Matertrans: la historia de la primera mamá trans afro en Colombia

Valerie se ata una tela gris en cruz alrededor del cuerpo. Ya es experta en fulares, esos trapos largos que permiten a las mamás llevar a sus bebés colgados en el pecho y las manos libres. Pero cuenta que la gente en el supermercado le dice todo el tiempo que no se lo ponga así, que a la bebé no deberían quedarle las piernitas colgando. Ella no presta atención, su hija va perfectamente cómoda. Pero la gente insiste.

Una señora la abordó hace poco para corregirla: “Yo sé lo que le digo, yo soy mamá”. Valerie le respondió: “Yo también soy mamá y cargo a mi hija así”. De la nada, un hombre se metió en la discusión y se dirigió a Valerie, furioso: “La gente como ustedes no respeta, pero sí piden respeto”.

La gente como ustedes. Ustedes las personas trans. Eso quería decir.

En 2018, el país conoció la historia de Daniela Maldonado –fundadora de la Red Comunitaria Trans– y Máximo Castellanos, la primera pareja trans que tuvo una hija biológica en Colombia, Lucci. Hace un año, algunos medios registraron el que sería el segundo caso. Valerie Herrera y Matheo, Theo, Gómez, una mujer trans afro y un hombre trans que hace cuatro meses se convirtieron en padres de Mar Celeste. Según su relato, Valerie es la primera mamá trans afro con una hija biológica en Colombia. La conocimos durante julio pasado en Cali junto a Theo, que en ese momento estaba en el segundo trimestre de embarazo.

En ese primer encuentro, Valerie manifestó su curiosidad por la experiencia de la maternidad en el espacio público. Hoy, con su hija dormida en el pecho, dice que es la parte más difícil. “El embarazo lo pudimos vivir con más privacidad, pero cuando Mar nació y salimos con ella a la calle, empezamos a tener a la gente encima”, cuenta. Gente que opina sobre el fular, pero que también le da consejos sobre qué darle de comer a la bebé –que está en etapa lactante– o que, sin mediar palabra, intenta tocarla.

¿Cómo han sido los primeros cuatro meses de vida de Mar para esta madre y este padre trans que enfrentaron las violencias propias de una gestación diversa? En MANIFIESTA conocimos la historia de la familia que, a propósito del Día de la Madre, reflexionó sobre el embarazo, el parto, la crianza, maternar siendo mujer trans, paternar siendo hombre trans, y el porvenir.

La historia de tu nombre

Mar Celeste Gómez Herrera nació el 30 de diciembre de 2022 en medio de una burocracia poco común para otres recién nacides. Ella, con cuatro kilos de peso y días antes de lo esperado, llegó al mundo para enseñarle a la persona encargada de los registros civiles del Hospital Universitario del Valle, la principal IPS del departamento, cómo generar un certificado de nacido vivo en el que figurara un hombre como quien dio a luz.

Llegó como una revolución. “Impetuosa como el mar”, dice Valerie. Impetuosa desde el nombre.

Theo y Valerie se conocieron en 2017 por un amigo en común. Son pareja y viven juntes hace cuatro años. Los unió el activismo trans. Valerie conformó una colectiva en Cali, ‘Transempoderarte’, y ambos son estudiantes de la Universidad del Valle.

En abril de 2022, una prueba de embarazo confirmó que serían padres. Su situación económica no era la mejor y, de hecho, cuentan que al inicio del embarazo tuvieron que privarse de comer proteína animal hasta que Valerie consiguió dos trabajos. “La falta de oportunidades y el empobrecimiento de las personas trans también es un problema a la hora de construir familia, porque una no tiene nada garantizado”, explica ella. Según la última Gran Encuesta Integrada de Hogares del DANE, la tasa de desempleo entre personas LGBT es del 15.4 por ciento, frente a un 12 por ciento de la población no LGBT. El 25 por ciento de las personas LGBT en edad productiva se encuentra fuera de la fuerza laboral.

