En este texto abordamos los conceptos ‘trabajo sexual’ y ‘actividades sexuales pagadas’ desde su definición normativa. De acuerdo con la Sentencia T-629 de 2010, el trabajo sexual es la prestación de servicios sexuales. Es lícito cuando se ejerce en condiciones de libertad y dignidad. Por otro lado, La Política Pública de Actividades Sexuales Pagadas (PPASP) del Distrito Capital, definen el segundo concepto como un ejercicio feminizado que puede generar vulneración de derechos en quienes las ejercen, sobre todo cuando hay factores estructurales de violencia y discriminación. La ley reconoce el trabajo sexual, pero sigue sin darle un marco regulatorio. Por ello en algunos escenarios, incluida la modalidad virtual, se presentan formas de explotación y trata. Es urgente que el trabajo sexual tenga condiciones laborales dignas, y que quienes lo ejercen tengan igualdad de oportunidades laborales.
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“En mi caso es así: lo que me permitió realizarme en mi proceso de tránsito es que trabajo de webcam”.
Pau está recién operada de la voz y le cuesta hablar por teléfono. Tose mucho y hace pausas para tomar agua. Su voz empieza a escucharse aguda y suave, libre de tonos ‘masculinos’. A mediados de 2019 supo que era momento de ser Paula. Ya trabajaba como modelo webcam en un estudio en Cali, donde la etiquetaban como un hombre gay. Cuando mencionó que iba a iniciar su tránsito y que iba a trabajar como lo que era, una mujer trans, le dijeron que era imposible: se veía muy masculina y no le iba a ir bien con los usuarios. Paula se fue del estudio, que le quedó debiendo el pago completo de ese mes.
No se fue con la intención de abandonar el modelaje webcam, más bien todo lo contrario: quería un estudio que la recibiera mientras empezaba a transitar. Su búsqueda la llevó al lugar donde había trabajado su amiga de la universidad, Sofi. Todo allí era muy casero. No tenía acompañamiento de monitores, personas que se encargan de formar a las modelos en diferentes aspectos de su show en vivo, o profesionales en salud mental. Pero a ella solo le importaba que la dejaran trabajar como mujer trans, así como hicieron con su amiga. Sofi se había independizado de los estudios meses atrás y ahora transmitía desde su casa. Pau se propuso lo mismo y empezó a ahorrar.
Allí comenzó a cerrarse un círculo interminable que no ha tenido freno: el modelaje webcam, las horas de transmisión, el pago en dólares, las largas sesiones en el quirófano haciéndose las cirugías que Pau y Sofi consideran necesarias para su tránsito ideal, las hormonas con sus subidas y bajadas, el agotamiento, las violencias, la carencia de deseo en un negocio centrado en ello, y el no entender muy bien cuándo parar.
¿Cuándo termina la transición hacia otra identidad de género? ¿En algún momento se deja de transitar? ¿Qué expectativas físicas se generan sobre el tránsito de una mujer trans y por qué? ¿En algún momento se satisfacen por completo esas expectativas? ¿Quiénes pueden cumplir estas expectativas y quiénes no?
La historia de Pau y Sofi es también la de sus amigas cercanas, un círculo de siete mujeres trans caleñas que dedican gran parte de sus días a transmitir desde sus propias habitaciones, entre reflexiones y cuestionamientos sobre ellas mismas, sus cuerpos e identidades. Todo esto, en una ciudad donde el año pasado se identificó como tendencia la vinculación informal a estudios webcam por parte de mujeres trans y hombres gais jóvenes, de acuerdo con una investigación de la organización Heartland Alliance, que defiende los derechos de poblaciones vulnerables.
Ellas hacen parte de la tendencia y han vivido las múltiples caras que ofrece esta actividad, que en Colombia produce US$100.000.000 al mes: ser el principal motor económico de sus vidas y sus tránsitos, la falta de regulación que las expone a la explotación laboral, transfobia y otras violencias, la autogestión desde el apoyo mutuo, y la difícil pregunta por el porvenir y el futuro para quienes ejercen esta actividad.
