las heridas es un acto político feminista

Eran las dos de la tarde en el CAI de San Mateo, Soacha, cuando varios reclusos decidieron encender una cobija. Protestaban porque los policías a cargo no les habían permitido tener visitas ese día. El fuego de la cobija se propagó y nueve de los 20 hombres jóvenes encerrados murieron debido a las quemaduras. 

Anderson Stiven Méndez, de 30 años, fue una de las víctimas fatales. Ese día, a Vivian Soraya Tibaque, de 37, la violencia estatal le quitó a su hermano de crianza. 

El concejal del partido Alianza Verde, Diego Cancino, denunció que el alto número de víctimas fue consecuencia de la negligencia policial. De acuerdo con su denuncia, cerca de 20 policías presentes en el CAI no atendieron los gritos de auxilio de los hombres. Dejaron que el fuego los consumiera.

Ante el horror, Soacha vivió una jornada de protestas. Las familias de las víctimas y heridos llegaron al CAI a reclamar. Vivian nunca había salido a manifestarse, pero la rabia y el dolor de haber perdido a Ánderson de esa manera la empujaron al espacio público. Sin embargo, como las víctimas eran reclusos, la estigmatización de lxs habitantes de San Mateo le ganó a la indignación: nadie les ponía cuidado. Luego del hecho, Vivian se abanderó del caso de Ánderson para buscar justicia. “Cuando salía a estos espacios, me sentía sola, perdida”, recuerda. 

Además del apoyo de círculos cercanos a las víctimas que murieron en el incendio, colectivas feministas empezaron a aparecer para brindar a las familias asesoría sobre derechos humanos. “Fueron las feministas las que me recibieron  en  las  calles”, asegura Vivian. 

Fue en ese momento cuando se unieron dos fuerzas en la vida de Vivian. El feminismo que empezaba a conocer a través de las mujeres que la acompañaban y, sin planearlo, el tejido. Esa labor artesanal que empezó por su cuenta en 2016. La historia de Vivian muestra que tejer, en su caso, se convirtió en una acción política. Por medio de las agujas y los hilos, ha creado comunidad con perspectiva feminista. Y ha revalorado un arte doméstico para sanar y desafiar al patriarcado.

Tejer en la calle y desafiar los estereotipos

Vivian creció en Soacha y desde niña supo que le gustaba crear con las manos. “Desde pequeñita sabía que quería pintar cerámica, porcelanicrón, que quería hacer todas las artesanías”. En 2016 se acercó a un taller de tejido que la dejó aprender por los laditos, observando a las demás.  

El taller hacía parte de una organización social que se reunía con hombres y mujeres en lugares públicos de la zona. “Empiezo entonces a aprender de manera autodidacta y me doy cuenta de que puedo hacer unos trabajos impresionantes en la tejeduría y en la artesanía”.  Hasta ese momento, Vivian no era consciente de lo que tejer podría transformar en ella y en su comunidad.  

“Durante estos años me senté a trabajar en los tejidos yo solita, en casa, pero no conocía el trasfondo tan bonito que tiene esto”, relata. Fue la única mujer de su familia que se dedicó a tejer, y cada vez que podía, se apuntaba en talleres ofrecidos por distintas organizaciones sociales que trabajaban con la comunidad de Soacha. Éstas dictaban talleres no solo de tejido, sino de huertas comunitarias, de artesanías y también de derechos humanos. 

Combinando su saber autodidacta en casa y las clases en los espacios públicos y colectivos, Vivian le apostó a que esta labor se convirtiera en su sustento económico. Ahí apareció la primera meta política del tejido para ella: desafiar el estereotipo de la tejeduría como un pasatiempo exclusivamente doméstico. 

Algo que llamó la atención de Vivian fue ese contraste entre tejer sola en casa y tejer en las clases gratuitas. Los círculos en los que conversaban tanto hombres como mujeres mientras unían los hilos con agujas. Pensó que ese espacio “Podía servir para conversar de tantas cosas, de temas que tal vez en las casas no hablamos normalmente y pensé que mientras tejíamos hilos, también podíamos tejer comunidad, como acercarnos más”. Aquí Vivian encontró el segundo objetivo político en la tejeduría: los procesos colectivos desafiaban no solo al espacio privado que se le otorga a este oficio, sino a los roles tradicionales de género, pues en los círculos tejían hombres y mujeres.