“Val encontró trabajo y pudimos comer todo lo que antes no podíamos. De un momento a otro, proteína tres veces al día. Carne, pollo, huevos, lo que yo quisiera”, recuerda Theo y agrega que la única consecuencia fue subir 17 kilos de golpe. Además del sustento económico, Valerie se dedicó al cuidado de su pareja desde el día uno, pues él tiene un diagnóstico de discapacidad visual y siempre debe salir acompañado.

La necesidad de ir juntos a todas partes puso en evidencia la transfobia y la falta de formación del personal médico en los controles, a los que empezaron a acudir desde la semana siete, luego de confirmar el embarazo con una prueba particular de laboratorio. Estos eran realizados por la EPS, pero también en consultas particulares con un ginecólogo del Hospital Universitario que les atendía por pedido de la Vicerrectora de Univalle.

“Que no me dejaran entrar a las citas era algo muy común desde el principio”, cuenta Valerie. Para la primera trabajadora social que le asignaron a Theo en el programa de gestantes, cuenta él, la idea de Valerie como pareja y madre de Mar era inconcebible. “Empezó a preguntarme por mi familia y yo le hablé de Val, le dije que es una mujer trans. Dijo ‘no, pero háblame de tu familia’”. Theo respondió que su familia es Valerie. “Cuando volví a hablar de ella, me pidió que solamente le hablara de mi otra familia: mamá, abuela, hermana”, continúa. “Esta señora notó mi raye y empezó a hacerme ‘la terapia’: me preguntó si sabía qué día era y buscó datos en mi historia clínica. Ahí me dijo que creía que yo no estaba emocionalmente estable para la gestación”, relata Theo.

Luego, días antes del nacimiento fueron a urgencias porque Mar llevaba 12 horas sin moverse en el vientre. El vigilante encargado le dijo a Valerie que no podía ingresar a la sala de gestantes. “Se suponía que yo tenía que estar con él todo el tiempo, por el diagnóstico de discapacidad visual. (…) intenté entrar de nuevo y el vigilante me dijo ‘no, usted no puede porque adentro hay mujeres desnudas. No las puede ver’. Pero cuando abrieron la puerta, había hombres, había papás allí”. Gracias a la queja que pusieron ese día en el hospital, se les garantizó una atención humanizada, aunque con algunos episodios cercanos a la violencia obstétrica, durante el nacimiento de Mar.

‘Me importa más Mar’

El 28 de diciembre la bebé seguía moviéndose poco en el vientre, entonces pagaron una ecografía particular para saber qué pasaba. Les dijeron que su hija era muy grande para la edad gestacional y que a Theo debían inducirle el parto pronto. Ocurrió al día siguiente, cuando Theo ya tenía 40 semanas. A las cuatro de la mañana del 29 de diciembre empezaron a aplicarle medicamento, pero la dilatación se frenó, y la reemplazó un dolor de 14 horas. En diferentes exámenes y consultas, Theo tuvo que escuchar frases como “Esto normalmente no lo resisten las mujeres embarazadas, pero tú sí, tú tienes que aguantar porque decidiste ser hombre”. El parto no fue la excepción.

Valerie también afirma haber recibido violencias de ese tipo, y describe el embarazo como una experiencia traumática que la desempoderó: “En todas partes me trataban como hombre. Pasé a ser el papá. Como la gente se imagina las prácticas sexuales, asume que una por tener ciertas prácticas ya no es mujer (…) Esos tratos, tener que estar corrigiendo a la gente, me desempoderó bastante. Al punto que ya no me importa si me tratan o no como mujer. Me importa más Mar”.

Se acomoda en un sillón del café donde hablamos, atenta a que la bebé no haga muecas de incomodidad dentro del fular. Le acaricia uno a uno los ricitos oscuros y mojados de sudor, mientras cuenta que desempoderarse se trata de eso: “Cuando peleaba en el embarazo, había mala atención para Matheo. Ahora si peleo hay mala atención para Mar. Simplemente, para evitar problemas, malas atenciones, malos diagnósticos, discriminaciones, prefiero no pelear, no exigir”, concluye.