El auge silencioso
A pesar del subregistro, la falta de estadísticas y las zonas grises en la regulación laboral de esta actividad, se estima que en Colombia hay 5.000 estudios webcam y unas 100.000 personas empleadas de manera directa. Entre estas, se encuentran las modelos. El primer proyecto de ley radicado en el Senado, con el fin de regular aspectos tributarios de este negocio, definió que una modelo webcam es aquella persona mayor de edad que “Ejerce actividades en presentación virtual a través de video que puede ser de contenido erótico dentro de un escenario o estudio de producción”. Para modelos como Sofi, se trata de prestar un servicio de entretenimiento virtual para adultos.
Según esta sentencia de 2021 de la Corte Constitucional, el 90% de modelos webcam en el país son mujeres cis, el 5% son parejas, el 3% son hombres cis y el 2% son personas trans.
En 2019 se estimaba que en Cali había más de 500 estudios. Para el director de MGroup Models, un estudio de modelaje webcam que surgió hace 19 años, la capital del Valle es “la meca del videochat con los estudios más grandes y competitivos” y la segunda ciudad del país con más estudios después de Medellín, esto de acuerdo con Marciana Punk, activista comunitaria y regulacionista por un marco laboral digno para las actividades que se enmarcan dentro del trabajo sexual.
Quizá por esta tendencia sostenida, los organizadores de la próxima versión de Lalexpo, Latin America Adult Business Expo, eligieron a Cali como sede de su nueva edición, luego de que el evento se prohibiera en Cartagena y Barranquilla. Este convoca a modelos, cirujanes y directores de establecimientos que se lucran de actividades sexuales presentadas como entretenimiento para adultos. En Cartagena, varias organizaciones recogieron firmas para cancelar el evento, con el argumento de que la explotación sexual y la trata de personas han sido un flagelo en su ciudad, y que entre los patrocinadores del evento hay plataformas pornográficas que consienten la divulgación de violaciones y explotación sexual, lo que borra la delgada línea entre lo legal y lo ilegal. Este es solo un ejemplo de lo difusos que pueden ser los límites entre trabajo y explotación sexual.
Luego del anuncio sobre moverse a Cali, una organización feminista caleña, dedicada a la formación y los procesos de empoderamiento para niñas y mujeres, interpuso una tutela para impedir su realización. Argumentan algo similar: que Cali es una ciudad permeada por el narcotráfico, que recibe mujeres desplazadas y migrantes y que ello es un caldo de cultivo para la explotación sexual. Sin embargo, lo más seguro es que el evento se lleve a cabo del 23 al 26 de este mes con respaldo de la Alcaldía.
Según la investigación de Heartland Alliance, la retención forzosa de personas diversas en estudios webcam se agudizó en 2021: “Cali se ha convertido en un destino para la población migrante y LGBTIQ+ que busca desempeñar esta modalidad de trabajo sexual [virtual], la cual se percibe como una mejora en las condiciones del trabajo sexual previo a la migración”. Sin embargo, una vez más el subregistro para entender estas actividades, y las poblaciones que se dedican a ellas, siguen siendo una barrera.
El falso (y transfóbico) empoderamiento de los estudios
Gustavo* trabajó como fotógrafo en otro de los estudios más conocidos del país y América Latina, con sede en Bogotá y Cali: Alba Group. “Este estudio se enfocó en un prototipo de mujer, la ‘mujer Alba’. Se concentraron en mujeres cis. Incluir personas LGBTI les implicaba diversificar ese perfil que querían mostrar”. Sin embargo, Gustavo cuenta que vinculan personas diversas para entrenar a las modelos.