«Pensé que mientras tejíamos hilos, también podíamos tejer comunidad, como acercarnos más»

Sanar las heridas con el abrazo feminista

En septiembre de 2020, Vivián salió a las calles a reclamar por la vida de su hermano. Sin embargo, se encontró con la indiferencia y el rechazo de un gran sector de la población. Afirma que muchas personas la ignoraban porque Ánderson estaba recluido en el CAI. “Ellos no encajaban en el perfil de las víctimas buenas, de los buenos muertos”, comenta. 

A Vivian le indignaba el hecho de que las personas se enfurecían con lo que le había pasado a los policías, pero no a los jóvenes dentro del CAI. Pero este no fue el caso de organizaciones feministas como la Asamblea Popular de Feminismos de Xuacha y el sector de mujeres de Ciudad Movimiento, que la acogieron en las calles. “Entendí que en nuestra comunidad poco sabemos de la defensa de los derechos humanos. Yo empecé a aprender sobre eso por lo que le pasó a Ánderson. Antes no tenía ni idea”. Vivian cuenta cómo estas organizaciones le explicaron a ella y a su familia que fueron víctimas de violencia estatal. “Cuando eso pasó, yo entré en shock, no sabía lo que pasaba, qué hacer o cómo actuar. Me dijeron: ‘Efectivamente a tu hermano se le vulneró el derecho fundamental de la vida, los uniformados no cumplieron con su deber’”.

Vivian y Ánderson. Cortesía de la fuente

“Caminando junto a las mujeres de estas organizaciones por Soacha, me pillé la juntanza qué hay entre mujeres y las personas en general alrededor de la tejeduría”. Y a pesar de que no es un tema tan común en su barrio, Vivian empezó a vivir su feminismo desde el tejido. “Conocí la idea ancestral tan bonita que tiene la tejeduría”. Las pañoletas que empezó a tejer luego de encontrarse con el feminismo empezaron a ser para las fechas claves del calendario feminista: tejía para el 8M, para el 28S y para el 25N. Ya no solo se trataba de su sustento económico. Las compañeras feministas le ayudaron a consolidar su negocio de tejeduría: Morado de hoja.

Descubrió que ahí donde había aprendido que el aborto era un derecho, donde había reconocido los contextos patriarcales en los que creció y las violencias machistas que vivió, era su lugar.  Ella asegura que el feminismo le ha dado todo en su territorio. “Mi meta se convirtió en replicar círculos de tejeduría para hablar de violencias basadas en género y violencia estatal, no sólo para las mujeres, sino para la comunidad de San Mateo”, cuenta.

El lenguaje de protesta de Vivian es el tejido. Intentar otros lenguajes ha sido doloroso. “Este trabajo de la digna rabia es duro”, asegura. “Estás bien en tu casa, pero te vas a un taller de derechos humanos y en cualquier momento decaes al darte cuenta de lo que pasó”. 

El tejido ha sido una forma de resistencia

Como Vivian, a lo largo de la historia, las mujeres han encontrado en la tejeduría una manera de protestar y ejecutar acciones revolucionarias. En 2007, en Estados Unidos, las mujeres tejieron pasamontañas para exigirle al Senado retirar las tropas militares de Irak. Una década después, ante el gobierno del republicano Donald Trump, abiertamente restrictivo con los derechos de las mujeres, las ciudadanas tejieron gorros rosa ‘Pussycat’ para la Marcha de las Mujeres, exigiendo que sus derechos dejaran de retroceder. 

En América Latina han cobrado protagonismo los costureros de la memoria. Estos generalmente son tejidos por mujeres sobrevivientes de violencias en conflictos internos de la región. Ellas denuncian, exigen verdad y reparación a través del tejido. Empiezan a aparecer en la década de los setenta en Chile, donde el quehacer textil fue una forma de expresión política que narraba, sobre la tela, hechos de violencia estatal.