Ese 29 de diciembre, los médicos le rompieron fuente a Theo para adelantar el parto, pero tampoco funcionó. Pasaron cuatro horas más y él seguía en siete u ocho centímetros de dilatación, cuando se necesitan por lo menos diez.

“Lo trataron en femenino. Los tactos para medir la dilatación fueron fuertes”, cuenta Valerie, que vuelve a ponerse de pie y se pasea por todo el lugar, acariciando la espalda de su hija como si fuera una gran barriga dentro del fular. Una mujer joven, que está trabajando frente a una laptop, se molesta con el llanto breve de Mar y se va hablando entre dientes.

“Decidí que me hicieran cesárea. Pregunté si era posible y dijeron que sí. Nunca me la negaron porque ya llevaba 14 horas en inducción. Al momento del parto me podía desmayar”, relata Theo. “El 30 de enero me ingresaron al quirófano. Me atendieron muy bien, lo único fue que al ponerme la epidural, el anestesiólogo lo intentó tres veces y fue muy doloroso. Creo que fue violencia obstétrica” dice. La epidural se usa para adormecer la mitad inferior del cuerpo y se pone en un punto específico de la espalda con una aguja de gran tamaño.

“Cuando me sacaron de la cirugía, que demoró media hora, en la sala de recuperación había como diez mujeres. Todas me miraron mal, no entendían por qué había un hombre allí, y a mí me dio un ataque de ansiedad muy fuerte. Pregunté si me dejaban ver a mi pareja”, recuerda Theo. Después de mucho insistir, Valerie pudo entrar a verlo y tranquilizarlo.

Dicen que es instinto

Para muchas parejas la vida como padres inicia al salir del hospital y llegar a la casa que, nueve meses atrás no tenía cuna ni teteros ni pañales. Es entonces cuando empiezan a orbitar en torno al llanto y la risa del bebé. Para Valerie, el ejercicio impetuoso de cuidado empezó en el momento en que le dijeron que no le podían entregar el certificado de nacido vivo de Mar, documento que certifica que llegó al mundo, existe y es la hija de alguien. Un papel sin el cual no se puede tramitar el registro civil, con los riesgos que eso implica, desde no ser reconocida jurídicamente, ni ante el sistema de salud, hasta la imposibilidad de tramitar las licencias de maternidad y paternidad

“La encargada de registros civiles nos explicó que como Matheo tiene cédula masculina, el sistema no le dejó crear un certificado a su nombre porque no admite el sexo masculino para nombrar a la madre”, cuenta Valerie. Esto ocurrió antes de la cesárea y frente a Theo, que estaba en un nivel máximo de dolor y estrés. Lograron salir del hospital con un documento sin número de identidad que no les sirvió para registrar a Mar. Así que Valerie volvió al hospital a la semana siguiente, para dar la última pelea por el certificado completo. Y lo logró.

“Cuando hay dudas de mamá primeriza le consulto a todo el mundo. Yo soy la que me preocupo por preguntar y pensar, por ejemplo, qué hacer si se enferma, qué ropa tiene, qué ropa no le queda”, cuenta Valerie. “Theo obviamente está haciendo una parte muy difícil que es amamantar, pero yo soy quien se encarga de lo demás. Ya sé cuando quiere dormir, cuando quiere comer, cuando quiere moverse, cuando tiene calor. Yo me doy cuenta de todo eso. Dicen que eso es como instinto de madre, y yo lo vivo”, concluye.

Valerie agrega que nunca había pensado cómo iba a ser maternar al lado de una persona con una discapacidad. “Fue algo que no dimensionamos. En el embarazo Theo necesitó mucho apoyo mío, pero ahora la cosa es un poco más complicada (…) La mayoría de pañales los cambio yo, porque después de las cuatro de la tarde su visión baja mucho por falta de luz. Hay una carga mayor por la discapacidad”, dice ella, pero agrega que es una carga equitativa en términos de agotamiento, pues Theo estudia de día y al llegar a casa se la pasa en modo lactancia. “Ella toma teta toda la noche”, cuenta.