¿En qué consiste ser una mujer Alba? además de ser cis y con una belleza que se adapte a la norma hegemónica, la mujer Alba es “distinguida por su éxito personal y profesional”, según el sitio web del estudio. Gustavo explica que este estudio le ha apostado a vender su marca emulando una especie de ‘movimiento feminista’ asociado al empoderamiento: “Por eso se le conoce como un estudio que es a la vez una universidad webcam. La aspiración de ellos, o como lo querían hacer ver, es que estas mujeres fueran autónomas de sus destinos y pudieran acercarse a otros campos como la actuación y el baile. Allá el porcentaje de ganancia era 50 para el estudio y 50 para la modelo”, cuenta él.
En el estudio donde comenzó Pau, antes de su tránsito, se quedaban con el 55 o el 60 por ciento de sus ganancias, ya no lo recuerda bien. En el que trabajó después, por recomendación de Sofi, la ganancia se repartía 50/50. Mientras en esos lugares reconocidos, como Alba, el acuerdo incluye ‘formación y acompañamiento’, Pau estaba completamente sola cuando empezó en el segundo estudio: a merced de los usuarios, de las violencias que muchas veces asoman en las transmisiones, y en medio de un tratamiento hormonal autoformulado.
“Siento que si se están lucrando del trabajo sexual de alguien, debe ser un acompañamiento muy regio”, explica Pau. “No solo ‘ay sí, somos tu estudio y te quitamos el 60% de lo que ganas’. En el segundo estudio pagaban el dólar a lo que les daba la gana. El único tema es que ahí no te van a rechazar por no ser hegemónica”. Este estudio es un ejemplo de lugares que podrían aprovecharse de su ‘política inclusiva’ para ejercer formas de explotación laboral contra personas diversas. “Por eso yo les digo a mis amigas que utilicen eso como una plataforma para independizarse y trabajar solitas, mejor que nadie se lucre del trabajo de una porque al final es un trabajo sexual”, cuenta Pau.
En Cali existen estudios formales con registro empresarial y una red de profesionales vinculades en torno a las transmisiones en vivo. Gustavo, por ejemplo, cuenta que Alba lo contrató a término fijo, con todas las prestaciones, por tres meses y posibilidad de renovar. Lo mismo que a otres empleades de los equipos técnicos y logísticos. Los contratos de las modelos eran los únicos por prestación de servicios.
Sin embargo, hay otros estudios que vinculan modelos de manera informal, no les pagan lo acordado y toman decisiones arbitrarias: despedirlas por ser trans o porque su belleza no es la que ‘se consume’; decisiones que son abuso laboral, pero que pueden ser normalizadas dentro de un gremio con poc regulación. Poco a poco, esto ha cambiado: en 2021 la Corte Constitucional falló a favor de Fantina**, una mujer que fue despedida de un estudio por estar embarazada. Esto sentó un precedente para los derechos de una población que exige, cada vez con más fuerza, que su actividad laboral sea regulada.
Un pantano gris sin regular
El Congreso aún no se ha preocupado por legislar sobre esta actividad que aumenta en el país. La normativa colombiana solo menciona el trabajo webcam en la Ley 2010 de 2019, para añadirlo dentro del Estatuto Tributario e indicar que “Las personas jurídicas y naturales exportadoras de servicios de entretenimiento para adultos a través del sistema webcam” tienen calidad de agentes de retención, es decir que aplica retención en la fuente de los pagos a las modelos, y registrar esos recursos ante la DIAN.
Marciana Punk explica que la regulación debe ir más allá de lo tributario y que se queda corta sin un solo proyecto de ley radicado ante el Congreso sobre el tema. Sin embargo, se está formulando uno desde el Sindicato de Trabajadoras Sexuales de Colombia, un espacio constituido por mujeres que ejercen estas actividades en distintas modalidades (virtual, callejera) y representantes de las diversidades de género.
