La ópera prima del director Fabían Hernández profundiza en la pregunta de qué significa ser hombre en contextos de marginalidad en nuestro país.
Las Cruces, el ‘Sanber’ (San Bernardo), La Estanzuela, el Voto Nacional y La Pepita, son algunos de los barrios bogotanos más peligrosos, en los cuales acontece la nueva película Un Varón, la ópera prima del director Fabián Hernández. Luego de recorrer con éxito la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, el festival LGBTI París, el de La Habana y el de Lima Pucp, esta aterrizó el 13 de abril a las salas de cine nacionales, para continuar con el relato que nos está empezando a contar por pedazos la industria del cine colombiano en esta época: el de una masculinidad disidente que se resiste a su destino, para buscar horizontes menos crueles y aplastantes para el espíritu.
Vimos retazos previos de este relato hace unos meses con Los reyes del mundo y desde otra mirada más cruda con La jauría. Esta vez, en Un varón, el personaje central se vuelve a preguntar sobre la masculinidad en entornos de marginalidad, calle, abandono y violencia. Carlos es un joven menor de edad que asiste a una correccional que existe en la realidadl: la Unidad de Protección Integral, UPI, Oasis, del Instituto para la Protección de la Niñez y la Juventud, IDIPRON. Su entorno lo fuerza a un designio inescapable: sobrevivir como un hombre en la calle. Un Varón es la historia sobre cómo él intenta resistirse a esta predicción.
Las calles de esos barrios, que están en las localidades de Santa Fe y Los Mártires, y llenan de vértigo a una audiencia que evita pasar por ahí, son el hogar de Carlos. Las recorre de día y de noche con tranquilidad. “La calle es cuestión de criterio”, dice él en la correccional. Y el criterio callejero de un hombre se mide de acuerdo a qué tan ‘machito’ es, a qué tan ‘parado’ se muestra. Es decir, el destino de un hombre en la calle es el de la atrocidad normalizada: morir o matar por ser un hombre que se relaciona con otros hombres.
Así, con ese único camino aplastante mirándolo a la cara a diario, los días de Carlos se reparten entre estar en la correccional, buscar a su hermana a quien le toca prostituirse en esas calles, extrañar a su madre que está en la cárcel y tratar de acomodarse a un código obligatorio de hombría criminal que nunca le cuadra por completo. Todes notamos que Carlos no encaja en esa idea de ser un machito, un verraco pa la calle y los ‘business’: desde su físico frágil hasta la forma desbordada en la que, a veces, expresa sus emociones. Su código propio no encaja en lo que su entorno social espera de él.
La incomodidad de Carlos ante este mandato es retratada por el director de una forma muy íntima y sensorial. Dos manos que se soban duro la cabeza una y otra vez, una mirada clavada en el piso, unos brazos que abrazan un propio cuerpo frágil, una cara reflejada en el espejo una, y otra, y otra vez. Carlos repite ese ejercicio durante toda la película. A veces busca su reflejo para engallar su look de ceja medio rapada y gel en el pelo. Otras veces se mira al espejo para confirmar que sigue allí, y que la mirada que lo observa de vuelta aún le parece muy lejana de la dureza de la calle que le está tocando vivir.
A veces ese malestar sale de su intimidad y se expresa con personajes de su entorno que lo castigan. Pero pareciera que a Carlos no le importan las consecuencias de no ser un varón a ratos. Ese aire temeroso, esa falta de cuidado ante el riesgo, terminan siendo sus momentos de mayor virilidad. Por ejemplo, cuando salió a llorar desesperado en la noche de Navidad mientras medía calles buscando a su hermana, aún cuando se repite a sí mismo que ‘los hombres no lloran’. Esa noche termina encontrando su lugar entre los barrios que recorre lastimeramente: una fogata entre cuadras, una luz en medio de la oscuridad navideña, rodeada de personas que también están llorando en silencio.
Otras veces Carlos es un derroche de hombría despiadada, a la medida justa de lo que se espera de él. Entonces ensaya con pistolas entre los escombros de estos barrios y vende drogas en la correccional para empezar su carrera criminal en una banda que lo está calificando todo el tiempo. Pero parece que a Carlos no le alcanza con esto para pasar de niño a hombre en las calles que habita.
Más allá de la raíz de su desasosiego, lo que protagoniza la película es la fuerza de este personaje y su relación con los callejones de ese territorio urbano que lo mastica, lo escupe y lo abraza por igual. Esta dinámica termina eclipsando la construcción y el desarrollo del resto del elenco que lo rodea.
Esto fue una apuesta intencional del director, quien creció en esta zona de la ciudad y quiso hacer un ejercicio de memoria visual sobre los barrios de su infancia y su juventud. Durante cinco semanas de 2021, el equipo de la película grabó Un varón, un tiempo muy corto para los siete años que, afirma el director, se demoraron construyendo la película. Porque esta fue gestada con la comunidad de estos barrios, con el apoyo de IDIPRON, la Comisión Fílmica de Bogotá e incluso un sacerdote de la zona.
Felipe Ramírez, quien interpreta a Carlos, hace parte de esa comunidad. Lleva seis años en un proceso actoral formativo con el director y actualmente su vida tiene muchos parecidos con la de Carlos. “…tiene mucho que ver conmigo, viene del inframundo también, es como un ángel caído del cielo al infierno”, ha dicho en entrevistas. El protagonista refleja una otredad muy propia y novedosa, dentro de un cine que muchas veces sacrifica el aspecto individual de estos personajes, por la generalidad aplanadora de una pobreza que (para el imaginario de algunes) obliga a un único destino. En este caso, otro camino germina con las decisiones que toma Carlos.
Aunque películas como Un varón siguen insistiendo de manera valiosa en la pregunta por ser hombre y por la masculinidad en contextos sociales propios de nuestro país, hace falta seguir complejizando los relatos y abandonar, de a pocos, la literalidad, que a veces se siente en esta película. Por fortuna este tipo de producciones están apenas empezando a abrir sendas que son muy largas y anchas, cuando se trata de preguntarse por la masculinidad en Colombia.
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