Las autoras Eliana Sánchez Aldana, Tania Pérez Bustos y Alexandra Chocontá Piraquive se refieren a los ‘Activismos textiles’ para hablar del uso del tejido con uno o varios objetivos políticos en su artículo ‘¿Qué son los activismos textiles? Una mirada desde los estudios feministas a catorce casos bogotanos’. En él afirman que este concepto contribuye a configurar activismos feministas particulares.

Por su parte, la académica feminista Ann Beth Pentney, quien se ha encargado de estudiar estos activismos textiles, asegura que «Tienen la capacidad de convocar acciones concretas que buscan modificar, recuperar o cuestionar ordenes de género establecidos y por el potencial que tienen para consolidar procesos de sororidad diversos». 

Así ha sido el proceso de Vivian, quien apoya la articulación de movilización social feminista en Bogotá, Somos un Rostro Colectivo, con sus ya características pañoletas tejidas, para la feria profondos que organiza. Con este producto Vivian quiere “Hacerle un jaque al capitalismo y al patriarcado, promoviendo la autogestión y la autonomía económica de las mujeres”. Los fondos que reúne, los utiliza además para gestionar talleres de derechos humanos y derechos de las mujeres con otras organizaciones en San Mateo. 

El bordado y la costura también se han utilizado como mecanismos de sanación, solidaridad y acompañamiento. En la región de Los Montes de María, Colombia, apareció en 2004 el famoso grupo ‘Mujeres Tejiendo Sueños y Sabores de Paz Mampuján de María La Baja‘. Estas sobrevivientes de desplazamiento forzado no solo dieron cuenta del despojo, las masacres y secuestros, sino de la vida cotidiana que se abrió pasó después de la violencia. 

Sin embargo, el activismo textil en Colombia no se reduce a los costureros de memoria. Las autoras ya mencionadas estudiaron 14 proyectos de tejeduría en Bogotá y encontraron que la mayoría de ellos, también el de Vivian, contribuyen a construir justicia social y comunidad de mujeres. 

En el caso de Morado de Hoja, Vivian le apuesta a la construcción de colectividad, al replicar círculos de costura. Además, le da un nuevo significado a esta labor vista tradicionalmente como doméstica al llevarlo a espacios públicos y visibilizar las violencias de género y la violencia estatal de las que son víctimas las mujeres y habitantes de San Mateo. 

Aunque iniciativas como las de Vivian están conformadas principalmente por mujeres jóvenes con educación formal y de clase media en Bogotá, en el centro y sur de la ciudad, las autoras encontraron que el activismo textil es ejercido por grupos de personas con distintos niveles de educación, estratos socioeconómicos diversos y técnicas diferentes de tejido. 

Por ejemplo en Ciudad Bolívar, localidad colindante con Soacha, existe el colectivo Tejedores de Historias, liderado por dos mujeres víctimas de desplazamiento forzado. La iniciativa apela a conocimientos previos de las mujeres sobre bordados para promover una reconstrucción del tejido social y la memoria de la violencia del conflicto, así como de las violencias de género que viven en sus entornos más cercanos e íntimos. 

“Ahora estoy 100 por ciento dedicada a la colección de pañoletas que saldrá el 25N -Día Mundial de la Eliminación de las Violencias Contra las Mujeres-. Esto me da para vivir”, cuenta Vivian, quien está segura que sin el feminismo no habrá revolución. “Estos procesos de base me han permitido que sin tener estudios universitarios, sin la academia, pueda ser gestora comunitaria, tejedora y, claro, feminista”. 

Hasta la publicación de este texto, Vivian no sabía mucho del avance en el proceso legal contra la Policía en el caso de su hermano. Ser feminista le ayudó a identificar actitudes machistas y de revictimización por parte del abogado apoderado del caso de Ánderson. “Sentía que no había una voluntad por obtener justicia porque mi hermano tenía problemas de drogas y había estado recluido. En estos procesos no esperan que las mujeres nos paremos duro”, asegura. Ahora hay tres policías en casa por cárcel señalados por la muerte por omisión de los tres jóvenes, incluido Ánderson. 

En este enlace encuentras la página de Morado de Hoja, por si quieres comprar pañoletas feministas tejidas en crochet.

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