El proyecto de ley al que se refiere Marciana se está redactando junto al área de Derechos Humanos del Ministerio del Trabajo. La apuesta ha sido la investigación, pues hay una carencia enorme de estadísticas oficiales. Marciana fue convocada por el nuevo gobierno a la mesa de empalme de género, como vocera de las trabajadoras sexuales: “Hemos encontrado que no hay nada. No hay una política pública para trabajadoras sexuales que valga la pena en el país. Solo hay labores investigativas de divulgación. Tampoco ha habido voluntad política”, cuenta ella, quien agrega que esa área del Ministerio de Trabajo ha sido coartada, porque nadie en el gobierno saliente quiere tocar el tema. En contraste, según Marciana, el gobierno entrante considera la regulación como una prioridad en su agenda.
Los vacíos normativos dieron paso a que la Corte Constitucional, con la sentencia T-109 de 2021, determinara que los estudios se tienen que ceñir al Código Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana para su reglamentación económica. Quiere decir que, en teoría, estos sitios deben cumplir con normas sobre uso del suelo, matrícula mercantil y seguridad. Pero el limbo de las garantías laborales para las modelos se mantiene. Según la sentencia, su situación jurídica debería ser definida en especial cuando se trata del trabajo en estudios, pues como terceros podrían ejercer coacción y explotación sobre ellas.
En agosto de 2021, el representante a la Cámara por el Centro Democrático, John Jairo Bermúdez, radicó otro proyecto de ley que buscaba reglamentar la contratación en concordancia con la sentencia de la Corte, y crear la Federación de Comercio Electrónico para Adultos. Pero el proyecto fue archivado.
La autogestión como salida
A los tres meses de entrar al segundo estudio, Pau se retiró con sus ahorros a trabajar desde casa, sin entregar sus ganancias. Al inicio creyó que debía irse de la casa de sus papás. Pero cuando empezó a transitar, su familia entendió que debían procurarle un espacio seguro. “Me dijeron ‘trabaja aquí’. Mi papá tenía computador en la casa y me lo dio para empezar. Solo compré la cámara y las luces”, cuenta Pau.
No todas las personas trans modelos webcam tienen esta historia. En el caso de Sofi, su familia se enteró del trabajo mucho tiempo después, luego de su tránsito y cuando ya vivía sola. Siempre tuvo temor de decirle a sus papás que era una mujer trans: “En ese tiempo mi mamá me había encontrado unas prendas del trabajo en el bolso, ella pensó que me estaba prostituyendo en la calle y la puso muy mal”, recuerda. “Ahí tuve que salir del clóset como trans. Fue mucho tiempo después que le dije que estaba trabajando como modelo webcam”. Su mamá se preocupó, pero no le dijo nada porque Sofi cubre gastos familiares.
Cuando llegó al estudio que la recibió, Sofi empezó a trabajar seis horas, seis días a la semana. Recuerda que el ritmo del trabajo y estudiar su carrera de bilogía era agotador. “Yo le estaba dando a ese estudio 50 por ciento de mis ganancias. Me harté y dije basta”. Ahorró cada peso, trabajó dos meses, compró un equipo y se fue de la casa de su mamá.
Hoy transmite máximo cinco horas al día en su habitación. “Seis horas sería lo ideal, un turno de trabajo, pero este oficio es muy denso y como llevo trabajando un tiempo largo, tengo mis fans, no me hace falta hacerlo tiempo completo”. Lo más difícil ha sido aprender sobre sistemas: “No sé cosas como diseño de la página, cómo hacerla más dinámica o cómo arreglar problemas de transmisión”. En casa toca solucionar sola o con ayuda de las amigas, y a veces tarda. Otro reto es la disciplina: “Como ya no debes trabajar para nadie, puedes decidir no transmitir dos días, tres días”, dice Sofi.
En su círculo de amigas, solo una no trabaja en webcam. Las demás también trabajan en casa. Se orientan entre ellas para ahorrar, comprar equipos, decorar las salas, manejar las páginas y cambiar tokens, la moneda de intercambio. También para solucionar fallas técnicas sin ayuda. Y para pensar sus cuerpos, sus luchas y lo violento de este trabajo que, paradójicamente, le permite estar conformes con su imagen.