‘Que sea fuerte es mi deseo’

Theo no suspendió sus estudios de pregrado en la universidad. Pero el campus no ha sido el lugar más amable. Desde el embarazo, cuando usaba los baños de mujeres –porque los de hombres son poco higiénicos y debía evitar infecciones vaginales a toda costa–, siempre tenía que explicar por qué estaba ahí, a pesar de su barriga gigante. Subió 17 kilos con Mar Celeste.

Al volver a la universidad luego de la cesárea, la dificultad para lactar en medio de las clases le ocasionó mastitis. “Falta tanta humanización que hay docentes que piensan que es más importante quedarse 15 minutos en una clase que permitirle a una persona ir a extraerse la leche de los senos”. Por otro lado, los intentos fallidos de la epidural le ocasionaron una infección y dolor intenso en la columna. A Theo le cuesta caminar porque su cadera también se afectó por el aumento de peso, que ha sido difícil de manejar. “El cambio hormonal es muy fuerte, sí ha estado presente la disforia”, agrega.

Para Valerie, la curiosidad del ejercicio de la maternidad fuera de casa se convirtió en preocupación. “Todo el tiempo recibo miradas que me hacen sentir que están pensando que me robé a la bebé. Me siento muy ansiosa por eso. Son miradas inquisidoras como de ‘¿qué hace ella con una bebé?’. A la gente le cuesta mucho entender”, relata. Además de los episodios en el supermercado, hace unas semanas sintió pánico en un centro comercial porque una mujer mayor intentó tocar a Mar, pero ella le quitó la mano. “Yo me ataqué, como víctima de abuso sexual en mi infancia, no me gusta que la gente crea que puede venir a tocarla”. La mujer se ofendió y le dijo a Valerie que no fuera ‘grosero’. Luego empezó a contarles lo que había pasado a varias personas alrededor.

“Siento que ahí están la transfobia y el racismo. Era una mujer blanca que seguro pensó ‘ay, esa negra, antes que yo le iba a tocar a la niña’. Y me da mucha impotencia, pero también miedo de que esas cosas escalen”, explica Valerie.

Tanto ella como Theo ya piensan en formas de hacer menos solitaria la vida de su hija. Desde ahora se plantean escenarios como que no la inviten a los cumpleaños de los amiguitos de la cuadra, o que no los dejen ir a ellos a sus fiestas. Valerie se pregunta, más en serio que nunca en su vida, si vale la pena dejar de ser una mujer trans visible para que a su hija no la aíslen socialmente.

“Yo todavía no sé si quiero ser parte de su vida escolar. Sé que las personas que hacen parte de mi círculo familiar han vivido la transfobia (…) A mis hermanas las hacen sentir avergonzadas, y yo no quiero que ella viva eso por ser mi hija”, confiesa. “Me pone triste pensarlo y no tener ningún referente para decir ‘esta mujer lo manejó así, esta mujer pudo’ (…) Los momentos de soledad son muchos. Yo difícilmente me siento conectada con las maternidades de otras mujeres que conozco. Son distintas”, afirma.

Aunque tiene más preguntas que respuestas sobre la crianza y lo que proyecta para su hija, Valerie sabe bien que el peligro son los roles. “Quiero que ella sea fuerte. No quiero que sea una muñequita que todo el mundo pueda quebrar. Quiero que sea tan fuerte que si tiene que quebrar a alguien, lo haga, porque así es la vida y así es la vida que me ha tocado a mí. Pero quiero que sea alguien con capacidad de dar mucho amor. Son cosas que tengo que edificar en mí para construirlas en la relación con ella”, asegura.

No sabemos si cuando Mar crezca encontrará el espacio para hablar de sus padres con la libertad con la que ambos hablan de ella hoy. Pero anticiparnos impide contemplar: la realidad inmediata es que Mar Celeste tiene cuatro meses y duerme tranquila dentro de una tela gris, en el pecho de su mamá trans.

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