El tedio y la violencia se trasladan a la casa
Sofi, Pau, y el resto de sus amigas son claras al decir que cada tránsito es diferente. Ellas entendieron que el suyo iba a costar más dinero porque querían operarse y explorar la feminidad a su manera. Pau lleva cuatro cirugías. Una de ellas fue el aumento mamario. Según un fallo de la Corte Constitucional de 2015, este procedimiento no es sólo funcional, sino un derecho a construir el concepto propio de feminidad. El fallo más reciente insta al MinSalud a emitir una guía de práctica clínica que contenga los lineamientos de distintos procesos de afirmación de género, y sus tiempos concretos, para adultes y menores.
En 2019, Sofi cambió su nombre en redes e hizo pública su identidad. “Compré ropa, unos shortcitos. Dije: ‘ya es el momento, ya no soporto más’”. Pero ser modelo webcam, cuenta, genera impactos emocionales que se acumulan. Aun así, le brinda el dinero suficiente para explorar su transición ideal. “La estabilidad financiera es un factor importantísimo. Tuve un boost de autoestima porque en las páginas ganaba dinero por ser quien era. Es problemático porque los usuarios esperan entretenimiento sexual, pero este iba ligado a mi apariencia femenina, y yo nunca había sentido eso, sino rechazo”, dice.
Para Pau fue diferente. El trabajo y el inicio del tránsito la confrontaron. Primero porque se automedicó con hormonas y empezó a vivir picos emocionales muy fuertes: “Las hormonas te vuelven loca, literalmente. (…) Estaba atravesando la disforia, verme en el espejo y no reconocerme”, explica. Según Mayo Clinic, esta es un cuadro de síntomas como ansiedad y depresión por la no coincidencia entre la identidad de género y el sexo biológico, o la incomodidad frente al propio cuerpo y genitalidad.
Segundo, porque a pesar de no enfrentar usuarios violentos en ese tiempo, no le gustaba lo que veía en la pantalla. Entonces apagaba la cámara, lloraba, volvía a encenderla y tenía que poner cara de disfrute sexual. “Muy pocas veces me han dicho cosas feas en sala. Sé de amigas con salas públicas a las que se metían a insultarlas, decirles el dead name (nombre anterior al tránsito) o que se veían muy hombres. Una está muy vulnerable en este trabajo porque todo gira en torno a la apariencia”, cuenta Pau.
La violencia no se da solo entre usuarios y modelos. Es estructural y, en el caso de las mujeres trans, no solo tiene que ver con la repartición de ganancias. Sofi habla de violencias simbólicas: “Siento que muchos estudios simplemente ven a las mujeres trans como ‘ay, a la gente le encanta una mujer con pene’. Y eso obviamente es transfobia”, dice. “Además nos cortan nuestras redes de apoyo. El estudio es el novio tóxico que nos hace competir entre amigas, nos enemista y se queda con nuestras ganancias”.
Ante el debate entre abolición y regulación, su respuesta es concisa: “Aquí en Cali carecemos de muchas ventajas que otras personas sí tienen. A nosotras nos relegan a la vida nocturna, espacios oscuros a los que se va con vergüenza muchas veces”.
Los activismos divergentes
Valerie Summer es una activista trans antirracista. Desde 2018 lidera la colectiva Transempoderarte, que sensibiliza sobre diversidad sexual y de género con comunicación popular. Ha sido trabajadora sexual, pero hoy se dedica a la academia. “Para mí es importante pensar el abolicionismo desde el cómo, porque a veces se piensa desde personas que nunca han ejercido la prostitución o el trabajo sexual y no han tenido que pensarse formas de subsistir”.
Según la Gran Encuesta Integrada de Hogares del DANE, entre junio de 2021 y mayo 2022, el desempleo entre la población LGBT se ubicó en 15,7%, mientras que para población no LGBT fue de 12,3%. Felipe Cárdenas, presidente de la Cámara de Comercio LGBT, insistió en una entrevista con Forbes lo fundamental de ‘desbogotanizar’ las oportunidades de empleo y emprendimiento, así como formalizar el trabajo de las personas trans.
Valerie considera que no hay muchas diferencias entre el trabajo sexual presencial y el virtual. “De un lado te pueden robar o matar, pero del otro también. En los estudios pasan muchas cosas”, afirma. “Conozco el caso de mujeres trans que deben vivir ahí, porque los directivos piensan que no tienen familia ni nadie por quién responder, y no las dejan salir. O mujeres a las que no les pagan lo que han trabajado. Esa es otra forma de robar”.
Como mujer trans negra, considera que las violencias que ha vivido tanto en el trabajo sexual presencial como en el virtual tienen que ver con la hipersexualización de su cuerpo, una práctica racista y transfóbica: “Es muy difícil porque nos sexualizan muchísimo más. Todo gira en torno a nuestra genitalidad, a tenerlo parado, a durar mucho”.
Esto también lo ha vivido Pau. Y es un círculo doloroso. Después de tomar estrógenos y bloqueadores de testosterona sin control, su líbido se afectó por completo. Eso, afectpo su vida personal y su trabajo: “En el caso de las nenas trans, cada una tiene su show, pero al final a una la buscan por lo que tiene en la mitad. Entonces una vende el cum (eyaculación). Cuando no tenía líbido pues no podía”. Cuando cayó en cuenta de su deseo sexual nulo, Pau visitó una endocrinóloga por primera vez y pudo regular la carga hormonal de su tratamiento según sus necesidades. Ahí todo empezó a cambiar.
Aun así, el ejercicio de su deseo es muy problemático para Pau y Sofi, pues ser modelos webcam las drena sexualmente. Estar más de cinco horas transmitiendo las deja sin ganas de nada. Es un hecho para ellas, sus amigas y, se arriesgan a decir, para la mayoría de mujeres dedicadas a esto. “El trabajo es muy cansado, te drena. Es un buen dinero pero a costa de tu integridad mental, entonces obviamente no me veo toda la vida trabajando en esto. Me gustaría poder trabajar en el arte y en la biología, voy a descifrar cómo complementar todo, ya sea desde la docencia, la investigación, la divulgación científica”.
Lo que el cuerpo aguante
Pau y Sofi piensan distinto sobre el futuro: “Para este trabajo una debe aprovechar cuando es joven, porque así se mueve el mundo. Es por eso que es tan violento, porque se basa en que una sea joven y cumpla ciertos cánones de belleza”, explica Pau, que se piensa dedicar a la webcam hasta “Lo que me dé mi físico. Por ahí hasta los 30, 35. Y luego dedicarme a descansar. Porque es agotador, tanto física como emocionalmente”. Pau insiste en lo incierto del futuro para una mujer trans en Colombia.
Sofi no sabe si se vaya a dedicar a la biología. Se ve más en el arte: “Pero no es que dé mucho dinero. (…) Por eso estudié biología, que es algo que también me apasiona mucho y hago muy bien. Siento que en la webcam puedo desempeñarme un poco como artista (…) Podría seguir hasta adelantar gran parte de mi tránsito, al menos físicamente”, dice.
Hace poco ambas volvieron a la universidad. Desertaron al empezar el tránsito y sus transmisiones. Al volver Pau estudió un mes y luego volvió a desertar. Reconoce que graduarse no es garantía de vivir bien. Tiene razón. Sofi, por otro lado, retomó su carrera porque tiene una beca de Ser pilo paga y quiere cerrar el ciclo: “Pero también lo hago por mí, por lo que implica que una mujer trans se gradúe de ciencias”.
Sofi cree que si «El universo permite que llegue a la vejez”, seguirá apostando por el arte y expresarse con su cuerpo. Dice que le bastaría para vivir tranquila. Pau no piensa a largo plazo. Solo sabe que su vejez la quiere vivir tranquila, en una finca, rodeada de perros.
*El nombre fue cambiado por petición de la fuente.
**Nombre que aparece en la Sentencia.
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